En un ambiente de crispada expectativa y generalizada desorientación, el país aguarda con talante sombrío y agarrotado, el embate de la doble ola, de la crisis sanitaria y la crisis económica, previsto para fines de abril, o principios de mayo. Dos tipos de comportamiento resaltan en el manejo de la crisis del gobierno; al menos […]
En un ambiente de crispada expectativa y generalizada desorientación, el país aguarda con talante sombrío y agarrotado, el embate de la doble ola, de la crisis sanitaria y la crisis económica, previsto para fines de abril, o principios de mayo.
Dos tipos de comportamiento resaltan en el manejo de la crisis del gobierno; al menos en la etapa de la velada de armas.
Hay quienes creen que dispone de información que no comparte, y utiliza como insumo en la toma de decisiones. Pero lo visible, en el nivel público, es que tanto la información como las decisiones han sido confusas, opacas y contradictorias, en los tres ámbitos sanitarios comprendidos por la emergencia: la infraestructura, en este caso, el número de ventiladores mecánicos disponibles; el diagnóstico, vale decir la cantidad y calidad de los exámenes de detección; y el tratamiento; o sea, el aislamiento sanitario, sean aduanas o cordones sanitarios y cuarentena, parcial o total.
En segundo rasgo distintivo del gobierno de Sebastián Piñera en la previa de la aclosión de la pandemia ha sido su absoluta falta de escúpulos, y su proverbial sentido de la oportunidad, en el aprovechamiento de la momentánea parálisis del movimiento social y los trabajadores organizados, para imponer hasta las heces la agenda del neoliberalismo estrategico, completar el Plan Laboral de su hermano José, y arrasar con lo que quedaba en pie de los derechos colectivos del trabajo; todo por cierto, en nombre del bienestar y la calidad de vida de los trabajadores.
En una apuesta muy riesgosa, escogió liberar al capital de su vínculo con el trabajo, sin detener el aparato productivo; lo que en la práctica, se manifiesta de dos maneras.
El empresario que no pueda resistir la crisis, queda facultado para detener su actividad productiva o comercial, sin costo laboral. Pero el que quiere y puede, tiene a su disposición no solo la dotación laboral, sino también la infraestructura pública y de servicios, necesaria para mantener la actividad. De hecho, ni las transnacionales del cobre, ni el sector de la gran industria, ni los servicios, ni el sector financiero, ni el retail, han parado; esto es, el núcleo estratégico del modelo, que por lo demás, recupera el gasto previsional, por la vía de las inversiones de las AFP.
En el primer caso, al costo del deterioro del ingreso de lo/as trabajadores/as y sufrimiento de los sectores más vulnerables, los castigados de siempre; y al precio, en el segundo, de la salud de la población.
No hay nada especulativo en ello.
Es una opción.
Lo ha dicho sin ambages, el propio Piñera, al ser consultado sobre la cuarentena total:
«Nosotros tenemos que proteger la salud de las personas y la vida de aquellos que están en riesgo, pero también tenemos que preocuparnos que los que estén en casa tengan electricidad, agua potable, telecomunicaciones, medicamentos, alimentos. Los que proponen cuarentena total, yo les digo: ¿y quién se va a preocupar de la generación eléctrica, del agua potable, de los medicamentos? Entonces hay que procuparse no solamente de cómo protegemos la salud. Cómo protegemos la salud de los chilenos y los abastecemos de los bienes y servicios básicos para la vida». (1)
En el plano sanitario, la apuesta del gobierno, también al filo de la navaja, consiste en manejar la tasa de contagio por debajo de la capacidad de respuesta del sistema de salud.
De momento, la curva del número de contagios y la carga de letalidad se mantienen en el parámetro.
Pero faltan dos o tres semanas para el inicio de la fase aguda de la crisis, según la opinión generalizada.
Entonces se sabrá si la apuesta de Piñera tenía fundamento, porque de lo contrario, podría estar sucediendo una catástrofe social de dolorosas proporciones.
En las próximas tres semanas, el número de infectados debiera asumir un crecimiento exponencial.
En el discurso del gobierno, todo está bajo control.
Pero los datos no lo avalan. Son contradictorios, más bien.
Al momento de redactarse estas líneas, la estadística oficial da cuenta de 8.807 contagiados, 105 fallecidos y 3.299 recuperados, categoría más que discutible, como se verá a continuación.
La capacidad instalada del sistema de salud ha absorbido la presión.
En su reporte del 14 de abril, el ministro de Salud, Jaime Mañalich, detalló que hay 379 pacientes internados en alguna Unidad de Tratamiento Intensivo, por causa del coronavirus; de ellos, 323 conectados a ventilador mecánico, y que en el sistema integrado de salud público-privado, hay 524 ventiladores disponibles. (2)
Si ese es el techo, habrá problemas, toda vez que la capacidad de respuesta del sistema alcanzará su punto de saturación en torno a los 20 mil pacientes infectados.
