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Las limitaciones de una revolución democrática y las tareas de los revolucionarios

Fuentes: Rebelion

Para las fuerzas revolucionarias de la clase trabajadora, sea de vanguardia o de base, este es un problema que debe estar provocando más de algún dolor de cabeza. Ante la perspectiva concreta de que la situación política se siga profundizando y termine con la salida de Piñera, en un contexto de profunda deslegitimación del régimen político burgués, se abren innumerables posibilidades y perspectivas revolucionarias.

Contexto necesario.

Tras la caída de la URSS como estado obrero burocratizado dirigido por el stalinismo contrarrevolucionario, el capitalismo vio consolidar sus dominios por medio del neoliberalismo. Modelo económico que revivió al liberalismo a ultranza y la explotación de los trabajadores se acentuó. Año tras año, gobierno tras gobierno se imponía el avance de la burguesía y el retroceso de la clase trabajadora, que veía perder sus tenues “privilegios” de asalariado; indemnización por año de servicio, sueldos, estabilidad laboral, etc., sus organizaciones quedaban deslegitimadas ante las modificaciones legales, que incrementaban el número de sindicatos en una empresa, etc., etc.

En la etapa neoliberal se dio por muerto cualquier enfrentamiento de clase y los partidos obreros, ven como la burocracia pequeño burguesa y la aristocracia obrera que los dirigía, negocias sus traiciones, trasladándose como fieles guardianes de los intereses del gran capital.

Sin embargo, el exceso de concentración económica a manos de la burguesía imperialista y de la burguesía nacional de pequeños países, dan origen a transformaciones económicas, que se reflejaran en el régimen político, coronándose en la legitimación de fuertes características de bonapartismo en el presidente del régimen democrático burgués.

Caracterización del régimen.

Se define como régimen a la forma de organizar y sustentar un gobierno y las instituciones que lo apoyan, se le llama el régimen político. Sin embargo, el régimen democrático burgués se caracteriza por encubrir la dictadura de la clase burguesa con un halo de libertades de expresión, de movimiento, etc., de las demás clases (trabajadores, campesinos y pequeña burguesía), mientras no pongan en duda ni cuestionen el poder burgués.

Pero como todo régimen político que han existido los últimos 200 años, no es por obra y gracia de la voluntad de las personas, como los intelectuales pequeño burgueses pretenden enseñarnos, sino que se funda en el equilibrio meridianamente inestable de los intereses de los diversos sectores de la burguesía. Dichos sectores ocupan los servicios de la pequeña burguesía, tanto para educar mano de obra barata como para gobernar y defender sus intereses, recurriendo al pueblo trabajador y explotado a que elija cada cierto tiempo entre sus sectores quién debería gobernar.

Esto tiene tres factores como mínimo para su sobrevivencia;

1.- El mantenimiento de una cierta igualdad entre los diferentes sectores productivos burgueses. Aspiración ilusa, pero cierta, porque esto se traduce en “estabilidad política”. Sin embargo, esto no pasa de ser una aspiración romántica dentro de un sistema capitalista explotador y depredador de la clase trabajadora y el medio ambiente, pero también de los sectores burgueses más débiles. 

2.- La proletarización creciente de la pequeña burguesía con el objetivo de transformarla en una casta obrera privilegiada, pero inestable y extremadamente dependiente de la burguesía.

3.- Mantener alejado lo más posible al pueblo de los privilegios de la educación y de las habilidades de gobernar. Esto que perduró por décadas debido a la exclusión de dicha clase de las escuelas y universidades, luego varió hacia el embrutecimiento ilustrado, que hoy ha tomado la denominación de educación de habilidades, donde el conocimiento es dejado de lado, para transformarlos en analfabetos productivos ilustrados en las formas y técnicas de funcionamiento del sistema.

Es en este contexto y, especialmente en lo referente al sector burgués que nos interesa profundizar, porque es el que transforma el régimen político, en algo diferente al que habían conocido. En Chile esta transformación económica, política y social se consolidó bajo la dictadura. Vuelta a la democracia en 1990, la estructura de la burguesía nacional ya no era la misma, el sector financiero exportador, había reemplazado al sector industrial-financiero, en el control del estado.

