Nos hemos acostumbrado a escuchar, a través de nuestras múltiples pantallas, que los grandes millonarios afirman que el mundo cambió para siempre.
Bill Gates, fundador de Microsoft, predice para 2022 reuniones a través de “avatares digitales en espacios 3D”. Marck Zuckerberg, CEO de Facebook, presenta Metaverse, un conglomerado de servicios digitales cuyo desarrollo implicará una “internet encarnada”.
También Elon Musk, el CEO de Tesla y SpaceX, proyecta una “ciudad del futuro, Starbase, desde donde viajar a Marte”, mientras Larry Fink, el CEO del poderoso Fondo Financiero de Inversión Global BlackRock, nos advierte que el cambio climático traerá una “remodelación fundamental de las finanzas”.
¿Hacia dónde están yendo? ¿Qué vinculación existe entre la nueva era digital y las finanzas? ¿Por qué el cambio climático es una variable en juego?
Hace años, los capitales que controlan el sistema económico a nivel mundial, vienen impulsando un proceso de digitalización y financiarización de la economía. La crisis de 2008 puso en evidencia los niveles de concentración y centralización del capital a nivel mundial en un puñado de bancos y fondos de inversión, controlantes de la red financiera transnacional.
Esos mismos actores financieros han apostado por “industrias intensivas en conocimiento” desatando la denominada cuarta revolución industrial. Todo esto se aceleró con el aislamiento producto de la pandemia por Covid-19. A partir de allí, la mayoría de nuestras relaciones (económicas, políticas y sociales) pasaron a estar mediadas por la virtualidad.
El mundo atraviesa así una transformación estructural. Estos mismos billonarios la denominan “transición tecnológica, climática y socioeconómica”. Nadie podría negar que esta transición proviene del vertiginoso desarrollo de las fuerzas productivas de la revolución tecnológica en ciernes y en el sorprendente salto en la composición orgánica del capital que permite la digitalización, virtualización y automatización de procesos económicos. En síntesis, el salto de escala científico-tecnológico impulsó un proceso que está transformando profundamente las relaciones sociales de producción.
Según una infografía elaborada por el divulgador en temas bursátiles Andrés Llorente (2020), tres grandes fondos de inversión globales: BlackRock, State Street y Vanguard, representan en su conjunto un 19,81% del índice bursátil industrial (Dow Jones) en Wall Street. El estudio demuestra, a su vez, la presencia de cada uno de estos fondos, en proporciones similares, en las principales compañías de sectores estratégicos de la industria mundial.
ACTORES ECONÓMICOS QUE CONCENTRAN EL MONOPOLIO DE LA INDUSTRIA ESTRATÉGICA
Articulados en una compleja red financiera, dichos fondos concentran el control de los sectores estratégicos, tales como la conectividad 5 y 6G, la Inteligencia artificial, los chips, semiconductores y dispositivos, plataformas de servicios de internet, industria aeroespacial, bio y nanotecnología, transición energética, agricultura tecnológica o AgTech.
Este entramado financiero y tecnológico configura un sistema basado en la transformación digital, la hiperconectividad, los sistemas ciber-físicos y la robótica colaborativa y sensitiva. Todos estos desarrollos son determinantes a la hora de definir quién conformará la fracción de capital que acumule y ostente el poder económico en el ya entrado siglo XXI.
¿Qué proyectos se disputan esta reconfiguración?
El contexto pandémico puso en evidencia, más que ningún episodio o conflicto, todo lo que está en juego. Quién controla estos sectores tecnológicos estratégicos, definirá quién será el gran ganador del siglo que acontece.
Al igual que la Guerra de Vietnam, las luchas por la liberación en el tercer mundo, la ruptura de los acuerdos de Bretton Woods y la conversión del dólar en moneda fiduciaria, la crisis del petróleo de 1973, el ingreso de China al capitalismo mundial con la tesis de Deng Xiao Ping “un país, dos sistemas” y el ascenso de la doctrina neoliberal con Reagan y Thatcher al frente del sistema institucional angloamericano y la disolución de la URSS señalaron, de conjunto, el fin de la denominada “edad de oro” del capitalismo de posguerra, la crisis de la pandemia global señaló la consolidación definitiva de una nueva fase del capital.
Es en el marco de este capitalismo, en su nueva fase digital, que se agudizan las luchas por la gobernanza global, enmarcada en el llamado G2, la ya conocida tensión entre Estados Unidos y China, más como redes financieras y tecnológicas que como Estados, va delineando una nueva geopolítica mundial, con el desplazamiento del centro de gravedad al eje Asia-Pacifico.
