Desde 2017, una serie de jueces parecen haberse subido al monte. El jurista Joaquín Urías desgrana en su último libro las circunstancias de este destape y las consecuencias que esto puede tener para la democracia en su conjunto.
El profesor de Derecho Constitucional Joaquín Urías (Sevilla, 1968) presenta La justicia en el banquillo
(Arpa, 2024) un pequeño manual para entender qué está pasando con un
poder que parece haberse rebelado contra el poder ejecutivo y el
legislativo en los últimos años. Exletrado del Tribunal Constitucional,
Urías insiste a lo largo de la entrevista en que lo importante no es la
ideología de las personas que administran la justicia, sino la ausencia
de métodos para controlar su falta de imparcialidad.
¿Son los jueces progresistas una especie en vías de extinción?
Cada
vez hay menos jueces progresistas, eso es cierto. Pero no es que estén
en vías de extinción. Es que, con el sistema que tenemos para llegar a
convertirte en juez y con el ambiente que hay dentro de la magistratura
en general, en España hoy, para ser juez y progresista tienes que ser
casi un héroe, porque te arriesgas a quedarte fuera de tu grupo social, a
no poder juntarte con casi nadie dentro de la carrera. Tienes que ser
una persona muy fuerte a nivel personal. Hoy día, para ser juez
progresista, tienes que ser alguien que antes de ser juez ya tenga un
compromiso social fuerte. Pero la gente que entra en la judicatura tibia
digamos —personas más o menos progresistas, pero que no son militantes—
es muy difícil que se mantengan abiertos porque el sistema te obliga a
cada vez más a derechizarte.
Siempre se ha dicho que solo las familias de dinero
pueden permitirse que un hijo o una hija pueda estar cuatro años sin
producir para ser jueces. ¿Es así?
No,
la judicatura española es cada vez menos elitista, al menos en el
sentido de clase. Porque hoy día, en España, con el sistema de Bolonia desgraciadamente
la mayoría de estudiantes que terminan la carrera, que son cuatro años,
tienen que pasar otros cuantos estudiando un máster que tienen que
pagar los padres. Entonces, lo que antes se le atribuía a los jueces,
que se pasaban cuatro años después de acabar la carrera sin trabajar y
con sus padres pagando para un preparador, hoy día le pasa a muchos
otros estudiantes. En ese sentido hay cierta democratización del sistema
de estudio. Pero eso no significa nada, porque al final el modo de ser
de los jueces los mete en un proceso que es un cuello de botella. Tú
entras de una forma y el proceso de estudiar, el preparador, la
oposición, los compañeros… hay muchos mecanismos que te ahorman, como
los zapatos, y te van convirtiendo en un juez como los demás. Hoy día la
selección no es económica, la selección va por otro lado: la forma de
hablar, de vestirte, de moverte, de estar en el mundo.
Desde
la restauración democrática ha habido algunos ejemplos de jueces
progresistas que han llegado a los grandes órganos jurisdiccionales
(Supremo, Constitucional, etc), pero da la sensación de que eso hoy es
más complicado.
De las cuatro
grandes asociaciones judiciales, la progresista es la que menos
afiliados tiene. Entonces, en un sistema que se basa muchas veces en la
cooptación, en el que realmente el progreso en la carrera judicial
depende de tus contactos, de tus amigos, de con quién te relaciones, de
la asociación a la que pertenezcas, el hecho de que la asociación de
jueces progresistas cada vez tenga menos menos afiliados hace también
que tengan menos capacidad de que miembros de esas asociaciones se
promocionen. Digamos que por ese mecanismo poco transparente de llegar a
los tribunales superiores es evidente que en las circunstancias
actuales no llegan mucho jueces progresistas. Pero insisto, lo que no
tendríamos que saber si un juez es progresista o no.
¿Por qué?
En
un sistema que funcionara bien yo no tendría que saber si un juez es
progresista y si otro es conservador. Porque no me daría cuenta, porque
aplicarían la ley limpiamente, sin mezclar su ideología y entonces no
tendríamos esta discusión. Tú me haces la pregunta precisamente
partiendo de un vicio de sistema, y es que los jueces en España están
acostumbrados a no ser imparciales y a aplicar la norma por el filtro de
su ideología. Entonces claro, en España sí que es relevante saber si un
juez es de izquierdas o de derecha, cuando en otros países no lo es.
