Que figuras como Francia Marquez y Petro hayan logrado ganar unas elecciones en Colombia es insólito y muy significativo porque siempre han estado al margen del control del Estado, de los clanes regionales y no poseen ningún sello de casta o título nobiliario que certifique su pertenencia al club de los escogidos de siempre para ocupar altos cargos de gobierno.
Nadie puede negar que despiertan el entusiasmo de millones que les confiaron su voto porque ven en ellos la posibilidad de ampliar espacios de participación politica y de cambiar la penosa situación de aguantar hambre, desempleo y marginalidad.
Pero también es cierto que el éxito de su campaña electoral se debe al apoyo que recibió, ya agotadas las opciones, de parte de un sector muy poderoso de la opinión y la política tradicional, no precisamente amantes de la democracia. Personajes que llegaron al campo político de la mano del narcoparamilitarismo, con toda su estela de violencia y autoritarismo; profesionales en el vulgar oficio de llegar a cualquier arreglo, de hacer cualquier transa y planear cualquier traición: expertos en la mecánica política que todo lo acapara, como diría Gaitán; escuderos del neoliberalismo más dogmático que, llegado el momento, quisieron lavarse las manos y cambiar su traje por el de “liberales y demócratas” para empezar a disputarse con sus antiguos colegas quién manejaba en adelante la burocracia para hacer efectivo el dogma.
Todos esos oscuros personajes, unos presentes desde el inicio de la campaña, otros llegados luego de la primera vuelta y los más recientes aterrizados en el Pacto tras la victoria, tienen su cuota de responsabilidad frente la crítica situación del país (Benedetti, Barreras, Prada, Samper, Gaviria, Santos, Rivera, de la Calle, etc. son reconocidos apellidos de la siempre vieja y tradicional derecha neoliberal). Y desde que asumió Uribe-Duque la presidencia lo que los ha inquietado, además de no definir gabinetes, componendas y presupuestos ha sido la torpeza política del subpresidente y las formas de hacer política del fanatismo del Centro Democrático.
Por una razón: La torpeza del Uribismo permitió qué el descontento popular y la conflictividad ya no pudieran desviarse sobre una figura de su clásico redil, sino que terminó por concentrarse en las figuras de Francia y Petro. El Gobierno de Uribe-Duque hizo visible la cerrada dictadura que el Gobierno de Santos (con sus Benedetti, Rivera, Samper, Barreras, etc, punteando) trató de maquillar, generando esa falsa sensación de amplitud política y concertación que a la postre siempre terminó con el incumplimiento de sus «acuerdos». Aunque muchos quieran desearlo con todas las fuerzas, es difícil poder creer que mágicamente estos viles personajes hayan tenido una conversión política y moral, así como es ingenuo creer que le llegó el fin a sus antiguos colegas militantes del Uribismo.
Se suman a la campaña ganadora para recuperar sus viejos y añorados espacios de definición política. Y no entran a la cola: la cabeza del legislativo va a ser, ni más ni menos, que el abanderado del “cambio responsable” (ya se harán muchos la idea de lo irresponsable que ha de ser para un neoliberal revertir o incluso revisar la lógica neoliberal). Arropan un programa de cambio pero para que sea con ellos -los escogidos, los profesionales de la trampa- con quienes se decida qué cambiar y cómo hacerlo. Cosa que a simple vista es antidemocrática, es triste pero aun no podemos asegurar que en nuestro dolido país exista algo parecido a la democracia, se dio un paso que aún no está bien afirmado.
Y no se trata acá de plantear un punto de vista “purista” para terminar diciendo que el Pacto Histórico, Francia y Petro en realidad son neoliberales agazapados. No, lo que se quiere es que colectivamente podamos dimensionar los palos en la rueda que van a jugar en contra de un programa que recoge las reformas mínimas que necesita la sociedad colombiana, siempre defendidas por los más diversos sectores de la izquierda, reclamadas y añoradas por miles y miles en todos los rincones del país.
Como se ve, el panorama no es para nada favorable para el nuevo Gobierno que representa para muchísimas la posibilidad de superar las condiciones que las condenaban a la violencia y a la miseria moral, social y económica. El nuevo Gobierno está ante una encrucijada crucial. cede ante el chantaje militarista y el pacto con las élites para hacer más “responsable” su Gobierno o se apoya en los y las nadies, para echar a andar un gobierno popular. Pero no es solo el Gobierno el que se encuentra en la encrucijada, quienes nos empeñamos en construir un país realmente democrático también. ¿Qué vamos a hacer? ¿Cómo vamos a actuar? ¿Cómo impedimos que frustren el anhelo popular? son preguntas interesantes y necesarias porque la posibilidad de hacer realidad un orden democrático en Colombia no es un problema que se soluciona accediendo a un cargo, es ante todo, un problema que solo se puede pensar y solucionar de manera colectiva.
Tomado de: https://telascanto.over-blog.com/2022/06/el-nuevo-gobierno-y-los-palos-en-la-rueda.html.