Recomiendo:
3

La Casa de las Américas: narrar nuestra propia historia (o para dinamitar la gruta de Caliban)

Fuentes: La Tizza

Versión de la ponencia presentada en el foro «La disputa por la memoria. Poder, símbolos y medios de comunicación» realizado durante el XVII Congreso Nacional y IV Internacional de Historia, el cual se celebró en el estado Miranda, Venezuela, entre el 19 y el 23 de junio de 2024.

Silvio Rodríguez dice en una de sus canciones: «Soltar todo y largarse, ¡qué maravilla! […] Soltar todo y largarse, ¡qué fascinante!». Les confieso que, en estos días de Congreso, después de disfrutar la masiva participación de historiadores e historiadoras, maestros y maestras, cronistas populares; de escuchar la pasión con la que hablan los niños y las niñas de su historia patria e insurgente; y de aprender con los invitados internacionales que se encuentran aquí, más que presentar esta ponencia, dan ganas de agradecer, soltar todo y largarse para no enturbiar la maravilla que estamos viviendo. Pero debo responder a la amable invitación de los organizadores del XVII Congreso Nacional y IV Internacional de Historia, así que trataré de hacerlo.

Voy a enfocar mi intervención en la Casa de las Américas por dos razones fundamentales. La primera tiene que ver con el papel central que desempeña en Cuba la institución en la concepción y puesta en práctica del Programa Nacional para Enfrentar la Colonización Cultural.

La segunda, aprovechando el nombre de este foro: «La disputa por la memoria. Poder, símbolos y medios de comunicación», se presenta cargada de simbolismo. La Casa de las Américas se encuentra frente al Malecón habanero. Nos hace más cercana esa «circunstancia del agua por todas partes» que implica nuestra condición insular. Pero nuestra Casa, a lo largo de su historia, ha dinamitado con sus concepciones y prácticas la idea de que «el mundo termina en el Malecón» porque reivindica todo lo que hay en nosotros del mundo y, en especial, de esa parte que habita en resistencia la América Latina y el Caribe, África y el propio «Occidente». En estrecha relación, también se ha encargado de subvertir la creencia de que «el mundo empieza en el Malecón», porque tenemos mucho que ofrecer para el relato, afincado en la realidad, de la liberación y dignificación de los seres humanos.

En la convocatoria a este Congreso se destacan «[…] momentos significativos de la historia de nuestro combate contra el imperialismo europeo de principios del siglo XIX y norteamericano de finales del siglo XX; dos períodos del pasado, enlazados por una voluntad colectiva de liberación, que se mantiene intacta en la actualidad».[1]

En ese sentido, me gustaría agregar como ejemplo la fundación de la Casa de las Américas, el 28 de abril de 1959. Hace menos de dos meses celebramos 65 años de esa, la Casa de nuestra América, la Casa –también– de Venezuela.

Cuando la llamamos Casa de los venezolanos y las venezolanas no lo hacemos por un simple cumplido, o por retribuir y expresar la alegría de estar aquí con ustedes. Para ejemplificarlo desde nuestro Fondo Editorial: más de trece hijos e hijas de esta tierra han merecido el Premio Casa de las Américas y han sido publicados en la colección homónima, incluyendo al tres veces ganador Luis Britto García y, como manifestación reciente, al último premiado en la categoría Literatura testimonial, en el año 2023.

En el ya lejano 1977 la Casa convocó por primera vez a un Premio Extraordinario; dicho Premio, no podía ser de otra manera, estuvo dedicado a la temática «Bolívar en Nuestra América» y fue concedido a los libros Acción y utopía del hombre de las dificultades, de Miguel Acosta Saignes y Bolívar: Pensamiento precursor del antimperialismo, de Francisco Pividal. Veintitrés años después se convoca al Premio Extraordinario Bicentenario de la Emancipación Hispanoamericana. Lo gana un libro escrito por un cubano, titulado Jugar con fuego. Guerra social y utopía en la independencia de América Latina. Ese cubano, Sergio Guerra Vilaboy, tenemos el gusto de que participe en estas sesiones.