Pero también la hago porque vivimos como una especie
de auge del juez soldado del juez al servicio de una causa, en este
caso, conservadora.
Te cuento
algo que he descubierto con el libro. Siempre se dice que los jueces en
España son franquistas, pero me he remontado un poco más atrás. Tuve
curiosidad y dije “voy a ver cuántos jueces fueron depurados por Franco
en el año 1940”. Sabemos que miles de maestros fueron depurados,
profesores universitarios, policía, guardias de asalto depurados,
funcionarios, etc. ¿Cuántos jueces tuvo que echar el franquismo? Tres.
Tres.
Leyendo
fuentes de la época vi que durante la Segunda República los jueces
españoles eran una élite, una casta, que se opuso a la mayoría de
reformas y que boicotearon muchas de las reformas. En 1931 hay un debate
parlamentario en el que los diputados de izquierda decían que si
querían alguna vez poder aplicar políticas de izquierda se debía acabar
con la oposición judicial y buscar otro sistema de acceso. En ese
momento, la derecha dijo: “no, la oposición es el sistema más
transparente”.
¿Eso qué implica?
Pues
que el problema español de jueces-soldado se remonta mucho antes. La
judicatura española viene siendo un factor conservador de defensa del
statu quo prácticamente desde que se instaura el sistema de oposición.
Tradicionalmente, a los jueces los nombraban los caudillos de cada
pueblo. Llega un momento, en la dictadura de [Miguel] Primo de Rivera,
en el que se crea un sistema nacional de oposiciones. Esa élite
judicial, que se crea como un bloque, se opone a todos los cambios
durante la Segunda República, y cuando llega el franquismo, este no
tiene que echar a ningún juez. Entre
el franquismo y los jueces hay una especie de alianza de intereses. Los
jueces están muy cómodos en el franquismo y Franco está muy cómodo
también. En todo el franquismo, ningún juez jamás se queja de que lo
llame un ministro para pedirle que tome una decisión, cosa que pasaba.
Pero los jueces no necesitaban independencia judicial porque estaban
cómodos. Cuando acaba la dictadura hay un primer momento de
confrontación en los años 80 con el PSOE.
¿Por qué se produce?
En
1980 se elige por primera vez el Consejo General del Poder Judicial. Lo
eligen los jueces. El 100% de los cargos los coge la Asociación
Profesional de la Magistratura, de la que todos sus cargos habían sido
altos cargos de Franco. Felipe González se da cuenta de que no puede
gobernar con esos tipos en contra y entonces en el año 84 saca dos
medidas: la primera es que reduce la edad de jubilación. La ponen en 65
años. Se quitan de en medio a 400-500 jueces que eran los más fachas. No
era solamente que fuesen jueces franquistas, es que algunos venían de
la División Azul. El PSOE tenía la esperanza de meter a 500 jueces
nuevos, de rejuvenecer para que entrasen jóvenes demócratas. También
cambiaron el sistema de Consejo General del Poder Judicial para poner el
sistema actual elegido por las Cortes, para intentar que en el Consejo
al menos haya pluralismo y la mitad por lo menos de los consejeros, sean
progres.
¿Qué pasó?
El
mismo error que ahora está cometiendo la izquierda cuando cree que el
problema es que los jueces son conservadores; el error es sistémico.
Entre los 500 nuevos jueces que entraron a partir del año 84, los
jóvenes eran igual de conservadores o más que los que se habían ido. Es
un error de diagnóstico. No es que los jueces que entren jóvenes vayan a
ser menos conservadores. No, es que es un sistema que promociona a los
jueces con determinadas actitudes y además, después de que son jueces,
los acostumbra a funcionar de una manera determinada: en esencia. A los
jueces españoles los acostumbran a no tener imparcialidad, a no darle
importancia a la imparcialidad.
Entonces, ¿simplemente
nos hemos despertado a esa realidad que ya existía a partir de 2017 o
también ha habido un poco de viagra ideológica en ese periodo?
