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El pecado original

Fuentes: Rebelión

Son moderados todos los que tienen miedo o todos los que piensan traicionar de alguna forma”, Ernesto “Che” Guevara.

Ha iniciado una nueva etapa de resurrección política. Las primeras semanas de la Pascua han traído nuevas noticias: el mundo tiene un nuevo papa a raíz del deceso de Francisco, China y Estados Unidos se intentan acercar para resolver bajo otros entendimientos que eviten más choques en la guerra comercial impuesta por la Casa Blanca, mientras una parte de Europa volvió a revivir el recuerdo de la segunda guerra mundial, tras un fuerte apagón que paralizó por horas a los países centro y occidente del viejo continente, que ha puesto de nuevo en alerta al sistema de seguridad y a pensar a los poderes de la Unión en la reedición de las prácticas de defensa que se llevaron en las épocas de entre guerras. El temor de desatarse el apocalipsis ha llevado a más de uno a confesarse y hasta convertirse a la nueva fe del capital, antes del gran día del juicio final.

De la misma manera, la coyuntura nacional está entrando en momentos decisivos: empieza la carrera electoral, acompañada de la posibilidad de realizarse la consulta popular que propone el gobierno del cambio, se agotan los tiempos para la Paz Total y a contrarreloj se busca la desmovilización de grupos armados en medio del escalamiento del conflicto armado, las reformas no logran cocinarse en el Congreso, mientras entramos poco a poco en el limbo ralentizado de las campañas políticas.

Entre tanto, los feligreses del cambio, iluminados por la espada de Bolívar que protege al todo poderoso Aureliano Buendía de la Casa de Nariño, se alistan para el Armagedón electoral. Sin embargo, ha llegado la hora definitiva para aquellos que aún no han se han convertido completamente a la religiosidad del cambio y por ello, ante el lavatorio de pies, manos e ideología, algunos ya han empezado a confesarse y a expiar sus pecados.

Expiación de la combinación

Dentro de esta ola de conversiones, los denominados “puros sencillos y optimistas”, también han decido remover sus propias raíces y confesar su pecado original para expiarlo ante la nueva fe del cambio: la táctica de la combinación acertada de todas las formas de lucha de masas.

Durante años, la tesis y a la vez la táctica de la combinación (CATFLM), fue la carta de presentación de los comunistas marxistas leninistas- bolivarianos colombianos. Orgullosos de ser portadores de la todo poderosa teoría y práctica revolucionaria de la herencia leninista de la URSS, la combinación servía para bien o para mal, para explicarle al mundo el carácter subversivo que se fusionaba dialécticamente entre legalidad e ilegalidad, el trabajo abierto y cerrado, lo urbano y lo rural, praxis a la que estaban inmersos en la lucha de clases lo comunistas pro soviéticos, no obedientes a la línea de la coexistencia pacífica del Kremlin. En aquellos días, los comunistas colombianos, alardeaban de su osadía programática autónoma e independiente del PCUS y reivindicaban el carácter propio de la vía revolucionaria en nuestro país. Nuestra revolución y el socialismo serian sin calco ni copia de modelos foráneos.

Eran tiempos de la línea insurreccional, aún existía la llamada mística revolucionaria, los aires de la Cuba de Fidel y los olores de la pólvora quemada en la Sierra Maestra, entremezclados entre el barro y la boñiga de la mulas que alzaban los trastes de la resistencia de Marquetalía, evocaban los días victoriosos de aquel octubre rojo soviético.

Como señalaría Alfredo Molano, entre trochas y fusiles, se abrían puertas para la transformación radical del país, bajo la garantía de tener un partido organizado de masas capaz de dirigir el desenlace de la toma de las ciudades capitales por cuenta de la masa armada y desarmada pero insurrecta, alzada contra la oligarquía en la Colombia urbana que apenas crecía en esos años sesenta y setenta, al ritmo de la represión, el narcotráfico y la incrustación de un modelo incipiente de capitalismo tardío, industrial, financiero y agrario, abigarrado y contrahecho, como tantas veces señaló el desaparecido maestro marxista, el economista, Nelson Fajardo.

La combinación se constituyó en la herramienta para fortalecer una línea revolucionaria, capaz de incidir en las dinámicas electorales, las organizaciones sindicales, las acciones comunales, la lucha barrial y por la vivienda popular, las organizaciones juveniles, las universidades y colegios, en fin, esparcidos por todos lados, los comunistas revolucionarios de esa belle époque, creían férreamente en un tipo de religiosidad de la gran revelación: la revolución seria el descenso del campo a la ciudad, la lucha armada bajaría a los centros urbanos a ajustar cuentas con el poder y sus poderosos y con ello ascendería el nuevo gobierno de transición hacia el socialismo.

