¿Qué ha significado el acto de leer en el transcurso personal de apropiación del mundo y su consecuente interpretación a la luz de las vivencias y experiencias político-económicas y socioculturales que han marcado mi vida? Esta pregunta, que pudiera dar lugar a un extendido análisis y un profundo ensayo, la plateo como un primer acercamiento consciente a la transformación personal que como lector de palabras a lector del mundo he vivido, y es que como Paulo Freire plantea, no leemos sólo palabras al ser alfabetizados de manera crítica-política, sino que leemos el mundo significado en palabras que cual conceptos refieren y se explican según su contexto, y ese contexto está marcado siempre por la estructura económica-política que ha delineado por siglos lo que, entre comillas, debiéramos aceptar como las razones del mundo del que no fuimos partícipes cuando se instituyó su “razón”.
En una mirada rápida a los recuerdos de la infancia y juventud, la romantizada memoria de los atardeceres compartidos con el viejo librero de mis padres contenido por clásicos de la literatura occidental, me acerca a esas iniciales lecturas que significaron adentrarme a mundos sin la conciencia plena de que los mensajes contenidos reflejaban también miradas ideológicas y políticas de la lectura del mundo que las y los autores plasmaron, respondiendo a sus contextos y a sus propios intereses político-económicos y socioculturales. Así, la literatura y la historia, pasaron ante mí desprovistos de la profundidad con la que hoy busco respuestas de la complejidad dialéctica que en las sociedades tienen manifestación a través de conflictos, movimientos sociales, guerras, políticas opresoras y sistemas de gobierno que violentan a la humanidad, y ahí es donde más razón tiene la esperanza.
La lectura, con el paso de los años, dejó de ser un ejercicio individualista con cierto rasgo egocentrista para, no sin contradicciones, dar lugar a una lectura del mundo mediante un compromiso con los condenados de la tierra a los que aludiera Fantz Fanon, y que conocí al involucrarme con demandas sociales de campesinos, obreros y estudiantes (verdaderos maestros por sus enseñanzas), que lamentablemente continúan vigentes en muchos sentidos y lugares, como el despojo, la explotación, la enajenación, el autoritarismo, la represión, la alienación, la discriminación, el racismo, el machismo, o políticas globales lacerantes como el imperialismo, el colonialismo (cultural-político y económico), el injerencismo y muchos más, y junto a este proceso llegaron los textos de Carlos Marx, Federico Engels, Lenin, Mao Tse-Tung, Ernesto Che Guevara, Fidel Castro, José Martí, Simón Bolívar, José Carlos Mariátegui, Paulo Freire, Marcos, Roberto Fernández Retamar, Rosa Luxemburgo, Jean-Paul Sartre, Simone Beauvoir, Enrique Dussel, Leopoldo Zea, y tantísimos más que harían interminable está somera lista.
Y es en este derrotero de no pocos años, donde, en la experiencia personal, la educación ha tenido un papel transformador y liberador, pues si bien la educación bancaria fue el modelo en que se me formó como a muchos, las alternativas pedagógicas, libertarias y comunitarias, abrieron esa brecha de conciencia que aún no termina, y nunca lo hará, ya que leer el mundo es un proceso continuo, dialéctico, transformador, disruptivo, que nos pone ante la disyuntiva de reproducir la opresión o sumarnos a la senda de libertad, y en mi caso fue mediante procesos formativos relacionados con colectivos, cooperativas, sindicatos, asambleas y demás formas de organización comunitaria crítica del sistema capitalista, cuya luz se reflejó a mayor nivel con los preceptos del marxismo, la filosofía de la liberación y las pedagogías críticas latinoamericanas.
Por eso, el ejercicio dialógico que en la Fogata Mayab, un renacimiento pedagógico iniciamos meses atrás, reabrió un camino autoreflexivo que me da la posibilidad de repensar nuestro quehacer en la educación y la manera en que labor que desempeñamos impacta en la sociedad-comunidad, ya sea como una reproducción mecánica de la educación bancaria y/o tradicional, o como un referente crítico que cuestione, proponga y actué a favor de transformaciones sociales y culturales que se sume a los procesos transformadores que necesitamos hoy, más cuando en Yucatán hemos iniciado una proceso formativo crítico sobre el quehacer educativo y hemos apostado por un Renacimiento Pedagógico con base en los principios filosóficos de la Nueva Escuela Mexicana. Un reto sin duda, pero también un gran aliciente ante tanta opacidad.
Las fogatas freireanas son, en ese sentido, la renovación del compromiso y la constatación continua de que la lectura de la realidad es libertad, sólo si es verdadera…
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