Ha
habido mucha viagra ideológica como tú dices, pero con un matiz. Lo que
ha pasado es que, hasta 2017, los jueces españoles traducían sus
posicionamientos ideológicos, morales, religiosos, filosóficos en sus
sentencias en temas cotidianos. Y a partir del Procés, a esos mismos
jueces, que ya están acostumbrados a que su manera de pensar se
manifieste en sus sentencias, se les permite hacer eso en política.
Entonces, cuando decimos que ahora tenemos jueces-soldado la respuesta
es que no, que los teníamos antes. Otro matiz es que no son soldados en
el sentido de que no obedecen al partido. Yo a veces no sé si los jueces
obedecen al PP o el PP obedece a los jueces.
Quizá al
partido no, pero el retrato que cuelga en todos los juzgados es el de
Felipe VI, que es el que emitió el discurso del 3 de octubre que se
considera el inicio de la operación judicial contra el Procés.
Son
el mismo grupo social, hay una coincidencia de intereses. Como
colectivo político social, la judicatura, los militares, el rey, una
parte de la empresa, son los mismos. Pero no hay un partido político
dando órdenes. Es una clase social que es la que viene dominando en
España desde hace mucho tiempo, tienen intereses comunes y los jueces
forman parte de eso. El salto del Procés se produce porque ya tenemos
jueces acostumbrados a hacerlo. Lo que pasa es que la gente en la calle
no se preocupa, los abogados lo sabían.
¿Qué sabían?
Todos
los abogados de España saben que hay jueces que son ultracatólicos y
que en sus sentencias eso se va a notar; que hay jueces que son
ultraderechistas y se va a notar en sus sentencias, que hay jueces que
odian a las feministas, etc. ¿Qué es lo que pasa? Que ahora hemos
permitido el salto a la política y de pronto la ciudadanía se
escandaliza de que los jueces no son imparciales. Los casos “no
políticos” nos explican lo político: por ejemplo, casos sobre temas
religiosos. Hay sentencias donde un juez condena a alguien a pagar una
multa porque en su escrito “ha ofendido a María santísima, madre de
dios”.
Madre de dios.
Otro
ejemplo, para mí muy evidente. Murió un torero en Cataluña. Hubo gente
en Twitter que empezó a escribir: “Me alegro, por una vez gana el toro”,
etc. Y en la misma época, un preso de ETA se suicidó y otra gente
escribió “una sabandija menos… me alegro”. Entonces, familiares del
preso y familiares del torero fueron cada uno a distintos jueces, jueces
del cotidiano. ¿Qué pasó? Que la mayoría de jueces que recibieron
quejas de que alguien se había alegrado de la muerte de un torero
dijeron “alegrarse de la muerte de alguien está prohibido por la ley”,
porque era un torero y porque los jueces lo sentían de los suyos. Ahora
bien, todos los jueces que recibieron queja de que alguien se había
alegrado de la muerte de un etarra dijeron “alegrarse de la muerte de
alguien no es delito”. ¿Qué es
lo que hay detrás de esa divergente interpretación de la ley? Pues que
los jueces están acostumbrados a decir: “Si yo me alegro de que muera el
etarra, eso no puede ser delito, luego no es delito. Y en cambio el
juez que es taurino dice “si a mí me parece indignante, tiene que ser
delito”. Entonces tenemos jueces aplicando su ideología desde hace años,
sin darnos cuenta, porque estos temas no son políticos.
Más ejemplos.
El
caso más evidente es el de los malos tratos policiales, algo que lleva
años pasando ante la indiferencia de la sociedad. Yo he visto en persona
a una jueza, en una vista que tenía que decidir si investigaba a
guardias civiles a los que se denunció por pegar a un detenido, aparecer
con una pulserita que ponía “Viva la Guardia Civil”. Tú imagina en un
partido de fútbol Madrid-Barça, que el árbitro fuera con una pulserita
que pusiera “Viva el Real Madrid”. Pues eso lo hacen los jueces desde
hace años y no pasa nada. Al permitir eso, hemos creado una judicatura
que no le da importancia ninguna a la apariencia de imparcialidad.
