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Joseph Fouché, una mezcla de Mamo Contreras y Enrique Correa

Fuentes: Rebelión

Una vez más, todo parecido con sucesos acaecidos mucho más tarde en la larga y angosta faja de tierra que llamamos Chile, no es pura coincidencia.

Que Fouché me lo perdone.

En su inenarrable alcahuetería, en su desmedidísima ambición, en su descaro de conspirador tout-azimuts, en su personalidad de traidor nato, en su crueldad de nazi antes de la hora, en su total ausencia de moral, de ética y de honor… fue grande.

Grande como podía serlo quien se dio el lujo de traicionar a la Revolución Francesa, a la Convención, a los Acuerdos de Campo-Formio, al Directorio, al Consulado, a Napoleón, a la madre que lo parió… y pasar piola.

Fouché no necesitaba brújulas: su norte -se girase hacia donde se girase- siempre fueron sus propios intereses. En pos de ellos fue un intrigante, un esbirro servil que -sin dejar de hacer reverencias y salamalecs- nunca olvidó tener un puñal en la mano, mentirle a tododiós y pretender siempre ser el detentor de la verdad absoluta y el único defensor de la Revolución.

Asimilarle a Contreras-Correa, que no fueron más allá de ser unos weones picantes, no tiene otro objetivo que el de evitar reproducir aquí la larga lista de sus hermanos de leche en dictadura/concertación, y ofrecer una rápida y pálida idea de quién fue Joseph Fouché. Si los nombres no te convienen, puedes intercambiarlos por la dupla Labbé-Insulza, o aun otros.

El tipo distaba mucho de ser un idiota: consciente de la huella que dejarían sus latrocinios en la Historia de Francia y de Europa, preparó su defensa antes de palmarla. Ella, su defensa, tomó la forma de un libro: Memorias completas y auténticas de Joseph Fouché, Duque de Otranto, Ministro de la Policía General.

En Lorrez-le-Bocage, pueblito cercano a la aldea en que vivo, tuve la suerte de encontrar un ejemplar compilado de acuerdo a la edición original -que data del año 1824- durante un chamarileo popular: mercadillo de un día en el que los vecinos se deshacen de todo tipo de vestimentas, libros, revistas, discos, muebles, utensilios de cocina, juguetes, herramientas y un cuantuay de variados objetos inverosímiles, a no menos inverosímiles precios.

Es el propio Fouché quien nos informa de sus intrigas, de sus traiciones, de sus ambiciones, de sus métodos. Aplastada la Revolución, asesinado Marat, ejecutados Saint-Just, Robespierre y sus amigos, Fouché quería hacerse rico. Estamos en el Directorio, régimen político de 1795 a 1799…

“En el intervalo, una ocasión se presentó de pensar en hacerme independiente en materia de fortuna. Yo le había sacrificado a la Revolución mi situación y mi existencia (!), y en virtud de las prevenciones más injustas, la carrera de los empleos (cargos de gobierno) me estaba vedada. Mis amigos me impulsaron a seguir el ejemplo de varios de mis ex colegas que, encontrándose en el mismo caso que yo, obtenían, gracias a la protección de los Directores, intereses en los suministros. Una empresa se presentó, me asocié a ella, y obtuve, por intermedio de Barras (uno de los Directores), una parte de los suministros. Así comencé mi fortuna…” (op. cit).

Los “suministros” es una metáfora por pertrechos militares, -víveres, avituallamientos, armas, municiones…-, que constituyeron durante décadas una fuente de negociados oscuros y fortunas repentinas y desmesuradas. Fouché justifica tal recompensa:

“Mis advertencias al Director Barras (hoy diríamos “asesorías”…), mis puntos de vista, mis conversaciones proféticas, habían contribuido no poco a darle al triunvirato directoral la conciencia y el estímulo que a menudo reclamaban sus tanteos y sus incertidumbres. ¿Acaso no era natural que un desenlace tan favorable a los intereses de la Revolución favoreciese a los hombres que la habían fundado y sostenido con sus luces y su energía?” (op. cit).

Si no sabías porqué algunos advenedizos participan en las revoluciones -o contrarrevoluciones- ahora lo sabes: lo que los mueve es la ambición. Pero esto no fue sino el comienzo. Ya puesto a confesarse, Fouché no se detiene en tan buen camino.

“…por nuestra energía y la fuerza de las cosas, éramos los amos del Estado y de todas las ramas del poder. Se trataba sólo de una entera toma de posesión en la escala de las capacidades. Cuando se tiene el poder, toda la sagacidad consiste en mantener el régimen conservador. Toda otra teoría al término de una revolución no es sino estupidez o impudente hipocresía; esta doctrina se encuentra en el fondo mismo del corazón de quienes no osan confesarlo. Yo enuncié, como un hombre capaz, estas verdades triviales miradas hasta entonces como un secreto de Estado. Se comprendieron mis razones; solo la aplicación avergonzaba. La intriga ayudó mucho; el saludable movimiento hizo el resto.

Pronto, un dulce rocío de secretariados generales, ministerios, comisariados, legaciones, embajadas, agencias secretas, comandos de divisiones, llegó como el maná celeste a refrescar la elite de mis ex colegas, ya en lo civil, ya en lo militar”.

