Punto Final entrevistó al secretario general del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, Miguel Enríquez, en una conversación que giró, en su mayor parte, en torno al llamado al diálogo con el Partido Demócrata Cristiano que el 25 de julio de 1973 formuló oficialmente el presidente de la República. Asimismo, abordamos la visión que tiene el […]
Punto Final entrevistó al secretario general del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, Miguel Enríquez, en una conversación que giró, en su mayor parte, en torno al llamado al diálogo con el Partido Demócrata Cristiano que el 25 de julio de 1973 formuló oficialmente el presidente de la República. Asimismo, abordamos la visión que tiene el MIR sobre las características y perspectivas de desarrollo de la crisis que afrontaba la sociedad chilena.
Entrevista histórica, publicada en Punto Final Nº 189 / 31 DE JULIO DE 1973
En las últimas semanas se ha planteado por parte de diversas fuerzas políticas la búsqueda, a través de un «diálogo», de un «consenso mínimo» como forma de resolver la crisis política y económica por la que atraviesa el país y de evitar la guerra civil. ¿Cuál es la apreciación de ustedes?
«La verdad es que lo que es denominado ‘diálogo’ o ‘búsqueda de un consenso mínimo’ ha sido un proyecto político y programático que permanentemente, y desde que empezó este periodo, han venido intentando los sectores reformistas de la Unidad Popular: un proyecto de conciliación de clases antagónicas.
Este proyecto ha tenido distintas formulaciones, pero se ha enmarcado en dos grandes propósitos de acción: encarcelamiento de la política de la Unidad Popular en el estrecho marco de la institucionalidad burguesa y establecimiento de una suerte de alianza con una de las fracciones burguesas fundamentales.
Estos propósitos han tenido distintas expresiones, de acuerdo a las distintas fases en los últimos años, pero sus expresiones más relevantes fueron: las garantías constitucionales de 1970, que no representaron otra cosa que la garantía por escrito del respeto al orden burgués; los intentos de acuerdos con los gremios empresariales de la gran industria, construcción y gran burguesía agraria, en el verano de 1971; el amparo que se intentó dar a estos sectores en la política de gobierno durante los años 71, 72 y parte del 73; el intento de acuerdo con el PDC, en junio de 1972; el compromiso orgánico que se pretendió sellar con el Estado capitalista, de octubre de 1972 a marzo del 73, con el gabinete UP-generales, etc.
Pero en un periodo de crisis del sistema de dominación capitalista, como el que atravesamos, esto no es factible. Las clases patronales en su conjunto, más allá de las garantías que los sectores reformistas le ofrecían a una de sus fracciones, percibió claramente que lo que el ascenso de la clase obrera y el pueblo exigían no eran sólo algunas reformas que, golpeando a una de las fracciones burguesas, permitiera la conservación del orden burgués, sino que exigía transformaciones que amenazaban al conjunto de las clases dominantes como tales y al orden burgués mismo.
De esta manera, el movimiento de masas, sus luchas, su organización y conciencia, su actividad, impidieron la colaboración de clases y rompieron las limitaciones que la conducción reformista les pretendía imponer. El movimiento de masas no se limitó a golpear a una fracción de la gran burguesía agraria, sino que avanzó sobre el conjunto de ella; no restringió sus movilizaciones a sólo algunos monopolios industriales, sino que se propuso arrebatarle todas sus fábricas a la gran burguesía industrial. La clase obrera no confirió fuero a las grandes constructoras y distribuidoras, sino que luchó por pasar a propiedad de todo el pueblo el conjunto de ellas. El movimiento de masas no se encarceló en la rigidez de la legalidad burguesa sino que, por medio de la acción directa de masas en ciudades y campos de Chile, arrebató a los grandes patrones sus bienes de producción y comenzó a crear sus propios órganos de poder.
El movimiento de masas no se limitó con su accionar a impedir la colaboración de clases. Presionó y empujó al gobierno a ir más allá de donde algunos de sus sectores se proponían. El eje del gobierno, salvo algunos cortos periodos, tuvo como factor a dos grandes partidos obreros que, recibiendo los influjos de una base social de apoyo fundamentalmente obrera y popular, llevaron al gobierno, a despecho de las intenciones y resistencias de sus sectores reformistas, a legitimar lo que el movimiento de masas le imponía. Con esto también la práctica política y social del gobierno contribuyó al fracaso de la colaboración de clases.