Así llegamos a ese año 2017.
Con
lo del Procés hay barbaridades. Para mí el caso más evidente es el de
Josep Turull, que fue candidato a presidente de la Generalitat: le
detuvieron y le pusieron en libertad en espera de juicio. Según la ley,
solo te pueden meter en la cárcel cuando estás en espera de juicio si
hay riesgo de fuga, porque vayas a repetir el delito o porque puedas
destruir pruebas. No se daba ninguna de esas circunstancias. Turull es
candidato a presidente. En la primera votación gana, pero no tiene
mayoría absoluta. Un miércoles. El viernes tenía que ser elegido con
mayoría simple. Y el viernes por la mañana el juez Pablo Llarena dice
”vuelve usted a entrar en prisión“. ¿Por qué? Porque sí. En el Procés
valía todo. El Tribunal Supremo no era el tribunal competente para
juzgar a esos señores, porque los delitos que se juzgaron habían tenido
lugar en Cataluña, y tenía que haberlo asumido el TSJ. El Supremo lo
asume. Nos saltamos la ley y lo metemos en la cárcel para que no los
hagan presidente y nos saltamos la ley. Se les dijo “muy bien, porque
usted tiene que hacer lo que haga falta para frenar el independentismo
en la calle. Y si tienen que saltarse la ley, se la saltan”.
El Consejo General del Poder Judicial ha tenido también sus propias dosis de imparcialidad.
Por
ejemplo, amparó a los jueces a los que había criticado la ministra
Teresa Ribera —y a algún político de Esquerra que dijo que había lawfare— pero cuando un senador del PP dijo que el juez [Ricardo de] Prada había hecho lawfare, el juez fue al Consejo pidiendo amparo y no se le dio. A
mí no me preocupan los casos de jueces concretos. Me preocupa que toda
la carrera judicial se lance a apoyar a ese partido. Cuando [Manuel]
García Castellón, para boicotear la ley Amnistía, decide que “lo de
Puigdemont” es terrorismo, toda España sabe que es una barbaridad. Todos
sabemos lo que es el terrorismo: son los tipos que te dan un tiro en la
nuca, que ponen una bomba, que matan gente, que tiran cócteles
molotov… A nadie se le ocurre decir que el 1 de octubre, mover las
banderas catalanas, sea terrorismo. Pudo ser inconstitucional,
disturbios, lo que tú quieras. No fue terrorismo. Pero este señor debió
razonar que el único delito que no cubre la amnistía es el terrorismo, y
al decir que hay terrorismo podía boicotear la ley. Eso, que lo diga
García Castellón… yo parto de que no tiene mala fe y que el hombre ve
el mundo a través de su prisma ideológico y sin querer, pues lo ha visto
así. Ea, mala suerte, el hombre se ha equivocado. Lo que me preocupa es
que al día siguiente salgan miles de jueces en España diciendo: “yo
también veo terrorismo”. Es lo mismo que el caso de la Ley Solo Sí es
Sí.
¿En qué sentido?
Yo
creo que la Ley de Solo Sí es Sí tiene algunos errores, el Gobierno
cometió errores también al presentarla. Hubo cosas mal hechas. Pero la
respuesta de los jueces; que donde había un espacio de interpretación
todos ellos —todos— interpretaran que era obligatorio rebajar las penas…
En algunos casos sí lo eran y hay que decirlo, en otros casos no lo
era, pero esa unanimidad en la carrera judicial para elegir determinada
interpretación, creo que ahí hubo militancia contra la ley.
En esa militancia hemos visto a jueces que se han convertido en portavoces de determinada ideología.
Insisto,
mi problema no son los casos individuales. El problema es cuando tú ves
a miles de jueces en España apoyando a un juez que claramente, como
mínimo, se ha equivocado o se ha dejado influir por su sesgo. No tenemos
que asustarnos de que haya un juez que diga un disparate. El sistema
puede vivir con eso, pero cuando miles de jueces apoyan al juez que ha
hecho una barbaridad es cuando empezamos a tener problemas sistémicos.
