«Hemos visto que la creciente acumulación del capital entraña también una concentración creciente de él. Crece así la potencia del capital, la sustantivación de las condiciones sociales de producción personificada en el capitalista frente a los productores reales. El capital se revela cada vez más como un poder social cuyo funcionario es el capitalista y que no guarda ya la menor posible relación con lo que el trabajo de un individuo puede crear, sino como un poder social enajenado, sustantivado, que se enfrenta con la sociedad como una cosa y como el poder del capitalista adquirido por medio de esta cosa. La contradicción entre el poder social general en que el capital se convierte y el poder privado del capitalista individual sobre estas condiciones sociales de producción se desarrolla de un modo cada vez más clamoroso y entraña, al mismo tiempo, la supresión de este régimen, ya que lleva consigo la formación de las condiciones de producción necesarias para llegar a otras condiciones de producción colectivas, sociales. Este proceso obedece al desarrollo de las fuerzas productivas bajo el régimen de producción capitalista y al modo como este desarrollo se opera» (El capital, T III, Cap XV, Marx).
Esta tendencia histórica a la concentración de capital, señalada por Marx, ha sido constatada una y otra vez en la historia reciente del capitalismo. Por ejemplo, en el clásico folleto de Lenin sobre el imperialismo, muestra cómo los trust dominaban mercados y regiones enteras del mundo mediante la sola adquisición de unas cuantas acciones en terceras empresas. La misma forma de funcionar se constata con el dominio que ejercen sólo diez grupos de inversión, los que avasallan el mercado mundial y condicionan los gobiernos al controlar 44 billones de dólares en activos. Sobre esa base han creado una red de tentáculos que les permite dominar, bajo la amenaza de desinversión, a las empresas y economía nacionales [ver anexo].
Esta estructura polarizada de los medios de producción es la que se replica en Colombia. Así por ejemplo, en un universo de 7,2 millones de “empresas” sólo 72 mil –es decir el 1%- tiene más de once trabajadores (Misión de empleo), de modo que la gran mayoría son unidades de trabajo informal. De esas setenta y dos mil, apenas mil explican el 77% del PIB, aunque el mayor peso recae en sólo trescientas. Es por eso que el total de ganancias se concentra hasta en un 52% en las primeras cincuenta empresas[1]. Y lo mismo sucede con la propiedad de la tierra, que se concentra hasta en un 73% en sólo un 0,25% de las explotaciones, mientras el 81% de las Unidades de Producción Agropecuaria (UPAs) –con menos de cinco hectáreas- sólo accede al 3,64% de la tierra (Censo Agropecuario de 2014). Estas condiciones ayudan a explicar por qué de la riqueza creada, el 45% va a manos de sólo un 1% de la población (contando 91 mil millonarios), mientras en el otro extremo, el 90% de la población sólo accede al 12,4% del total, según Oxfam.
Ahora bien, tal tendencia a la concentración del capital –y de las tierras y sus bondades- es entendida por Marx como condición necesaria para el salto al socialismo. Según su comprensión, el capitalismo desarrolla de manera incesante los medios productivos y mediante su concentración se socializa la producción –la que ya es mundial-, pero no sucede lo mismo con los beneficios. De aquí que, esta contradicción se manifieste en crisis permanentes, las que no superan las causas -las contradicciones constitutivas de la relación capitalista – sino sólo desplazan las consecuencias. Por eso las crisis vuelven a reventar en formas más amplias y agudas. De esta manera, al interior del mismo capitalismo se preparan las condiciones para el cambio de época histórica.
Entonces, si bien la concentración polarizada del capital significa una violencia permanente contra los proletarios, campesinos y demás clases sometidas, a su vez crean un potencial para que este oprobioso sistema sea superado. Por tanto, la concentración tiene esta doble cara y es, a partir de las condiciones reales generadas y heredadas, que se deben desarrollar las fuerzas proletarias y campesinas por la transformación estructural de la sociedad. En este sentido, los avances y condiciones tecnológicas, asociadas a la gran industria, son una oportunidad y un condicionante de lo que pueda ser la sociedad futura.
