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Por fin en Ciénaga, Magdalena

Crónica de una visita al epicentro de la Masacre de las Bananeras (1928)

Fuentes: Rebelión - Imagen: "In Memoriam a los mártires de las bananeras", se lee en la placa.

“Conservar los objetos históricos puede ofrecer a las nuevas generaciones una ventana al pasado”. -Joana Burch-Brown, cita de Robert Bevan, Mentiras monumentales. La guerra cultural sobre el pasado, Barlin Libros & Institució Alfons el Magnánim, Valencia, 2023, p. 303.

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Yo he investigado y escrito de manera discontinua sobre la Masacre de las Bananeras desde hace unos cuarenta años. El primer ensayo que escribí y publiqué apareció en la colección de Fascículos de Historia de Colombia de la editorial Oveja Negra en 1985, texto que se reprodujo en Colombia entre la democracia y el imperio [1989]. Posteriormente, escribí el capítulo “Balas y Bananos en el enclave de la United Fruit Company” que apareció en el primer volumen de Gente muy Rebelde [2002]. Luego, en la revista Cepa publiqué un artículo de divulgación que lleva el título “1928: Masacre en la zona bananera del Magdalena” [2008]. Por último, en 2018, cuando se conmemoraron los 90 años del suceso, dicté varias charlas y conferencias en Bogotá, una en la Plaza de San Victorino y otras en la entrada de la Universidad Pedagógica Nacional, durante el paro estudiantil que se realizaba en esos momentos en las universidades públicas del país. Además, he evocado la masacre en otros escritos, entre ellos Sindicalicidio [2011, 2021]. 

Y recuerdo todo esto para decir que este es uno de esos temas que me ha rondado la cabeza durante mucho tiempo y al que continuamente regreso, porque comprendo su importancia para entender la sociedad colombiana y la intolerancia estructural del bloque de poder dominante contra los trabajadores y gente humilde en general. Y, sin embargo, pese a esa importancia nunca había estado en Ciénaga, el escenario principal de la masacre del 5-6 de diciembre de 1928. Siempre había querido visitar ese lugar y, pese a vivir la mayor parte del tiempo en Colombia (en Bogotá), no lo había podido hacer por múltiples razones de índole laboral y personal.

Ahora, gracias a la invitación de los compañeros de Sintraunicol, sede de la Universidad del Valle, por fin he podido cumplir mi sueño de estar en Ciénaga. Allí permanecí entre el miércoles 4 y las primeras horas del sábado 7 de diciembre.   

Los eventos que se hicieron para recordar ese fatídico acontecimiento en general fueron muy conmovedores. Se presentaron grupos musicales, obras de teatro, conferencias y foros.

Los charlas de la tarde del 5 se realizaron en un auditorio del Instituto Nacional de Formación Técnica Profesional de Ciénaga [IMFOPEC]. Sobresalió una conferencia sobre el tema “Cien años de soledad y los crímenes de lesa Humanidad”, a cargo del magistrado Carlos Fonseca Lidueña, de la Universidad del Magdalena. Lo interesante de esta charla radicó en que gran parte de su argumentación se apoyó en la representación teatral de tres momentos de la obra cimera de Gabriel García Márquez, alusivos directamente con la Masacre de 1928.

En la noche del cinco de diciembre hubo una presentación artística en el lugar donde quedaba la Estación del Tren, en el que se masacró a los trabajadores, que ha sido bautizada como La Plaza de los Mártires. Esa presentación fue organizada por la Fundación Mujeres Innova, una organización interesada en recuperar el papel de las mujeres en ese acontecimiento histórico. Fue una notable muestra artística con canciones vibrantes de música colombiana y latinoamericana, interpretadas por artistas locales.

A las cuatro y media de la mañana del día 6 estuvimos realizando una alborada conmemorativa en la estación del tren, en la que fueron asesinados centenares de trabajadores. Prendimos velas en varias partes de la estación, que ya no lo es, y al lado del monumento de Rodrigo Arenas Betancur, El Prometeo de la Libertad. Este es un monumento imponente que está abandonado en un rincón y semioculto por los árboles, cuando debería ser visible a primera vista y estar en un lugar central de lo que llaman Plaza de los Mártires, pero que no tiene el aspecto de una plaza.

