A pesar del comentarista Villegas, logré ver algo de la emisión de TV «Tolerancia Cero». Me sonaba el nombre de Axel Kaiser, pero, hasta esa noche, no lo había escuchado. Y claro, lo escuché. A poco andar, entendí que no decía nada nuevo, nada no escuchado en Chile. Terminé pensando que era la perfecta encarnación […]
A pesar del comentarista Villegas, logré ver algo de la emisión de TV «Tolerancia Cero». Me sonaba el nombre de Axel Kaiser, pero, hasta esa noche, no lo había escuchado. Y claro, lo escuché. A poco andar, entendí que no decía nada nuevo, nada no escuchado en Chile. Terminé pensando que era la perfecta encarnación de un Chicago Boy, o algo por el estilo. Entre todo, el análisis de la libertad es lo que más me sorprende. Pobrecita la libertad, hace rato que venía tambaleando, la transformaron en estatua, en consigna fatua, hasta la utilizaron como proclama de guerra del ejército estadounidense, que invade países en su nombre. Y ahora el señor Kaiser y Villegas, que la retuercen hasta terminar siendo nada más y nada menos que las condiciones del mercado. El mercado es libre, un anarco/capitalismo con cualidades para regularse solo. Bajo tales consideraciones, la sociedad vendría siendo algo así como una agregación caótica de seres humanos con la posibilidad para elegir las cuotas y la tarjeta para pagar el refrigerador.
¡Libertad de elegir bienes en un mercado libre!…
Debajo de ese esquema, ya archiconocido, el señor Kaiser expele todos los principios de la academia norteamericana de ciencia política: esa cosa que llaman racional choice, por ejemplo, donde cada decisión humana estará atravesada por la necesidad de maximizar ganancias. Lo que Jeremy Bentham, en siglo IXX, denominó como utility, creyendo encontrar la ley natural que trasciende a cualquier comportamiento humano. El hombre siempre elige en función de sus utilidades, decía Bentham. ¡Todo es utilidad! No hay espacio para cosas raras como la solidaridad o la empatía. Qué decir de sentarse a mirar cómo las nubes juegan a convertirse en casas o rostros, menos observar como la luna, finita, dibuja una sonrisa sobre el rostro del cielo.
La libertad del señor Kaiser no está hecha para esas cosas.
Mientras lo escuchaba, una pregunta me taladraba los costados: ¿en qué universo estará ubicado ese país al cual hacía alusión el señor Kaiser?… porque en Chile, por lo menos, las variables (que para el caso son personas) no se comportan como él las describía. Era, a la luz de las deficiencias en los servicios público, las desigualdades en los ingresos y un sin fin de injusticias más, un discurso levantado sobre una sociedad irreal, inexistente, donde los lobos son vegetarianos y todo es perfecto y armónico por los siglos de los siglos. En ese país, que yo por lo menos no conozco, el señor Kaiser cree que la suma de egoísmos llevará a la paz social, el mismo esquema que Adam Smith utilizaba para proponer la paz entre los Estados.
En suma, el señor Kaiser cree en la más mínima expresión de la libertad, entendida como la mera ausencia de coerción (lo que quizás sea una mala interpretación de la «Libertad Negativa» de Isaiah Berlin). La ecuación es simple: todos son libres en ausencia de coerción. No importa que en este país, el real, las madres consuman pasta base estando embarazadas, y que esos niños y niñas que crecen en sus vientres ya vienen en condiciones de desigualdad brutales respecto a otros niños como mi hija o la de él. No importa, porque la libertad no tiene nada que ver con la justicia, ni menos con la equidad. En su esquema, el Estado reduce su papel al espionaje, es un simple entramado burocrático sin capacidad de arbitrar.
En definitiva, el discurso del señor Kaiser se levanta en fríos datos y cifras. Datos y cifras que no alcanzan a describir las complejidades de lo real. Números sin calle. Ese, comprendí, era el problema del señor Kaiser, y quizás de la derecha en general: su discurso es demasiado ajeno, demasiado utilitarista, no se condice con la realidad. En sus teoremas, los seres humanos son variables, datos, cifras. Suben y bajan en los índices. Por eso confunden nivel de vida con nivel de consumo. Confunden libertad con la capacidad de acceder a bienes. Por eso creen que reducir la desigualdad es lo mismo que sacar pobres de la línea de la pobreza. Como lo resumió el sosiólogo Alberto Mayol: «en la pobreza falta comida. En la desigualdad falta sociedad» En ese discurso, poco importan las cosas que suceden en los rincones humanos. Todo tiene directa relación con las variables económicas. Y este no es un problema del neoliberalismo, ni del señor Kaiser ni de las derechas, ni siquiera del capitalismo. Podríamos decir que es un problema de índole economicista, de esa visión del mundo que considera a la economía como el elemento clave de la sociedad y el bienestar material como el catalizador de la autorrealización humana. Cuando se envenenan los ríos, se cortan los arboles, se desplaza a la gente de sus lugares de origen para levantar una represa. A esas cosas se le llaman «externalidades». Pero esas externalidades no son parte de la economía, que jamás se equivoca, son parte de otra cosa. Quizás qué cosa.
En fin, ya habrá tiempo para escribir sobre eso.
El programa va terminando. Kaiser dice algo así como que Chile es un ejemplo de responsabilidad individual, lo que me parece peligroso, olvidando que vivimos una crisis sistémica, donde, por ejemplo, la ausencia de canales de representación incita a poner bombas en lugares públicos creyendo que esos son métodos para visibilizar demandas políticas.
Bianchi le manda un saludo al gran poeta Nicanor Parra, y agrega que obviamente no estaba viendo el programa, lo que me saca una sonrisa. En general, no me agrada el concepto de libertad del señor Kaiser. Para nada. Es alejado de la realidad, demasiado teórico. Tampoco entiendo muy bien que entiende por sociedad, si es que cree que las personas formamos sociedades.
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