Esto no implica que la clase trabajadora no haya intervenido en el proceso, pero fue inducida en la lucha política y, posteriormente traicionada, en pleno proceso de revolución democrática (1982 al 1986) que derivó en una reacción democrática que se gestó a mediados de los años ’80. Abandonada y traicionada por la Concertación de Partidos por la Democracia en los sucesivos gobiernos no pudo recuperarse con facilidad, sólo tras el paso de unas cuantas generaciones, comenzó a levantar cabeza. Esto debido a que, los que inducían y lideraban las protestas antidictatoriales se acomodaron en la defensa del régimen, sobre todo cuando entendieron que el flujo del apoyo económico fluía desde el gran capital. Es así como se entiende que la corrupción del financiamiento de la política era (es) generalizada.

Es por este motivo que el régimen democrático burgués fue siendo permeado por sus instituciones políticas, ideológicas y represivas, por la corrupción que genera el capital. El parlamento ya no era el escenario discursivo de intereses económicos burgueses contrapuestos, sino que ahora era una lucha por quién era más sumiso a las necesidades del gran capital. Situación que para la población general era (es) una vergonzosa representación de intereses particulares que ocultan maniobras empresariales.

Pero este cambio político, no es más que la proyección de un proceso esencial del sistema capitalista, la concentración de la riqueza y el capital en pocas manos. Mientras más libertad tiene la burguesía para el uso y abuso del trabajador y el estado, más rápido este proceso de desarrolla. Por lo cual, la diferenciación entre sectores burgueses queda transformada en una guerra abierta por los nichos productivos, consolidando el sector financiero exportador su poder por sobre los demás. Es así, que este sector, impone criterios, política y lineamientos estatales a los demás y al pueblo en general, para lo cual cuenta con medios de comunicaciones, centros de investigaciones, universidades, intelectuales y periodistas a sueldos, etc.

Todo este poder económico y social, acumulado por un sector pequeño de la gran burguesía (conocido como grupos económicos), es proyectado en el régimen político, dando origen a un bonaparte o a una legislación que permita la actuación de un presidente con rasgos bonapartistas, según se requiera. Un personaje de origen burgués que pretende situarse por encima de las clases y gobernar para bienestar del sistema y de él mismo. Es esta característica principal la que se debe tomar en cuenta, al analizar el régimen político, que ahora se caracteriza como democrático burgués con tintes bonapartistas. Exceptuando Aylwin que tuvo otras características, que no vale la pena mencionarlas acá, todos los demás Frei, Lagos, Bachelet y Piñera, pretendieron mantener y fortalecer dichas características. Frei y Lagos lo lograron, no sin dificultades ante una clase trabajadora devastada y traicionada en sus aspiraciones. Bachelet I las mantuvo por inercia. Piñera I, Bachelet II y Piñera II, sufrieron una descomposición acelerada.

¿Por qué se produce la descomposición acelerada del régimen político democrático burgués con rasgos bonapartistas?

Sin duda, es la pregunta que se debe responder, para entender el proceso de los últimos años. ¿Por qué, si la burguesía concentró tanto poder en tan pocas manos, comienza su régimen político a derrumbarse lenta pero inexorablemente?. Y la respuesta debe venir por donde se construyó, es decir la economía. No obstante, la concentración económica de los grandes grupos, el boom del cobre, es decir el consumo del mineral rojo por parte de China y su vertiginoso crecimiento, determinó que gran parte del capital que ingresó al país fuera por el Estado.

Mientras el sector privado cedía a conceder el crédito fácil a la población, el estado era presionado para realizar inversiones en educación y salud, que los sueldos no podían financiar. Llegando incluso bajo Bachelet I, a tener que sacar capital del país para evitar que la inflación creciera. Esto determinó que la población presionara al estado, por el mejoramiento económico y social. A Lagos con la crisis del pase escolar 2001; a Bachelet el 2006; a Piñera 2011, etc., sin contar las crisis anuales en la negociación de la CUT-ANEF, que reflejaban todas las pretensiones sociales que el estado a cuenta gotas tuvo que ir cediendo, como forma de ir retardando un estallido social que se esperaba mucho antes.

Pero no sólo cedía mínimas prebendas económicas y sociales, sino que lo que algunos se daban cuenta, era que se iba debilitando el régimen político. Se cuestionaba la debilidad cierta de Bachelet, que se estructuraba un círculo de hierro en torno a ella, para evitar las equivocaciones, quedando demostrado su incapacidad. Incapacidad que se expresa en toda su extensión en la salida de Rodrigo Peñailillo. El vergonzoso experimento empresarial de Piñera y Rodrigo Hinzpeter, que debe abandonar el gobierno tras estruendosos fracasos. Sus experimentos tanto en el primer gobierno como en el segundo, dan pie a entender que su bonapartismo era senil y estaba acabado en la realidad, aunque de vez en cuando pretenda ejercerlo es por inercia política.

