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En memoria de Pedro Baigorri y Tomás Arévalo

Fuentes: Rebelión

“Nuestro mayor consuelo durante todos estos años es que Pedro Baigorri no vivió ni murió solo, sino que contó con personas que le cuidaron y dieron afecto”.

Exactamente un día antes de cumplirse 51 años de sus muertes y posterior desaparición forzada de sus cuerpos a manos del ejército, se construyó un Lugar de Memoria en las estribaciones de la Serranía del Perijá en el Caribe colombiano, para rememorar y honrar las trayectorias vitales del internacionalista vasco Pedro Baigorri (1939-1972), el reconocido líder agrario Tomás Arévalo (1941-1972) y el ¿medico? Remberto Artunduaga (?-1972), quienes ahora cuentan con un espacio que se yergue contra la desmemoria y la estigmatización que intentó sepultarlos durante más de medio siglo. En el contexto del emotivo y conmovedor encuentro entre las familias Baigorri y Arévalo, fue leído el siguiente texto al momento de instalarse una hilarri o estela discoidal fúnebre vasca.

El 6 de octubre de 1972, en una emboscada innecesaria, se acabó con la existencia de Tomas Antonio Arévalo Velásquez, Remberto Artunduaga y Pedro Mari Baigorri Apezteguía. Un grupo de militares, abrumadoramente superior en número y armamento, decidió segar sus vidas y tirar sus cuerpos.

Hay quien entiende la vida como un “todo”, el cual se alimenta por las conexiones con otras personas, especialmente por las personas queridas. En esta manera de entender la vida, cuando muere un ser cercano, se da un proceso en el cual se va apagando parte de la propia vida hasta que desaparece toda presencia de nuestro ser querido con nuestro entorno.

Este proceso no es del todo cierto, dado que, aunque ese ser querido no está presente en nuestra vida, la naturaleza, nuestra naturaleza, no sabe hacer desaparecer estas conexiones con los seres queridos muertos dentro de uno mismo. En realidad, algo sobrevive y sobrevive en forma de recuerdo. Pero si la persona querida nos deja de una manera abrupta, violenta e injusta, ese recuerdo se convierte en una herida, una herida más dolorosa, si cabe, dado que además se trata de una herida que no tiene carne para cicatrizar. A partir de aquí, se deberá vivir, arrastrando una herida.

Para asumir estas pérdidas los humanos, buscamos la manera de cicatrizar y por este motivo creamos una terapia, una terapia solo para los vivos, solo para los que han muerto parcialmente, y ésta consiste en cerrar un círculo de la muerte. Estos ritos buscan o intentan cicatrizar la parte perdida para seguir el proceso hasta que llegue la siguiente perdida. Así, aunque las cicatrices siempre duelen y te recuerdan porqué están ahí, estas cicatrices son más compasivas que las heridas abiertas.

En octubre de 1972 se desató la brusca muerte, abrupta y violenta. Esta muerte generó dentro de personas unidas con lazos de cariño con Tomas, Remberto y Pedro una herida, abierta e imposible de cicatrizar.

Desde aquella fecha, los familiares de Remberto, Tomás y Pedro, no pudimos hacer este círculo de la muerte. Esto se debe a que los que los mataron, después los calumniaron y por último decidieron hacer un castigo más, pero este, ya no a las personas a que les habían quitado todo, sino a sus seres queridos. Por ello, por maldad, vergüenza o las

dos, escondieron los cuerpos muertos a sus familiares. Esto ha hecho que por ejemplo, Pablo Baigorri y Josefina Apezteguía, padres de Pedro, murieran teniendo siempre en la cabeza que su hijo, o sus restos, están tirados en el suelo. Este castigo también ha hecho que la herida se herede de padres a hijos al recibir una historia incompleta, sombría y llena de heridas abiertas.

Hoy, 51 años después, gracias al trabajo del Colectivo Ceiba de la Memoria, a la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas —UBPD, al libro de Marco Tobón, “Baigorri, un vasco en la guerrilla colombiana” y a periodistas como Unai Aranzadi, los testimonios y recuerdos de las personas que convivieron con Pedro y Tomas, estamos acercándonos a la parte de Pedro que él mismo, para no causarnos dolor, nos ocultó de su vida. Por lo que queremos agradeceros de corazón vuestro cariño, trabajo y acompañamiento.

Nosotros sobrinos de Pedro, nos hace especial ilusión compartir estos momentos con la familia Arévalo. La cual cuidó, cobijó y dio cariño a nuestro tío en estas tierras. Familia que incluso ha dado acceso a una cosa tan íntima como es el espacio de descanso de sus seres queridos. También nos une el dolor de perder ese día a un familiar. Nuestra madre Mariángeles y nuestro tío Pablo, hermanos de Pedro, nos han pedido que os traslademos todo su cariño, ya que el mayor consuelo que han tenido estos años es que Pedro no vivió y murió solo, sino que contó con personas que le cuidaron y dieron afecto. Tanto Mariángeles como Pablo, por motivos de edad y salud no han podido estar hoy con nosotros y quieren que os traslademos su eterna gratitud. Queremos agradecerte Olides, el cariño que tanto tu hermana Nuris, que en paz descanse, como tú nos habéis regalado para darnos paz.

Como pequeño símbolo hemos traído hasta el cementerio de la Santísima Trinidad de Curumaní, en cuyas inmediaciones fueron enterrados en una fosa común, una estela funeraria con detalles de nuestra tierra, con este gesto buscamos homenajear sus restos y dejar visible como se han unido nuestros corazones. Estos dos símbolos representan el sol como ser protector y cuidador.

A partir de estos días nuestras vidas no serán iguales, dado que hemos aprendido muchas cosas, hemos conocido una Colombia que no nos habla de muerte, en la cual nos hemos sentido cuidados, entendidos, arropados y hemos visto el empuje de movimientos altruistas como Ceiba de la Memoria o el trabajo de la UBPD que nos ha acercado a nuestro querido Pedro. Hemos conocido más de su vida y hemos conciliado nuestro cariño y percepción de hermano y tío con lo acontecido en su vida entregada a la utopía y a la búsqueda de la justicia. De alguna forma hemos creado nuestro rito de la muerte y sabemos que llevamos las certezas que van a dar mucha paz a nuestra familia. No le olvidaremos nunca, siempre estará en nosotros, pero y ahora sí, esperamos ya no sufrir nuestra herida, sino recordar, cuidar, sentir, mimar y acariciar nuestra cicatriz.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.