Allí permanecimos hasta las seis y media de la mañana y luego fuimos hasta el cementerio, a donde pudimos ingresar a eso de las 7.45 am. Quedé decepcionado porque no hay tumbas visibles en donde reposen los restos de los nueve trabajadores asesinados, que fueron reconocidos por el gobierno de entonces y por los militares. En su lugar hay una pequeña lápida en tierra, colocada hace poco tiempo, y en su interior se encuentran mezclados los restos de los trabajadores asesinados, siete de ellos identificados y dos sin identificar.

Aunque alguna gente del municipio recuerda lo acontecido en 1928, la mayor parte de los habitantes no tiene conocimiento del asunto. Eso explica que en los eventos participáramos casi exclusivamente los que veníamos de fuera de Ciénaga y muy poca gente de la localidad.

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Los “lugares de la memoria” alusivos a la Masacre están totalmente descuidados y abandonados. La Plaza de los Mártires no es tal, es un lugar en donde se encuentra una especie de terminal de buses, ventas ambulantes y mucha suciedad y basura, que se nota sobre todo en la noche, cuando ya se ha ido la gente que por allí circula o trabaja. Es lamentable, pero también sintomático, de la forma cómo se trata el patrimonio histórico en este país, máxime cuando está referido a los trabajadores y a los crímenes de Estado. Esa Plaza de los Mártires debería ser reconstruida y convertida en un espacio público atractivo y amigable, sobre todo para los habitantes locales. De la misma manera, el monumento principal debería ser más visible. Esta es una labor a la que debería comprometerse el gobierno del Pacto Histórico, porque es dudoso que gobiernos posteriores ‒que pueden ser de derecha y de los negacionistas de la Masacre, entre los cuales sobresales María Fernanda Cabal, actual precandidata presidencial‒ estén interesados en reconstruir este lugar emblemático de las luchas obreras y populares en Colombia y también de los crímenes del Terrorismo de Estado.

En el cementerio ya va siendo hora de que se construya un panteón especial en el que se depositen los restos de los nueve trabajadores que están en la tierra, para que exista un sitio que honre la memoria de esos dignos luchadores colombianos. No puede ser que esos restos estén en un sitio estrecho de difícil acceso, sobre el suelo y sin ningún símbolo alusivo a los trabajadores del banano, que recuerde las razones de su lucha y de su asesinato.  Todo esto para decir que, finalmente, las personas y no los monumentos son los principales “lugares de la memoria” y que esos lugares deben vincularse a las necesidades políticas, culturales y sociales de la realidad de nuestro tiempo.

La conservación de los objetos históricos, y en este caso los restos de los trabajadores en el Cementerio de Ciénaga, es una forma de abrir una ventana del pasado a las nuevas generaciones, para que se pregunten por qué razones se ha ejercido históricamente una violencia tan brutal contra los trabajadores, por parte del Estado colombiano y las empresas capitalistas, nacionales y extranjeras. Debe recordarse que aprendemos historia no solo a partir de textos escritos, sino de objetos materiales muy diversos, que van desde tumbas, estatuas, monumentos, paisajes urbanos, trenes…, siempre y cuando se enmarquen en sus respectivos contextos históricos y nos ayuden a indagar sobre los sujetos sociales de carne y hueso que intervienen en los procesos históricos, con sus sueños, frustraciones, expectativas, esperanzas, derrotas y eventuales triunfos.