Esta mirada de Marx es expresada en forma crítica en el Manifiesto Comunista, cuando señala que, entre las fuerzas políticas organizadas por el socialismo existen aquellas que pretenden retroceder en dirección a formas que ya han sido destruidas, o que de sobrevivir ya no explican, o no son las más importantes para la reproducción de la sociedad actual.
Así, en la sección del “Socialismo pequeño burgués”, Marx plantea que en el desarrollo del capitalismo aparece una franja de pequeños burgueses (propietarios de tierras y otros medios de producción que explotan trabajadores en pequeña escala), que oscilan entre el proletariado y la burguesía. Esa franja de la sociedad continuamente se ve enfrentada a caer en la proletarización, a causa del avance tecnológico y por la fuerza del mercado. Siendo ésta, otra de las tendencias verificadas por los datos sobre la propiedad de la tierra y la propiedad en Colombia, como lo acabamos de reseñar.
El permanente riesgo de caer en la proletarización hace que esa masa de población de pequeños propietarios sea crítica contra las relaciones capitalistas, como se puede constatar en las ciudades y el campo. Más, sin embargo, su pretensión es “restablecerlos antiguos medios de producción y de cambio, y con elloslas antiguas relaciones de propiedad y toda la sociedad antigua(razón por la cual) este socialismo es a la vezreaccionario y utópico”. Es decir, estos sectores políticamente miran hacia atrás en la historia, y quieren reestablecer un supuesto mundo idílico e inexistente en el cual los pequeños propietarios –entre ellos los campesinos- habrían sido en algún momento la base de la producción de la sociedad.
Este escenario idílico no se reportó ni en Europa, ni tampoco en América Latina, incluida Colombia. Con la invasión, la propiedad de la tierra fue concentrada en manos de la Corona española y sus funcionarios, y luego, tras la guerra de independencia, fue a parar a manos de los grandes hacendados. De ese modo, sólo se dejó una pequeña porción a los campesinos pobres (aparceros, medieros, terragueros, colonos, campesinos), clase social que lleva más de dos siglos bregando por acceder a la tierra. El resultado ha sido más bien contrario, porque desde fines de siglo XX se intensificó la concentración de la propiedad de la tierra. Pero, esa lucha no sólo ha sido por la tierra, también ha sido por acceder a otros medios de producción –y condiciones de vida-. Ese aspecto cobra mayor relevancia a medida que en la producción agropecuaria actual tiene mayor peso la mano de obra proletaria y los demás medios productivos (capital), haciendo que la mera combinación de mano de obra y tierra resultan totalmente insuficientes para sostener los niveles de productividad y de vida.
La tendencia de querer volver atrás, hacia ese mundo inexistente, se ha acentuado mediante la propagación de ciertas corrientes ecologistas –agroecológicas o pachamamistas- que aprovechan la llamada crisis climática para en forma romántica sobrevalorar las condiciones del proceso de producción artesanal que aún pervive entre algunos de los actuales campesinos.
Bajo esas miradas, se desconocen las condiciones reales mediante las cuales se desenvuelve la producción del campesinado en el capitalismo. En primer lugar, ya se ha centrado en algún producto y está orientada hacia el intercambio mercantil y a la búsqueda de ganancia, por estar estructuralmente anclada al mercado como medio de consecución de su canasta total de bienes. En segundo lugar, por ser un proceso productivo de tipo artesanal con división simple del trabajo y caracterizado por: poca tierra, de baja calidad y mal ubicada, falta de medios de trabajo, exigua cooperación y alto individualismo, baja productividad por hectárea, bajo poder de intervención en las redes comerciales y los precios finales de mercado y altos costos en agroinsumos -causados por una tecnología abiertamente dominada por el capitalismo mediante los agro-tóxicos- y como consecuencia, precariedad y alta pobreza.
