Este artículo buscará debatir y enfrentar las concepciones erróneas respecto del sindicato como instrumento, tomando como punto de partida las limitaciones de la acción sindical, pero no para desechar esta tarea, sino más bien para reconocer sus contradicciones y desarrollar una propuesta en torno a los métodos que pueden permitir revertir los problemas del sindicalismo que hoy existen y aportar en la recomposición del movimiento sindical desde una perspectiva clasista y combativa.
Los sindicatos son uno de los organismos que la clase trabajadora se ha dotado para luchar por sus reivindicaciones, inicialmente económicas, pero en determinados momentos de la lucha de clases, también por reivindicaciones políticas. En las salitreras, minas de carbón y puertos se fue engendrando el movimiento obrero en Chile, de la mano de dirigentes proletarios de gran relevancia como fueron Teresa Flores y Luis Emilio Recabarren. En su gesta y desarrollo histórico en Chile y el mundo, el movimiento sindical ha impulsado importantes huelgas obreras, protestas y organismos de solidaridad de clase, sin embargo, también ha habido una tendencia a su burocratización, al servilismo de clase y pérdida de sus potencialidades como actores protagónicos. Esta situación ha llevado a que el campo revolucionario en Chile, en diferentes momentos haya desechado el movimiento sindical como espacio de construcción y disputa política. Principalmente por dos factores: por las influencias posmodernas que han llevado a desconocer la vigencia del proletariado como sujeto de la revolución. Y porque se considera que el sindicato como instrumento organizativo en el espacio laboral, ha perdido capacidades de lucha, desechando la tarea histórica de construir fuerza en el sector. Este artículo buscará debatir y enfrentar las concepciones erróneas respecto del sindicato como instrumento, tomando como punto de partida las limitaciones de la acción sindical, pero no para desechar esta tarea, sino más bien para reconocer sus contradicciones y desarrollar una propuesta en torno a los métodos que pueden permitir revertir los problemas del sindicalismo que hoy existen y aportar en la recomposición del movimiento sindical desde una perspectiva clasista y combativa.
Los sindicatos se constituyen como resultado de la relación dialéctica entre las fuerzas productivas, por tanto, nacen y se desarrollan necesariamente como una consecuencia o efecto del sistema capitalista. Son una encarnación material de la contradicción entre el capital y el trabajo, en su estado más prístino, es decir, vinculado a reivindicaciones de tipo económicas. Los sindicatos son un componente del capitalismo a la vez que su oposición. Dependerá de la línea política y la estrategia sindical utilizada si esta contradicción fundante tiende más hacia la acomodación en el sistema o a su lucha contra éste.
La naturaleza económica del sindicato impide que sea este el instrumento para conducir el proceso revolucionario para la conquista del poder por parte del proletariado. Puede llegar a generar desarrollo de conciencia de clase, sin embargo, no puede despojarse de su rol reivindicativo para dar paso a dedicarse con exclusividad a lo político. Y esto se comprueba porque los sindicatos se constituyen para negociar con el empleador en función de alcanzar mejoras salariales y laborales en el marco del actual sistema, hasta el sindicato más combativo debe negociar, los sindicatos como hoy los conocemos se circunscriben sólo al capitalismo.
Por otro lado, la sectorialidad aparece como otra limitación. El sindicato permite desarrollar conciencia, pero por lo general se remite a una conciencia en el marco del sector, y con ello, las posibilidades de acumulación de fuerza para la lucha son también sectoriales, de allí, que inclusive en saltos de carácter político, el sindicalismo ha aspirado más a la negociación y acumulación de fuerza ramal y no geográfica. Esto conlleva a que el sindicato no logra desarrollar un carácter universal que considere a la clase en su totalidad. Pese a lo anterior, ejemplos en la historia han demostrado la fuerza de la articulación sectorial por rama productiva, y que superar la atomización, aunque sea desde una concepción sectorial, permite acumular fuerza sindical. Ramas productivas como los portuarios, el sector público, o más atrás en el tiempo, los tipógrafos, van demostrando que, si bien la sectorialidad tiene limitaciones, el salto a la política ramal puede ser útil para la acumulación de fuerzas.