Es en este contexto, de descomposición del régimen democrático burgués con rasgos bonapartistas, que se presenta el tan esperado estallido social.

Pero, ¿Qué fue (o está siendo) el estallido social de octubre del 2019?

Un levantamiento de masas (trabajadores, estudiantes y pobladores) en contra de un gobierno neoliberal. Cansados de un sin número de abusos y un agobiante endeudamiento, rompe en ira contra los abusos y privilegios de la burguesía. Masas de composición heterogénea y con una mínima conciencia política, que nunca extrapolaron sus consignas, ponen en jaque al gobierno y al régimen sin pretenderlo, ya que su “espíritu” era reivindicativo más que rupturista.

Como la movilización es más instintiva y espontanea, que consciente y estructurada, y se buscaba democratizar el quehacer político del país, en un contexto del sistema capitalista, esto se caracterizó por ser una revolución democrática. Concepto que viene a explica que, consciente o inconscientemente las masas pretendían;

1.- No derrocar al sistema capitalista.

2.- Buscan mantener o mejorar su acceso a vivienda, educación y salud adquiridos a costa de endeudamiento y sendos sacrificios individuales.

3.- Una redistribución de los beneficios económico y sociales, mediante una mayor participación política, donde puedan intervenir.

Todo lo cual significa, que su bajo nivel de conciencia determina su accionar político sólo en los límites de la democracia burguesa. Sin embargo, esto no necesariamente se puede traducir en un congelamiento de la conciencia, sino que puede ser un inicio de una acelerada, pero algo caótica, toma de conciencia ante la represión del régimen político en su defensa a ultranza del sistema capitalista.

Aquí llegamos al punto de inflexión. La revolución democrática puede derivar en algo más, es decir la revolución socialista. La respuesta necesita una aclaración previa de dos puntos que conllevan confusión; primero (I) lo del concepto de revolución democrática y la segunda (II) los diferentes niveles en que se expresan los conceptos en la pregunta.

I.- La primera es el concepto de revolución democrática. Para los revolucionarios tanto marxistas como anarquistas, el concepto tiene una connotación de quiebre con el sistema capitalista, es decir se traduce como “revolución social”. Sin embargo, en el contexto de la stalinización de la URSS, se erigió el concepto de “revolución política”, que para los marxistas revolucionarios determinaba sacar del poder a la burocracia stalinista y devolvérselo al pueblo organizado en soviet. Dándole un significado diferente a revolución de febrero o revolución política de febrero de 1917, donde se remueve al zar.

Es decir, la “revolución política” significa en un Estado en Transición como la URSS de 1934 remover a una casta (no clase) del poder. Esto marca una diferencia gigantesca con lo que se pretende hacer en Chile del 2020, para no hablar de quienes participan, por lo cual se entiende que no puede ser utilizado en este sentido dicho concepto.

Es por ello, que hablar de revolución democrática es tan difícil y conlleva tanta complejidad en las caracterizaciones políticas de situación nacional. No obstante, sí ya aceptamos la conceptualización de revolución democrática burguesa, para referirnos a la revolución que desplaza del poder a los sectores no burgueses, e instala a estos en el gobierno y el control del estado capitalista, debemos aceptar dos premisas;

1.- El régimen político burgués gobierna clases que tienen intereses contrapuestos o diferentes a la burguesía, generándose la lucha política interburguesa como entre las clases diferentes.

2.- Esta lucha política entre clases conlleva una connotación confrontacional y rupturista especialmente con la clase trabajadora.

Por lo tanto, definir un movimiento o impulso político de clases explotadas o sumidas en la opresión (ejemplo, las dictaduras) como revolución democrática es sinónimo de democratización. Sobre todo cuando esta se lleva a cabo de forma explosiva y por medio de levantamientos populares, pero siempre entendiendo que está dentro de los límites de democracia burguesa. Sólo con el rompimiento de estas limitaciones (supervivencia de la institucionalidad, derecho de propiedad y riquezas nacionales, superación de la democratización sólo en la política mediante las votaciones, control de las FFAA, etc.) se podría enfilar hacia la definición de una revolución socialista. Por ello, es tan importante la teoría de la revolución permanente o como se conoció en otra época ininterrumpida.

