El inicio de la década de 2020 ha estado marcado por un aumento significativo en la inestabilidad sociopolítica mundial. Entre los eventos más trascendentales se encuentra la operación militar rusa en Ucrania en 2022, presentada por la prensa burguesa como una “invasión”.
Desde nuestra perspectiva, es fundamental rechazar esta caracterización simplista. La raíz de la operación especial rusa se encuentra en un contexto histórico complejo. En 2014, tras el Euromaidán, surgió en Ucrania un fuerte sentimiento antiruso, con tintes fascistas, que se manifestó en actos de violencia contra la población del Donbass, una región con profundas conexiones culturales y lingüísticas con Rusia. Durante ocho años, las provincias de Donetsk y Lugansk sufrieron ataques continuos por parte de las fuerzas ucranianas, sin que se tomaran medidas internacionales para detener esta agresión.
Frente a esta situación, Rusia decidió intervenir, justificando su acción como un esfuerzo por proteger a la población prorrusa del Donbass, desarmar a los grupos extremistas, y desnazificar Ucrania.
Más allá de las motivaciones inmediatas, el conflicto revela la desesperación del imperialismo estadounidense por mantener su hegemonía global. Con la consolidación de nuevas potencias, especialmente China, y la creciente influencia de coaliciones como los BRICS, el dominio unipolar de EE.UU. se ve amenazado. La globalización bajo el control de Washington se enfrenta a un desafío de un mundo multipolar, donde el poder se distribuye entre varias naciones y no se concentra en un solo polo.
EE.UU., en su afán por conservar su preeminencia, utiliza conflictos regionales como el de Ucrania para contener a sus rivales geopolíticos, especialmente Rusia. La estrategia imperialista de Washington incluye la expansión de la OTAN hacia el este, intentando integrar a Ucrania en su órbita. Esta maniobra busca no sólo ampliar la influencia estadounidense en Europa del Este, sino también justificar una mayor intervención militar en la región, asegurando un control estratégico sobre un país clave en la frontera con Rusia.
La guerra en Ucrania debe entenderse, por tanto, no como una simple invasión, sino como una manifestación de la crisis del imperialismo estadounidense. Enfrentados a la posibilidad de un orden mundial multipolar, EE.UU. y sus aliados buscan perpetuar un sistema que sirva a sus intereses económicos y militares, a expensas de la soberanía y la seguridad de los pueblos. La operación especial rusa, refleja una resistencia contra la agresión y dominación imperialista.
En conclusión, la crisis en Ucrania y la intervención de Rusia deben ser vistas como partes de una lucha mayor contra el imperialismo en declive, donde el verdadero objetivo es la preservación de una hegemonía global amenazada por el surgimiento de nuevas potencias y la demanda de un orden internacional más equitativo.
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