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Sacrificios humanos y la política de la crueldad

Fuentes: Rebelión - Imagen: El dios de la guerra, Huitzilopochtli, es la máxima deidad del pueblo Mexica. En la mitología mexica, Huitzilopochtli ordena la fundación de México-Tenochtitlan

En la milenaria historia de los pueblos americanos se puede observar que las sociedades, naciones y repúblicas más pacíficas y democráticas incluían una equidad social y de género mucho mayor que aquellas otras que se distinguían por la violencia, la verticalidad y el predominio del patriarcado. Los incas y aztecas eran más violentos y patriarcales que los otros ejemplos disponibles. Por un lado el superávit de producción era acumulado en las elites dominantes a través de sus ejércitos. El dios de los aztecas, Huitzilopochtli, era el dios de la guerra que reemplazó a las deidades femeninas en el panteón de mitos para, luego de prometerles una tierra que ya estaba habitada, exigirles rituales de sacrificios humanos, los que cumplían la función política e imperial de impresionar a propios y ajenos.[1]

Por otro lado, recordemos que en distintas culturas, la violencia y la guerra, desde los sacrificios rituales hasta la iniciación de los varones en la cultura de la guerra y la violencia como símbolo de masculinidad estaba directamente asociada a la dominación intra-social a través de la amenaza y el miedo inoculado al “extranjero”, al enemigo.

Cuando los imperios modernos surgieron, como fue el caso más reciente de Estados Unidos a finales del siglo XIX, el consenso radicaba en que los antimperialistas eran femeninos y cobardes, mientras que los imperialistas eran masculinos, violentos y siempre estaban dispuestos a iniciar alguna guerra. “Estoy a favor de casi cualquier guerra, y creo que este país necesita una”, decía Theodore Roosevelt, mientras el presidente McKinley era cuestionado en su sexualidad por no querer iniciar una contra España.[2]

La guerra, una clase y una cultura violenta cumplen la funcionalidad de dominar las sociedades que la sostienen con el fin de perpetuar el poder de una elite que se beneficia de forma desproporcionada de esa sociedad que dice defender y proteger. Nada diferente a lo que ocurre hoy.

Los rituales de sacrificios humanos se suelen atribuir a los aztecas y otros pueblos mesoamericanos anteriores, no sin ironía y sin escándalo por los conquistadores que ejercieron una violencia varias veces mayor y cuando la civilizada Europa estaba en medio de su propios rituales religiosos de tortura y exterminio, como lo fueron por muchos siglos la conversión forzada, la Inquisición, las matanzas entre cristianos y la tortura y ejecuciones públicas de los ladrones pobres. A los sacrificios mesoamericanos se los etiquetó como barbarie y fanatismo, sin atender a la barbarie y el fanatismo de la nueva Europa capitalista que masacró infinitamente más vidas alrededor del mundo en base al fanatismo del dinero, algo aún más difícil de explicar que el sacrificio humano en nombre de algún dios lejano.

En cierta manera, los sacrificios humanos fueron reemplazados por rituales más abstractos y simbólicos, primero como sacrificio de animales y luego como ofrendas. Sin embargo, esta característica histórica y prehistórica, embebida en el código genético humano, no desapareció sino que se transformó. Hoy son los fascismos y las guerras de exterminio, que no solo son motivadas por intereses materiales sino que también son toleradas o justificadas por aquellos que no se benefician directamente, pero que reproducen el antiguo ritual del sacrificio de una minoría como forma de ejercitar esa energía violenta y, con frecuencia, genocida. Ese código genético que vive en lo más profundo de cada ser humano (en algunos bastante más que en otros) y, sobre todo, brilla cuando los individuos se funden en una horda, en una tribu urbana, en una secta social, en un partido político.

Como lo elaboramos en Moscas en la telaraña (2023), la comercialización de la existencia convirtió fortalezas ancestrales (la atención a los eventos negativos, el consumo de estimulantes, de calorías) en debilidades modernas. Igual, la violencia hacia el otro es tan antigua como la solidaridad, pero la primera es un reflejo de la sobrevivencia egoísta del individuo y la segunda hizo posible la sobrevivencia de las sociedades y una de las condiciones fundadoras de las civilizaciones.

La idea de libertad es antigua, pero casi nunca consideró la “igual-libertad”, una libertad ejercida desde el derecho ajeno. Siempre era la libertad del poderoso, la libertad el noble, del esclavista, del capitalista para decidir por los seres inferiores, los vasallos, los esclavos de grilletes, los esclavos asalariados. El concepto de “igual libertad” estuvo sugerido entre los primeros cristianos, cuando eran perseguidos, no perseguidores, pero se articula durante la Ilustración en Europa y como consecuencia doble de los humanistas y del profundo impacto que tuvo entre los conquistadores el mundo más democrático, más libre e igualitario de los nativos americanos. A principios del siglo XVI y, sobre todo a principios del siglo XVIII las ideas indígenas de América sobre la “igual libertad” (social, sexual, racial) y su antigua práctica democrática se hacen conscientes en Europa y se convierten en el centro del debate de la intelectualidad primero y de los pueblos más tarde.

Según Rousseau y sus seguidores contemporáneos, fue la invención de la agricultura, sobre todo con su creación de exceso de producción de alimentos, lo que puso final a las sociedades igualitarias. La disputa por la administración de ese exceso no sólo creó las primeras formas de Estado sino de clases sociales.

A esto debemos agregar la creación de religiones nacionalistas y más violentas sobre grupos más numerosos, capaces de imponer una coerción efectiva a través de una idea común del ser y del debe ser a través del miedo, el ritual, el terrorismo psicológico y el deber más allá de la vida propia.

