Un centenar de brigadistas chinos luchó en la guerra civil española. Nueve de ellos acabaron en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer en Francia. Xie Weijing, otro de los primeros miembros del PCCh y también uno de los supervivientes, escribió un diario en el que recogió sus vivencias.
Años 30 del siglo XX. El navío mercante francés Girto Mora
cruza el océano y regresa a su país de origen tras recalar en varios
puertos de Asia. En las despensas del barco, un veterano cocinero narra
un sinfín de historias a un joven pinche que han recogido en el puerto
de Shanghai. Aunque algunas parecen increíbles y fantásticas, todas son
reales. Relato a relato, el joven va quedando hechizado por las palabras
de ese curtido cocinero, del que no se separará en todo el trayecto.
Tanto es así que esos encuentros van a determinar su futuro y su vida.
Esta breve escena bien podría recordarnos a las conversaciones entre Long John Silver y el joven Jim en La isla del tesoro,
pero se trata de una historia real. El veterano cocinero era un viejo
comunista vietnamita que se dirigía a una escuela soviética de la URSS.
En las bodegas fue narrando a su aprendiz cómo en España se estaba
librando una batalla contra el fascismo que sería clave para toda
Europa. El joven pinche tampoco era una persona corriente. Se trataba de
Chen Agen, nacido en 1913 en Shanghai. Agen huía de su país perseguido
por montar un sindicato. El Partido Comunista de China (PCCh) había sido
ilegalizado por el Kuomingtang (KMT) en 1927, sus miembros eran
perseguidos y asesinados, lo cual escaló hacia la guerra civil que se
sumaría a la lucha contra la invasión japonesa.
Chen Agen no se lo pensó dos veces y al desembarcar en Gijón se unió a las columnas de los mineros en Asturias, concretamente a una columna integrada por vascos.
Según cuenta Luis Ariznabarreta, uno de los integrantes de la brigada,
“participé en la defensa del frente asturiano como componente de aquella
Brigada vasca. Nuestra expresión era el euskera, ininteligible para los
astures y también para un componente de mi escuadra, chino y natural de
Shanghai. Por eso le llamábamos Shanghai, o por su nombre, Chen. Entre
nosotros era un vasco más, tanto en la batalla como en la cárcel”.
Chen
Agen acabó en una cárcel de Burgos y hubiese muerto de hambre de no ser
porque los españoles le enseñaron cómo recoger cangrejos a escondidas
durante el trabajo para después cocerlos en latas de aluminio. La vida
de Agen es una de las del centenar de guerrilleros chinos que pelearon
en la guerra civil española.
De esos cien, muy pocos
sobrevivieron. Apenas existe información. Nueve de ellos acabaron en el
campo de concentración de Argelès-sur-Mer en Francia. Xie Weijing, otro
de los primeros miembros del PCCh y también uno de los supervivientes,
escribió un diario, a medias en castellano y chino, en el que recogió
las vivencias de aquellos meses y atesoró algunos de sus recuerdos en
los años peleando en la guerra civil española. Quizá se trata del
documento más importante de entre los que componen la historia de estos
brigadistas internacionales chinos.
La historia de un diario
Hwei-Ru
Tsou y Len Tsou son una pareja de investigadores taiwaneses que, por
casualidad, en Estados Unidos, dieron con la pista de un antiguo
compatriota que había participado en las Brigadas Internacionales, en
solidaridad con el antifascismo español. Poco a poco, tirando de ese
hilo descubrieron que había muchos más y siguieron profundizando en esas
historias en sus ratos libres. Los brigadistas chinos en la guerra civil
narra en su primera mitad la propia búsqueda de los datos de las vidas
de estos chinos, sus viajes entre Estados Unidos, Europa y China en
busca de las voces de quienes les conocieron.