Pero, las posturas mal llamadas ecologistas o pachamamistas, a la vez que desconocen estas difíciles condiciones, también inflan y glorifican algunas técnicas de producción limpia, las que más bien son una gota de agua dulce en el mar de los agroquímicos. A ello suman la exaltación del mundo de la vida campesina y su amor por la naturaleza, perspectiva que en el fondo sólo impulsa una política para una mediana burguesía, pero de factura verde.
Al respecto, parte de las grandes discusiones políticas por transformar la producción agropecuaria ya han tocado estos temas. Discusión que fue abordada con especial énfasis en los países que intentaron avanzar al socialismo, y que ahora es utilizada para argumentar, en forma fraudulenta, que las reformas agrarias fracasaron y el campesinado continuó sobreviviendo. Cuando tal aseveración se hace, pasa por alto varios elementos que, en forma muy resumida, deben ser considerados con cuidado:
a) Que en la mayoría de esos países –en especial Rusia y China- se trataba de sociedades en las que el capitalismo apenas empezaba a despuntar, por tanto, la clase campesina representaba más del 80% de la población. Por eso la sociedad podía depender de su trabajo, a pesar de que su producción se dirigiera al autoconsumo.
b) Que las reformas agrarias realmente permitieron el acceso a la tierra de la mayoría de esa población y así se posibilitaron importantes avances sociales y productivos, respecto de la condición de partida.
c) Que esos avances –sociales y productivos- siempre estuvieron condicionados por los progresos de la industrialización, de modo que los resultados fueron tortuosos por el atraso tecnológico –sumado el cerco- del que partían esas experiencias.
d) Para comprender las importantes lecciones que de ellas se pudiese extraer, es necesario considerar la misma experiencia en su conjunto, sin reducirlas a las dificultades de la reforma agraria. En general, en esas experiencias no se logró superar las relaciones capitalistas de Estado (reproducción de la relación salarial, del mercado, el dinero), y esto impidió generalizar las condiciones de cooperación social consciente. Por eso mismo, cuando se ha producido su reversión, se impuso con facilidad el retorno de la propiedad privada y el mercado.
e) Una de las cosas por resaltar es que, en el propósito de avanzar a sociedades con altos grados de cooperación social es necesario considerar las contradicciones reales y los posibles ritmos de cambio histórico. Es así que en algunas de ellas se quiso imponer de manera forzada las condiciones de cooperación social, violentándose la voluntad de política de la clase campesina. Y, como se trataba de sociedades con base agropecuaria, esas dificultades se convirtieron en otro de los elementos que frenaba el avance.
f) También se puede resaltar que Lenin fue prudente en el manejo de las contradicciones con los campesinos y llamó a privilegiar los procesos que demostraran porque la cooperación en escala ampliada se podía traducir en mayores rendimientos productivos, resultado que apoyaba el avance de la industria, y demostraba cómo esta, a su vez, revertía los avances en mayores medios productivos para el campo, y con ello en mejores condiciones de vida para toda la sociedad, incluido los campesinos.
En síntesis, se puede comprender que, en las actuales sociedades, la producción agropecuaria descansa mayoritariamente sobre formas de producción capitalista e industrializada, realizada a partir de la alta concentración de la tierra. Por eso, la mayor fracción de mano de obra del sector agropecuario en Colombia proviene de los proletarios que representan el 54% frente a un 36% de campesinos[2], donde los últimos continúan siendo una fracción importante de la sociedad, pero ya no determinante como en las experiencias del siglo pasado. De aquí que sea importante considerar una política de transformación dirigida a mejorar las condiciones productivas y de vida de la clase campesina, máxime teniendo en cuenta la violencia que la burguesía ha descargado sobre ella, pero direccionada a animarla para que conscientemente mejoren las formas y procesos de cooperación social. Esta política debe hacer énfasis en el acceso colectivo a parte de la tierra, a las nuevas tecnologías -en particular a aquellas que se adapten mejor a los terrenos y escalas productivas, de forma que aminoren las afecciones sobre la naturaleza. Es decir, es necesario impulsar formas organizativas que tengan como propósito central elevar la cooperación social a fin de transformas las relaciones sociales individualista de tipo capitalista.