Se puede afirmar, en otros términos, que el centro de poder conformado por una nueva aristocracia financiera y tecnológica ha superado ampliamente a los Estados. La lucha intercapitalista, es decir, la puja entre diferentes fracciones del capital por imponer su visión plasmada en un proyecto estratégico, no se acota a límites territorialmente definidos en los Estados, sino que se constituye en una red, por encima y más allá de ellos.
Esta nueva personificación se enfrenta entre sí en lo que puede identificarse como dos bloques de poder, dos visiones del mundo que expresan sus intereses en dos programas políticos: el financiarizado-digital-Huawei y el financiarizado-digital-Amazon. Aclaramos, sin embargo, que la complejidad del comportamiento de esta realidad exige superar lecturas lineales para su abordaje.
Estos dos bloques de poder manifiestan su interés a través de dos proyectos estratégicos para el mundo, con asiento territorial en Estados Unidos y China, que se conoce también bajo el nombre de “las dos rutas”.
Una ruta, la del proyecto financiarizado-digital Huawei, con asiento en China, pero con capitales globales y con gran influencia del Partido Comunista Chino, ha lanzado “La nueva ruta de la seda” o “Ruta de la Seda digital, como la denominó Xi Jinping: “Una propuesta global de integración en materia de infraestructura, economía y finanzas”.
Luego del llamado milagro chino, su escala no paró de crecer. Ahora, este proyecto se asienta en el plan de desarrollo 2035 del gobierno del gigante asiático, que propone impulsar la inversión en sectores tecnológicos cruciales, entre ellos vehículos inteligentes y de nueva energía, robots, macrodatos, cadena de bloques, investigación biológica y cultivo molecular.
La otra ruta, el proyecto financiarizado-digital de Amazon con asiento en EEUU, encabeza la llamada “Ruta de los Megabytes”, ya anunciada por Trump en 2019. Su sucesor, Joseph Biden, retomó el proyecto y lanzó una propuesta de «infraestructuras» que abarca, por ejemplo, 50 mil millones de dólares para desarrollar la industria de semiconductores. En junio de este año, el G7, con iniciativa norteamericana, lanzó el plan B3W o “Reconstruir mejor para el mundo”. El proyecto está dirigido a naciones de Latinoamérica, el Caribe, África y el Indopacífico.
En su discurso ante el Congreso, en abril de este año, Joe Biden expresó: “Estamos en competencia con China y otros países para ganar el siglo XXI”. Sin embargo, y en contra del sentido común y la agenda pública, la disputa entre Estados Unidos y China no ha disminuido la inversión de capital de los grandes fondos de inversión globales en ambos países, sino que en el último año ha ocurrido exactamente lo opuesto.
Un informe de la empresa de investigación Rhodium Group, dado a conocer en febrero por el diario británico Financial Times, muestra la profundidad de los lazos de inversión entre Estados Unidos y China más allá de lo que informan las estadísticas oficiales. Este informe asevera que “la dinámica del capital supera ampliamente la retórica competitiva que las dos potencias pueden plantearse en términos geopolíticos, ya que a pesar de todos los esfuerzos de la administración Trump, las inversiones de origen estadounidense en China no han hecho más que aumentar”, concluye.
Sin ir más lejos en septiembre, Blackrock , se convirtió en el primer administrador de activos extranjero en operar un negocio de propiedad total en la industria de fondos mutuos de $ 3,6 billones en China. Datos que demuestran que la red financiera tiene capacidad de interpenetración y control más allá de los límites de los países “potencia”.
Mientras los dos proyectos señalados diseñan el mundo, los estados funcionan como cadenas de suministros. Sus funciones son adquirir deuda, vender productos, especular con bonos, y por supuesto, construir los paliativos de las dolorosas condiciones de vida en que viven las grandes mayorías sociales.
De hecho los actores de esta nueva aristocracia financiera y tecnológica se enfrentan entre sí, y utilizan a los estados como un instrumento desde donde se implementan sanciones, leyes antimonopolio, control de datos y listas negras de empresas como instrumentos para dar la disputa.
¿Hacia dónde nos conducen?
El mundo que buscan imponer incluye ciudades inteligentes, interconectadas a través del 6G, con la virtualidad y el teletrabajo como forma de vida, el internet de las cosas, la digitalización absoluta de la vida doméstica, laboral, educativa y social. Estos niveles de conectividad hacen que se den las condiciones para un aumento de la hipervigilancia, así como el control y la predicción sobre nuestros comportamientos. Una especie de panóptico foucaultiano en cada dispositivo.