“No había crónicas de los chinos. No podíamos dejar ese espacio en blanco”. Se inicia así para este matrimonio un largo camino de recopilar nombres, fotografías, direcciones, eventos y textos y tratar de dar un orden y un sentido a fragmentos de memoria dispersos a lo largo de tres continentes. Quizá lo más difícil de la tarea que se habían propuesto era identificar los nombres reales de los chinos que participaron en la guerra. Principalmente por dos motivos. En primer lugar, porque muchas de estas personas cambiaron, al migrar, de nombre e identidad, en algunos casos debido a que sus vidas corrían peligro por pertenecer al partido comunista, en otros por simple pragmatismo. En segundo lugar, debido a que de muchos de ellos solo quedan testimonios locales y, a menudo, hasta la estandarización de la transcripción fonética, esta variaba mucho. Se trata en gran medida de un relato oral.
Una de las voces que compone este relato es la de Kenneth Graeber, padre del antropólogo David Graeber, que tomó la decisión de ir desde Estados Unidos a luchar contra las tropas de Franco. Desde su pequeño apartamento en Nueva York, a sus 70 años, Graeber recordaba que, en realidad, por aquel entonces “no entendía nada de teoría marxista, pero en espíritu estaba por entero consagrado a ella”.
“Cuando un
amigo le relató cómo Hitler y Mussolini habían emprendido una ofensiva a
gran escala contra España, dejó de estudiar, se despidió del profesor
que le enseñaba marxismo y en unión de otros amigos se alistó en las
Brigadas Internacionales a sus 21 años”, confirman los investigadores
taiwaneses.
El azar acabaría llevando al padre del famoso antropólogo a un hospital de campaña montado en Beniccasìm, donde las tropas republicanas habían aprovechado algunas mansiones abandonadas por familias ricas en plena linea de playa. Un pequeño oasis en el infierno de la guerra. Una parada donde también recala Xie Weijin, tras ser herido en la pierna. “En la parte exterior había gran profusión de flores y árboles, bien repartidos y cuidados, y la playa de arena blanca corría paralela a un amplio paseo bordeado de palmeras abiertas en verdes abanicos que aventuraban la suave brisa mediterránea hasta las habitaciones”, narran los taiwaneses a partir de los testimonios recogidos.
Xie Weijin nació en Sichuan en 1904. “Cuando estalló la guerra civil,
él ya llevaba 17 años trabajando y estudiando en Europa. 1916 marcó un
punto de inflexión en su vida. Él estudiaba en Shanghai y allí pudo ver
carteles en las concesiones extranjeras que decían: ‘Prohibida la
entrada a perros y a chinos’”. En 1919 estalló el Movimiento Cuatro de Mayo,
esencial para articular la posterior revolución, pero que trascendió lo
político, influyendo en diversas áreas culturales. En esa efervescencia
nace el PCCh y Xie Weijin entra a formar parte del mismo casi desde sus
inicios.
“Xie Weijin era un militar profesional, estudió en
una academia militar en Alemania. Fue a Europa con la tarea encargada
por el PCCh de buscar conocimientos que ayudasen a salvar a China, que
se encontraba en una situación de humillación. Tras haber derribado al
emperador, el país era pasto de los caudillos militares que se hicieron
con el poder, sin pensar en el pueblo”, cuenta Yan Weimin, periodista
jubilado de Xinhua, autor del libro 炉火通红 (algo que podríamos
traducir como ‘brasas incandescentes’), que no ha sido traducido por el
momento. Un libro que indaga y explora en la figura de Xie Weijing a
partir de los testimonios del diario de este y los de sus familiares y
conocidos. Este periodista ha sido una de las pocas personas que ha
podido acceder a este diario, que hoy está bajo la custodia del Museo de
la Revolución de Beijing.
“Xie Weijin formaba parte de la
delegación internacional del PCCh, que antes de 1927 luchaba junto al
KMT contra los caudillos militares. En aquellos momentos la misión de
Xie Weijin también era hacer propaganda y difusión de la revolución
china en Europa. Tras la ilegalización de los comunistas, Weijin cambia
su nombre a Lin y es enviado por la internacional comunista a España
cuando estalla la guerra como comandante de artillería”, cuenta el
periodista de Xinhua, a sus 82 años, mientras paseamos por el campus de la universidad de Tsinghua, donde su mujer aún da clases de castellano.