Por otro lado, nos encontramos con el ejercicio de la huelga como abstención y no como ofensiva. La huelga concretamente es la paralización de la producción lo que trae como consecuencia pérdidas económicas para el patrón, por tanto, se constituye en una de las medidas de presión históricas más relevantes de las y los trabajadores. Hay diferentes tipos de huelga, transitando de la huelga económica básica por el aumento salarial, hasta la huelga general, de carácter político, transversal y de masas. De igual manera, todas estas son una escuela de guerra, tema que profundizamos en el artículo “De la lucha sindical a la huelga general” del primer número de esta revista.
El carácter abstencionista de la huelga radica principalmente en que se circunscribe solo a la renuncia a producir, es decir, ausentarse de esta tarea, obstruyendo las relaciones sociales de producción. Esta es la tendencia más común, no el salto al sabotaje o luchar por el control de la producción, que serían acciones de mayor ofensiva en este plano. El sabotaje como acción directa requiere de mayores niveles de conciencia y elevar las capacidades combativas de las y los trabajadores. Por su parte, respecto del control de la producción, en el capitalismo solo es posible instalar su necesidad, sin embargo, el verdadero control de la producción por parte de la clase obrera será posible de la mano de la conquista del poder por parte del proletariado por medio de la revolución. Otras experiencias mal denominadas de control obrero en el marco del Estado burgués no son más que una expresión del colaboracionismo y cogestión entre clases, si bien en la Unidad Popular hubo una política a través del área social de la economía, allí no se gestó el control obrero de la producción. Esto solo es posible mediante la expropiación para la socialización de los medios de producción y no su mera nacionalización y estatización en el marco de un estado desarrollista y burgués.
Para avanzar al sabotaje y control obrero, se requiere un cambio en la correlación de fuerzas, es decir, va de la mano del avance del campo popular y revolucionario, en términos cuantitativos y cualitativos, de la articulación de los sectores del pueblo en lucha y de sus instrumentos de avanzada, por tanto, no son avances aislados de la lucha de clases de manera integral. Esto, considerando que la burguesía busca por todos los medios impedir estos avances, pasando a una ofensiva que ataca las facultades de paralización de la producción, por medio de diferentes leyes ha ido limitando cada vez más los alcances de la huelga. Esto solo es posible de superar con el avance de la huelga ilegal y romper con la burocracia sindical.
Como efecto de las limitaciones aquí presentadas, y combinadas con la implementación de una línea política liberal burguesa o revisionista, es posible identificar desviaciones de la práctica sindical que, en vez de actuar en favor de los intereses históricos de la clase obrera, lo hace en favor de la patronal. Estas contradicciones deben enfrentarse con métodos basados en la política clasista, orientados a educar, luchar y concientizar a las y los trabajadores, y no hacer de estas contradicciones el mejor argumento para que, desde una posición cómoda, oportunista y sectaria, se tome la decisión de desechar el trabajo sindical culpando al pueblo por las debilidades que son de las y los revolucionarios.
Una primera desviación es el desarrollo de un sindicalismo de conciliación. El sindicato es un organismo de “Estado obrero al interior del Estado burgués” que sólo existe en el contexto capitalista y puede llegar a ser útil al desarrollo propio del capitalismo si no se potencia la independencia de clase, haciendo posible que este instrumento conviva armónicamente con el capitalismo. Actualmente el sindicalismo de conciliación es hegemónico, debido principalmente a la ausencia del campo revolucionario. En general los amarillos y conciliadores terminan por entregar las luchas e intereses históricos a cambio de favores, o beneficios que la patronal ofrece en todo momento.
Otra práctica errónea tiene que ver con la gesta de la burocracia sindical. Al no potenciar el desarrollo de una democracia de clase que permita constituirse en la negación de la democracia burguesa, lo que ha sucedido en la práctica es que los dirigentes pierden el espíritu clasista y adquieren las características de la conciencia pequeñoburguesa, que ha permitido la perpetuación de dirigentes que no luchan por los intereses de la clase trabajadora y se transforman en administradores de una institución, llegando incluso a convertirse en un eslabón más del entramado burocrático estatal como lo son las inspecciones del trabajo, o el servilismo al gobierno que ha tomado la Central Unitaria de Trabajadores (CUT). Esto conlleva a la exacerbación del rol de dirigencias cupulares, las decisiones a puerta cerrada y relaciones clientelares con las y los trabajadores, emanando el caudillismo. La burocracia sindical no la genera ni la estructura misma, ni el fuero de las y los dirigentes, sino la perspectiva de éstos y su forma de trabajo.