Hay un detalle importante a tener en cuenta.
Piñera y Mañalich se jactan repetidamente de la calidad del sistema sanitario chileno para enfrentar la crisis. Pero se trata de un sistema integrado, dirigido centralmente por el Estado, impuesto en virtud de las facultades ejecutivas permitidas por el actual Estado de Catástrofe.
Si esa es la estructura elegida por un gobierno neoliberal para enfrentar una de las mayores emergencias sanitarias en la historia del país, ¿qué justificaría volver a la segmentación preexistente, que no sea el lucro en la salud?.
Comedia de equivocaciones
En este tenso equilibrio inestable, no ayuda, precisamente, a contener el pánico, la comedia de descoordinaciones y errores no forzados del gobierno, en que frecuentemente terminan sus estratagemas comunicacionales y juegos de simulación.
Incorregible e incontinente, el Presidente de la República, Sebastián Piñera, aseguró que el gobierno ha previsto diversos escenarios, todos, naturalmente, bajo control:
«El más grave, uno con 100 mil enfermos simultáneamente, 16 mil de ellos hospitalizados y de ellos, 8 mil en tratamiento intensivo en camas críticas y 4 mil con algún tipo de ayuda o ventilación artificial».
«Es algo para lo cual nos venimos preparando desde enero. Hoy día si usted quiere comprar un respirador artificial no está, había que haberlo comprado en el momento oportuno, eso fue lo que hizo Chile», agregó. (3)
El 29 de marzo, en entrevista con la periodista Macarena Pizarro, de Chilevisión, Piñera dijo que la adquisición de los respiradores había sido en enero. En esa conversación el presidente aseguró que esa era la razón por la que iban a llegar a tiempo, a cubrir la demanda en el sistema de salud:
«Si usted hoy quiere comprar un respirador no existe en ninguna parte. Chile los compró con anticipación. Chile los va a tener porque los encargamos en el mes de enero».
En un mundo interconectado, donde todo se conoce instantáneamente, resulta increíble que Piñera no entienda que antes se pilla al mentiroso que al cojo.
Cifras hiperventiladas
Evidentemente, las cifras reales son diferentes.
El reportaje Registros de Mercado Público indican que se sumarán 1.532 ventiladores a la red de salud, pero no se sabe cuándo llegan, de Ciper; revela que de ese total, 1.434 corresponden a compras, por un total de $23.400 millones, y 98 a arriendos.
De acuerdo con las cifras del reportaje, antes de la crisis, red de salud pública contaba con 1.229 ventiladores. De ellos, entre el 85 y el 90% estaban en uso por pacientes con otras patologías, de forma que quedaban alrededor de 200 máquinas disponibles para la emergencia.
A la pasada, mostró que Piñera volvió a mentir: las compras no se iniciaron en enero. El primer registro de esas adquisiciones remonta al 13 de marzo.
El dato es corroborado por el artículo Piñera aseguró que Chile se adelantó al mundo y compró ventiladores mecánicos en enero, pero el Minsal registra la adquisición solo de uno durante ese mes, del periódico electrónico Interferencia, que revisó las compras públicas realizadas por las subsecretarías de Salud Pública, Redes Asistenciales y Cenabast, en enero.
El único registro en ese mes, corresponde a la adquisición de un ventilador por el Instituto Nacional del Tórax. La compra fue hecha a Andover Alianza Médica SA., al precio de $9.660.000 sin IVA.
Supuestamente, cuando los nuevos 1.532 ventiladores adquiridos en Mercado Público se integraran al sistema, Chile quedaría apertrechado con 2.663 de ellos.
Todavía a fines de febrero, Mañalich sostenía que Chile tenía «uno de los mejores sistemas de salud del planeta Tierra«.
Según el ministro, además se sumarían durante la crisis: 589 ventiladores por «reclutamiento adicional entre el sistema público y privado», 500 por «reconversión de máquinas de anestesia» que también pueden operar como ventiladores y 200 de uso pediátrico que serán adaptados para atender a adultos.
En las cuentas del ministro, 3.315 unidades.
La guerra de los ventiladores
Hay que sumar todavía 500 unidades donadas por China, que por virtud de la paradoja, abrieron un ángulo inesperado; sin perjuicio de que inicialmente se habló de mil.
El ministro Mañalich trazó una verdadera trama de espionaje, a propósito del avión de la FACh que iría a retirar la donación, en fecha indeterminada, en plena «guerra de los ventiladores»:
«En relación a la pregunta de la llegada de insumos y las vías por las que estos insumos van a ser ingresados al país, hemos decidido, dado que se ha declarado una suerte de guerra de los respiradores en el mundo, con incautaciones, manejar esa información en estricto secreto, para precisamente proteger la llegada de ese equipamiento a nuestro país».