Yo creo que España, está rozando un problema grave, sobre todo desde lo
que pasó en noviembre-diciembre del año pasado, cuando los jueces se
manifestaron en la calle, vestidos de jueces, contra la amnistía. Eso yo
creo que ha estirado las costuras del sistema. Creo que hay muchos
jueces que se han dado cuenta y están dando marcha atrás.
El concepto de moda es lawfare. El jurista argentino Eugenio Raúl Zaffaroni pone a los medios en primer plano, dice que lawfare es solo una rama de las fake news.En España tenemos un problema que es que hemos empezado a hablar de lawfare sin pararnos a definir de qué estamos hablando. Lawfare en sentido estricto es la utilización de la justicia para alterar los resultados políticos. Dentro del concepto hay varias tipologías. Hay cosas que se repiten en todos los casos y hay cosas que no. La utilización mediática y política es común a todos los casos de lawfare porque, muchas veces, a pesar de despertar dudas sobre la honorabilidad de alguien para tumbar un gobierno, hace falta que haya medios de comunicación que repitan esto y que lo amplifiquen. Eso siempre se da, lo que no se da siempre es la connivencia judicial.
¿Cómo funciona?
Yo
en el libro diferencio tres niveles: hay un nivel en que los jueces no
hacen nada. El ejemplo de Ada Colau: si una empresa de aguas, que tiene
miedo de que Colau municipalice el agua, se inventa pruebas falsas y le
pone trece querellas, los jueces no tienen más remedio que tramitarlas.
Si llega una querella con apariencia de veracidad, tú tienes que
investigar y, como son trece, eso lleva un tiempo: resultado, durante
tres años esta señora está sometida a que haya medios de comunicación,
diciendo ”vuelven a investigar“ y al final le hacen un daño, pero los
jueces no han hecho nada más que ser instrumentos. Hay un nivel dos, en
el que los jueces hacen algo, pero poco. Son conscientes de que están
siendo utilizados y hasta colaboran un poquito. Por ejemplo, alargan la
instrucción. Lo vimos en el caso de Mónica Oltra.
Llega una denuncia, un juez dice yo aquí no encuentro nada, quiero
archivar, y llega el Tribunal Superior de Justicia de Valencia y dice
“investigue usted que seguro que al final algo encuentra” y prolonga
cinco años una investigación que tenía que haber durado un año. En el
caso ahora de Begoña Gómez, aplicando la doctrina del Tribunal Supremo,
el juez no podía más que desestimar la denuncia de plano porque se
basaba en rumores, no en documentos, rumores difundidos por la prensa.
El Tribunal Supremo dice que en estos casos se archiva, pero el juez
dice ‘yo voy a investigar por si las moscas’. Estos jueces no están
prevaricando, pero está, digamos, no están frenando el lawfare, están promocionándolo.
¿Cuándo se produce la prevaricación?
El
nivel tres son esos jueces que prevarican, como alguno que ha acabado
en la cárcel porque se han inventado todo un caso. Como en el de Vicky
Rosell. En algunos casos los jueces no intervienen, no les queda más
remedio que actuar como tienen que actuar, hay otros que colaboran un
poco y hay otros que se pringan.
El lawfare no es el único problema.
El lawfare
es lo que más llama la atención, pero hay otras cosas que me preocupan
más. Me preocupa más que no se persigan los abusos policiales, me
preocupa que en España siempre que se castiga a alguien por una canción o
por unos tuits, casualmente siempre son gente de izquierda o
independentistas. Por una mera proporción si España está dividida en dos
bandos ideológicamente, los delitos deben cometerse por los dos lados
igual, que lo cometa siempre la gente de izquierda me preocupa. Que el
delito de odio se esté utilizando para censurar las ideas disidentes de
izquierda me preocupa, incluso más que que se vaya contra determinados
políticos, que está mal y que es un atentado contra la democracia.
¿Si las actuaciones judiciales con relación al Procés
hubieran tenido un desarrollo lógico no hubiera sido necesaria la Ley
de Amnistía? ¿Se están matando moscas a cañonazos con esa ley?
A
toro pasado es difícil decirlo. La sentencia del Supremo que condenó a
los líderes independentistas es, como mínimo, discutible: se inventa un
delito que nunca se había aplicado antes, que es el delito de sedición.