II.- La diferenciación en los conceptos. Cuando se habla de revolución democrática se está hablando sintéticamente de una revolución política al interior del régimen burgués. Es decir, que gracias al empuje de lucha y movilización de las masas y la derrota por una división parcial de la burguesía, el gobierno tiene que cambiar legislaciones o ser reemplazado, no obstante, la represión ejercida por el régimen, sea este una dictadura o un gobierno democrático burgués (los casos de Argentina 1982 y 2001, son ejemplificadores). Tras estos hechos las masas, en un primer momento, ganan una mayor participación, libertad de expresión y movimientos, etc., e incluso llegan a juzgar a los represores. Sin embargo, no necesariamente tienen el nivel de conciencia ni de organización para llevar el proceso a una revolución social de carácter socialista, quedándose en los límites de la democracia burguesas (los motivos de este congelamiento pueden ser variados y da para otro documento). Lo cual, posteriormente conlleva congelamiento y reflujo del impulso de las masas, donde comienza a perder lo ganado, ya que la correlación de fuerzas entre la clase trabajadora y la burguesía se revierte.

El ejemplo argentino contrasta con el de Chile de 1989, donde lo que sucedió fue el triunfo de la reacción democrática, donde la dictadura y las fuerzas democráticas (burguesas DC-PR-PPD y pequeños burguesas PS-PC) transaron para evitar que las masas rompieran con la dictadura y el modelo. Entiéndase transacción como una actitud de acción u omisión.

Es en este sentido, en que se debe diferenciar las caracterizaciones. Cuando se habla de revolución democrática, no es que se esté hablando de movimientos revolucionarios contra el sistema capitalista en pro de una revolución social, sino que es una revolución política que tiende ampliar la participación de las masas en un contexto de crisis del régimen burgués, sea esta por la caída del presidente, cambio de la constitución o reformas legales en pro del mejoramiento de la condición de las masas, etc.

Por tanto, plantear que la revolución democrática debe terminar necesariamente con la toma del poder, es inadecuado. Es confundir niveles de análisis político y desconocer tanto las fuerzas políticas que intervienen y los objetivos de cada una de ellas, la correlación de fuerzas, etc. Esta puede ser el inicio de un ascenso de masas, como también, sólo un impulso a congelar.

Podríamos intentar sintetizarlo señalando que hablar de revolución democrática en el contexto del régimen burgués, es meramente táctico y, en cambio, plantear la revolución socialista es de carácter estratégico. En este sentido, debemos precisar que lo táctico en política revolucionaria tiene que ver con la correlación de fuerzas políticas en un régimen democrático burgués, que pueden representar a la burguesía, pequeña burguesía, trabajadores o campesinos. En cambio, lo estratégico es la correlación de fuerzas entre las clases sociales (que históricamente están llamadas a dirigir uno u otro sistema), en pugna burguesía versus trabajadores.

Las limitaciones de una revolución democrática.

Producto de lo anterior, debemos señalar que toda revolución democrática tiene como obstáculo las limitaciones del régimen democrático burgués y serán las características del movimiento de masas, tales como; la masividad de las movilizaciones (sectores y clases), la profundidad de las conciencias de clases y política, el nivel de organización, una dirección unificada y la existencia una organización política revolucionaria de masas, la que podrá romper con ellas.

Las limitaciones de la revolución democrática tienen directa relación con las instituciones que dan sustento al régimen, tales como el ejecutivo, el parlamento, los partidos políticos institucionales, las FFAA, la iglesia, etc. Dichas instituciones pueden estar en un proceso de ascenso y consolidación o en descomposición como es el caso de Chile, ya que estas son proyecciones meridianamente exactas del contenido y condición de la clase dominante. Y si en esta hay contradicciones, enfrentamientos o quiebres, las instituciones se verán socavadas por dichos conflictos, más si a esto le sumamos la oposición de las masas.

Es por ello, que el conocer las características de los movimientos de masas son de importancia crucial para poder profundizar la crisis y lograr sus objetivos. Para ello, el estudio y seguimiento debe ser profundo.

1.- La masividad de las movilizaciones. Existen dos motivos porque las movilizaciones pueden ser masivas;

a.- Porque comparten los efectos de la crisis político-económica.

b.- Porque comparten los objetivos del movimiento.

