“Todo lo que ya era malo antes del desastre se ha degradado al nivel de lo insoportable”. Naomi Klein, On Fire (2019).
La enfermedad COVID-19 causada por el coronavirus, que era desconocido antes de su irrupción y expansión en Wuhan (China) en diciembre de 2019, se ha expandido en todo el mundo rebasando los 15 millones 500 mil casos activos; provocado casi 640 mil muertos – que superan el número de bajas que tuvo Estados Unidos en Vietnam (58,220 soldados) – con una tasa de recuperación de 60% al 23 de julio de 2020 de acuerdo con el conteo diario que realiza la Universidad Johns Hopkins.
Con estas cifras, que tienden a incrementarse todos los días, difícilmente se puede hablar de “nueva normalidad” que supuestamente reemplazaría a la actual pandemia del coronavirus que azota y flagela a la humanidad.
Nada más atinado que esta frase de Naomi Klein para definir en su justo término dicha “normalidad: “Todo lo que ya era malo antes del desastre se ha degradado al nivel de lo insoportable”. Y no solamente es insoportable el confinamiento a que sea visto forzado en muchos casos el individuo en pandemia, sino las propias circunstancias de reproducción de su vida cotidiana y laboral que se han complicado, precarizado y deteriorado en proporciones nunca antes vistas.
El establishment y los medios de comunicación dominantes publicitan día a día que la enfermedad pronto será superada e incitan a los gobiernos y a los mercados para que “abran” las economías capitalistas en aras de “proteger” los ingresos y los empleos de la humanidad. No importa el incremento de infectados y muertos que se produzca debido a estas acciones irresponsables de aperturas apresuradas e indiscriminadas que ya han causado rebrotes importantes del virus en varias latitudes del planeta en ciudades de Estados Unidos, de Europa y de América Latina, afectando a los trabajadores y ciudadanos que se ven obligados a salir de sus domicilios y permanecer y deambular en las calles para obtener algún ingreso que les permita medio sobrevivir. El sistema los deja a su suerte; en algunos casos hay ayuda por parte del Estado, pero esta, en general, resulta insuficiente y limitada y no resuelve la inmovilidad y permanencia en el hogar.
Se está a años luz de que los gobiernos, sobre todo en los países dependientes y subdesarrollados, garanticen una renta básica universal temporal, que no sea una simple limosna o dádiva, que pueda servir de soporte para que el mundo del trabajo y los asalariados y no asalariados puedan de algún modo sobrevivir en la crisis y procurar condiciones sanitarias mínimas para ellos y sus familias que preserven su vida y su integridad físico-emocional. Por el contrario, se han visto los cadáveres abandonados en las calles de Bolivia y Ecuador víctimas de la enfermedad, mientras el costo de un test de Covid-19 en Estados Unidos es de alrededor de los 3 mil dólares (unos 22,500 pesos mexicanos o 5,22 reales de Brasil); o casos como el de un hospital privado en Puebla, México, (“Médica Avanzada Contigo”) que exige las escrituras de una casa o de un terreno, un depósito de 80 mil pesos y la firma de dos pagarés en blanco por una habitación sencilla para atender a una persona que se haya infectado de Covid-19 (PeL, Puebla Línea, 21 de julio de 2020, en: https://pueblaenlinea.com/2020/puebla/video-hospital-en-puebla-pide-escrituras-deposito-de-80-mil-y-dos-pagares-en-blanco-si-te-internas-por-covid-19/).
Negocios redondos de los dueños de hospitales privados y de las farmacéuticas trasnacionales que han hecho de las enfermedades y la desgracia humana una fuente adicional de enriquecimiento: ¡capitalismo del desastre dixit!
La psique individual se ha desbordado por los sucesos “externos” que concurren alrededor de los individuos: guerras, luchas de clases, crisis económica, represiones gubernamentales, amenazas de la delincuencia organizada y del narcotráfico, inseguridad, caos y violencia en las calles y en las familias, falta o insuficiencia de alimentos, déficits sanitarios y sistemas de salud insuficientes y precarizados con presupuestos raquíticos.
La jaula de hierro weberiana – basada en un sistema de eficiencia y cálculo racional, o el carcelario panóptico de Jeremy Bentham (retomado por Foucault) que asemeja un puesto de vigilancia a través del cual el Estado ejerce su control y dominación y que se puede considerar como un antecedente (invisible) del moderno teletrabajo o el Home Office, versiones digitalizada del viejo trabajo a domicilio de que habla Marx en El capital y que la patronal mundial está implementando en el contexto de la pandemia intentando regular y legalizar – quedan disminuidos frente al confinamiento y el “sano distanciamiento” de una humanidad inerme en un espacio-tiempo que se reduce conforme se expande la enfermedad amenazando todos los poros vitales de la existencia humana.
En el balance final uno no puede saber qué es peor: si la enfermedad o el remedio; si la mortífera epidemia en curso o la “nueva normalidad” que el Estado y el capital están presionando imponer al influjo de las necesidades de acumulación y de rentabilidad a través de sus aperturas indiscriminadas para el retorno a más de lo mismo, sin trastocar las causas profundas de la crisis capitalista y pandémica en contextos contradictorios y caóticos de sistemas sanitarios limitados a las clases sociales privilegiadas de altos ingresos, pero precarios e insuficientes para las mayorías y que no garantizan la salud ni la vida de las personas: trabajadoras y trabajadores que se ven obligados a abandonar sus confinamientos forzosos para no perecer de hambre con una alta probabilidad de contagio a causa del virus y de adquirir otras enfermedades.
El ser social se fragmenta, el individuo se aísla y/o se confina con la familia o los amigos; la prensa informa del incremento de la violencia doméstica, de las violaciones y abusos de menores, mientras que la frecuencia de las llamadas de alerta sube exponencialmente y el racismo, el suprematismo y la xenofobia se potencian. Los feminicidios ocurren todos los días quedando impunes la mayor parte de las veces bajo la indiferencia de las autoridades; lo mismo ocurre con el alza de los suicidios y los inmigrantes permanecen atrapados entre la enfermedad, la indiferencia social y las fronteras territoriales capitalistas que son verdaderas formaciones predatorias al decir de Saskia Sassen.
“Todo lo sólido se
desvanece en el aire”, como dicen Marx y Engels en El Manifiesto: expresa la fragilidad de las instituciones
socioeconómicas y culturales creadas por el capitalismo pre-pandémico ante un
enemigo invisible que amenaza con destruir a la humanidad de no encontrarse un
remedio eficaz y duradero que lo pueda contener y que, al parecer, no lo va a
lograr antes de la próxima navidad impidiendo de este modo a las personas
abrazarse nuevamente para remembrar y recrear los viejos tiempos.
Adrián Sotelo Valencia, Catedrático de la UNAM, México.