El periodo reciente ha tenido como eje el enfrentamiento social entre explotados y explotadores, trabajadores y patrones. Los intentos de desfigurar el carácter del enfrentamiento político y social, planteándolo en términos de ‘democracia-fascismo’ o ‘patria-antipatria’, para desde allí generar garantías de colaboración de clases, hasta aquí han fracasado y han terminado por dividir al pueblo y a la Izquierda. Si bien es cierto que la clase obrera, como clase vanguardia, necesita alianzas de clases, sus aliados no son los de arriba, sino los de abajo. Todo intento de alianza de la clase obrera con fracciones de la gran burguesía terminará aislando a la clase obrera de sus verdaderos aliados: los pobres del campo y la ciudad, los pobladores y los campesinos. Con ellos es que la clase obrera tiene que establecer su alianza revolucionaria.
Volviendo entonces a la pregunta: si ayer fracasaron los intentos de colaboración de clases y sólo dividieron al pueblo, hoy, agudizada y polarizada en extremo la lucha de clases, será más difícil aún reincidir en este intento, y si éste se consumara, sus consecuencias serían funestas. El propósito fundamental expresado de evitar la guerra civil no será logrado por este camino. Más bien por esta vía la guerra civil será precipitada y en peores condiciones para las masas.
Vivimos momentos en los cuales dos grandes y poderosos bloques sociales se acechan, toman posiciones. Salimos recientemente de una intentona golpista, pero los golpistas, muchos de ellos con fuerzas aún, permanecen impunes. Las fracciones burguesas fundamentales se proponen y maniobran públicamente por el derrocamiento del gobierno.
Evidenciada, después del intento golpista del 29 de junio recién pasado, la fortaleza de la clase obrera y el pueblo, y la decisión antigolpista de importantes sectores de la oficialidad y las tropas de las FF.AA., las clases patronales han sido obligadas a levantar una nueva táctica, la táctica del emplazamiento militar progresivamente y del chantaje político institucional, que les permita: primero, desarticular y dividir a la clase obrera y al pueblo, a la vez que enfrentar a las FF.AA. con el pueblo, y, después, derrocar al gobierno y reprimir a los trabajadores, con un mínimo de resistencia.
La táctica propuesta por algunos sectores de la UP y del gobierno de ganar tiempo, abrir diálogo y establecer un consenso mínimo, independientemente de las intenciones de quienes la proponen, bajo presión y amenaza golpista, bajo chantaje y emplazamiento, lleva dentro de sí un proyecto de colaboración de clases, que provocará la división del pueblo y de la Izquierda, y por tanto el debilitamiento del campo de los trabajadores. En la actual coyuntura, esto implica la capitulación del gobierno y después su derrocamiento.
¿Con quién se dialoga? Con el PDC, un partido burgués y reaccionario, donde predomina el freísmo, que es públicamente partidario de emplazar al gobierno y luego derrocarlo.
¿Para qué se dialoga? Para pacificar el país, objetivo loable, pero difícil, si para ello hay que dar garantías y dejar a importantes sectores golpistas en la impunidad,
¿Qué se busca con el consenso mínimo? Si este significa la devolución de grandes fábricas, pacificará a sectores patronales y enardecerá a sectores trabajadores. Si es para promulgar la reforma constitucional Hamilton-Fuentealba, representa la capitulación del gobierno frente a las clases patronales. Si es para decapitar y castrar el desarrollo del poder popular, significa sellar e impedir una salida revolucionaria.
Todos somos partidarios de que el gobierno dialogue, pero que dialogue con los trabajadores y no con los grandes patrones. No es posible que el ministro Briones, el ‘ministro del diálogo’,(1) llame a la directiva del PDC y se niegue a dialogar con los trabajadores del Cordón Vicuña Mackenna, mientras ordena reprimir las manifestaciones callejeras en Barrancas.
Nadie desea la guerra civil. Si hay una forma de paralizar el golpismo, esa es impulsando una contraofensiva que, por su fuerza, lo aplaste y amarre en definitiva las manos a los golpistas. Toda táctica que ofrezca concesiones no tendrá destino histórico, sólo alcanzará a dividir al pueblo y a la Izquierda, y por esa brecha intentará irrumpir el golpismo».