              En ambos casos no comparten ni la salida (es decir, el qué hacer después de lograr el objetivo) ni el cómo (explicación racional del ¿qué hacer?), sólo la manifestación. Esto significa que carece de una dirección, por lo que esta acéfala y confusa.

Esto se explica por el número de grupos y clases sociales que intervienen, con reivindicaciones sectoriales distintas e incluso divergentes, pero que coinciden en el objetivo eventual (ejemplo Fuera Piñera). Por lo que no es de extrañar, que al interior del movimiento existan fuerzas en pugna por lograr dar dirección al movimiento más allá del objetivo eventual.

2.- El nivel de conciencia de clases y política, es otro “obstáculo” para que esta revolución democrática derive en una revolución socialista. El constante socavamiento de la clase trabajadora (ejemplo, el mito de la clase media) por parte de la burguesía, hace que el estallido social dominado por la ira y la frustración se convierta muy lentamente en prolegómenos de una revolución democrática de forma confusa, zigzagueante y contradictoria. Más se recurre a la memoria histórica (con las limitaciones o tergiversaciones que conlleva) que a la experiencia personal de reconocerse en el otro como factor de soluciones colectivas. Exceptuando a una ultra vanguardia que hizo o hace su experiencia en partidos, sindicatos, federaciones, centro de alumnos, movimientos socio culturales, etc., la mayoría se siente ajena o distante al quehacer colectivo. Esto conlleva un tiempo de incertidumbre, de duda y cierto temor antes del proceso de asimilación y aprendizaje.

3.- Ambas características anteriores definen la dirección del movimiento, cargado de espontaneísmo, mucho sentimentalismo y muy dubitativo, cual equilibrista en una cuerda, esperando o presintiendo una ráfaga de aire que lo desequilibre. Es por ello, que los movimientos que carecen de dirección son explosivos, cortos y violentos, donde se anida la frustración y la desesperanza. En cambio, los que logran mantenerse en el tiempo, son los que tienen cierta carga política y objetivo que los grupos en su interior se esfuerzan por mantener, propagar e incentivar, pero con una multiplicidad de direcciones y sentidos que sólo expresan el carácter de clase de los sectores en su interior.

4.- Es por ello, que es tan importante que existe una dirección que exprese los objetivos más sentidos de las masas mediante un petitorio, pliego o programa que los represente. Dirección que se debe expresar en una horizontabilidad de los impulsos de los diferentes sectores intervinientes, mediante organismos de bases que intervengan en las diferentes organizaciones de la clase trabajadora, para impulsarla en una iniciativa concreta que pueda adherir a las otras clases sociales que participan en el movimiento.

Llegamos con esto al tema más complejo, cómo lograr la dirección política que tenga la suficiente conocimiento táctico y estratégico para que logre aunar el programa del movimiento social que da origen a la revolución política congelada con un programa revolucionario.     

Posición de la izquierda revolucionaria; ¿el programa o el poder?

Es este el gran problema que tiene la izquierda revolucionaria, además de estar diseminada y minimizada. El saber cómo puede lograr expresar las aspiraciones de la clase trabajadora en un programa revolucionario, que sobrepase las limitaciones de la revolución democrática.

Sin duda, este no es un problema nuevo. Lo han tenido los revolucionarios los últimos 100 años, por avocarnos a sólo el último siglo. Pero analicemos someramente este problema que deriva de la composición social; de los referentes ideológicos y los lugares donde intervienen de forma militante.

Nadie pretende señalar que el militar en un entorno hostil para las ideas revolucionarias el militante revolucionario no esté expuesto a la permeabilización ideológica, sobre todo cuando las condiciones políticas le son adversas. Sin embargo, si se le pide que tenga la suficiente comprensión social del estado de ánimo de las masas y su mayor o menor sensibilidad al discurso revolucionario. Esto tiene mucho de trabajo y muy poco de la fama que es efímera y eventual.

Por ello, es necesario entender el por qué aún, tras 6 meses desde octubre, no se logra constituir un grupo homogéneo en pro de una organización política. La respuesta se debe buscar en;

1.- Composición social de la militancia revolucionaria. La inmensa mayoría tiene su origen en la clase trabajadora, pero derivó por sus estudios hacia una pequeña burguesía ideológica. Es decir, trabaja, recibe un sueldo, en su mayoría es dependiente, pero en su vida tiene mayor comodidad que la clase trabajadora en general. Por ello, que esta lejanía parcial intelectual y muchas veces física, determinó que los últimos 20 o 30 años, cayera en la caridad como la forma en que podía acercarse a sus orígenes.