A
la hora de dar con el diario de Xie Weijin, el matrimonio Tsou no tuvo
la misma suerte que este periodista. “Fue un caso peculiar el de la
resistencia de las administraciones locales del Gobierno chino porque
habíamos visitado varios registros en otros países sin ningún problema a
la hora de acceder a los archivos”. Las razones que esgrimía el museo a
la hora de no dar acceso a dos extranjeros es que antes querían
investigar y documentar el tema por su propia cuenta. Un recelo que
probablemente estaba ligado al hecho de que ambos investigadores habían
nacido en Taiwán y vivían investigando en Estados Unidos que, en
aquellos años, ya se perfilaba como rival geopolítico de China.
En 1978 Xie Weijin murió a causa de un cáncer, acompañado por Xie Jinzhen, una joven que había adoptado a los 59 años porque sus padres no podían mantenerla. ¿Qué paso con todos sus documentos y su diario? Durante su enfermedad, Xie Wijin pasó días ordenando y clasificando pacientemente todos sus documentos. Después los repartió entre casas de familiares y amigos. En 1980 el Comité Central del Partido hizo un llamamiento para rescatar documentos con información valiosa sobre la historia china. Su hija, después de pensarlo pacientemente y hablar con otros familiares, entregó toda la documentación.
En sus
viajes por China para escribir el libro, los Tsou localizaron y
consiguieron hablar con Xie Jinzhen, la hija adoptiva que relata así en
el libro su entrada en la casa del exbrigadista: “Mi primera impresión
fue que toda la casa estaba llena de fotos. Fotos de personas de nariz
grande y piel negra y peluda”. Xie Weijing le contaba incansablemente
historias de la guerra. “Recuerdo que cierto profesor venía a casa con
el pretexto de hacernos una visita, pero en realidad venía a escuchar a
mi padre hablar de la guerra civil española. Podía hablar un día entero
sin parar un instante, se olvidaba hasta de comer y beber. Todo el
ambiente familiar giraba en torno a España y el internacionalismo”.
En 1965, tras su regreso a España, Xie Weijin es obligado a jubilarse y enviado de vuelta a su Sichuan natal. Llega solo y se siente humillado por esa obligación de retirarse, cargado con un montón de maletas repletas de documentos y fotografías de sus años en Europa. Después de adoptar a la joven Jinzhen comienza la Revolución Cultural en China. Xie Weijin no escapó del escarnio y la humillación. “Era insultado y difamado en carteles o cuando paseaba por la calle. Le acusaban de ser un espía por toda su historia en el extranjero”, cuenta el periodista de Xinhua.
Algunos jóvenes intentaron separarles, señalando que ella era hija de verdaderos obreros y no tenía por qué mancharse con la reputación de aquel traidor. “Yo elegí quedarme con él porque agradecía que hubiese decidido cuidarme y soporté con él aquel escarnio. Desde aquella época sufro de ansiedad y enfermé de los nervios”, relata la hija en el libro de los Tsou.
Nuestros camaradas españoles
“No hay día que
nuestros camaradas no hablen de vuestra lucha y la situación general de
España. De no ser porque tenemos enfrente al enemigo japonés, iríamos
con toda seguridad a integrarnos en vuestras tropas”. Mao Zedong lo
señala claramente en una carta abierta dirigida al pueblo español el 15
de mayo de 1937. Eran dos guerras unidas por un mismo contrincante,
encarnado en Hitler, Mussolini y Franco en Europa, y un Japón
militarista con la autoasignada misión de conquistar Asia. Mientras, los
gobiernos occidentales permanecieron al margen, como espectadores, y
adoptaron una política de no intervención en la guerra de España,
prohibiendo incluso la venta de transporte y armamento.
Para el que se convertiría en histórico dirigente de China, la lucha que se estaba dando en España y en China era la misma, no solo porque era una lucha contra el fascismo, sino porque prefiguraba una nueva guerra mundial. “La causa por la que os esforzáis también es la nuestra. Hemos leído con emoción que las Brigadas Internacionales están formadas por ciudadanos de todos los países y nos alegramos de mucho al saber que entre ellos hay chinos y japoneses”.