La presencia de autores y autoras de Venezuela en otras colecciones del Fondo Editorial Casa de las Américas es importante. No obstante, me gustaría particularizar la publicación en 1964, dentro de los clásicos de Literatura Latinoamericana y Caribeña, del volumen Documentos, de Simón Bolívar. La selección de los textos que lo integran y la escritura del prólogo corrieron a cargo del guatemalteco Manuel Galich, fundador de la revista Conjunto de teatro latinoamericano y caribeño, así como uno de los animadores del trabajo editorial y de la propia Casa desde sus primeros años.

Para poner fin a este incompleto recorrido me gustaría recordar que, en 1979, animado por Roberto Fernández Retamar, aparece el libro Tres documentos de Nuestra América. En cuatro de las lenguas habladas en el Caribe y en la América Latina: español, inglés, francés y portugués, la edición reúne los textos «Carta de Jamaica», «Nuestra América» y la «Segunda Declaración de La Habana».

Con esta mención regreso a esa frase que cité de la convocatoria. En ella se habla de «[…] momentos significativos de la historia de nuestro combate contra el imperialismo europeo de principios del siglo XIX y norteamericano de finales del siglo XX…». Pensemos entonces: «Carta de Jamaica», Simón Bolívar, 1815; «Nuestra América», José Martí, 1891; «Segunda Declaración de La Habana», El pueblo de Cuba, Fidel, Che Guevara, 1962…

¿será que un encuentro como este que realizamos forma parte de una interpelación permanente a las tareas incompletas de nuestra independencia?

La libertad de conocernos por nosotros mismos

Cuando se entra a la sede de la Casa de las Américas, ubicada en la esquina de las calles 3ra. y G del barrio habanero El Vedado, y se suben las escaleras que llevan a su segunda planta, uno se encuentra con una frase grabada en los peldaños. La cita, refiere a las palabras pronunciadas por Eduardo Galeano en la inauguración del Premio Casa de las Américas, el lunes 16 de enero del año 2012, en la sala Che Guevara de la institución. El escritor uruguayo inició así su intervención:

Fe de erratas. Donde dice: 12 de octubre de 1492, debe decir: 28 de abril de 1959.

En ese día de abril fue fundada, en Cuba, la Casa que más nos ha ayudado a descubrir América, y las muchas Américas que América contiene.

La otra fecha, la de octubre, rinde homenaje a sus presuntos descubridores, esos que la historia oficial aplaude, pero ellos fueron más encubridores que descubridores: iniciaron el saqueo colonial mintiendo la realidad americana y negando su deslumbrante diversidad y sus más hondas raíces.[2]

¿Cuáles son las razones que llevan a Galeano a realizar estas afirmaciones? ¿Cómo se dio el cambio en una institución que, con el rimbombante nombre de Sociedad Colombista Panamericana, era todavía a inicios de 1959 «un organismo que se habían inventado unos cuantos para editarse sus propios libros y decir sus propias conferencias y oírse entre sí»?[3]

En primer lugar, porque la Casa debe entenderse en su doble cualidad de resultado y pivote de la Revolución cubana. Haydee Santamaría, combatiente del Moncada, de la lucha clandestina y de la Sierra, prisionera política de la dictadura batistiana, organizadora del exilio cubano y fundadora de la Casa de las Américas lo resume así en la entrevista concedida al periodista mexicano Rodolfo Alcaraz, cuya transcripción conservamos en el Archivo Casa: «[…] la Casa de las Américas […] nace con la Revolución».[4]

Dicho nacimiento se encuentra asociado a dos cuestiones que quisiera destacar. La primera, la lucha insurreccional en Cuba no se agota en el objetivo de llegar al gobierno, porque ejemplos tenemos de sobra de que se puede «gobernar» y no tomar el poder. Por ello se propone y ensaya una transformación en todos los terrenos de la sociedad como forma perdurable –no necesariamente irreversible– de asaltar dicho poder.[5] Uno de esos terrenos, con abiertas porosidades y flujos con los otros, es el cultural.