Cuando dicen que la sedición consiste en una acción coordinada para que
no se apliquen las leyes, eso se extiende a toda desobediencia civil.
Cuando es un delito que nunca se había aplicado y se inventan una
definición del delito para que una conducta entre en la nueva definición
que te acabas de inventar, para casualmente aplicarlo en este caso,
como mínimo es discutible. Pero bueno, me lo puedo tragar. Lo que no me
trago es que cuando el Parlamento reformó la malversación y dijo: “Hay
dos tipos de malversación, la que se castiga mucho cuando alguien
utiliza mal el dinero público y se enriquece, y la otra, cuando no hay
un enriquecimiento y esa se va a castigar mucho menos”. Es decir, se
cambió la ley. Y, como el Supremo vio que eso va a beneficiar a algunos
independentistas y no quiere que les beneficie, reinterpreta la ley en
desobediencia al Parlamento. Y el Supremo dice entonces que va a
entender a partir de ahora que cuando el delito lo cometa un político,
siempre hay enriquecimiento, porque los políticos, aunque no se
enriquezcan económicamente, si utilizan el dinero para su programa
obtienen un enriquecimiento de “prestigio político”. Entonces, donde el
Parlamento claramente ha querido decir una cosa, el Supremo cambia la
ley. La ley en España no la hace el Supremo, ya que la democracia se
basa en que la mayoría social elige a los diputados y los diputados que
tienen el apoyo de la mayoría hacen las leyes. Entonces, si la mayoría
social ha hecho una ley que quiere cambiar el delito de malversación,
igual no te gusta, pero te aguantas y la aplicas.
¿Qué hacen en lugar de eso?
En
España si la ley que aprueba la mayoría social no le gusta a los
magistrados del Supremo que están elegidos a dedo por un partido
político, la cambian. Desobedecen. Yo tengo la impresión que después de
aquello muchos diputados en el Parlamento han dicho “para pacificar
Cataluña la opción que se barajó que era cambiar el Código Penal es
inútil, porque si cambiamos las leyes hay jueces que no las van a
aplicar y que van a boicotear los cambios”. Y entonces se optó por la
amnistía. La opción amnistía ha venido determinada por la conciencia de
que tenemos un grupo de jueces nombrados por un partido político que se
resisten a aplicar la ley y que no quieren respetar la voluntad de la
democracia. No queda más remedio que la amnistía. Entonces, yo no sé si
es matar moscas a cañonazos. Yo sé que la amnistía tiene que aplicarse
de manera muy excepcional. No nos podemos acostumbrar. Pero también
tengo la impresión de que al Parlamento no le habían dado más opción que
la única forma de pasar página era con una Ley de Amnistía que creo que
no ha quedado más remedio que aprobar.
En una
respuesta anterior has dicho que estamos al borde de la crisis sistémica
en este campo. ¿Qué consecuencias tiene esa crisis?
El
Poder Judicial tiene que tener apariencia de imparcialidad. La
imparcialidad no existe o no se puede demostrar, pero la apariencia de
ella sí. La sociedad tiene que percibir que los jueces cuando deciden,
deciden simplemente aplicando la ley que ha aprobado el Parlamento y que
la ideología del juez no determina las sentencias. Si la sociedad no
percibe eso, entonces da igual aprobar leyes. Y entonces entramos en el
caos. El final, no del Estado de derecho, sino el final de la
democracia. Porque ¿de qué nos vale ganar las elecciones, aprobar leyes
si al final no se van a aplicar? Entonces, la ciudadanía necesita saber
que los jueces son imparciales. Lo que pasa en España es que tenemos
jueces que dicen “hay una campaña en contra nuestra”. Es verdad. La
mayor campaña de desprestigio de la judicatura la están haciendo los
propios jueces cuando salen a manifestarse vestidos con la toga, cuando
salen a apoyar a un tipo que ha dicho un disparate como García
Castellón, cuando escriben en las redes sociales.
En el libro hablas también de ese abuso de Twitter.