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ANEXO: Notas sobre la concentración de Capital en el mundo[3]
En “El capital” Marx identifica que las contradicciones propias del capital generan una tendencia hacia la creciente concentración del capital, que permite la socialización del proceso de producción, condición necesaria para saltar al socialismo.[4] Esta tendencia fue ya verificada por Lenin en su folleto sobre la fase imperialista del capitalismo, y actualmente se patentiza en el poder de unas cuantas corporaciones con valores bursátiles astronómicos que superan el PIB anual de muchos países del mundo. Entre ellas se puede resaltar[5]: Microsoft (686.898), Apple (654.972), Amazon (642.614), Alphabet -subsidiaria de Google- (632.840), Berkshire –dueña de varios grupos empresariales-(439.775), Tencent –empresa china de servicios de internet- (334.043), Facebook (330.118), Alibaba (310.897), Johnson & Johnson (302.846), JP-Morgan Chase (284.048), Visa (254.470), Exxon Mobile (316.757), Walmart (236.797), Banco ICBC –de China (234.384), o Pzifer (220.778).
Sin embargo, el grado real de la concentración del capital se reduce a diez fondos que dominan el panorama mundial de la inversión, medio por el cual condicionan y direccionan la sociedad mundial. En su conjunto manejan cerca de 44 billones de euros, de los cuales BlackRock y Vanguard AM cubren cerca del 44% del total, con recursos entrecruzados. Es decir, manejan 1,7 veces el PIB de los EEUU, o un poco más del 200% del total de la inversión anual en el mundo.
En forma reciente, varios artículos resaltan el poder de BlackRock porque posee un alto porcentaje de las acciones correspondientes a las quinientas mayores empresas de los EEUU. Entre ellas se cuentan Apple, Facebook, Microsoft, Twitter, Amazon, JP Morgan Chase, Exxon–Mobil, Coca Cola, PepsiCo, Ferrari, Bank of America, Pfizer, McDonald´s. Su poder también se concentra en el sector de la comunicación con 18% de las acciones de Fox, el 16% de CBS, el 13% de Comcast y 12% de Disney. Extendiendo sus brazos a los grupos Atresmedia y Grupo Prisa –de “España”-, y por esa vía, sobre Caracol Radio de Colombia.
Algunos artículos llegan al punto de afirmar que sólo BlackRock llega a controlar “aproximadamente el 10% de la economía mundial”. Tal poder lo alcanza mediante la estrategia, señalada por Lenin, de controlar una pequeña porción de acciones en las empresas clave de un segmento. Ahora, lo que se puede resaltar es que los fondos de inversión comparten posiciones en las grandes corporaciones, tal como lo reseña la tabla No 2, lo que en el fondo da pie para pensar que se modifica el cómo se sucede la competencia que libran las grandes empresas.
Como podía ser esperable, estos fondos mantienen una importante cuota de participación en los sectores de las armas y energético, basamentos del poder geopolítico mundial. Como lo muestra la tabla No 3, BlacRock tienen una importante cuota de participación en la Martin Corp, llega al 15%, siendo ésta una de las empresas que más se beneficia de la actual guerra sobre Ucrania, como de la nueva carrera armamentista del capitalismo mundial, impulsada por todas las grandes potencias. Contando también con cuotas en la EOG, la Conoco-Phlips, y la Canadiense Natural Resources (Tabla No 5), sector que es el segundo gran beneficiario de la guerra antes mencionada.