En este sentido, incorporo un par de concepciones que considero importantes, las cuales, de una u otra manera, forman parte de la lista de discusiones y debates aún no resueltos (o recurrentes) en nuestra América. Ellas son, ¿qué entendemos cuando hablamos de Cultura y cambio cultural? ¿Qué lugar tienen en ella el arte y la literatura? Y ¿cuáles son las gradaciones que se establecen? Esa división que, para decirlo en pocas palabras, se ha consumado en la separación entre «elites» y «pueblo».

A propósito, dice Haydee Santamaría en una entrevista a Edith Depestre [Edith Gombos Sorel/Edith Sorel] publicada en la revista mensual ilustrada INRA, en septiembre de 1960:

La Casa de las Américas se propone ser un hogar de cultura latinoamericana y promover al mismo tiempo intercambios literarios y artísticos con los diferentes países de nuestro Continente. No nos dirigimos solamente a los intelectuales y a los artistas, sino también a los representantes del pueblo, al verdadero creador de la riqueza de la nación, al humilde que suda y no ve el fruto de su trabajo, al explotado, al que nunca recibe recompensa.[6]

La segunda cuestión a destacar tiene que ver con las dinámicas entre: a) la solución a un problema nacional; y b) la necesaria transformación del escenario externo en el cual debe «existir» el nuevo proyecto. Cuando hablo de nuevo proyecto, me refiero a ese que promete y anuncia –y organiza y moviliza en función de ello– la solución a los problemas internos. Es esta una dinámica que, de una u otra forma, está presente en buena parte de los procesos de liberación nacional de los siglos XIX, XX y XXI en nuestra América.

Por ello, en la comprensión de la Casa de las Américas como resultado y pivote de la Revolución cubana, espacio de cambio cultural liberador y amplio acceso, y escenario de articulación entre los problemas nacionales y continentales, Bolívar y Martí han sido una presencia permanente. Ya se han puesto varios ejemplos, agregaría los siguientes: a) «la primera gran manifestación cultural» organizada por la institución, entre el 21 y el 24 de julio de 1959, fue la Semana Bolivariana;[7] y b) en el año 1960 la Casa contaba con un Centro de Estudios, «una institución de educación al servicio del pueblo» donde se enseñaba francés, inglés, portugués, Historia de América, Historia de Cuba, Literatura Cubana, Literatura Hispanoamericana, Geografía Política, entre otras.[8]

Por un mapa ampliado de nuestra América

En el año 1965 comenzó a dirigir la revista Casa de las Américas –uno de los pilares fundacionales de la institución– un joven, pero ya sólido, poeta y ensayista: Roberto Fernández Retamar.

Señala la investigadora Luisa Campuzano que en el número 31 de la revista, correspondiente a julio-agosto de 1965, se hace efectivo un «nuevo rumbo». Este es el primero que prepara Retamar, luego de que se anunciara su nombramiento en el anterior. En la entrega

La invasión a República Dominicana […] es comparada con la intervención yanqui en el Congo o en Vietnam, y da pie para recordar la desde hace algún tiempo muy activa presencia de guerrillas en varios países latinoamericanos. Un largo ensayo de Régis Debray, «América Latina: algunos problemas de la estrategia revolucionaria», y una extensa reseña de Retamar sobre Los condenados de la tierra, de Franz Fanon, traen al ámbito de la revista los problemas de la liberación nacional del Continente y los hacen dialogar con las distintas teorías de la revolución, y con el resto de ese Tercer Mundo que se empieza a descubrir como el espacio mayor en que se inserta Nuestra América.[9]

Sobra decir que existe una construcción cultural de «Occidente», un relato que en su voluntad de dominación necesita negar las rupturas que se han dado en el «Occidente geográfico» y que, desde la rebeldía, sacudieron la hegemonía cultural de ese «Occidente narrado» por los dispositivos de poder global. Es así como se verifica la práctica de silenciamiento de las revoluciones más radicales ocurridas en el «Occidente geográfico». De manera sistemática, y con persistencia, se ha hecho todo lo posible por «desconectar», por ejemplo, la potencia caribeña que se expresó en las revoluciones de Haití y Cuba de un correlato universal. Todo ello, para intentar disminuirlas. Contra esos silencios trabajan la Casa de las Américas y su Fondo Editorial.[10]

Hasta ahora me enfoqué en demostrar uno de los puntos de partida de la labor de la Casa: la reivindicación «nuestroamericana». Aunque corra el riesgo de atiborrarlos, me interesa compartir algunas evidencias de otra línea central en su labor: la ampliación cartográfica de lo que asumimos como nuestra América.