Lo
que está pasando en España es terrible. Yo tengo una lista en la que
sigo a casi 200 cuentas de jueces. Por las mañanas miro la lista y me
encuentro una jueza que todos los días se levanta insultando: “hija de
puta Irene Montero”, “cerdas las feministas” y así decenas de ellos.
Todos los días me levanto, veo jueces diciendo burradas, insultando y
además retuiteando con entusiasmo, con alegría, todo mensaje o de PP o
de Vox. Es una espiral: los jueces pierden imparcialidad; como
mayoritariamente son conservadores, empiezan a dictar resoluciones no
imparciales, conservadoras. Entonces reacciona la izquierda. Como los
jueces se sienten atacados por la izquierda social y política, se
refugian en la derecha. Es un error. En vez de refugiarse en su
autonomía, se refugian en la derecha. Entonces, cuando Ayuso sale a
defender a los jueces, los jueces dicen, “qué buena es Ayuso que nos
defiende”. Entonces la izquierda los ataca más y ellos se juntan más.
Esa unión entre Abascal, Ayuso y la cúpula judicial, que dicen lo mismo,
que se protegen unos a otros, da la imagen de que la judicatura solo
defiende a la mitad del país. Aunque haya centenares de jueces, la capa
más baja que intentan cada día ser imparciales, al menos políticamente, e
intentan aparentar neutralidad, entre los jueces tuiteros y los jueces
que se están refugiando cada vez más en Abascal y en Ayuso, pues
empezamos a perder.
Es un panorama difícil.
Va
pasar que si llega un momento en que esos tipos siguen cada vez
juntándose más —ya no se cortan en exhibir símbolos de estos dos
partidos— la otra mitad de España va a perder la afección por la
justicia y va a ser muy difícil que se mantenga el estado de derecho. No
quiero ponerme apocalíptico, pero puede ser una crisis de consecuencias
inesperadas. Me consta que
cada vez hay más jueces que empiezan a decir que hay que dar marcha
atrás, que cada vez hay más jueces que se molestan con los compañeros
que están todo el día diciendo burradas en Twitter. La carrera judicial
está dividida. Pero es verdad que hay unos que tienen mucha proyección.
Entre los jueces con más seguidores en Twitter hay jueces de la cúpula,
están los presidentes o los portavoces de algunas asociaciones que han
decidido entregarle la justicia a una línea ideológica. O ellos mismos
se alejan de eso aún sabiendo que van a ser insultados o vamos a acabar
por no poder creernos a los jueces.
Da la sensación de que la izquierda no tiene ningún plan para la justicia.
En
el tema de justicia la izquierda es muy cobarde. Igual que el gobierno
de progreso no ha sido capaz en seis años de cambiar la Ley Mordaza,
porque tienen miedo de qué va a decir la policía —y no han sido
valientes para cambiar una ley que ha coartado el ejercicio de las
libertades públicas—, tampoco han hecho una serie de reformas que son
necesarias y no se están tomando porque la izquierda política tiene
miedo de la crítica de los jueces.
¿Como cuáles?
La más
evidente, con la que todo el mundo está de acuerdo, es cambiar el modo
de acceso a la judicatura. Lo cuentas por ahí Y la gente no se lo cree:
en España para ser juez, lo que tienes que demostrar es que sabes
cantar. Y no es una broma, no es una boutade. Tienes que
aprenderte 300 temas teóricos de memoria. 300 temas amplios. Que por
cierto, de los 300, solamente hay uno que habla de derechos
fundamentales, y de Constitución, otro. Tienes que aprender esos temas
de memoria y el que gana la oposición es el que mejor canta tres temas
elegidos al azar en 45 minutos cada uno. Entonces lo que te miden es el
contenido, lo bien que vocalizas, lo bien que te mueves, lo bien que te
ajustas al tiempo. Yo pongo un ejemplo de broma: si tú pusieras un
sistema de jueces contorsionistas, al final se pasarían cinco años
estirando y entrarían los mejores contorsionistas. El sistema sería
limpio, sería transparente, sería justo. Pero al final, ¿qué tendríamos?