Todo parecido con el nefasto periodo de la Concertación/Nueva Mayoría/Chile Vamos/Apruebo Dignidad… no es pura coincidencia. Para comprenderlo es preciso conservar in mente las palabras de Fouché: Cuando se tiene el poder, toda la sagacidad consiste en mantener el régimen conservador.

Más de algún intrépido lector me opondrá un argumento que conocemos bajo la forma de un aforismo popular: “Una golondrina no hace verano”. ¿Cómo es posible que un malandrín, uno, determinase el curso de los acontecimientos?

Fouché no era sino la cúspide de un grupo de aventureros determinados a saquear el Estado, sacrificando cuanto fuese necesario al pueblo francés. Por lo demás, no estaba solo. Además de los hermanos de Napoleón, Joseph y Julien, para no hablar de Josephine, estaba Talleyrand, ¿te dice algo el nombre de Talleyrand?

No pocos historiadores le han consagrado minuciosas investigaciones. El propio Talleyrand buscó pasar a la Historia, cuando escribió

«Quiero que durante siglos se continue a debatir sobre lo que fui, sobre lo que pensé, sobre lo que quise”.

El gran historiador Emmanuel de Waresquiel, en su biografía “Talleyrand, el príncipe inmóvil” comenta:

“Si se leen las injurias, los mordaces juicios y los contrasentidos que cometieron sobre él casi todos los historiadores, ¡el Diablo Cojo fue escuchado más allá de sus esperanzas!”

A los veintidós años Talleyrand era agente general del clero en Francia; a los treinta, obispo de Autun (sitio que visitó solo una vez). Muy ligado a Mirabeau tanto por complicidad de intrigas financieras como por convergencia política, diputado a los Estados Generales, jugó un papel decisivo en la nacionalización de los bienes del clero, en el establecimiento de la constitución civil del clero y consagró los primeros obispos constitucionales: a las traiciones de Fouché, Talleyrand le agregó la traición a la Iglesia…

Después del fin de la Constituyente dimitió de su obispado sin hacer ruido, volvió a la vida civil y se hizo enviar en misión diplomática a Londres. Comprometido por el descubrimiento de los papeles secretos de Louis XVI (Talleyrand jugaba a dos bandas…), recibió orden de arresto emanada de la Convención.

Talleyrand se fugó a Estados Unidos para no regresar a Francia sino en 1796. Gracias a sus lazos con Germaine de Staël, fue nombrado por Barras ministro de Relaciones Exteriores en julio de 1797.

Cuando Benjamin Constant lo informó de su designación, exclamó, extasiado:

“¡Ya estamos, ya estamos! ¡Tengo que hacerme de una inmensa fortuna, de una fortuna inmensa!” (op. cit).

Talleyrand cumplió su palabra y enriquecerse resumió casi toda su política durante un par de años, tan ostensiblemente que tuvo que dimitir en julio de 1799. En el otoño del mismo año (otoño septentrional) se las arregló para ayudar a Napoleón y contribuir a su golpe de Estado.

El 18 Brumario lo llevó nuevamente al ministerio de Relaciones Exteriores: su inmensa fortuna solo comenzaba. No te sorprenderá que también haya traicionado a Napoleón, quien, exasperado, le dijo alguna vez:

“¡Ud no es sino un montón de mierda en una media de seda!”

Un montón de mierda que estuvo en el poder durante… ¡cincuenta años!

Fouché y Talleyrand, probablemente los más encumbrados hombres de Estado de Napoleón, nunca fueron cómplices ni amigos: solo se temían el uno al otro, lo que les hizo mantener los signos aparentes del respeto mutuo.

Fouché se encargaba de la paz interna:

“Todo gobierno necesita como primera garantía de su seguridad, de una policía vigilante, cuyos jefes sean firmes y avizores. (…) La tarea es tanto más difícil cuanto que nada transpira hacia afuera: es en la oscuridad y en el misterio que hay que ir a descubrir las huellas que solo se hacen aparentes a miradas investigadoras y penetrantes.” (op. cit).

Los métodos de Fouché, que consistieron en eliminar toda oposición separando a los agitadores en dos categorías, los comprables, y aquellos de salud frágil destinados a morir antes de tiempo, despejaron el camino.

Talleyrand se encargaba de las intrigas diplomáticas, de las alianzas y de las conspiraciones internacionales. Fue él quien convenció a Napoleón de invadir España… sabiendo que sería el principio del fin. Del fin de Napoleón, evidentemente.

Una vez más, todo parecido con sucesos acaecidos mucho más tarde en la larga y angosta faja de tierra que llamamos Chile, no es pura coincidencia.

Los buitres nunca andan solos. A sus prácticas carroñeras se une el hábito -para combatir el calor- de adherir a sus patas una sustancia producto de la mezcla de sus heces y de su orina que les ayuda a moderar su temperatura corporal, dado que carecen de glándulas sudoríparas. Se ha descubierto que esta sustancia es más eficaz que el sudor para el mismo propósito. Además, en la orina de los buitres hay amoníaco, el cual les sirve para exterminar a casi todas las bacterias con las que inevitablemente establecen contacto mientras se alimentan.

Deshacerse de los buitres no es fácil…