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Un relato para y por la vida

El río Magdalena habla a la sociedad de sus dolores y angustias

Fuentes: Rebelión

Nazco en el macizo colombiano y más exactamente en el llamado páramo de las papas. Me llaman comúnmente Río Magdalena pero los pueblos originarios me bautizaron con el nombre de Yuma.

Soy hermano de otros ríos y me conecto a ellos y ellos se conectan conmigo a través de una dinámica red de fuentes hídricas existentes en diferentes puntos del territorio nacional, hecho que hace que mi anchura crezca de modo inconmensurable. Y es este insospechado grosor que adquiero, sin duda, lo que hace que me enfrente de modo temeroso pero decidido a ese infinito caudal de agua salada y caliente que es el Mar Caribe, lugar donde nos mezclamos y creamos una gran explosión de existencia y vida

Mi origen es humilde pero albergo muchas fuentes de vida, de ahí que acojo diversas especies de flora, fauna y todo tipo de microorganismos. En suma y sin equivoco alguno, todo esto me da fortaleza, dignidad y orgullo para conservarme, mantenerme, sentir que estoy vivo. Los peces que me habitan se originan en lo más profundo de mí ecosistema y todos ellos luchan desde el inicio por la subsistencia para reproducirse y luego poder regarse por los humedales, las Ciénagas y sus micros ecosistemas anfibios. A propósito de esto, debo expresar con profundo dolor que una gran parte de la variedad de peces que antes corrían por mis entrañas han desaparecido por la acción antrópica de quienes me han visto como lugar de saqueo y no de vida.

Asimismo, muchos caimanes terminaron siendo víctimas de la caza furtiva y otros siendo animales de compañía en centros urbanos, desnaturalizando a esas especies que reflejan mi estado de salud. Soy en tanto los caimanes. Sin ellos mi vida es pobre y lastimera. Y junto a los peces y los caimanes, acredito también la lenta pero segura extinción de los manatíes, de gran valor para mi existencia porque evitan que el buchón de agua me inunde y atente contra todas las distintas formas de vida que se producen en mi interior. Aquí y ahora también les digo: hace mucho tiempo que no escucho el canto de muchas especies de pájaros ni el aullar alegre y festivo de los intrépidos monos, todo lo cual dotaba de alegría mi existencia. Todas estas especies y otras apenas sobreviven y malviven en una inexorable agonía. Producto de esta depredación sin fin me pongo triste y deseo despedirme de este mundo. Un segundo después de pensar así recuerdo que debo resistir para rendir culto a la vida y la diversidad en todas sus manifestaciones y formas.

La avaricia y la ignorancia de los humanos me están destruyendo, han acabado con el 77% de mí cobertura vegetal original. El 42% de esta destrucción se ha producido en los últimos treinta años, sobre todo desde que el país abrazó sin distancia crítica la religión del mercado y los negocios irracionales. Ante que todo acabe, quiero recordarles que la cuenca de la que soy parte constitutiva representa el 24% de la superficie de todo el territorio del país, pues sin jactancia ni petulancia digo que cruzo once departamentos y setecientos veinticuatro municipios, lo que equivale al 80% de la población colombiana. Y para que la desmemoria no cunda, produzco el 85% del PIB, el 70% de la energía hidráulica, el 95% de la termoelectricidad y el 70% de la producción agrícola.

A esas dicientes cifras sumo el que sobre mi territorio se produce el 90% del café y el 50% de la pesca de agua dulce. Así y aunque muchos lo nieguen, soy el corazón y la sangre de ese artefacto peligroso que algunos nacionalistas llaman patria, solo que esta patria me desconoce y cuando me reconoce me trata como como una despensa a la que hay que depredar, o en su defecto como el lugar en el que depositar todo lo que desecha y que no quiere tener cerca.

La cultura intensiva de consumir todo lo que el credo capitalista de corte neoliberal ofrece, ha propiciado que en mi parte baja se deposite un 33% de sedimentos. Este dramático hecho indica que el deterioro de los ecosistemas de mí cuenca son casi irreversibles y concomitante con esto arrastro una erosión que alcanza el 78%. Mientras pienso en mi triste realidad atino a preguntarme desde una suerte de antropología de las emociones: ¿Porqué actúan así contra mí. ¿Qué les he hecho para recibir este inmerecido y ecocida trato?

La voracidad de mercaderes de la naturaleza y de los diferentes gobiernos que he visto discurrir no tiene límites. Así, unos paisas traquetos e inescrupulosos y un bogotano tartamudo y jugador de póker, sin asco ni consideración ecoambiental, autorizaron destruir mí cauce natural para entregar unas licencias ambientales con el zafio y criminal propósito de represar mis aguas en nombre de un pretendido y mentiroso progreso. Me encajonan cuando quiero ser libre. Con el paso del tiempo he entendido que cuando el Estado y los gobiernos depredadores hablan de progreso es porque se disponen a colaborar con mi muerte o me entregan a mis ecocidas perpetradores. Me resisto a morir.