Jueces contorsionistas. Bueno, pues ahora tenemos jueces cantarines. No
hay examen teórico. No hay examen práctico. No vigilamos si los jueces
saben aplicar la ley. No, no, no: solo vigilamos si saben recitarla
bien. En Alemania, para convertirse en juez tiene que pasar dos años
trabajando de abogado. En España, si tú antes de presentarte a juez, en
lugar de estar cuatro años en casa encerrado aprendiendo a cantar, te lo
pasaras de abogado, en una sala de juicios, viendo a un juez cuando es
arbitrario, viendo cuando el juez se pasa contigo, sintiendo lo que es
que te humille el juez… si te pasaras cuatro años así, a lo mejor
cuando tú seas juez igual te lo tomas de otra manera.
En lugar de eso…
No
se pide experiencia, no se controla que sepan aplicar las leyes. No se
forma a los jueces. Después de que aprueban se les manda a la escuela
judicial, a hacer un cursillo tres meses y no pueden suspender. Faltan
mecanismos para medir o enseñar la imparcialidad. Lo he hablado con
psicólogos. La imparcialidad se aprende. Quizá no a ser imparcial, pero a
intentar controlar los sesgos cognitivos que tenemos todos. En España
eso se considera una locura. Los jueces en España te dicen: “yo soy
imparcial desde el día que aprobé la oposición”. Es esperpéntico. Un
buen juez sabe que no es imparcial, y tiene que esforzarse a escribir
para parecer imparcial, porque si tú asumes tus sesgos, vas a intentar
corregirlos. Como ellos no lo asumen, escriben diatribas morales. El
típico ejemplo se dio cuando absolvieron a Willy Toledo porque se cagó
en Dios. El juez dijo que no había cometido un delito, pero escribió:
“las expresiones que ha vertido son malsonante, groseras, inadmisibles,
pero no son delito”. ¿Tú te imaginas un árbitro de fútbol que dijera
esta jugada es feísima, pero no es penalti? Si no es penalti te callas y
dejas jugar.
¿Cómo se aprende a ser imparcial?
Se
puede introducir en el modo de acceso: cursos de formación, controles
psicotécnicos, se puede desarrollar la empatía. La empatía no significa
que perdones a alguien porque te dé pena. Los jueces siempre me dicen
“yo ¿para qué tengo que ser empático?, yo aplico la ley por igual”.
Empático es que tú puedas entender el tema de género sin sufrirlo en tus
carnes, es decir, que tú asumas que en España las mujeres sufren más
violencia que los hombres aunque tú no la sufras.
Más medidas.
Haría
falta un gobierno que abra ya un grupo de trabajo que diga: se acabó la
oposición, se acabaron los preparadores que cobran en negro. Tenemos
jueces que no declaran a Hacienda todos los meses cientos y miles de
euros. Quitamos los preparadores, quitamos las oposiciones de memoria,
obligamos a que primero tengan un tiempo de práctica, después hagan un
examen de aplicación, los obligamos a que reciban cursos, aprender de
temas de empatía y de imparcialidad. Y ahí ya nos da igual que sean
conservadores o no. Porque si este juez al final va a aplicar la ley
democráticamente y va a aplicar la ley de manera imparcial, yo no me voy
a enterar si es de izquierda o de derecha. ¿Hay un gobierno dispuesto a
hacerlo? No, porque cuando tú empieces a hacer esos cambios, lo primero
que te van a decir los jueces es que lo quieres hacer para colar a los
tuyos. Es mentira, porque además no tienen a nadie que quiera ser
candidato a jueces, pero no importa, el gobierno no tiene narices de
afrontar esa crisis.
Con lo cual hay un poco de condena bíblica a que nada cambie.
A la derecha le va bien porque cuando un juez se escora, se escora para su lado. A la izquierda le va mal, pero no se atreve a cambiarlo. Por lo tanto estamos condenados. Nos quedan dos soluciones: una es aumentar la crítica en la calle. Que asumamos que los jueces no son infalibles y nos acostumbremos a criticar, con argumentos técnicos, las decisiones judiciales, que eso pasa también por simplificar el lenguaje. Y segundo, autocontención por su parte: el único sistema para controlar a un árbitro es otro árbitro y si no, que ellos mismos se limiten.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/justicia/joaquin-urias-problemas-justicia-espanola