Todo lo anterior va potenciando el gremialismo, es decir, el desarrollo de disputas acotadas, carentes de contenido de clase y sectarias. El gremialismo se preocupa sólo de su sector, y lo preocupante es que, en muchas ocasiones, por no tener una mirada integral de la lucha de clases, termina generando posiciones contra la propia clase y pueblo. Es así que podemos ver trabajadores que no solidarizan, e incluso en ocasiones se oponen a luchas de otros sectores del pueblo como pobladores o estudiantes. Esto es un problema que se constituye como una piedra en el zapato de la necesaria articulación del campo popular.
Transformar el sindicalismo en la ideología suele ser una peligrosa confusión. A partir de una correcta valoración de las y los trabajadores como el sector estratégico, algunos dirigentes obreros se confunden y consideran que el sindicato también será el instrumento político de la revolución. Hubo una tendencia, principalmente trotskista y anarcosindicalista de confundir el rol que cumple el sindicato y el partido, llegando a plantear que el rol revolucionario radica en el sindicato y no en el partido, desconociendo las limitaciones y alcances que puede tener la acción sindical. El revisionismo y la socialdemocracia han promovido mucho esta concepción también. Al ser posiciones antirrevolucionarias y en última instancia reaccionarias, desechan la necesidad del partido. Es común escuchar discursos antipartidistas entre dirigentes sindicales o incluso afirmaciones tales como que “el sindicato no es político”, error histórico profundo, pues con la conformación del movimiento obrero y sus organismos de base fueron también constituyéndose los partidos proletarios, ejemplo graficado en la simultaneidad entre la conformación de la Federación Obrera de Chile (FOCH) y el Partido Obrero Socialista (POS) en donde Recabarren, Flores y otros participaron activamente.
Ante las limitaciones y desviaciones del sindicalismo, si no se aplica un método y una línea correcta, el movimiento sindical deja de tener un rol activo en la lucha de clases y va perdiendo las potencialidades que tiene la clase obrera y su rol decisivo en la lucha anticapitalista. El trabajo sindical puede ser enfocado hacia la superación de la lucha económica y el avance en el desarrollo de conciencia de clase, entendiendo que la lucha reivindicativa reúne condiciones que permiten el desarrollo de conciencia a través de la confrontación directa entre clases. La dialéctica propia de la lucha de clases se hace más evidente en situaciones de conflicto, tensionando a las partes a tomar posición. La lucha reivindicativa permite generar esas tensiones y es deber de las y los comunistas incidir en esa toma de posición hacia una perspectiva clasista.
A partir de lo anterior, las tareas de las y los comunistas deben ser promover el trabajo sindical en cada empresa, fábrica o servicio, organizar a las y los trabajadores en sus lugares de trabajo e impulsar métodos clasistas que permitan subvertir las limitaciones del sindicalismo y hacer de estas contradicciones una superación hacia una acción sindical revolucionaria y que aporte en la acumulación de fuerza y la construcción de nuevo poder. Desarrollar la democracia obrera, el protagonismo popular, la solidaridad, la formación política, así como la utilización de métodos de lucha combativos como la huelga, la protesta, la acción directa y la agitación y propaganda. Lo anterior desde principios claros como el anticapitalismo y antimperialismo, posicionando al movimiento sindical como sector que se propone acabar con la explotación y opresión. Retomar el camino del movimiento obrero, desarrollar la lucha de líneas al interior del campo sindical, develando a las y los oportunistas y patronales, impulsando a los sectores que se identifican como clasistas a realizar permanentemente el ejercicio de la autocrítica y la rectificación de desviaciones y prácticas erróneas. Barrer con el sectarismo y el caudillismo, combatir el clientelismo y asistencialismo enquistados en la burocracia sindical. Reimpulsar la identidad proletaria, llevar el deporte y la cultura a la organización sindical, fomentar la solidaridad efectiva con otros trabajadores y sectores del pueblo, que el sector vuelva a ponerse a la cabeza en la lucha contra el capitalismo, el imperialismo y toda opresión racial o de género.
¡Del sindicato al control de la producción y la conquista del poder!