Pero el descubrimiento europeo de América no sólo inspiró estas ideas utópicas o antieuropeas por parte de algunos filósofos de la Ilustración, de la misma creación idealista de Estados Unidos (en abierta contradicción con su realidad social de explotación, opresión y desigualdad), de los socialistas utópicos y de los socialistas científicos que le siguieron, sino que fueron un ejemplo que contradecía al mismo Rousseau sobre el pasaje de las sociedades igualitarias primitivas de los cazadores a las sociedades verticales de los agrícolas. En la naciones nativas de América podemos encontrar sociedades agrícolas, con sistemas altamente sofisticados e, incluso, más desarrollados que el europeo, con sociedades que no conocían la propiedad privada más allá del uso, menos para la posesión de la tierra que trabajaban de forma comunal, con una sociedad mucho más igualitaria, con un sistema religioso basado en la naturaleza, menos cohesivo y fanático que el europeo, y con un sistema político claramente más democrático.

El miedo a perder la propiedad privada de tierras y esclavos en la antigua Roma condujo a un fuerte incremento de las fuerzas punitivas (inexistentes en las complejas sociedades nativo-americanas, como la policía y los ejércitos) y, de forma simultánea, al deseo (y necesidad) del robo. No sin paradoja, la violencia y la represión fueron apoyadas y promovidas en nombre de la libertad, porque estaba ligada al poder de la propiedad privada de una minoría.

El capitalismo y, sobre todo el post capitalismo, han encontrado la piedra filosofal capaz de traducir de forma mágica el poder de los capitales en poder político, social, cultural y religioso. Este ejercicio de magia, además, es adictivo y es practicado por un único tipo psicológico entre cientos de otras características y habilidades humanas: la obsesión por la acumulación de dinero, su habilidad para acumularlo y su insensibilidad ante cualquier posible efecto negativo de esa adicción en el resto de la especie humana. En otras palabras, el prototipo ideal del exitoso multimillonario capaz de comprarse gobiernos enteros es alguien obsesionado con sus ganancias económicas. Un individuo radicalmente simplificado, monodimensional. ¿Qué perfil psicológico calza perfectamente en esta demanda funcional de crueldad, del ritual del sacrificio humano?

Uno de los aspectos de los psicópatas radica en su incapacidad por sentir compasión, empatía y un mínimo reflejo del dolor ajeno como propio. Esta incapacidad de emociones que explican la sobrevivencia de la especie humana y hasta animal, los lleva a lo contrario. De las pocas fuentes de placer a las que pueden recurrir para aliviar una vida insensible es el sexo (o sus substitutos) y el placer en el dolor ajeno.

Nos sorprendemos al observar cómo un presidente, un primer ministro, un senador o un exitoso hombre de negocios puede tomar decisiones que conducirán al dolor de miles, cuando no de millones de personas con un convencimiento seductor. Por lo general, se excusan en algo abstracto y arbitrario como la eficiencia y recurren a dar vuelta el significado de valores y emociones que llevan miles de años definidas de una forma simple y comprensible, como la compasión y solidaridad.

Un ejemplo contemporáneo son numerosos líderes sociales que el sistema capitalista ha encumbrado por su alta funcionalidad. La escritora Ann Ryan se puso al frente de la reacción contra la moral ganadora de la Segunda Guerra mundial que derrotó, militar y culturalmente al sadismo del fascismo en Occidente. En 2024, el presidente Milei de Argentina dijo en Washington que “la justicia social es violenta”. Un exabrupto encapsulado décadas atrás en píldoras para el consumo contra cualquier forma de sensibilidad social, como la de Ryan Ann 60 años antes: “la maldad es la compasión, no el egoísmo”.

No debemos sorprendernos de las políticas de la crueldad y tratar de justificarlas por fuera del sistema capitalista y por fuera de la más antigua psicología psicópata y del ritual del sacrificio humano: el dolor ajeno no es un efecto colateral de “medidas necesarias”; cumplen una función de control social y es el objeto de placer del psicópata y del ego colectivo que nunca lo reconocerá, ni siquiera ante un espejo. No es necesario tratar de entender, humanizando a estos exitosos individuos, como no es necesario entender por qué alguien puede violar a una persona y luego asesinarla. Ni siquiera un novelista necesita intentar sentir lo que siente el criminal. Basta con tomar nota de los hechos.

Las ideas de igual libertad y de democracia, aunque una tradición antigua en América, no dejan de ser algo reciente en la evolución humana. Es decir, no dejan de ser algo frágil desde el punto de vista neurológico, siempre ante el permanente acoso y amenaza del centro reptiliano de las cortezas más primitivas, más allá de la corteza frontal del cerebro humano. Todo eso que el capitalismo no limita sino todo lo contrario: reproduce, multiplica y concentra, sin ningún atisbo de emociones humanas, como un robot, como un Javier Milei, un Donald Trump o un Elon Musk―como el capital mismo.

Jorge Majfud. Resumen de un capítulo del libro Historia anticapitalista de Estados Unidos (a publicarse en 2025).


[1] Para ampliar sobre la mitología indoamericana y su sobrevivencia en América Latina, ver Majfud, Jorge. El eterno retorno de Quetzalcóatl: Una teoría sobre los mitos prehispánicos en América Latina y sus trazas en la literatura del siglo XX (2008) y el primer capítulo que escribimos para: Salomon, Carlos. The Routledge History of Latin American Culture. “Indigenous Cosmology and Spanish Conquest”, Jorge Majfud. United Kingdom, Routledge, Taylor & Francis, 2017.

[2] Majfud, Jorge. La frontera salvaje. 200 años de imperialismo anglosajón en América Latina. Rebelde editores, 2021, p. 180.