Nietzsche sugiere no dar crédito a ningún pensamiento que no haya nacido al aire libre. Y al aire libre la idea de monarquía no se tiene ya en pie ni un solo segundo. Se sostiene en la caldera alimentada por los dueños del dinero. La plutocracia sangra y al mismo tiempo alimenta a la monarquía, porque ésta es su garantía de continuidad de la sangría. En una República las prebendas son una infamia. Pero en la monarquía los privilegios se suponen lógicos y sobre todo merecidos… ¿Encaja todo esto en el siglo XXI?
El político vasco Anasagasti publicó en 2007 en su página personal en Internet un artículo titulado El Bribón que ponía de chúpame domine a la familia real. Aún vale la pena leerlo pues sigue siendo de actualidad.
Hay dos maneras de valorar la realidad. En este caso la realidad política e institucional: una, haciendo crítica del efecto, que en este caso es la familia real, y otra haciendo crítica de la causa, en este caso la monarquía. El político vasco eligió en su artículo la primera porque estaba harto de los puestos que le impusieron…
Yo pongo el acento en la causa…
La familia real encarna la monarquía. Y la monarquía es un elemento decorativo introducido en la Constitución española por unos muñidores de voluntad en un momento en que el pueblo estaba dormido y sobre todo temeroso. La amenaza del ejército sobre el que se rumoreaba a lo largo y ancho de la Piel de toro entonces una seria posibilidad de golpe de estado militar, vició la voluntad del pueblo español. Una estratagema que jamás perdonaremos millones de personas. Esa es la perversión de los padres de la Constitución a los que nada hay que agradecer. Todo lo contrario. Brindaron un texto amañado, sabiendo de antemano que, escaldado de cuarenta años de dictadura, y recorriendo su subconsciente la amenaza apuntada, el pueblo firmaría el pacto social que es una Constitución. Firmaría cualquier cosa, cualquier texto, como firmamos el contrato de la luz aunque sea un abuso, porque no podemos prescindir de la luz. Pero aquel era un pueblo menor de edad, no una ciudadanía con la cabeza en su sitio…
Bien. Fue el mal menor, no había otra alternativa para dotar de estabilidad al país. Pero ahora el pueblo es mayor de edad. Ha transcurrido casi medio siglo. ¿No ha llegado acaso el momento de revisar el asunto? ¿No ha madurado ya lo bastante el pueblo para decidir libre, lúcidamente, no sobrecogido por el miedo que le paralizó en 1978, qué forma de Estado desea, si monarquía o república?
No hay razón, que no sea la consabida conjunción de intereses ciclópeos burladores de la voluntad popular, para mantener a estas alturas de la historia una institución trasnochada y caduca tan cercana a lo que fundamenta a la Iglesia Vaticana. Sobre todo después de una experiencia nefasta con el monarca con el que arrancó la patraña. Ambas, monarquía e Iglesia, son la base de una sociedad piramidal en cuyo vértice está en un caso el rey y en el otro el papa. Dos referentes para muchos individuos. Uno de ellos causa de la causa en España de muchas frustraciones y sobre todo de un saqueo de las arcas públicas por parte de los valedores de la monarquía que ha extenuado a este país.
¿Qué sentido tiene a estas alturas semejante estado de cosas? ¿Qué justifica un rey postizo, una familia de sanguijuelas, en una sociedad tan variopinta como la española donde, si no es por la fuerza de las armas -entonces- y de los intereses –hoy y entonces-, no hay ni dios que desee mantener a una pandilla de vagos e impresentables, como los llamaba el agudo Anasagasti? Esta es la pregunta que la Casa Real, el Parlamento y la ciudadanía deben hacerse cuanto antes para ir proyectando un referéndum, o para el restablecimiento directo de la República que el pueblo en su conjunto a todas luces pide a gritos aunque no se escuchen por un puñado de sordinas y mordazas. Pues lo único que le falta al pueblo es lanzarse a la calle y si no, al monte, cuando pase este otro verano tórrido…
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.