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La pandemia, el delirio de la conspiranoia y la lapidación de la palabra

Fuentes: Rebelión

La pandemia no solo desnudó las múltiples miserias y flagelos de la humanidad (https://bit.ly/39U4CkG), sino que brindó el escenario para vilipendiar y diezmar a la palabra. En medio de esta crisis, la construcción de significaciones se tornó un terreno minado y expuesto a las disputas propias de los senderos del poder y el ejercicio de la dominación.  

Subsumida por la pulsión y defenestrada por el rumor y la mentira, la palabra en la era de la pandemia experimenta una pérdida de sentido al engarzarse con el miedo y con las posibilidades de control del cuerpo, la mente, la conciencia y la intimidad. Lapidada por el instinto y la emoción, la palabra regida por la posverdad gesta una realidad paralela al propio curso contradictorio de la pandemia. Repetidos una y otra vez, esos argumentos infundados se entronizan como discurso hegemónico que rige perspectivas, posicionamientos, decisiones, cursos de acción y comportamientos. 

Esos son los vericuetos de las ideologías de la conspiración. Instalada como un discurso que aprovecha la indiferencia, el individualismo hedonista, el social-conformismo y el síndrome de la desconfianza, la conspiranoia aprovecha la desinformación de las audiencias y el destierro de la razón como fundamento de la representación de la realidad. El negacionismo es consustancial a esta conspiranoia y sus ideas infundadas no respetan signo ideológico. Sea desde el progresismo, el conservadurismo o sus extremos, la irresponsabilidad aflora en sus posicionamientos y dichos. De ahí que las redes sociodigitales –aptas para la trivialización y efímeras en esencia– sean el escenario apropiado para la radicalización de estas ideologías. Aunque existieron a lo largo de la historia –y desconocemos a ciencia cierta su grado de influencia– lo inédito del pensamiento conspiranóico contemporáneo es el generalizado desdén por la razón y la amplia desconfianza en las instituciones como parte de la crisis de la política en tanto praxis transformadora de la realidad social.  

Con la pandemia, las ideologías de la conspiración tienden a difundirse con mayor intensidad debido al rapto de la palabra desplegado por la industria mediática de la mentira (https://bit.ly/2VOOQSu), la connivencia de los gobiernos y de los organismos internacionales y a la generalizada ignorancia y la débil cultura ciudadana de las poblaciones.  

La constante de estas ideologías conspiranoicas es apelar –en sus explicaciones– a intereses espurios, ocultos y perniciosos que manejan tras bambalinas los hilos de todo cuanto ocurre. El escepticismo y la suspicacia se imponen al argumento razonado. La “verdad” que subyace en estas ideologías contribuye –con su deformación y distorsión de la realidad– a la tergiversación semántica y se nutre del malestar en el mundo y con el mundo (https://bit.ly/2ZKkZgg). A esta era del desencanto y la desilusión contribuyen también el colapso de los partidos políticos como mecanismos efectivos de mediación entre la sociedad y el Estado, así como la crisis de las ideologías y la esclerosis de los metarrelatos (liberalismo, conservadurismo, socialismo, socialdemocracia, etcétera) que ayudaban a representar el mundo y a verberar posibles soluciones ante las múltiples problemáticas. Ante este vacío, se gesta una orfandad ideológica que, en medio de la crisis ecosistémica y social que entraña la pandemia, conforma ciudadanos ávidos de respuestas simplificadas y mínimamente convincentes. El mismo destierro del pensamiento utópico (https://bit.ly/30kbnsV) coadyuva a los vacíos ideológicos contemporáneos en el contexto más amplio de la postración y derrota de la acción colectiva y de la capacidad de movilización de la sociedad.  

La pandemia es un sistema complejo (https://bit.ly/2IUdYDQ) dotado de múltiples manifestaciones e interrelaciones. Y, como tal, desborda los alcances reflexivos y la imaginación del ciudadano común e, incluso, de periodistas y demás miembros de la «comentocracia». De ahí que las ideologías de la conspiración sean un bálsamo en medio del desamparo dado por la falta de explicaciones respecto a lo que ocurre y por qué ocurre. Con esas explicaciones e interpretaciones simplificadoras de la realidad, se pretende desvelar la maldad y la secrecía de los individuos y grupos de intereses creados a los que se les endilga el control de los acontecimientos. 

La misma atomización del ciudadano y su deambular pasivo por la plaza pública digital –regida por la ignorancia tecnologizada– son el caldo de cultivo para magnificar los impactos de las ideologías de la conspiración. Y ello se complementa con las múltiples ausencias del Estado (https://bit.ly/3dOo9oJ) y la pérdida de control de las instituciones públicas en torno a diversos problemas sociales y a los cauces que siguen las sociedades nacionales. Los ciudadanos tampoco disponen del control sobre las distintas aristas de su vida y su futuro; de ahí también la orfandad ciudadana y la urgencia de respuestas simplificadas y de mínimas certezas que contribuyan a construir sentido respecto al mundo y su devenir.  