Esta estructuración del capital se traduce en un poder suave aplicado mediante la amenaza permanente, puesto que los demás inversionistas tienden a replicar, o tienen muy en cuenta, los movimientos de los grandes pulpos. Por tanto, si un gran fondo anuncia preocupaciones sobre las políticas de una empresa –o de un país-, esto resulta suficiente para que los directivos de la empresa en cuestión tengan que tomar los correctivos tendientes a garantizar una mayor rentabilidad bursátil, y de no hacerlo, se exponen a una salida brusca de capital y, por tanto, a una desvalorización bursátil que los podría enviar a la quiebra. Sin embargo, esta gestión del poder del capital sólo se deja ver, y se complementa, mediante el dominio y procesamiento de la información financiera que producen las calificadoras de riesgo, las que para nada son neutrales, y menos objetivas.
El entrecruzamiento de las inversiones y la manera como se comporta el mercado se puede entender en la relación entre Pepsi Co Y Coca–Cola. Las dos empresas dominan una serie de empresas y marcas del sector de alimentos y bebidas como son Nestlé, General Mills, Kellogg’s, Unilever, Mars, Kraft Heinz, Mondelez, Danone y Associated British Foods. Sin embargo, BlackRock y Vanguard comparten acciones en ellas y, por ejemplo, explican hasta una tercera parte de las acciones de Pepsi Co, sucediendo algo similar en Coca-Cola.
El corrupto vínculo entre el poder político y el gran capital, también señalado por Lenin en su momento, no podía estar ausente. Es así que los directivos de BlackRock -Robert Kapito y Larry Fink- son judíos sionistas, fracción social señalada, en muchos ensayos, de ser uno de los grandes poderes en los EEUU. Sin embargo, lo sobresaliente es que altos directivos de ese grupo han sido o son asesores directos de los gobiernos de los EEUU. Por ejemplo, Biden le confió a este grupo el manejo de la pandemia y el direccionamiento de las inversiones que pretenden reindustrializar a ese país, y para ello nombró a Brian Deese -un alto ejecutivo de BlackRock– como director del Consejo Económico Nacional.
A través de ese entramado, el poder del capital se traduce en un poder político ejercido para el 1% de los dueños de la riqueza del mundo –como lo viene señalando Oxfam hace unos años-, puesto que en citados fondos se concentra el capital de las familias más ricas del planeta como puede ser los Rothschild, DuPont, los Rockefeller, Bush y los Morgan.
Y, esa fuerza de dominio se extiende por la mayoría de Bolsas de inversión en el mundo, y para el caso del Estado español ha sido colocado de presente, mediante varios artículos de prensa, al revelarse la participación de BlackRock en las más importantes empresas que cotizan en la bolsa española –IBEX, mediante participaciones que van del 5% al 7% en las empresas insigne de ese país, como son: Banco Santander, BBVA,Telefónica, Iberdrola, Inditex, CaixaBank, Bankia o Banco Sabadell.
BlackRock también tiene presencia directa en Colombia a través del fondo de inversiones Icolcap, y su propia página oficial señala que participan en veinticinco “de las principales empresas colombianas, pertenecientes a distintos sectores de la actividad económica: Servicios Financieros, Commodities, Energía, Consumo, Servicios Públicos, Comunicación y Materiales”, contando con participaciones en empresas como: Ecopetrol, Bancolombia, ISA, Nutresa, Grupo Argos, o Grupo Sura.
Referencias
[1] Esa distribución sigue así: 4,1% para el grupo de 50 a 100; 31% para el grupo entre 100 a la 500 –seguramente de medianas empresas; y sólo un 12,4% de las ganancias van a las quinientas que va de las 500 a la 1000 (información de la Supersociedades 2021).
[2] Ver: “Limitantes del desarrollo capitalista en el sector agropecuario”, cuadro No 8. Praxis.
[3] El presente escrito corresponde a una lectura interpretativa de varios artículos de prensa que tratan el tema de las grandes corporaciones y lo fondos de inversión, y los que no aparecen citados debidamente.
[4] Marx, El capital, T III, Cap XV. Ver artículo “Sobre la acumulación de capital y la transformación del sector agropecuario”
[5] Cifras de 2018, en millones de Euros.
Edgar Fernández. Centro de Pensamiento y Teoría Praxis.
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