“Mil cordilleras y 10.000 ríos separaban España y China, pero en aquel momento se hallaban unidas por el mismo destino y el pueblo chino desarrolló una especial sensibilidad a lo que ocurría en los campos de batalla hispánicos. Se puso de moda la canción 保卫马德里 (defender Madrid), gestada por una organización de jóvenes estudiantes que tuvieron la idea de ofrecerla como regalo al pueblo español. Los estudiantes de Tsinghua y Beida la popularizaron. En algunos estandartes de combatientes podía leerse las palabras ‘¡No pasarán!’”, narra el matrimonio Tsou.
Yan Weimin, el periodista, se muestra curioso respecto a
mi interés por indagar en esta historia. Él vivió cinco años en España y
regresó con la sensación de que ningún español quería hablar de
aquello. “¿Por qué os interesa la guerra civil?”, pregunta realmente
sorprendido. “¿Cuál es la opinión de los españoles? Cuando yo estaba
investigando estos hechos, en los años 90, la mayoría no quería hablar
de la guerra. Les resultaba doloroso acudir ahí. Quizá ahora es
diferente, porque ya ha pasado más tiempo. Se puede recordar y escribir
sin dolor y sin odio. Es como lo que ocurrió aquí con la Revolución
Cultural. Es muy doloroso recordarlo, la gente no quiere recordar
todavía. El propio Xie Weijin fue castigado. Mucha gente fue encarcelada
y torturada injustamente. Yo era estudiante y yo también participé en
todo aquello en esa época”, reflexiona el periodista.
Entre 1996 y 2001, Yan Weimin estuvo destinado como corresponsal de Xinhua en
España, en la oficina de Arturo Soria en Madrid. El mismo año en que
llega se organizan unas jornadas para conmemorar el 60 aniversario de la
guerra civil española que él va a cubrir y sobre las que escribe una
serie de artículos. “Semanas después me llamó por teléfono un chino que
había leído mis artículos. Ese chino era el hijo de Xie Weijin, que se
había emocionado al leerme. Había llegado a mis artículos porque mi
mujer era la profesora de español de su hija. En esas conversaciones, el
hijo me cuenta que existe un diario de su padre, que escribió tras la
guerra en un campo de concentración. Para mí, como periodista era un
regalo caído del cielo”, relata Weimin. “No había muchos soldados que
supiesen leer y escribir, por eso el diario es un testimonio tan
importante”.
“Hay mucho yuanfen en esta historia”, afirma, en referencia a un término que no tiene una equivalencia exacta en castellano, pero que se podría traducir como ‘predestinación’. “El diario de Xie Weijin aún sigue en el archivo nacional. Yo fui autorizado a leerlo porque participé en la traducción de las partes en español que había. En España también visité varios archivos históricos”.
Xie Midong, el hijo de Weijing al que hace referencia el
periodista, también le enseñó una gran cantidad de fotos que todavía
guardaban. “Todas aquellas fotos, que pude recopilar en mi libro, fueron
hechas con una cámara que le regaló Zhou Enlai a Xie Weijin en uno de
sus viajes a Europa”, afirma el periodista.
Una vida de guerra y cárcel, las páginas del diario
Según
la investigación que hizo el periodista, “la mayoría de soldados chinos
que pelearon en la guerra civil eran obreros. Muchos eran obreros
pobres de todas partes del mundo que acudieron a la llamada de la
Internacional Comunista”. Unos pocos eran obreros que ya vivían en
España. Pero en la guerra todos estuvieron disgregados, no hubo ni un
solo batallón de chinos, aunque según su diario, Xie Weijin intentó
reunir a todos los que pudo.
Según este periodista, el diario
de Xie Weijin apenas habla de los combates. Es un diario en el que
sobre todo hay muchas opiniones y reflexiones políticas respecto a
acontecimientos. La vida que más se narraba era la del propio campo de
concentración de Francia donde lo escribió. Sin embargo, sí que se
detiene en el lugar en el que más tiempo pasó: regresamos al hospital de
campaña de Benicassìm al que hacíamos referencia al principio del
artículo. El soldado chino fue herido bajo la rodilla en combate y tuvo
que abandonar el frente.