En el año 1963 surge la colección de textos clásicos Literatura Latinoamericana (hoy Literatura Latinoamericana y Caribeña). El primer libro publicado en ella fue Memorias póstumas de Blas Cuba, del brasileño Joaquim Maria Machado de Assis. Justo en un momento en el cual se daban discusiones acerca del lugar que correspondía a ese país-continente, de habla mayoritariamente portuguesa, en el contexto de la América Latina, la Casa irrumpe con una postura clara. Lo hace a través de un posicionamiento cultural y práctico, y de esa manera reivindica las coincidencias de sentidos al interior de nuestro Continente.

Al año siguiente se organiza el Primer Encuentro de Teatristas, al que llegan –entre otros– los dramaturgos Wole Soyinka, de Nigeria y Dario Fo, de Italia. Subyace el mensaje de que las interconexiones y transferencias también pueden ser transatlánticas e, incluso, que se debe mirar a ese Sur que habita y resiste en el Norte.

En 1966 la revista Casa de las Américas –como vimos antes, dirigida por Fernández Retamar– dedica un número doble a «África en América». Destacan los textos de Aimé Césaire y Franz Fanon (Martinica), Jacques Roumain (Haití) y Malcolm X (Estados Unidos). Unos meses más tarde, ya en 1967, al Encuentro de la Canción Protesta llegan músicos y estudiosos de la América Latina, Asia, Europa, Australia y los Estados Unidos. Son los años de la Primera Conferencia Tricontinental en La Habana, de la creación de la OSPAAAL y de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS).

Precisamente, Haydee Santamaría presidió la Conferencia de la OLAS realizada en La Habana entre el 31 de julio y el 10 de agosto de 1967. Unos meses después, la revista Casa de las Américas publicó una entrevista a Haydee. En ella, el o la entrevistadora le pidió que abordara dos hechos simbólicos relacionados con la Conferencia: el desarrollo de la misma «bajo la advocación de Simón Bolívar» y la elección «como Presidente de Honor [del] comandante Ernesto Che Guevara». La heroína del Moncada y revolucionaria cubana respondió:

Hay hechos simbólicos, a mi juicio, que más que símbolos son vida. Si Simón Bolívar guio esta conferencia es porque fue continental, fue una conferencia de todas las fuerzas de izquierda, de todas las fuerzas antimperialistas y nadie mejor que Simón Bolívar podía guiar una conferencia así, estar junto a nosotros: Simón Bolívar tiene hoy más vigencia que nunca. Era una conferencia continental, de este Continente, de nuestra América, y ahí estaba Simón Bolívar en su América.

Lo del Che fue algo inesperado. No fuimos los cubanos quienes propusimos que el Che fuera Presidente de Honor de la Conferencia; fueron otras delegaciones, otros compañeros. Y, naturalmente, se sabe cómo fue acogido esto por nosotros los cubanos. Y cuando la Conferencia en pleno, por aclamación, escogió al Che como Presidente de Honor, también eso significó que el Che, en cualquier parte que se encuentre, continúa lo que Simón Bolívar empezó.[11]

Me disculpo por este breve desvío y menciono los dos últimos ejemplos de esa ampliación cartográfica de lo que asumimos como nuestra América. Ambos se dan en 1976. En ese año se convocó por primera vez dentro del Premio Casa de las Américas la categoría Literatura caribeña en inglés, la cual en 1983 se amplió al creol. Asimismo, un escritor residente en los Estados Unidos, Rolando Hinojosa, que reivindica su identidad chicana y ofrece a través de una novela los registros de una colectividad otra –la sociedad chicana–, recibe el premio por su libro Klail City y sus alrededores. De nuevo, irrumpe la idea de ese Sur que habita el Norte y, en una expresión particular de lo «nuestroamericano», vive y resiste con subjetividad y emoción Sur.

