Pablo Alcántara, un joven historiador asturiano, ha publicado el libro La secreta de Franco, que nos abre las puertas a nuestro pasado más reciente. El autor ha investigado y se ha documentado en numerosos archivos de la policía y de la Administración Pública para poder relatarnos algunos episodios de la represión en los últimos años de la dictadura. Con ello logra sacar a la luz algunos de los secretos más vergonzantes de la represión franquista. Se trata de un trabajo prospectivo que abre el camino a nuevas investigaciones que resultan imprescindibles para el conocimiento de lo que supuso el régimen de Franco.
Para valorar el trabajo de Pablo Alcántara hay que tener en cuenta las dificultades que implica la investigación de ese período, sobre todo después de que el Ministro de Interior en la etapa del Presidente Adolfo Suarez, Rodolfo Martín Villa, diese la Orden con fecha 19 de diciembre de 1977 de destruir y eliminar todos los archivos que implicaban a la Dirección General de Seguridad y a la Guardia Civil en la represión por motivos políticos. Rodolfo Martin Villa, sí, el mismo investigado por la jueza María Servini; sí, el mismo al que apoyaron con sus firmas algunos pusilánimes progresistas para que no fuese procesado por la jueza Argentina.
Así nos lo cuenta su compañero de escaño en las Cortes Españolas por la UCD y el Partido Popular Oscar Alzaga en su libro de Memorias Documentadas (1960-1978) y en el que se lamenta (sic) que aquellos que menos se habían opuesto a la dictadura de Franco apareciesen después como adalides de la democracia. En el libro se califica de pirómano a Rodolfo Martin Villa por su empeño en hacer desaparecer toda esa documentación que hubiese permitido tener un conocimiento más exacto sobre aquel régimen represivo. Ardua tarea investigar en los archivos esquilmados por los responsables de los crímenes abyectos que se cometieron durante la dictadura.
Pese a que menos del uno por ciento de los documentos sobrevivió a la quema de los archivos policiales y quedaron los más intrascendentes, el autor de La secreta de Franco, Pablo Alcántara, consigue aportarnos datos sobre cómo el “patriotismo” de la policía era graciosamente recompensado con gratificaciones económicas y distinciones honorificas por su labor represiva y torturadora. Resulta curioso que esos premios y compensaciones económicas se hayan mantenido durante la democracia, por lo que supone, sin duda, el reconocimiento a esa actividad tan despreciable y perversa. Ahí queda eso para bochorno de esta democracia.
La lectura de La secreta de Franco me ha venido a recordar la biografía de Mikel Lejarza y Fernando Rueda que titulan Yo confieso. Mikel Lejarza, conocido por el apelativo de “El lobo”, cuya película en el cine interpretó el actor Eduardo Noriega, se infiltró en ETA a principios de los setenta, llegando a formar parte de su cúpula dirigente, a la cual proporcionaba pisos para alojar a sus militantes, lo que supuso la caída de numerosos comandos de dicha organización y la detección del intento de fuga de presos de la cárcel de Segovia en el verano de 1975. Posteriormente la fuga se llevaría a cabo en 1976. Además de ser un “patriota” por su labor de confidente, a “El lobo” se le recompensó espléndidamente por la policía. Según el mismo cuenta le dieron dos millones de pesetas, aunque según explica en sus memorias le habían prometido quince millones y también recibía otras trescientas mil pesetas al mes. Para el año 1975 no estaba nada mal el estipendio. Hay que reconocer que una cosa no contradice a la otra y si además de ser un “gran patriota” te haces rico, simplemente te “forras” en términos coloquiales, por serlo, mucho mejor. Sirva la ironía para ejemplificar a la derecha y ultraderecha de este país. Se compensa económicamente muy bien a los torturadores y confidentes y se desprecia a los que generosamente lucharon contra la dictadura para traer la democracia. Con estos últimos lo que hay que hacer es simplemente desacreditarlos, injuriarlos y calumniarlos para igualarlos con los otros, con sus torturadores, y ya está.
El libro de Pablo Alcántara menciona a algunos de los detenidos que pusieron denuncias en los juzgados porque las heridas en sus cuerpos mostraban el ensañamiento con el que la policía les había torturado. Como era de esperar la inmensa mayoría de las denuncias no prosperaron, aunque algunas veces se compensaron con el sobreseimiento del procedimiento en el Tribunal de Orden Público, porque así en el juicio la defensa del detenido no podía alegar esas torturas, probadas con los justificantes médicos. He de decir que he tenido una estrecha relación con algunos de estos compañeros torturados que se nombran en el libro, personas generosas, pacíficas, humildes y anónimas, todo ellos son ejemplo de dignidad, de los que está tan necesitado nuestro país. Ellos, los torturados, decidieron simplemente oponerse a la dictadura, pedir democracia, pedir libertad, ¿sabrán lo que significa eso los militantes y votantes del PP y VOX?
Gracias a estos jóvenes historiadores como Pablo Alcántara, se irá desentrañando el pasado y para ello habrá que salvaguardar los archivos de “pirómanos” pasados y futuros, facilitando el acceso a los historiadores sin limitaciones y restricciones, porque la historia nos pertenece a todos.
JOSÉ BENITO BATRES, el autor de este artículo, fue detenido la primera vez con quince años, procesado cinco veces por el Tribunal de Orden Público con dos condenas de cárcel, una de ellas por pertenecer al PCE. Cumplió un total de más de cuatro años en prisión y salió de la cárcel de Segovia a la muerte de Franco.