“Apoyados en sus muletas, Xie Weijin
y otros soldados heridos entraban cojeando en el jardín, y al instante
una multitud de niños se acercaba corriendo a ellos y los rodeaba.
¿Quién hubiera podido apreciar a primera vista las cicatrices que
surcaban el corazón y los cuerpos de aquellos 250 alegres angelitos de
entre siete y 12 años? Todos eran huérfanos de guerra. Xie Weijin y
otros compañeros se convirtieron en sus cuidadores”, relatan los
investigadores taiwaneses en su libro. Los soldados trabajaban para
mantener los jardines, cavaron acequias, pero también construyeron
columpios, organizaban teatrillos de títeres, fabricaban juguetes de
madera y daban clase a aquellas criaturas. También destinaban parte de
su salario para comprarles leche, dulces y frutas sobre las que los
pequeños se abalanzaban.
En aquel hospital, Xie Weijin
conoció a Chen Wenrao, otro compatriota. Juntos recopilaban toda la
información que llegaba por prensa y radio sobre el avance de las tropas
comunistas en China y la enviaban a los principales medios de difusión
en París y Londres. De esta época se conservan algunas cartas que se
dirigieron personalmente Mao Zedong y el brigadista chino. Weijin
deseaba regresar a China para combatir junto a sus compatriotas, pero
Wenrao le convenció de que su labor de propaganda era necesaria en
Europa.
Con el fin de la guerra, tras escuchar sobre la
caída de Barcelona, Xie Weijing cruzó, con un grupo de brigadistas y
republicanos la frontera de Francia para encontrarse con un ejército que
les esperaba al otro lado de la Jonquera. “Un soldado cada diez pasos,
un gendarme cada cinco. Las armas cargadas y las máscaras antigás
colgadas de la cintura. Ametralladoras y tanques en formación de
batallas y aviones cargados sobrevolando”, afirma un testimonio de aquel
grupo recogido por los Tsou.
Fueron detenidos y recluidos en el campo de concentración de Argelès. 45.000 refugiados en un desierto rodeado de una muralla de alambre. Al principio no había agua y usaban la del mar o la acumulada en zanjas para lavarse. “Andamos, vivimos, comemos y dormimos en un desierto. Por la noche arrecia el viento y los que carecen de mantas tienen que hacer un agujero en la arena para guarecerse; así se protegen algo del viento y de la arena, pero hay mucha humedad en el subsuelo y el frío, unido al hambre, ha hecho que muchos, incluso los más fuertes y sanos, caigan enfermos. La bebida y la comida escasean en el campo. Todos los días hay legumbres duras y a veces pescado en salazón; la escasez no mejora. Y de las condiciones higiénicas mejor no hablar. Estamos todos infestados de piojos y tenemos un aspecto enfermizo y esquelético”, afirma otro testimonio recogido por los taiwaneses.
Aunque al principio había escasez de documentos, poco a poco
empezaron a llegar boletines de Europa del Este y se empezaron a
almacenar hasta que llegó a haber tanta información que no cabía y los
reclusos comenzaron a hacer sus propios periódicos. Entre esas
publicaciones había una editada por los propios chinos, Noticias de China
中国抗战情报. “Reuniendo un grupo internacional de nueve personas que venían
de China, España, los Estados Unidos, México, Cuba y otros países, Xie
Weijin montó el comité que sacaría adelante el periódico. Se trataba de
un grupo en el que todo el mundo colaboraba voluntariamente con sus
esfuerzos, su objetivo era dar a conocer las noticias diarias que les
llegaban desde China. Mientras otros pasaban las noches charlando
acompañados del café, ellos ponían sus esfuerzos en escribir, editar,
traducir, diseñar y dibujar”, cuenta en su libro Weiming, a partir del
propio diario del combatiente.
Hay todo un capítulo dedicado a la historia de este medio que crearon en el campo de concentración los reclusos chinos, que permanecían atentos a las noticias que llegaban por radio de sus camaradas y el avance de la guerra contra Japón casi a diario. Anotaban todas esas informaciones en una pizarra, seleccionaban lo más importante y la traducían para el resto de reclusos.