Tal como lo describió Shoshana Zuboff, profesora emérita de la Harvard Bussiness School, a partir de la presentación de su libro La era del Capitalismo de la Vigilancia: “Las empresas pasan a ser capaces de influir y modificar el comportamiento individual y colectivo, a escala ya que, controlan los espacios críticos de conexión y comunicación y logran con esto una intervención directa en la autonomía humana”. Los mismos capturan nuestros datos y vuelven a nosotros “con mensajes diseñados para ajustar, manipular y modificar nuestras actitudes, socavando nuestra propia capacidad de actuar y pensar por nosotros mismos”.
La revolución tecnológica en marcha afirma, por sí misma, que están dadas las condiciones para resolver los grandes problemas de la humanidad. Pero, como contracara, en el Foro Económico Mundial de Davos, que se desarrolló en febrero de este año, enumeraron ocho predicciones para el futuro, entre las cuales la primera de ellas afirma que: “En el 2030 no tendrás nada, pero serás felíz”.
Esta revolución del capital ya está mostrando sus consecuencias. Por un lado, la cada vez más evidente obsolescencia de los modelos de producción y consumo, como es el caso de la energía fósil, donde incluso se está considerando la aplicación de un impuesto al carbono por uso de este tipo de combustibles. Una crisis que trae aparejado el aumento de precios de la energía, la expansión de procesos inflacionarios, y el desabastecimiento de alimentos y productos.
El incremento de las desigualdades es otra de las consecuencias. La concentración de la riqueza, no es una novedad, pero la pandemia profundizó las desigualdades. El propio Banco Mundial estima que los sucesivos brotes de Covid-19 han engrosado en 100 millones el número de ciudadanos que se hallan en extrema pobreza, hasta los 711 millones, en especial en África y Asia. Dieciséis veces la población argentina son los pobres del mundo.
Mientras, el 10% más rico de la población, concentra el 76% de la riqueza mundial. Según revela Oxfam en un informe publicado el 10 de enero de 2020, los 2153 milmillonarios que hay en el mundo poseen más riqueza que 4600 millones de personas, es decir, un 60% de la población mundial.
Solo en el año 2020, 255 millones de personas perdieron su empleo y se estima que en el 2022, 100 millones de personas se desplacen de su lugar de origen y pidan asilo como refugiados.
Las proyecciones de la OIT recogidas en un informe sobre las “Perspectivas Sociales y del Empleo en el Mundo: Tendencias 2021” indican que el déficit de puestos de trabajo derivado de la crisis mundial llegará a los 75 millones en 2021 para luego reducirse a 23 millones en 2022.
El correspondiente déficit en horas de trabajo, que abarca el déficit de puestos de trabajo y la reducción de horas, equivale a 100 millones de empleos a tiempo completo en 2021 y a 26 millones de empleos a tiempo completo en 2022. Esta insuficiencia de puestos y horas de trabajo viene a añadirse a los persistentes niveles de desocupación, subutilización de la mano de obra y condiciones de trabajo deficientes anteriores a la crisis. Se prevé que en 2022 el número de personas desempleadas en el mundo se sitúe en 205 millones, muy por encima de los 187 millones de 2019.
En tan solo nueve meses, las mil mayores fortunas del mundo ya habían recuperado las pérdidas económicas originadas por la pandemia de COVID-19, mientras que las personas en mayor situación de pobreza podrían necesitar más de una década para recuperarse de los impactos económicos de la crisis, según un informe de Oxfam, publicado en enero de 2021.
En América Latina y el Caribe el 20% de la población concentra el 83% de la riqueza. El número de milmillonarios en la región ha pasado de 27 a 104 desde el año 2000. En grave contraste, la pobreza extrema está aumentando. En 2019, 66 millones de personas, es decir, un 10,7% de la población vivía en extrema pobreza, de acuerdo a datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).
La política del miedo y la incertidumbre se ha consolidado también como una de las consecuencias que más incidirá a largo plazo. En un estado de guerra multidimensional, el control de nuestros cuerpos y nuestras mentes se vuelve un objetivo estratégico. El miedo se vuelve un arma poderosa de control social. Los medios de comunicación y las redes sociales, afectan la psiquis colectiva, desarticulan el tejido social y manipulan la opinión pública.