El Canciller, Teodoro Ribera, le puso todavía más colorinche:
«Traer los insumos es un tema logístico relevante, sobrevolar los territorios soberanos de varios países, tenemos que buscar países con los cuales tengamos mayores aproximaciones y quizás acuerdos. Recientemente, la Cancillería llegó a un acuerdo con Australia, Nueva Zelandia, Colombia, etc., para colaborar en el traslado de medicamentos y los implementos médicos». (4)
Entonces, afloró la primera interrogante: si se necesitaba semejante operativo para traer una donación oficial,¿qué garantiza la llegada de los 1.532 equipos importados a partir del 13 de marzo, en tiempos en que la aviación comercial y el transporte naviero están, literalmente, en tierra?.
En suma, había una capacidad potencial de 3.815 unidades, pero no se sabía cuándo llegarán los dos mil nuevos ventiladores efectivos; ni en qué minuto entrarían en régimen los 700 equipos reacondicionados, anunciados por Mañalich.
Como apunta un observador:
«El 18 de marzo el Presidente dijo que el gobierno estaba preparado para un escenario en que hubiera 100.000 contagiados y se necesitaran 8.000 camas críticas (en otras ocasiones ha dicho que tenemos 5.000 camas criticas y en otras aún, el ministro Jaime Mañalich ha asegurado que podemos atender a 15.000 pacientes, toda una danza de cifras que marea). (5)
En ese confuso escenario, el 2 de abril, el subsecretario de Redes Asistenciales, Arturo Zúñiga, señaló en entrevista a Chilevisión que la totalidad de los equipos adquiridos por el Ministerio de Salud estarían disponibles antes del 30 de mayo.
Sin embargo, como la mentira, al igual que la gallina, es de vuelo corto, más aún si se ha proferido con publicidad, no tardó en quedar claro que los ventiladores de marras, aquellos que según Piñera, salieron a comprar en enero, anticipándose a otros, no eran sino las cuentas de la lechera de la estrategia comunicacional, de que en Chile se hacen las cosas bien, y que el gobierno tiene diversos planes de contingencia.
En efecto, el 9 de abril se supo que de los seis proveedores comprados por el Estado, cinco reconocieron que era imposible establecer una fecha de entrega de los productos.
Para no perderlas todas, Mañalich dió vuelta el argumento: fue el gobierno el Gobierno el que prescindió de ellos, «porque no son capaces de dar respuesta a nuestro requerimiento». (6)
El plan B del gobierno luce, por decir lo menos, vago y poco transparente:
«Estamos importando directamente como Gobierno, ya han llegado varios de hecho por mecanismos que no queremos revelar porque tenemos esta guerra internacional de los respiradores, que significa que si no lo hacemos con el cuidado suficiente, esos respiradores van a ser requisados en alguna nación con un grave perjuicio para Chile».
No mucho más sólida es la expectativa creada con el desarrollo de ventiladores en el ámbito local. El ministro reveló que existen 16 prototipos en desarrollo, de organismos privados, públicos y universidades:
«Hay varios experimentos -los voy a llamar por ahora, esperanzas, tal vez es el nombre adecuado- de fabricación local de respiradores en base a planos de ingeniería que distintas instituciones del mundo han liberado sin patente para fabricar respiradores. Hoy se va a hacer un ensayo con uno de ellos».
Mañalich sabe que eso es terreno pantanoso, por lo cual agregó:
«No puedo yo, hasta no comprobar efectivamente el funcionamiento y la certificación correspondiente del Instituto de Salud Pública que es muy estricta, decir que esta va a ser una solución porque sería levantar una esperanza que no corresponde a este momento».
Mañalich sabe también que ni Mandrake el mago sería capaz de lograr la certificación en un plazo compatible con las urgencias de la pandemia, de modo que el gambito de la producción nacional nunca dejó de ser demagogia de mal gusto, en tiempos de tragedia potencialmente posible.
Despejando el festival de chambonadas, queda en pie que la cantidad de ventiladores para enfrentar la primera ola de la pandemia, se reduce a la dotación actual de 1.229, provenientes del sistema público, y 589 del ámbito privado.
Habida cuenta que de ese total, alrededor del 80% está en uso por pacientes de otras patologías, quedan para el Covid-19, 246 ventiladores en el sistema público y 118 en el privado.
Podríanse sumar los 500 ventiladores donados por el gobierno chino, siempre que los temibles agentes del recontra-espionaje logren traerlos al país.
Este es el panorama que se desprende de las distintas vocerías ministeriales.