Las élites montañeras, sabaneras y “corronchas” con gran dosis de ignorancia y despiadada voracidad creen que son ellas las únicas que tienen derechos. Su antropocentrismo depredador con su matriz extractivista y con un Estado a su favor y entregado a esta innoble y antiambiental causa, olvidan que la naturaleza es el principal órgano viviente del planeta y, por tanto, que requiere defenderla, protegerla y conservarla para poder seguir viviendo en la madre tierra. Y que conste que no soy abyayalista, pues no creo en un mundo prístino, ignoto y en donde retorne el buen salvaje, eso solo existe en la imaginación de algunos milenaristas. Mi posición ética es que naturaleza y humanidad pueden convivir y si esto no es posible al menos coexistamos. Esto, desde luego, supone cambiar la matriz relacional naturaleza-humanidad. Naturaleza y cultura pueden convivir.

Hoy me embarga un profundo y extendido desasosiego y la ansiedad me agobia. No es para menos, pues acreditados estudios indican que el 48% de las aguas residuales caen como plomo sin ningún tipo de tratamiento a mí ya lacerado vientre sin importar que por mi cuerpo corre y vibra una vida que merece ser vivida. Aunque no lo crean tengo derechos y grito para que me escuchen. Sálvenme, no me dejen morir.

Soy la historia líquida de la Nación y hago parte de un tiempo mítico y milenario. Mi historia no comenzó hace 500 años así se quiera hacer creer ello. Constituyo un escándalo geológico y los pueblos originarios que me conocen saben que cuando ellos llegaron yo ya existía. Y por supuesto que ya tenía nombre y apellido, y una larga historia cuando apareció José Celestino Mutis y su expedición Botánica. De la misma manera, cuando el Barón Alejandro Von Humboldt apareció por estas tierras yo hablaba con los páramos y los peces. Recuerdo que por mis aguas se movilizó también el célebre geógrafo ácrata francés Alexander Réclus, quien vivió con los pueblos de la Sierra Nevada de Santa Marta. Él acuño aquel pensamiento que dice: la anarquía es la mayor expresión del orden. Antes que le facilitara a ellos el conocimiento e inventario de la botánica que albergo, ya le había facilitado a nuestros pueblos originarios el conocimiento y el valor nutricional y medicinal de la vegetación que me besa y abraza.

Desde el punto de vista histórico, debo señalar que un caraqueño de nombre Simón Bolívar hizo uso de mi geografía para lograr expulsar a unos mal llamados conquistadores españoles que vinieron a invadir y expropiar parte de nuestras riquezas. Ah, todavía tengo dolores y heridas de este momento que aún no han sanado. Mis aguas fueron testigos, además, de los múltiples amores de Bolívar, público o privados, pero rescato los que tuvo con la hermosa Anita Lenoit, una joven de origen francés que sucumbió ante el mágico verbo de El Libertador.

Desde una perspectiva simbólico-cultural, antropológica diría, en mis riberas los hombres y las mujeres han creado un modo de vida anfibio, una cultura singular y envidiable. En mi largo recorrido biosociocultural a lo largo de 1500 kilómetros puedo constatar que han surgido todo tipo de manifestaciones artísticas y culturales que infunden mística y alegría a la existencia, al tiempo que dotan de una capacidad creativa a la convivencia interétnica e intercultural. En mi travesía me encuentro con el bambuco, el vals, la danza y el pasillo; con el chandé, el Jazz, la cumbia, el merecumbé, la gaita, las tamboras y el acordeón. Y también con gentes que lucha, ríe, baila, ama y que también se mata y ha matado por profesar diferentes visiones del mundo y defender intereses encontrados. A tono con esto último, grito de desespero porque me han convertido en una gran fosa común con el criminal propósito de acabar con la vida en primavera. No resisten mis aguas un muerto más

Asimismo, aquí cerca de mis entrañas surgió una gran civilización hidráulica, la civilización zenú. Con ella logré convivir durante milenios en sana armonía. Juntos hicimos una maravillosa unidad: que el agua y la vegetación se enamoraran y se abrazaran sin ningún tipo de ofensas ni agravios. A manera de epílogo, en esta angustiante elegía quiero recordarles a Gabriel García Márquez, un emérito hombre que creció cerca de mis aguas. Él en condición de único premio nobel de literatura que hemos tenido, no dudó en adoptarme con mis encantos, dolores y esperanzas. Soy parte de su onírico mundo y en sus inolvidables novelas me hizo y me ha hecho universal, sobre todo con «El amor en los tiempos del cólera», «El General en su laberinto» y la ejemplar Cien Años de Soledad».

A pesar de mi quebranto generalizado, todavía recuerdo sus palabras sobre el sentido de la esperanza como oportunidad que pronunció en Estocolmo aquel día cuando recibió el premio Nobel. Al respecto dijo: [Tengo confiadas certezas en la aparición de ] «Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y (…) posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra».

En medio de la perplejidad y la tristeza que me embarga, lo único que calma mi dolor y mi pena es saber que un grupo significativo de personas y organizaciones en todo Colombia han decidido no dejarme morir: La Mesa Nacional por los derechos del Rio Magdalena, sus causes y afluentes. Saludo este gesto y con ustedes daremos lo mejor de nosotros y nosotras para seguir dando vida a la vida. Carpe diem.

Adolfo Bula Ramírez, miembro cofundador de La Mesa Nacional del Rio Magdalena, sus afluentes y cauces.

Hugo Paternina Spinoza, miembro cofundador de la Mesa Nacional del Rio Magdalena, su afluentes y cauces.

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