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El viernes 6 se realizaron actividades en las horas de la mañana, que estaban encaminadas a preparar la celebración del centenario de la Masacre, empezando desde ahora. Allí tuve la oportunidad de intervenir. Como nuestra visita a Ciénaga se inscribe en el proyecto de algunos sindicatos y organizaciones sociales de organizar desde ya la conmemoración del Centenario de la Masacre de las Bananeras, en diciembre de 2028, señalé algunos aspectos que se deberían tener en cuenta, para otorgarle un significado claramente político a esta conmemoración. Al respecto, recordé que la masacre de hace un siglo no ha sido un hecho aislado en la historia colombiana, sino que fue el acontecimiento más brutal del comportamiento estructural del bloque de poder contrainsurgente, una clara expresión del Terrorismo de Estado; terrorismo que no ha cesado en este país, y que ponen en práctica, por lo menos, tres sectores: los cuerpos represivos del Estado, el aparato judicial y el sistema mediático. Si no se recalca que el Terrorismo de Estado es responsable del sindicalicidio, a mi modo de ver no se está haciendo mucho, porque es suponer que la masacre de 1928 ha sido un hecho aislado, como si después no se hubieran presentado numerosas masacres laborales y sociales, una nota distintiva de la historia colombiana hasta el día de hoy, como lo ejemplifica el trato que se dio al Paro Nacional de 2021.

Ese Terrorismo de Estado se basa en la construcción del enemigo interno, en propagar un anticomunismo visceral, en legitimar la eliminación del enemigo mediante la violencia bruta y, como cereza del pastel, en garantizar la plena impunidad de los responsables, sean agentes estatales o paraestales. Esa fue la lógica de la contrainsurgencia nativa con la que se masacró a los trabajadores bananeros y casi un siglo después a los pobladores urbanos que llevaron a cabo el Paro de 2021.

Un segundo aspecto estriba en que no debería hablarse solamente de la Masacre de las Bananeras, sino también de la huelga, para destacar que los trabajadores asesinados no fueron víctimas ‒término pasivo y lastimero como pocos‒ sino sujetos sociales, activos y conscientes, que encarnaban proyectos encaminados a construir un país distinto. Además, esa huelga está inscrita en el ciclo de luchas sociales que se dieron en Colombia entre 1918-1929 y que marcan un momento importante de la rebeldía social y popular en este país. Al hablarse del centenario de las bananeras hay que reivindicar la lucha organizada de los subalternos, algo que sigue siendo indispensable si es que los trabajadores quieren tener derechos, algo que hoy está completamente desdibujado ante la arremetida del “sálvese quien” pueda propio del darwinismo social que caracteriza al capitalismo neoliberal.

A la hora de recordar las luchas, no con nostalgia sino como una savia que nutre los conflictos de nuestro tiempo, en la actualidad tienen tanta vigencia como ayer consignas prácticamente olvidadas como la de los tres ochos, cuando hoy por hoy el capitalismo las jornadas de trabajo son interminables, no existe separación entre el tiempo de la vida y el tiempo laboral, y los trabajadores ya no reivindican el estudio como una condición básica de su emancipación, sino como una pretendida forma de ascenso social. Si nos quedamos en la masacre vemos solo una cara del fenómeno, el de la represión y el terrorismo de Estado, pero nos olvidamos del sentido profundo de la huelga, como forma de lucha para conseguir el mejoramiento real de las condiciones de vida de los trabajadores y conquistar derechos, un asunto que un siglo después está sobre el tapete de las reivindicaciones porque las cosas no han cambiado mucho en términos laborales, antes, por el contrario, han empeorado.

Un tercer aspecto que debería sopesarse radica en que, si bien es importante la demanda que emprenden algunos sectores para que el Estado reconozca su responsabilidad en la masacre, eso no quiere decir que la lucha actual debiera gastarse y concentrarse de manera primordial en aspectos relativos a la “verdad judicial”, sino que más bien se debe reivindicar la verdad histórica, sobre la cual se han hecho notables avances investigativos, pero que no se expresan en la vida cotidiana, por ejemplo en la enseñanza escolar de la historia. Si el Estado reconoce su responsabilidad ese es un paso importante para dar curso a acciones de memoria, tales como bautizar plazas y lugares con los nombres de los mártires de las bananeras, considerar al 6 de diciembre como una fecha de memoria nacional de las luchas obreras, impulsar cátedras sobre el asunto… Eso estaría muy bien, pero eso no puede agotar los objetivos del movimiento sindical ni de los movimientos sociales, puesto que en la actualidad persisten gran parte de las reivindicaciones de los nueve puntos de la huelga de 1928, en lo relativo a contratación laboral, terciarización, malos tratos, precarización, jornadas extendidas de trabajo, desempleo disfrazado, carencias sanitarias… y decenas de asuntos adicionales relativos a la flexibilización laboral. Y todo eso debe enfrentarse al margen del Estado y, por supuesto, contra el Estado en muchos casos y contra los capitalistas. Esto supone reivindicar la independencia de los trabajadores organizados que no pueden ni deben estar subordinados a las agendas estatales, o más particularmente a las de un gobierno determinado.

