Uno de los calificativos más usados por la derecha patria para desacreditar a sus contrarios políticos es el de sectario. Según la propaganda reaccionaria -por desgracia en España no existe a día de hoy una derecha de corte europeo que repudie las dictaduras fascistas y que anteponga el interés general al particular- es sectario todo aquel que no piensa según los cánones definidos por los grandes pensadores que se reúnen periódicamente en la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), fundación sin ánimo de lucro, ni mucho menos, que preside el ínclito José María Aznar, impulsor junto a Rodrigo Rato de la gran estafa ladrillero-financiera que sumió a España en una de las peores crisis materiales y éticas de su historia.
La FAES no sólo marca el camino a seguir por dirigentes extremos como Casado, Ayuso, Almeida (D. José Luis) o Teodoro, sino que como fuente inspiradora de doctrina ha establecido como una de las prioridades del partido al que se debe la puesta en cuestión de la superioridad moral de la izquierda. De ahí que en los últimos meses la hayan emprendido con uno de los más prestigiosos, lúcidos y sabios historiadores de nuestro país, Ángel Viñas, por contar cual fue la relación de Juan de la Cierva con los golpistas de julio de 1936. Ese mes de ese año, una parte del ejército se sublevó contra el orden constitucional bajo la escusa de recuperar el orden que se había perdido desde que se proclamó la República. Para restablecerlo, los militares y quienes les apoyaron traicionaron sus juramentos, usaron las armas reglamentarias y las traídas de Alemania e Italia para matar españoles, bombardearon ciudades indefensas hasta dejarlas reducidas a escombros y se aliaron con todas las fuerzas persistentes del antiguo régimen, provocando uno de los desórdenes más sangrientos de los vividos por los españoles en su largo devenir por la historia. Claro, si aquellos funcionarios armados de Estado se sublevaron para imponer su orden a sangre y fuego, todo el que niegue la mayor no es otra cosa que un sectario que justifica los proyectos reformistas de la II República contra el orden establecido por Dios y las estirpes más consagradas a través de los siglos para España. Por supuesto, no son sectarios quienes consideran que la guerra civil fue provocada por los gobiernos republicanos ni que la dictadura fue un periodo de prosperidad y libertad, justicia y equidad.
En España existen seis televisiones estatales, dos públicas que cedieron la publicidad a las otras para que tuviesen más ingresos, y cuatro privadas que pertenecen a dos grandes grupos de comunicación, uno propiedad de Silvio Berlusconi, el otro de la familia Lara. Como es bien sabido los dueños de ambos grupos son conocidos por sus veleidades izquierdistas y su independencia respecto a los poderes fácticos, promoviendo desde sus medios el espíritu crítico y los valores democráticos. No hay más que aguantar una mañana oyendo los disparates que sueltan Susana Griso o Ana Rosa Quintana para comprobar su compromiso con la democracia, la libertad y los derechos políticos, económicos, culturales y sociales de los españoles. Aunque si quedase alguna duda, bastaría para disiparla la elegancia de sus informativos o el resto de la programación de su parrilla. Por su parte la televisión estatal, siempre dependiente del Gobierno de turno, es una fuente inagotable de sectarismo siempre que no gobierna el Partido Popular, de ahí que para mantener el orden establecido y la neutralidad haya sido preciso ahora expulsar, otra vez, a Jesús Cintora para eliminar la parcialidad informativa que desprendían sus programas aunque en ellos participasen personas de todas las tendencias políticas, incluidos reaccionarios recalcitrantes. Era Jesús Cintora el adoctrinador, el sectario, el mal periodista, el que nos manipulaba y quería meternos un chis en el cerebro aprovechando la vacunación; era Jesús Cintora el que se inventaba noticias, descalificaba a quienes no pensaban como él o ocultaba informaciones. Evidentemente, Cintora era el obstáculo principal para que los españoles estuviésemos informados como Dios manda. Por eso, fue preciso eliminarlo. Ahora, todo está en regla.
Por supuesto, es la izquierda sectaria española la que tiene miles de colegios concertados regidos por frailes y monjas en los que se difunde una forma de pensar absolutamente retrógrada y se establecen pautas de comportamiento propias del siglo XIX pero con nuevas tecnologías. Es en esos centros educativos sufragados por el Estado con el dinero de todos donde habita la verdadera libertad de cátedra, donde se educa según los criterios de un Estado aconfesional, donde los maestros y profesores pueden enseñar según los criterios que ellos mismos decidan en uso pleno de su libertad. Por el contrario, son los centros educativos públicos, dónde cada educador puede ejercer su trabajo con absoluta libertad sin que nadie examine sus creencias, ideas o simpatías, los que adoctrinan a niños y jóvenes en las teorías de Carlos Marx o Bakunin para crear futuros bolcheviques que pongan en riesgo la civilización cristiana.
De los diarios estatales y regionales, apenas unos cuantos escapan a los misterios de la Santísima Trinidad, siendo en la esfera digital donde se puede encontrar un poco más de variedad. Dos medios de derecha moderada, El País y La Vanguardia, perteneciente el primero a un fondo de inversión global y a la familia Godó el segundo, representan la liberalidad democrática moderada; el resto, o sea El Mundo, ABC, La Razón y la mayoría de los locales mantienen posiciones ideológicas conservadoras con fuerte impronta de los santos patrones de cada lugar. La prensa izquierdista, que es la verdaderamente sectaria, simplemente no existe.
Qué decir de las redes sociales en las que cada uno somos los más listos y sabios, donde casi nadie aprende y todos están dispuestos a enseñar; qué de los influencer, yutuber y demás especímenes empeñados mayoritariamente en ensalzar sus egos a costa de soltar estupideces, lugares comunes, fantasías de niños con pañal o propuestas absurdas y antisociales tales como el rechazo a las vacunas con el repetido “a mi no me engañan” o a los impuestos proporcionales y progresivos, es decir a cualquier cuestión que redunde en beneficio de la sociedad, fomentando un individualismo primario y dañino que está en la raíz de la deriva autoritaria que amenaza las bases mismas de la democracia.
Por supuesto, en España el adoctrinamiento lo practican las izquierdas. Es una obviedad.
Fuente: https://www.nuevatribuna.es/articulo/actualidad/olitica-adoctrinamientos/20210903132950190772.html