Depresión, pánico, ansiedad, angustia, fobias, son los diagnósticos frecuentes que, en 2020, impulsaron un aumento del consumo de psicofármacos. Solamente en Argentina, durante la pandemia de Covid-19, el clonazepan y el alprazolam, se situaron entre los 15 psicotrópicos más vendidos en el país, y “las dispensas de los productos de este grupo farmacológico aumentaron un 6,5%, es decir que el mercado de este grupo se extendió en 6.990.573 unidades”.
Es evidente que las consecuencias de este proceso de concentración económica afectan de manera significativa y particularmente a las clases subalternas, cada vez más enajenadas, más separadas de su producción.
La máscara que no deja ver
La vida concebida en términos de consumo, no sólo de sustancias, sino también de mercancías, inocula el ideal de felicidad alrededor de la posesión de dinero, mostrando “felicidad” en fotos con “filtros” en las redes sociales.
Es claro que estas condiciones están dadas sólo para una ínfima minoría. El no poder alcanzar ese sueño enferma, despersonaliza, y frustra enormemente, llevando a comportamientos como la adicción, la banalización, el individualismo, y una serie de valores que ponen de manifiesto hasta qué punto el capitalismo enferma.
La relación entre las personas (entre los cuerpos) está dominada por la mercantilización. Marx habla del dinero como forma que “vela, en vez de revelar, el carácter social de los trabajos privados, y por tanto, las relaciones sociales entre los trabajadores individuales”. Se realiza de esta manera la manifestación fetichista del capitalismo, donde al no observarse que las mercancías son el producto de una relación social, estas sustituyen al sujeto. El objeto mercancía es personificado, separándose el sujeto del objeto.
Sólo nos queda la obtención del objeto, como si fuera algo mágico, místico, que se consigue con dinero y, ahora, traído hasta tu casa por las plataformas del comercio electrónico. En esta relación, el individuo es tan solo la personificación del dinero. Y todo ello, sucede en una aparente sensación de “libertad”. Una realidad que se nos presenta enmascarada, mistificada, encubierta. Detrás de ese sistema de relaciones, la “sensación” de igualdad y libertad se desvanece, y aparece la coerción como elemento central para la reproducción del sistema.
¿Es irreversible?
Con el desarrollo alcanzado a nivel científico y tecnológico la humanidad podría vivir en la prosperidad. Las personas podrían gozar del “buen vivir”, en condiciones ambientales, sanitarias, educativas, sociales y laborales dignas, tejiendo redes territoriales, respetando la naturaleza y a los otros, consolidando otra forma de diseñar la sociedad humana.
Una Comunidad Organizada que aproveche la libertad potencial que otorga el actual desarrollo tecnológico, donde el trabajo vivo necesario (capital variable) para la producción de las riquezas sociales es cada vez más reducido. No por nada cientos de centrales sindicales a nivel mundial están luchando por jornadas laborales reducidas y semanas de trabajo de menos de 4 días.
Sin embargo, los procesos de acumulación y concentración, inherentes al desarrollo del capitalismo como sistema, sólo son posibles a costa del hambre y el sufrimiento de enormes mayorías. El capital sabe que la explotación económica es la variable principal de la dominación política. Las revolución tecnológica acelera el proceso de apropiación de riquezas por esos pocos milmillonarios, algo que el discurso “libertario” contemporáneo plantea como “digno”, “natural” e “inevitable” y, por lo tanto, imposible de modificar. Pero, la historia es siempre producto de la acción de hombres y mujeres.
Y eso habilita el desarrollo de una individualidad comunitaria, colectiva, generadora de conciencia social y promotora de crisis con la matriz de la “sed por dinero sin dinero”, generando condiciones para que esa “sed” se colectivice y rompa los lazos místicos, mágicos aprehendidos e impuestos. Observar el fondo, tiene que ver con la capacidad de romper con el sentido común.
Los cuerpos predispuestos a lo colectivo, lo comunitario, establecen una relación material con la realidad. Se conforman como sujetos, estableciendo la relación con los objetos del mundo, ya no mediada por la necesidad ajena de ser un cuerpo que produce y consume, sino por la necesidad organizada de ser un cuerpo productor de poder, para transformar las relaciones sociales de producción, develar sus fuerzas místicas, y que caiga la máscara de una vez y para siempre.
*Giménez es Licenciada en Psicología y Magister en Seguridad y Defensa de la Nación y en Seguridad Internacional y Estudios Estratégicos. Caciabue es licenciado en Ciencia Política y docente en la Universidad de Hurlingham. Ambos son Investigadores del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).
https://estrategia.la/2021/12/31/la-consolidacion-de-una-nueva-fase-del-capitalismo/