En un artículo escrito a 100 años de la muerte de Lenin, el autor sostiene que para comprender a Lenin y ‘saber qué hacer con él?’, es necesario comprender que Lenin fue un revolucionario que pensó desde la práctica, lo que llevó a comprender que las clases trabajadoras y su movimiento organizado no debían caminar solos, por lo que era imprescindible una política de alianzas sociales con los sectores populares que hiciese posible imponer su hegemonía.
La primera respuesta es conocer a Lenin en la totalidad de su trayectoria, sin convertir en foto fija cualquier momento; reconociendo que Lenin es un revolucionario y un pensador práxico, que piensa desde la experiencia y para la práctica y que modifica o completa con ambas sus concepciones y propuestas. Este artículo no puede aspirar a sintetizar la trayectoria de Lenin pretendiendo una lección general. Ni por razones de espacio ni, sobre todo, por razones de método; la lección general ha de salir de las lecciones concretas. De manera que intentaré considerar algunas de ellas, claves aunque no únicas, para iniciar el esfuerzo de comprensión de Lenin. Para empezar, su concepción de la revolución como un proceso de ruptura política, económica y cultural, protagonizado por las masas populares lideradas por el proletariado, rechazando que la alternativa socialista al capitalismo pueda producirse por evolución de este último. Esa concepción está en el inicio de su actividad revolucionaria, cuando recoge las formulaciones de Engels y Kautsky sobre la socialdemocracia como fusión necesaria del movimiento obrero y el socialismo; en línea con ambos rechaza la idea de los “economicistas” rusos de que la conciencia socialista de los trabajadores sea inmanente y su explicitación resultado automático del desarrollo de su lucha por el mejoramiento de sus condiciones materiales de su vida y trabajo, lo que se acostumbra a considerar la “lucha sindical”. La conciencia socialista, escribirá en Qué hacer (1902), ha de introducirse en el movimiento obrero y esa es la función histórica de la socialdemocracia. No solo a través de la propaganda, nunca pretendiendo impartir lecciones desde arriba, sino orientando al movimiento obrero hacia la lucha política, a no encerrarse en la defensa económica y a buscar desde la modificación del sistema político en que vive el camino de avance hacia la ruptura de ese sistema y la construcción de la alternativa socialista. En su caso, el de Rusia, la lucha contra la autocracia y por la conquista de las libertades políticas, por la democracia.
En esa etapa inicial su referente de experiencia fue la de la socialdemocracia alemana. Su propuesta sobre el papel unificador, movilizador y dirigente del periódico Iskra se inspiró en Der Sozialdemokrat (1880-1890) el principal periódico del SPD en la época de las leyes antisocialistas en el Imperio Alemán; como procedía también del SPD la postulación de una estructura de cuadros especializados y dedicados por entero a la actividad del partido. Una influencia asimismo presente en sus primeros escritos programáticos, de finales de los noventa del XIX, basados en el Programa del SPD de 1891, el de Erfurt. Partiendo de la experiencia de los que le habían precedido, añadió la suya propia, la del movimiento popular en el Imperio zarista, para construir un proyecto revolucionario concreto, vivo por responder siempre a la realidad propia. El énfasis en la lucha por la democracia formó parte desde un principio de su propia aportación, fruto de la necesidad de la lucha contra la autocracia. En esa lucha Lenin percibió que el movimiento obrero había de ponerse a su frente, ir más allá de la fábrica y la ciudad y sumar al campesinado a la lucha por la democracia, asumiendo el proletariado, por su parte, la reivindicación campesina por la tierra. Ese es uno de los temas más complejos del pensamiento y la acción de Lenin; descartó la idealización del mundo campesino de los Socialistas Revolucionarios a la vez que superó el menosprecio hacia ese mundo dominante en la socialdemocracia apreciando el potencial revolucionario de la lucha campesina contra las permanencias de dominación feudal y la incipiente explotación capitalista. No lo hizo de una sola vez ni de manera lineal, sus estímulos fueron un primer episodio de rebeliones campesinas en 1902 y sobre todo la fundamental componente campesina del ciclo revolucionario de 1905-1906. Aquella experiencia la transformó en propuesta política: la fase inicial de la revolución rusa sería la de la alianza entre obreros y campesinos por el derrocamiento de la dictadura autocrática de la nobleza y la burguesía y su sustitución por la dictadura democrática del proletariado y el campesinado. Esa innovación habría de permanecer como una de las principales aportaciones de Lenin a la teoría y la práctica revolucionaria: la de que las clases trabajadoras y su movimiento organizado no habían de caminar solos sino que era imprescindible desarrollar una política de alianzas sociales con los sectores populares, para imponer su hegemonía, condición y consecuencia del triunfo de la revolución.