“A pesar de llamarse Noticias de China,
sentían que había que reflejar las condiciones de vida en occidente
también. Hacer énfasis en la armonía entre occidente y Asia, junto con
la idea de que cada campo de concentración tenía sus propias
actividades culturales, como pinturas u otras manifestaciones y esto
también formaba parte del contenido del periódico. Muchas de estas
manifestaciones artísticas tenían como temática el apoyo a los camaradas
chinos que seguían en guerra. Los internos también podían leer piezas
de literatura y transcripciones y traducciones de los distintos
discursos que daban otros reclusos”, recoge el libro del periodista.
Gracias
a la información cruzada con sus compatriotas en el campo, Xie Weijin
se entera de que el joven comunista Chen Agen, que desembarcó en Gijón y
se unió a los mineros de Asturias, fue capturado y destinado al campo
de trabajo de San Pedro de Cardeña. Tras conocer e informarse sobre la
historia del joven y descubrir los motivos que le llevaron a la guerra
(huyendo del KMT por organizar huelgas en Shanghai), se interesa
personalmente por su situación y trata de ponerse en contacto con él con
algunas cartas de las que también guarda referencia en su diario. Nunca
llegó a saber si el joven recibió las cartas. Chen Agen fue trasladado a
diversos campos de trabajo durante la posguerra, pero en esta serie de
traslados se pierde su rastro.
En sus últimas semanas en el
campo de concentración antes de regresar a China, en 1940, Xie Weijin
entrenó y preparó física y psicológicamente a aquellos médicos para su
misión en China. El soldado conocía las condiciones de pobreza y falta
de medios, alimentos y transporte que había en el país asiático. Se
trataba de una guerra mucho más dura física y psicológicamente. También
redactó una serie de entradas en su diario destinadas a organizar los
principales eventos de la guerra en China. Algunas de ellas contaban con
los artículos enviados a Londres por el único periodista occidental
empotrado en las filas de Mao, Edgar Snow.
“La parte del
libro que más me emocionó escribir fue el capítulo de los médicos
españoles. Un grupo de médicos voluntarios que salieron de este campo de
concentración para acudir a la guerra de China. Ninguno de ellos era
español, pero así se les llamaba en China y así se les recuerda porque
todos ellos eran Brigadistas que habían participado en la guerra civil
de España”, ríe Weiming.
¿Dónde está hoy el internacionalismo?
En
1978, tras dos décadas de ostracismo social y con un cáncer avanzado,
Xie Weijin muere junto a su hija adoptiva. “Sus últimas palabras fueron
que solo quería que se le recordase por haber sido un comunista
internacionalista, nada más” cuenta la hija a los Tsou.
El
lunes 28 de octubre de 2024, sentados en torno a una mesa en un antiguo
edificio de Beijing, Yan Weiming, el periodista, y Xie Zhengxue, un
sobrino vivo del brigadista, conversan en torno a una mesa plagada de
cartas, fotos y documentos que pertenecieron a Xie Weijing. Al
preguntarles si ellos pertenecen al PCCh se sonríen: “¡Claro! Los dos
pertenecemos al Partido, aunque ya estamos jubilados. ¿A ti no te gusta
el Partido de China?”, bromea Yan Weiming.
Zhengxue vivió de joven en casa de Xie Weijin en 1953, cuando ya había terminado la guerra en China. “Mis padres trabajaban en la compañía eléctrica pero también eran del partido. Hubo una acusación política contra ellos y, durante el tiempo que duraron los juicios, me enviaron a casa de Xie Weijin cuando yo tenía 13 años. No recuerdo hablar mucho con él porque era un hombre muy serio y muy callado. Lo que sí recuerdo es que en su casa se cocinaba un montón de comida extranjera que yo nunca había comido. Pero sí recuerdo que siempre me quedaba con hambre y después iba a pedirle comida a los escoltas que tenía, que comían tallarines en otra habitación distinta”, cuenta Zhengxue. Después de unos meses, el caso de sus padres se resolvió favorablemente y regresó con ellos.