Sobre todo en este tiempo de pandemia, este sector derivó con fuerza de la barricada a la olla común, volviendo a sus raíces habitacionales (población) como ideológicas (grupos auto- gestionadores). A esta digna actividad, le cercenó lo político. Su confusa conciencia política no resistió a la necesidad de ayudar. Por lo que la militancia política partidaria al ver que se quedó sola en la calle realizó un seguidismo vinculándose a ollas comunes como forma de legitimarse, olvidándose de la lucha y la educación política. Predominó el sujeto social por sobre el sujeto político, descendiendo un nivel en el avance demostrado en octubre.

2.- Si a lo anterior, le añadimos lo referentes ideológicos esto se pone más confuso. La gran mayoría o la más activa procede de grupo auto gestionadores anarquizantes o militantes de partidos educados tras la crisis del stalinismo y la oleada de revisionistas (en el mejor sentido de la palabra) de todo y de los clásicos. Ensimismados de una capacidad intelectual interesante e insuflados por los vientos de fracaso de los antiguos referentes, rebuscaron a ideólogos de segunda olvidados ayudados de los renegados de siempre, convirtiéndose en íconos de citas de intelectuales sin mayor experiencia política. Esto los ha llevado a la teorización vaga e inservible ubicándose tangencialmente a la clase trabajadora. Llegando en la realidad diaria, a realizar paralelismo sindical porque su praxis es superior a quienes por años han mantenido vigente la organización de trabajadores.

Especialistas en “asesoramientos” político sindicales de resultados rápidos, se han visto repudiados en diferentes sectores de trabajadores debido a sus prácticas aceleradas, carentes de un método de aglutinar y converger, ya que sus imposiciones y mesianismo infantil provoca rechazo.

Es claro, que este método llevado a la discusión política con otros grupos, tampoco conlleva buenos resultados. Confrontaciones, extrapolaciones y discusiones bizantinas tienen como norte lograr imponer una línea política carente de la flexibilidad necesaria y una visión global del problema.

Punto a parte, merece la preparación política. Para muchos su inexperiencia es suplida por experiencias extrañas a la realidad que vive. Se asumen de forma acrítica mediante un falso criterio de autoridad, llevadas a cabo sin la adecuación necesaria a la realidad nacional y sobre todo a la situación política del momento. Esto debido a su bajo nivel de análisis político y conceptual, ya que se han acostumbrado a escuchar o hacer suyos análisis externos, la búsqueda de figurar como forma de legitimarse ante otros y la necesidad de imponer su conducción y no la del programa. Estos grupos han olvidado lo que decía Trotsky, que muchas veces los trotskistas seremos minoría, pero si el programa es el guía de las masas, debemos estar con ellas y lo han cambiado a que, si las masas no tienen su dirección y su programa, no tendrán su acompañamiento.

3.- Este accionar es inadecuado como forma de construirse en los sectores de trabajadores. Sus acciones, su carencia de experiencia y sus imposiciones centran sus trabajos en una vanguardia eventual que los abandona cuando las derrotas se acumulan y pasan la cuenta. Como justificación de su trabajo minoritario no se lo atribuyen a sus prácticas, métodos ni a su política, sino a la capacidad de lucha de la clase. Típico error pequeño burgués cargado de impresionismo circunstancial. La clase trabajadora, citando a Clotario Blest “no es tonta”, y luchará cuando tenga perspectivas de victoria con un programa y una dirección, aunque la ausencia de dirección obrera revolucionaria, sea ocupado por una pequeña burguesía y la lleve a la derrota, ejemplo sobran en la historia.

              Es por ello, que la construcción de la dirección política, es decir un partido revolucionario debe ser prioridad. Y todo revolucionario que se digne reconocer en las filas de la clase trabajadora debe estar dispuesto a colocar todo su accionar en la construcción partidaria. Toda continuación de la existencia de grupos pequeños tangencialmente vinculados a la clase trabajadora, propia de una etapa reflujo y defensiva, es una derrota tanto ideológica como política. En cambio, en un ascenso de masas el partido revolucionario se vuelve ultra necesario para lograr impulsar y sociabilizar el programa, aunque no se logre el poder por el momento.

¿Qué hacer? o ¿Cómo hacerlo?