El presidente de la República pronunció el 25 de julio un importante discurso en el que llamó al diálogo. ¿Sus consideraciones anteriores las hace extensivas a la intervención presidencial?
«Sí. Con un agregado, que el Dr. Allende, además, aprovechó de hacer injuriosas y torpes afirmaciones y calificaciones acerca de las movilizaciones de masas recientes en Santiago y acerca de los revolucionarios de fuera de la Unidad Popular, que el diario La Segunda se apresuró en aplaudir, si bien el Dr. Allende posteriormente hizo un llamado al diálogo con estos sectores.
No es cierto, como lo afirmó el Dr. Allende, que en las movilizaciones de Cerrillos participaran elementos de oposición. No es cierto que la movilización de Barrancas, en la que participaron miles de obreros y pobladores, haya constituido una provocación irresponsable: fue dirigida por el Comando Comunal de Barrancas, por un organismo que es la forma superior de organización del pueblo que se está desarrollando en Chile, detrás de un programa publicado en los diarios en el que se exige: canasta popular, expropiación de las grandes distribuidoras, asegurar el pan, la vivienda, la locomoción, el fortalecimiento de las organizaciones de defensa del pueblo, por la vigilancia del Comando Comunal sobre los grupos armados de la derecha, etc.
La única provocación que se vio, no partió de los trabajadores sino del ministro Briones que, en el día de ayer, dio la orden de reprimir las manifestaciones, lo que por suerte no se consumó. Los ‘modestos pobladores’, no se dejan utilizar por nadie; ellos tienen clara conciencia de sus enemigos y no los confunden; los que sí se dejan utilizar por los cantos de sirena del emplazamiento, son los que ofrecen garantías y concesiones a sectores patronales, detrás de la ilusión de aplacarlos y en definitiva desarman a los trabajadores.
No nos parece que sea el momento de hacer torpes y desajustados recuerdos históricos que, injuriando a los revolucionarios, dan circo al golpismo. Si de recuerdos históricos se trata, no olvidemos otras experiencias como la de Brasil en 1964. No olvidemos que Joao Goulart, ante la amenaza golpista, abrió infructuosamente el camino de las concesiones y, después, ya tarde, cuando quiso resistir, sólo contaba con los trabajadores y los revolucionarios. Terminó abdicando y asilándose en un país vecino ‘para evitar el derramamiento de sangre’. Su pueblo recién comenzó entonces a sufrir y aún sufre la más sanguinaria y represiva dictadura gorila de América Latina, reactualizando esa experiencia la lapidaria sentencia de un revolucionario francés del pasado: ‘Quien hace revoluciones a medias, no hace sino cavar su propia tumba’.
No creemos que sea el momento de abrir los fuegos internos en la Izquierda, menos aún a través de injurias. No hemos lanzado nosotros la primera piedra. La tarea es reagrupar a los revolucionarios y, hoy, como nunca, implementar la acción común de toda la Izquierda».
Quienes propician la búsqueda del «consenso mínimo» lo hacen a partir de un análisis de la correlación de fuerzas y de allí concluyen que es necesario el diálogo y ganar tiempo. ¿Cuál es su apreciación de este factor?
«Empecemos por lo último. El problema de ganar tiempo fue planteado inmediatamente después del 29 de junio, hace ya casi un mes. Este problema no necesita ser teórico, tenemos una serie de experiencias, en este mes de respiro. Veamos si hemos ganado o perdido fuerza del 29 de junio pasado hasta hoy. ¿Cuándo teníamos más fuerza? ¿Ayer, con el golpismo replegado y en retroceso, u hoy con el golpismo asociado al emplazamiento, esperando mejores condiciones para caerle encima a los trabajadores? ¿Cuándo éramos fuertes, ayer con todas las fábricas y fundos tomados y la clase obrera y el pueblo en pie de guerra, u hoy con la clase obrera sometida a desalojos, allanamientos o discusiones acerca de la ‘conformación de las tres áreas’? ¿Cuándo teníamos más fortaleza, ayer con el pueblo y las FF. AA. unidas contra el golpismo, u hoy con toda una maniobra en desarrollo que, a través de la ley de grupos armados, está intentando generar roces y choques entre las fuerzas armadas y los trabajadores? ¿Cuándo había más fuerza, ayer con los golpistas y reaccionarios escondidos o dando explicaciones, u hoy insolentados, a la ofensiva, chantajeando y emplazando a los trabajadores y al gobierno?
