En las marchas del pasado 8 de marzo, tanto en América Latina como en Europa, fue notorio el énfasis en las consignas contra la ultraderecha. Es indisoluble el vínculo entre la lucha contra el patriarcado y la lucha por el avance político.
La violencia de género, la brecha salarial (igual salario por igual trabajo sigue siendo una meta por lograr) y todas las indeseables derivadas del patriarcado, se alimentan también del atraso político.
El genocidio en Palestina, el saqueo, el abuso imperialista, la discriminación a las minorías y la sobreexplotación a los trabajadores y trabajadoras migrantes, no son problemas ajenos al movimiento feminista.
No lo es, por tanto, la pretensión del poder estadounidense de sumar al sometimiento a Europa y a la siembra en los países subdesarrollados de gobiernos presididos por ridículos especímenes fascistoides la anexión a Estados Unidos de los otros dos países de América del Norte, la adquisición de Groenlandia y el control sobre las más importantes vías interoceánicas del planeta.
El intento de aplicar la vieja doctrina del Destino Manifiesto utilizando modernos misiles y bombas de racimo, perjudica al movimiento feminista y a todo proyecto contra la injusticia y la desigualdad.
El avance político y las conquistas sectoriales que, en lo relativo a la organización de la vida en sociedad y en familia, los filósofos y sociólogos de hoy clasifican como avance antropológico, no se contraponen. La afirmación contraria es sostenida por grupos comprometidos con el sistema que intentan perpetuar el atraso que constituye la división sexista del trabajo.
Inessa Armand, Clara Zetkin, Rosa Luxemburgo y otras feministas comprometidas con el avance político, participaron en la lucha por el voto femenino entendiendo que esa reforma abonaría la lucha por el desmonte de la sociedad de clases.
Rosa Luxemburgo concluye con una sentencia un artículo publicado en 1912: “Luchando por el voto de la mujer, aceleramos al mismo tiempo la hora en que la actual sociedad se desmorona en pedazos bajo el martillo del proletariado revolucionario”.
En su artículo, la feminista polaca asesinada en 1919, coloca antes de la sentencia una cita con un certero comentario:
“Hace 100 años, el francés Charles Fourier, uno de los primeros grandes propagadores de los ideales socialistas, escribió estas memorables palabras: ‘En toda sociedad, el grado de emancipación de la mujer es la medida natural de la emancipación general’. Esto es totalmente cierto para nuestra sociedad. La actual lucha de masas en favor de los derechos políticos de la mujer es solo una expresión y una parte de la lucha general del proletariado por su liberación. En esto radica su fuerza y su futuro. Porque gracias al proletariado femenino, el sufragio universal, igual y directo para las mujeres supondría un inmenso avance e intensificación de la lucha de clases proletaria. Por esta razón la sociedad burguesa teme el voto femenino, y por esto también nosotros lo queremos conseguir y lo conseguiremos”.
A más de doscientos años de la cita de Fourier y de un siglo de publicación del artículo El voto femenino y la lucha de clases, en una composición social más compleja, es preciso reconocer la problemática de género sin desconocer la lucha de clases. Hay que puntualizar, como lo hizo Rosa Luxemburgo, que la lucha por la equidad de género es también tarea de los hombres conscientes.
Rosa Luxemburgo, como otras teóricas, definió a la mujer obrera como ente económico independiente, en contraste con la mujer burguesa, que, a su juicio, era mera consumidora de plusvalía e instrumento de la reproducción de las relaciones sociales capitalistas.
Silvia Federici, una feminista de este tiempo cuyos escritos son valiosos, aunque algunos contienen afirmaciones muy cuestionables, en su libro El patriarcado del salario, se refiere al trabajo doméstico en los siguientes términos:
“En el caso de las mujeres, intentar educar a los hombres ha provocado que nuestra revuelta se haya privatizado y se luche en la soledad de nuestras cocinas y habitaciones. El poder educa. Primero los hombres tendrán miedo, luego aprenderán, porque será el capital el que tenga miedo. Porque no estamos peleando por una redistribución más equitativa del mismo trabajo. Estamos en lucha para ponerle fin a este trabajo y el primer paso es ponerle precio”.
FEMINISMO Y LUCHA DE CLASES NO SON CONCEPTOS CONTRAPUESTOS
Los criterios dieciochescos del presidente argentino Javier Milei y del expresidente brasileño Jair Bolsonaro, la mal disimulada misoginia de Donald Trump y el nombramiento por el francés Emmanuel Macron de ministros de Justicia con historial de acciones contra las mujeres (Gérald Darmanin, acusado de violación, y el fenecido Eric Dupond-Moretti, conocido por sus declaraciones machistas), muestran que las agresiones contra las mujeres son toleradas con mucha frecuencia por las instituciones vigentes.
Tiene un contenido manipulador, además de maniqueísta, el cartel que circula en las redes con la inscripción de que la lucha es de clases y no de género. La equidad de género es una meta de todas las personas que luchan contra la discriminación, y el desmonte de la sociedad de clases no se logra manteniendo subordinada a una parte importante de la humanidad.
La Eurostat, oficina de estadística de la Unión Europea, estima que en esa parte del mundo las mujeres cobran un 12% menos que los hombres. El estudio es del año 2023. En América Latina, según el Banco Mundial la brecha salarial supera el 16 por ciento.
Un estudio del Foro Económico Mundial revela que, en el año 2024, las mujeres representaron el 42% de la mano de obra mundial y el 31,7% de los altos cargos, por detrás de los hombres en casi todas las industrias y economías. A esa fecha, aunque las mujeres ocupan el 50% de los puestos de nivel inicial, siguen sin tener acceso a la alta dirección, con sólo el 25% de los puestos directivos.
A la condición laboral hay que añadir la persistencia de leyes que niegan a la mujer derechos como el de decidir sobre su propio cuerpo. Estas leyes son más o menos importantes en cada país dependiendo de la definición del poder permanente a nivel nacional.
En países como República Dominicana y El Salvador, donde la Iglesia Católica y otras denominaciones religiosas están integradas al esquema de dominación política, la legislación en materia de derechos sexuales y reproductivos y la práctica institucional en esa materia conservan un anacronismo cruel y hasta criminal.
La bandera de la equidad de género debe ser alzada por todos los hombres y mujeres conscientes, para quienes también es ineludible el compromiso de denunciar que es falso el feminismo reduccionista y que es creación del conservadurismo rancio la contraposición entre feminismo y lucha de clases.
Gobernantes como el salvadoreño Daniel Noboa y el dominicano Luis Abinader hablan sobre la condición de las mujeres para disfrazar con frases vacuas su compromiso con el atraso en todos los órdenes. Igual ocurre con los dirigentes corporativos (hombres y mujeres). La denuncia pertinente no es, pues, tomar en las manos el maniqueísta cartel que se ha hecho viral en las redes o enarbolando el falaz discurso de que ser feminista es atacar a los hombres.
El feminismo es lucha contra la explotación, el saqueo y el abuso. Es militancia antifascista y anticapitalista… Es asumir la tarea de hacer visible la injusticia y, por supuesto, de combatirla.
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