Dinamitar la gruta de Caliban

En el año 1971, el número 68 de la revista Casa de las Américas correspondiente a los meses de septiembre-octubre publicó el ensayo «Caliban», de Roberto Fernández Retamar. Fechado entre el 7 y el 20 de junio de ese año, «el propio Retamar aseguró que [el texto] se le volvió una suerte de encrucijada a la que conducían trabajos anteriores, y de la que partirían otros que aparecen en varios de sus libros».[12] Los que llegaron después, poco a poco, formaron una «singular saga», entre ellos: «Caliban revisitado» (1986), «Caliban en esta hora de nuestra América» (1991), «Adiós a Caliban», «Caliban quinientos años más tarde» (1992) y «Caliban ante la Antropofagia» (1999).

En la nota a la edición conmemorativa publicada por la Casa de las Américas en el año 2021 se sostiene:

Cada uno de dichos ensayos iba dando fe de las transformaciones a las que estaba asistiendo el mundo, entre ellas, el crecimiento de la derecha mundial. Si en 1971 parecía que el conflicto esencial en la arena internacional era el existente entre el Este y el Oeste, los ensayos sucesivos eran escritos mientras se producía una agudización de las tensiones entre el Norte y el Sur, la gran polaridad de estos tiempos, como bien percibía su autor. Precisamente esa disyunción atañía de lleno al ensayo inaugural. Lejos, por tanto, de agotarse con el momento en que fue concebido, aquel hito de eso que en las últimas décadas ha dado en llamarse «Calibanología», continuaba siendo pertinente.[13]

Casi para finalizar, me gustaría compartir con ustedes tres momentos de esta edición de Caliban a la que he hecho referencia. Me parecen representativos del reclamo, como se ha planteado en este Congreso, de una historia insurgente.

El primero tiene que ver con una frase de José Martí que Retamar recupera: «Con Guaicaipuro, con Paramaconi [héroes de las tierras venezolanas, probablemente de origen caribe], con Anacaona, con Hatuey [héroes de las Antillas, de origen arauaco] hemos de estar, y no con las llamas que los quemaron, ni con las cuerdas que los ataron, ni con los aceros que los degollaron, ni con los perros que los mordieron».[14]

El segundo es un fragmento del propio Retamar: «Nos llaman mambí, nos llaman negro para ofendernos, pero nosotros reclamamos como un timbre de gloria el honor de considerarnos descendientes de mambí, descendientes de negro alzado, cimarrón, independentista; y nunca descendientes de esclavista».[15]

El tercer momento está relacionado con el prólogo escrito por la intelectual cubana Graziella Pogolotti, titulado «Una tempestad de ideas». En él puede leerse: «Al amparo del movimiento descolonizador, la figura mostrenca de Caliban sale de la gruta donde se había refugiado. De víctima desplazada accede al papel de protagonista».[16]

Reitero una parte de la frase: «Caliban sale de la gruta donde se había refugiado». Si este sábado 22 de junio me preguntaran qué tarea puede resultar del Congreso como parte de su apuesta por una historia insurgente, como expresión de un desafío y resistencia permanentes al poder, como consagración de un símbolo, digo que esa tarea es, ahora que Caliban salió de la gruta, dinamitar y reventar la gruta para seguir juntándonos sin señor ni amo, para seguir luchando en modo Caliban.

Hay quien piensa que la poesía no tiene fuerzas para dinamitar las grutas. A pesar de cuánto han tratado de borrarlos del mapa, quizás sí quedan poetas para recetarnos aspirinas «del tamaño del sol». Uno de ellos es venezolano, y se llama Gustavo Pereira.

Los pemones de la Gran Sabana

llaman al rocío Chirïke-yeetakuú

que significa Saliva de las Estrellas;

A las lágrimas Enú-parupué

que quiere decir Guarapo de los Ojos,

y al corazón Yewán-enapué:

Semilla del Vientre.

Los waraos del Delta del Orinoco dicen Mejokoji

(El Sol del Pecho) para nombrar el Alma.

Para decir amigo dicen Ma-jokaraisa: Mi otro corazón.

Y para decir olvidar, dicen: Emonikitane,

que quiere decir Perdonar.