Xie
Weijin vivía solo en aquella época porque sus hijos estaban estudiando
en Europa y su sobrino lo presenta como un hombre profundamente volcado
en su trabajo para el Partido y de muy pocas palabras. Esta faceta
contrasta con otras de las que aparecen dibujadas en el perfil que
realiza el periodista de Xinhua en su libro, en el cual afirma
que Xie Weijin conoció a un grupo de granadinos que le enseñaron a
cantar y a tocar algunos palos de flamenco locales. “Yo no tenía ni idea
de eso”, dice el sobrino. “Él amó profundamente el flamenco desde que
lo conoció, hablaba también mucho de ello en su diario, tengo mucho
material al respecto para otro libro que estoy preparando”, explica el
periodista.
Una de las palabras que sobrevuela constantemente
los testimonios de todos los soldados y esta historia en general es
“internacionalismo”, esa solidaridad de clase que va más allá de las
fronteras e impulsó a tanta gente a volcarse para ayudar a gente que no
conocían en la otra punta del mundo. Si queremos tomar por ciertas las
últimas palabras del brigadista chino transmitidas por su hija adoptiva a
los periodistas, así es cómo quería ser recordado. Chinos y japoneses
antifascistas lucharon juntos en el frente español mientras sus países
estaban en guerra. Ante la pregunta de dónde queda hoy ese
internacionalismo, ambos niegan con la cabeza y coinciden en afirmar que
ese espíritu ha desaparecido, que a la gente hoy en día ya no les
interesan ni les mueven esas ideas.
No es una conclusión a la que solo hayan llegado estos dos veteranos del PCCh. Para el filósofo Franco Berardi,
el internacionalismo, que se postula como única solución posible a los
males que nos toca enfrentar en el siglo XXI, como la emergencia
climática o el auge de fascismos y colonialismo como el genocidio
israelí, también ha desaparecido. Si queremos buscar hoy trazos de
internacionalismo quizá haya que desviar la mirada hacia el conflicto en
el que se está produciendo el mayor genocidio al que hemos asistido las
nuevas generaciones.
La historia y el relato nacional de la
República Popular de China se asientan fuertemente en nociones
anticolonialistas. A pesar de ello y de que China fue de los primeros
países en mostrarse partidarios de la solución de los dos Estados, su
posición geopolítica de no intervención se ha mantenido firme durante
toda la escalada del conflicto y no ha cesado su comercio con Israel. La
única respuesta directa en clave internacionalista al conflicto ha sido
la de grupos de internautas en China que se han organizado para enviar ayuda a Palestina y pedir el boicot a empresas israelíes.
Es
cierto que la organización internacionalista que encontrábamos a
principios del siglo XX ha desaparecido tal y como se daba, pero parece
también algo aventurado afirmar eso de que el internacionalismo ha
muerto cuando sigue habiendo gente preocupada y dedicando parte de su
tiempo a esta idea. En otra escala muy distinta, mediada por la realidad
tecnológica que hoy nos atraviesa, la idea internacionalista toma forma
en esta campañas de apoyo y boicot. La propaganda del
internacionalismo, hoy en día en forma de vídeoensayos, memes, artículos
y bailes de tik-tok, sigue operando entre los más jóvenes.
En un post de la red social WeChat donde hace una reseña sobre el libro Los brigadistas chinos en la guerra civil, uno de los miembros de la banda de rock Laomu, formada por chinos que viven en España, se pregunta qué diferencia a aquellos chinos que se fueron a matar extranjeros a España del terrorista que asesina a un extranjero que vive en su país, cuando ambos se mueven por su propia idea de justicia. “Si no somos dioses, ¿quién puede asegurarnos que es imposible que estemos equivocados en nuestro ideal de justicia?”. Y concluye: “Lo que he aprendido al respecto leyendo este libro, y creo que es algo importante, es que la idea de justicia de todos estos chinos no tiene absolutamente nada que ver con un país, raza, color de piel o género y demás criterios baratos”.