Por último, y lo más grave: ¿Cuándo éramos más fuertes? Ayer, unida la clase obrera y el pueblo, cerrando filas la Izquierda frente a la agresión patronal y golpista, u hoy comenzando la división y polémica en el seno del pueblo y de la Izquierda, abierta por los vacilantes.
El ‘respiro’ y la ‘tregua’ reciente no nos han dado más fuerza, al contrario. Todo el que proponga ganar tiempo debe primero explicar su táctica reciente y debe explicitar para qué quiere ganar más tiempo.
En cuanto a la correlación de fuerzas. Creemos, al menos, que esta es más favorable a la clase obrera y al pueblo hoy frente al golpismo que mañana, después de entregar concesiones a las clases patronales y frente a un emplazamiento progresivo. Las semanas recientes han evidenciado la fortaleza, el nivel de conciencia y disposición de lucha de la clase obrera y el pueblo, y la fuerza de los sectores de la oficialidad, suboficialidad, clases y soldados antigolpistas de las FF.AA. Por último, lo fundamental no es la medición pasiva de la correlación de fuerzas actual, sino la celérica acumulación de fuerzas que puede generarse detrás de una táctica adecuada y audaz; y cuánta fuerza puede perderse y se está perdiendo con una táctica vacilante y defensista».
Pero entonces, ¿ustedes predican una táctica que precipite de inmediato el enfrentamiento armado?
«No. Esa es la forma equivocada en la que se han planteado el problema los sectores vacilantes de la Izquierda. Sostenemos que es posible ganar tiempo. Pero no sobre la base de hacerlo a costa de perder fuerza propia; sino sobre la base de una táctica que permita rápidamente acumular fuerza, y con ella paralizar al golpismo para luego desarticularlo. Impulsamos una táctica que recoja como fuente fundamental de fuerzas al movimiento de masas y que reconozca que aún es posible acumular más fuerza entre la clase obrera y el pueblo. Una táctica que no retroceda ante las protestas y gritos histéricos del golpismo y la reacción, y que asuma con valor y decisión las tareas de llamar a los miembros de las FF.AA. a desobedecer las incitaciones al golpismo.
Esa táctica es la de la contraofensiva revolucionaria y popular que enarbolando el Programa Revolucionario del Pueblo, luchando por la democratización de las fuerzas armadas y desarrollando el poder popular, permita acumular rápidamente fuerzas. Una táctica que impulse la movilización de masas, y la acción directa de masas. Una táctica que culmine en un llamado por la CUT a un paro nacional que paralice al golpismo, desbarate el emplazamiento, permita fortalecer y multiplicar los Comandos Comunales y el poder popular, extender su desarrollo a provincias e incorporarse a pobladores, campesinos y estudiantes a los niveles de movilización a que ha llegado la clase obrera, que exija la adopción de una serie de medidas inmediatas, que resuelvan los problemas de abastecimiento e ingresos de los trabajadores y de las FF.AA. y Carabineros, a costa de las ganancias capitalistas, que termine con la propiedad privada de todos los grandes fundos, fábricas, distribuidoras y constructoras y que, con la fuerza allí acumulada, desarticule al golpismo, esté donde esté.
Una táctica que resista las concesiones, que pase al área social todas las grandes empresas bajo dirección obrera e imponga el control obrero sobre el área privada. Una táctica que permita la reagrupación de los revolucionarios y la acción común de toda la Izquierda. Una táctica, en definitiva, que termine con las vacilaciones y el defensismo, que paralice al golpismo. La única táctica que permitirá evitar la catástrofe y vencer. Todavía es tiempo».
MARIO DIAZ BARRIENTOS: Fundador y primer director de PF. (*)
(1) Carlos Briones, socialista, ministro del Interior en el gobierno del presidente Allende.
Re-Publicado en «Punto Final», edición Nº 812, 5 de septiembre, 2014