El proletariado como clase dirigente
De la revolución de 1905-1906 Lenin sacó otras conclusiones. Una, no menor, fue la adaptación de la forma del partido a la situación política concreta y la transformación del partido de cuadros en partido de cuadros y masas, como consecuencia de la incorporación a él de los elementos de vanguardia del movimiento revolucionario. Pero la principal fue que la lucha por la democracia no podía ser ya dirigida por la burguesía, que traicionó la causa apoyando al zar y aliándose con la nobleza ante el ascenso de la marea popular revolucionaria; en esa lucha el proletariado había de actuar ya como clase dirigente, él había de marcar el camino y los contenidos de la democracia. Esa fue la razón de la división definitiva entre mencheviques y bolcheviques. La incapacidad de la burguesía para asumir la dirección de la lucha por la democracia se manifestó de nuevo en los años treinta del siglo XX ante el avance del fascismo y en esta ocasión la repuesta dada por el movimiento comunista estuvo en sintonía con la respuesta de Lenin: máxima unidad de las organizaciones obreras para mantener su función dirigente y máxima alianza social y política frente al fascismo mediante el frente único.
La lección sobre la dirección de la revolución democrática fue una de las dos claves de la posición de Lenin en 1917. El triunfo de la revolución iniciada el 8 de marzo, que tenía un horizonte democrático inmediato, no podía dejarse en manos de la burguesía, ni directa ni indirectamente a través de gobiernos de coalición; el poder había de ser transferido a los órganos que el propio proceso revolucionario había generado, los soviets de obreros, soldados y campesinos, que representaban los intereses de las dos clases populares. La otra clave empezó a apuntarse, también, en 1905-1906: la conexión entre la revolución rusa y la revolución en Europa; entonces en términos del estímulo generado en el movimiento obrero europeo por el episodio ruso. Lenin no dejó de apuntarlo y no fue el único, lo hizo Rosa Luxemburgo y el neerlandés Pannekoek quien acuñó el término de “revolución mundial”. Fue el atisbo de una nueva etapa. La percepción plena de ella correspondió a Lenin cuando estalló la Gran Guerra de 1914. Ésta era una quiebra civilizatoria, producto de la elevación al máximo de las contradicciones del capitalismo. La percepción la asentó con su ensayo El imperialismo, etapa superior del capitalismo (1916), y su conclusión era que la guerra imperialista, un hecho sistémico, ponía sobre la mesa la respuesta de la revolución mundial como única y necesaria —pero no indefectible— alternativa. La revolución mundial era el concepto que calificaba la nueva época, a la par que el imperialismo. La revolución rusa de 1917 no era ya un hecho solo ruso, sino el primer movimiento de la revolución mundial. Todo lo que sucedió en octubre derivó de esa convicción.
La revolución mundial demandaba una organización mundial, la Internacional Comunista. Lenin empezó a concebirla en 1914, pero no la promovió hasta que en 1919 la revolución alemana se sumó a la rusa, ampliando la ola del movimiento revolucionario. La realidad fue que la expansión mundial de la revolución se frenó un año más tarde, aunque en parte se reorientara hacia el mundo colonizado. Lenin reconoció que el desarrollo de la revolución mundial no iba a ser tan rápido como esperaba y que, en consecuencia, el Estado soviético habría de sobrevivir por un tiempo imprevisible de manera aislada. No se planteó ni su destrucción, ni la disolución de la IC. Siguió caracterizando la época como la del imperialismo y, por tanto, de la revolución mundial y orientó el cambio táctico del movimiento de ataque de 1917, reactivado en 1919, hacia una toma de posición defensiva que reconoció se habría de mantener por años. Lo hizo en el Estado soviético, asumiendo que la prioridad era la viabilidad económica y organizativa del Estado y el mantenimiento de la alianza con el campesinado pobre (la NEP) y en la Internacional Comunista con la política del frente único y la conquista de la mayoría del proletariado. La enfermedad y su muerte le impidió hacer más y quedó pendiente, sin llegar a abordarla la cuestión del funcionamiento de la democracia en el Estado y en el partido en el previsto largo período de transición.
José Luis Martín Ramos es catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Fuente: https://mundoobrero.es/2024/01/21/que-hacer-con-lenin-su-proyecto-revolucionario/