Los muy tontos no saben lo que dicen

Para decir Tierra dicen Madre

Para decir Madre dicen Ternura

Para decir Ternura dicen Entrega

Tienen tal confusión de sentimientos

que con toda razón

las buenas gentes que somos

les llamamos salvajes.[17]

Notas:

[1] «Presentación», en libro del XVII Congreso Nacional y IV Internacional de Historia, 19 al 23 de junio del 2024, Miranda, Venezuela, p. 3.

[2] Eduardo Galeano: Palabras de inauguración de las jornadas del Premio Casa de las Américas 2012, 16 de enero de 2021. Disponible en <https://www.cubahora.cu/cultura/comenzo-premio-literario-casa-de-las-americas-2012>. Ver también el documental Espejos. Una historia en La Habana, de la realizadora Esther Barroso. Disponible en <https://www.youtube.com/watch?v=epXjHxeLUi8>.

[3] Haydee Santamaría: «Cómo surgió y cómo se desarrolló la Casa de las Américas», Charla sostenida con un grupo de obreros cubanos en la sede de la Central de Trabajadores de Cuba, 4 de junio de 1974, en Haydee Santamaría: Hay que defender la vida, compilado por Jaime Gómez Triana y Ana Niria Albo Díaz, Fondo Editorial Casa de las Américas y Ocean Press/Ocean Sur, 2022, p. 438.

[4] Haydee Santamaría: «Hacemos la cultura a base de coraje», Entrevista de Rodolfo Alcaraz, 21 de mayo de 1968, en Haydee Santamaría: Hay que defender la vida, compilado por Jaime Gómez Triana y Ana Niria Albo Díaz, Fondo Editorial Casa de las Américas y Ocean Press/Ocean Sur, 2022, p. 267.

[5] Insistimos en la importancia de alejarnos, nuevamente, de las tendencias que presentaron a la transición socialista como un plan exacto, de relojería suiza y de inexorable cumplimiento futuro. De hecho, a las corrientes que animaron dicha postura no les resultaba muy grata la idea de «transición».

[6] Haydee Santamaría: «La Casa de las Américas», Entrevista de Edith Depestre, en Haydee Santamaría: Hay que defender la vida, compilado por Jaime Gómez Triana y Ana Niria Albo Díaz, Fondo Editorial Casa de las Américas y Ocean Press/Ocean Sur, 2022, p. 73.

[7] Ídem.

[8] Ibídem, p. 74.

[9] Luisa Campuzano: «La revista Casa de las Américas, 1960–1995», en Ambrosio Fornet y Luisa Campuzano: La revista Casa de las Américas: un proyecto continental, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, 2001, pp. 45–46.

[10] Estas ideas se desarrollan en Fernando Luis Rojas: «Un libro para conocer nuestro lugar», Presentación del volumen Por la soberanía intelectual del Caribe: el Grupo Nuevo Mundo, julio de 2023, inédito.

[11] Haydee Santamaría: «La Casa de las Américas», Entrevista de Edith Depestre, en Haydee Santamaría: Hay que defender la vida, compilado por Jaime Gómez Triana y Ana Niria Albo Díaz, Fondo Editorial Casa de las Américas y Ocean Press/Ocean Sur, 2022, p. 201.

[12] «Esta edición», en Roberto Fernández Retamar: Caliban, Edición conmemorativa, Fondo Editorial Casa de las Américas, 2021, p. 7.

[13] Ibídem, p. 8.

[14] José Martí: «Fragmentos» [c. 1885–1895], citado en Roberto Fernández Retamar: Caliban, Edición conmemorativa, Fondo Editorial Casa de las Américas, 2021, p. 61.

[15] Roberto Fernández Retamar: Caliban, Edición conmemorativa, Fondo Editorial Casa de las Américas, 2021, p. 53.

[16] Graziella Pogolotti: «Una tempestad de ideas», en Roberto Fernández Retamar: Caliban, Edición conmemorativa, Fondo Editorial Casa de las Américas, 2021, p. 19.

[17] Gustavo Pereira: «Sobre salvajes», disponible en <https://www.lapluma.net/2020/10/13/sobre-salvajes/>.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.