Sin duda son las preguntas que todo revolucionario ideológica y políticamente consciente debe estar preguntándose. Pero en la realidad el qué lo saben, la historia nos lo ha enseñado; ante la explotación de la clase trabajadora es necesario la revolución socialista, pero es el cómo el que genera las mayores controversias producto de toda la carga que más arriba hemo señalado.

Los diversos grupos pequeños y aislados tras 30 años de contraposición entre las condiciones socio-políticas de las masas y las aspiraciones revolucionarias de los grupos, hoy se enfrentan a una conjugación de ambos factores.

Como hemos visto ambos sectores la clase trabajadora y el grupo revolucionario, tienen una carga de cristalización de creencias, formas y métodos, que evitan en un primer momento adecuarse a una nueva situación y confrontar tareas distintas. No es extraño que grupos revolucionarios sigan en la lógica defensiva propias de un periodo de reflujo, cuando las condiciones de un ascenso de masas marcan el inicio de una nueva situación política. Es propio de grupos que no lograron en el periodo de reflujo, desarrollar las capacidades de análisis político y se dedicaron a una agitación de sectores de vanguardia eventuales. La típica actitud de estos grupos es continuar con dicha política, creyendo en parte que gracias a su accionar se debe dicho alzamiento popular.

Otros grupos con exceso de intelectualismo se dedican a justificar su eterna política de reflujo, debido a un vanguardismo de masas que está acorde a lo que propone, nunca el nivel de conciencia ni movilizador dan las características esperadas. De este sector muchas veces sucede, que al persistir el alzamiento o extenderse el ascenso, se escinde un grupo y da un salto hacia el ultraizquierdismo, ya que estaba acostumbrado a estar por sobre las masas.

Ambos sectores terminan auto legitimando sus prácticas sociopolíticas, como forma de sobrevivencia política. Sólo cuando estos grupos se deshacen de prejuicios con la clase trabajadora, sus prácticas anquilosadas y del personalismo infantil, y realizan un análisis político concreto buscando retroalimentarlo con la realidad y en la discusión unitaria con otros grupos, podrá escalar a la tarea histórica de construir una dirección revolucionaria.

Sin embargo, dicha tarea no es fácil y se da en un contexto político que se caracteriza por una acelerada descomposición del régimen político democrático burgués, una pausada toma de conciencia política de la clase rabajadora y una ralentizada construcción de la dirección revolucionaria.

En este contexto, se debe dar el necesario impulso en la construcción de la dirección, en la forma de un Frente Único Revolucionario, donde converjan distintos grupos revolucionarios que compartan una historia de lucha y compromiso con la clase trabajadora. Para ello es necesario:

  1. Análisis político de situación nacional.
  2. Clarificación de las reivindicaciones más sentidas de las masas.
  3. Método para lograr educar a las masas desde su nivel de consciencia a una comprensión del programa revolucionario.
  4. Formas de coordinación organizativa para llevar a las masas la política del frente.
  5. En todo lo que no se tenga acuerdo, la organización tiene el derecho de propagandizar y agitar en el sector en que se encuentre.

Si estas premisas básicas se cumplen entre los grupos que comparten una visión ideológica común, no debería haber problemas para avanzar, sin premura, hacia una instancia mayor. Pero si las discusiones se vuelven en extremo conceptual, es sólo por la incomprensión política de la necesidad de las masas en un momento político dado. Es la más típica actitud, que la pequeña burguesía ideológica introduce de contrabando a la clase trabajadora. Es el personalismo político que se niega a perder su efímero y eventual liderazgo, por no tener las herramientas necesarias para llegar a la clase trabajadora y hacerse uno con ella.

Sólo cuando la clase trabajadora reconoce como suyo el programa, que expresa sus aspiraciones sociales, políticas y económicas, acepta y hace suya la dirección revolucionaria.   

Por el retiro de lo necesario de los fondos previsionales a cargo de las utilidades de las AFP.

Por el no pago de las cuentas de los servicios básicos por lo que dure el estado de emergencia.

Por el no pago de las cuentas de hospital por lo enfermos de covid 19.

Por un impuesto del 5% a las grandes fortunas.

Por la renacionalización de todos las inversiones y fondos de pensiones que están en el extranjero.

Por la eliminación de las AFP y su reemplazo por un seguro social a cargo del estado, con un sistema solidario.

¡Fuera Piñera!