La cuestión de la verdad histórica no es sinónima, ni mucho menos, de “verdad judicial” y por eso me parecen preocupantes los sesgos juridiqueros que pude apreciar en algunas de las conferencias e intervenciones en los foros, que reducen el asunto de la reconstrucción histórica al ámbito jurídico, cuando lo que se debe es escudriñar en las razones profundas que explican el funcionamiento práctico del terrorismo de Estado, por qué se dio la masacre,  quienes la llevaron a cabo, quienes se beneficiaron de ella, cómo se aniquiló al movimiento de trabajadores, cómo se destruyeron proyectos de dignidad… todo lo cual no es solo del pasado, sino del presente. Y eso no se resuelve con decisiones puramente jurídicas, sino con movilización, organización y lucha en las calles y en los sitios de trabajo.

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En las horas de la tarde del viernes 6 se cerró la programación en el IMFOPEC, la cual fue profundamente desigual. De una parte, hubo una notable presentación musical de una orquesta de jóvenes de la localidad, muy festiva y cálida. Y luego se escenificó la obra de teatro La Maestra, de Enrique Buenaventura, una interesante reproducción de los aspectos básicos de la Masacre.

El cierre, sin embargo, fue lamentable, por decir lo menos. Por aquellas cuestiones burocráticas, tanto de la Alcaldía de Ciénaga como del gobierno central, el evento se cerró con una conferencia [sic] ‒si es que tal bodrio amerita tan pomposa denominación‒ a cargo de Belford García Henao, viceministro de la Transformación Digital, adscrito a la Cartera de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (Ministerio TIC), sobre el tema “La Masacre de las Bananeras y su contexto histórico en la Colombia actual”.

Que cierre tan desafortunado, porque ese funcionario no tenía idea de lo que estaba hablando. Su nivel expositivo no superaba, y con perdón de los escolares, el nivel de tercero de primario. Se expusieron una serie de lugares comunes, sin fundamento, sin respaldo documental, mezclados en forma torpe con una reivindicación zalamera del gobierno de Gustavo Petro, algo que sobraba y se podía dejar para otras ocasiones.

Esto demuestra que el desgreño cuando de los trabajadores se trata no sólo tiene que ver con el abandono de los lugares de la historia y la memoria, sino también con las personas que se designan por el gobierno central para conmemorar un hecho tan importante como la Masacre de Ciénaga. Si el Viceministro fue a hablar de telecomunicaciones, que se supone debe ser su especialidad, debió dejársele esa labor, que cumplió en las horas de la mañana. Pero no lo debieron dejar hacer el oso, como lo hizo en las horas de la tarde, cuando tuvimos que escuchar un conjunto de sandeces, absolutamente incoherentes. No hay derecho a ofender tanto a los habitantes locales de Ciénaga.

Bien se había podido contratar a un historiador conocedor del tema y ojalá a uno de los investigadores locales, que manejan al dedillo el asunto, en lugar de malgastar viáticos y pasajes aéreos en una comitiva de burócratas oficiales, que nada aportaron a la conmemoración de los 96 años de la Masacre y antes, por el contrario, lo que hicieron fue estorbar.

Si esta es la seriedad con la que el gobierno del Pacto Histórico asume la historia de las luchas populares en Colombia, quedan muchas dudas sobre la voluntad para afrontar la reconstrucción de los lugares de la masacre y contribuir a preservar el recuerdo de los mártires proletarios del banano, que se emparentan además con los de la Chiquita Brands.  

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.