La confusión epocal que rige a las sociedades contemporáneas amplía los márgenes de extravío e impotencia respecto a los problemas públicos que les invaden. El ciudadano común no solo se encuentra distante y desarraigado de la praxis política, sino que asume con resignación abismal la imposibilidad de transformación de sus sociedades. A esta claudicación en la construcción de escenarios alternativos de sociedad, se suma la limitada capacidad –también entre las élites políticas e intelectuales– para explicar el por qué y el cómo del funcionamiento de la realidad social. Es en esas circunstancias que las ideologías de la conspiración toman nuevos bríos para orientar la percepción y construir significaciones en torno a la pandemia y el confinamiento global.  

En las ideologías de la conspiración subyace la lapidación de la reflexión fundamentada y del pensamiento filosófico (al respecto véase https://bit.ly/2BMr039). Y esto último contribuye a la pérdida de rumbo y a la carencia de referentes que contribuyan a la explicación razonada sobre el comportamiento y contradicciones de la realidad social. 

La conspiranoia tiene múltiples aristas en el contexto de la crisis epidemiológica global y, pese al negacionismo de algunas de ellas, sin proponérselo apuntalan el consenso pandémico y terminan por no cuestionar las estructuras de poder y dominación que le subyacen. Que el nuevo coronavirus fue una creación artificial –a través de ciertos artilugios– en laboratorios con la finalidad de implantar armas biológicas de exterminio masivo. Que esas armas biológicas fueron inoculadas por agentes estadounidenses en los 7º Juegos Mundiales Militares organizados por el Consejo Internacional del Deporte Militar (CISM) en Wuham (China) durante el mes de octubre de 2019, con la finalidad de neutralizar el poderío de la nación asiática. Que el coronavirus SARS-CoV-2 escapó del laboratorio de un instituto de investigaciones radicado en el mismo Wuhan. Que la pandemia es una «farsa» más de la oposición demócrata (Donald Trump dixit). Que Bill y Melinda Gates promueven una campaña global de vacunación para implantar microchips que faciliten el control sobre los ciudadanos. Que la tecnología móvil del 5G se usa para propagar el virus. “¡Nos quieren matar!… ¡que nos dejen vivir!”, espetó en sus redes sociodigitales –para luego retractarse– el cantante Miguel Bosé ante el uso obligatorio de la mascarilla y demás medidas sanitarias estipuladas por el Gobierno español. Son solo algunas consignas que ilustran el sentido y los alcances de discursos ideológicos impregnados de la noción de una conspiración maniquea. 

El tema de la posible vacuna para atender el covid-19 es sintomático de las posturas conspiranoicas. No solo se apela a la idea de que es un dispositivo para el control biotecnológico, sino que se insiste en algo tan obvio como las fortunas que amasará el llamado big pharma con su producción y comercialización masivas. El desdén generalizado por el anuncio ruso de la vacuna Sputnik 5, si bien trasluce las disputas geopolíticas en torno a la hegemonía del sistema mundial y la lucha por las ganancias por parte de las empresas farmacéuticas europeas y estadounidenses, se presta para la suspicacia y el rumor. Ante esto, los gobiernos no son capaces de garantizar el mínimo sentido de protección y cuidados en torno al tratamiento del coronavirus SARS-CoV-2 –incluyendo su vacuna– y con ello dejan abierta la puerta a la especulación, al rumor y a la mentira. El problema de fondo es la postración del Estado –y la consecuente entronización de la industria farmacéutica privada– en las posibilidades para desplegar la investigación básica, la producción y distribución de las vacunas.  

Esta incertidumbre y desconfianza se observa en las marchas anticuarentena realizadas en Buenos Aires a mediados del mes de agosto y en la posición mostrada por una nonagenaria asistente: «ojalá tengamos vacuna, pero no una que te impongan. Quiero elegir. Si me guío por lo que dicen, está en manos de corruptos. Quiero elegir la vacuna que me puedo poner» (https://bit.ly/31lWOG4).       

En suma, al vendaval de incertidumbre arreciado con la pandemia, se suma la ampliación de los márgenes de todo aquello que desconocemos y ante lo cual buscamos, con urgencia, alguna explicación. La vorágine de destrucción social emergida en este contexto, obliga a esas respuestas, pero la intensificación del fin de las certezas que se cierne dinamita toda posibilidad de un conocimiento mínimamente acabado respecto al mundo fenoménico y sus cataclismos. La nueva peste es un fenómeno global, pero la misma globalización está preñada de incertidumbre y contingencia; de ahí el margen de desconocimiento y de impotencia ante lo imprevisible. Son los signos de un cambio de ciclo histórico en el mar de un colapso civilizatorio de amplias proporciones. 

Solo la formación y expansión de la cultura ciudadana puede erigirse como el antídoto efectivo ante el virus conspiranoico. El acceso a información fiable y contrastada es el fundamento para atemperar los impactos de la posverdad. Sin dicha información el ciudadano queda a expensas del rumor y la mentira. Más aún, resulta una urgencia la construcción de discursos que apelen a la comprensión pormenorizada y profunda del funcionamiento de la sociedad y de sus consustanciales contradicciones y relaciones de poder. Se trata de un esfuerzo colectivo que parta de comunidades de enseñanza/aprendizaje capaces de vincular el conocimiento con la praxis política. Solo así será revertida la confusión epocal y el extravío de las sociedades y de los ciudadanos en el propósito de controlar por sí mismos sus vidas y dinámicas. 

Isaac Enríquez Pérez es investigador, escritor y autor del libro La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos de poder, tergiversación semántica y escenarios prospectivos.