Acumular combinando formas de lucha, sumando en todos los frentes, sean armados o no, la tarea política estaba al orden del día de una revolución de carácter insurreccional. Esto no desestimaba la idea de ganar espacios en el poder representativo por la vía electoral, tampoco en avanzar en mejores condiciones para la guerra de posiciones.

Así incluso, en esa idea de jugar el ajedrez de la guerra de movimientos y posiciones, según la teoría política gramsciana, fue como Gilberto Viera, el eterno secretario general del PCC, descrestó a la entonces difusora e intelectual del marxismo- leninismo continental, Martha Harnecker, en la famosa entrevista en aquellos luctuosos años ochenta, titulada “La combinación de todas las formas de lucha”, cuyo libro que aún reposa en la biblioteca de la sede, no ha entrado en la poda negacionista de la militancia partidaria, por considerarse una prueba testimonial del pasado que se pretende corregir con la nueva expiación política e ideológica, autodenominada eufemísticamente: actualización de la línea.

El otrora partido que sacaba pecho por ser la vanguardia política y teórica de la lucha revolucionaria en Colombia, aguerrido e incluso estoico y abnegado en su disposición para concretar la vía hacia la transformación radical de la sociedad, poco a poco fue diluyéndose en el diletantismo ideológico de la manida consigna de la revolución democrática y la solución política como salida a la crisis nacional.

Bajo esta orientación, los puros, sencillos y optimistas pasaron de la efervescencia revolucionaria a la condescendencia con el poder del establecimiento, transformando la narrativa de la guerra como lucha de resistencia agraria, social y política, para reducirla a la simplificación de bandolas organizadas al servicio del narcotráfico que asesinan a destajo por el control del negocio y las rutas de la droga. Cooptados por el sistema y vueltos unos colaboradores ideológicos, los buenos comunistas hoy son los lavadores de conciencias del pacifismo institucional.

El narcotráfico ahora se reconoce como un problema contrarrevolucionario, pero en otrora no muy lejana, este tenía explicaciones sociológicas, económicas y políticas que a la luz de investigaciones sustentaban el atraso del campo y las dinámicas de pauperización de la economía rural. Todo ello se producía en la ideología militante, porque de alguna manera, también había beneficios materiales que contribuían al desarrollo de las tareas políticas de los cuadros y de las estructuras.

En cuestión de fines, los medios antes no importaban si eran lucrativos para resolver los asuntos de las tareas de la revolución, ahora tanto los fines y los medios son objetables, porque se han renunciado a ellos por cuenta de sustitución de otros modos y medios de sostenimiento material y político del aparataje partidario. Al final, todo se ha resuelto por una suerte de transacciones que se presentan como estratégicas, pero terminan siendo parte del mercenarismo corporativismo partidario que a cambio de prebendas económicas, terminaron vendiendo el proyecto y su identidad al mejor postor, bajo la tramposa y manida operación entreguista de la “unidad de unidades”, ahora denominada “unidad grande”.

Sustentados en el pacifismo burgués, los buenos comunistas sentencian como un “fin de la historia” de la lucha armada, declaran obsoleta la forma de lucha y decretan que debe ponerse punto final a toda acción de levantamiento contra el establecimiento. Una solución política arrodillada surge ahora de la teoría de los comunistas del cambio, plegada a la dinámica de delación y persecución del gobierno, funcional a la política contrainsurgente que se ha dedicado inocular desde adentro las organizaciones revolucionarias en armas, para destruir su cohesión interna y con ello segmentar la unidad de mando y con ello, particularizar los objetivos militares que buscan con ansias para mostrar resultados de la seguridad humana en tiempos electorales.

Los comunistas casi centenarios, han decidido pecar y rezar para empatar. Primero traicionan su historia, luego niegan tres veces sus tesis de la combinación y después aspiran a ser perdonados, expiando públicamente su pecado original de haber sido un proyecto revolucionario, partidario de la lucha armada. Nada de esto pasaría, si de fondo no hubiesen intereses acomodados de puestos burocráticos en el gobierno, corbatas que defender en los cargos públicos, recursos jugosos que ya pueden conseguirse sin necesidad de ir hasta la última piedra de la selva para mantener el funcionamiento de las “paredes de cristal” y de sus funcionarios. Como toda conversión, siempre se debe sustentar en una traición y esta vez no ha sido la excepción.

La conversión y la exultación democrática

Arrepentidos de su esencia revolucionaria y convertida a la nueva fe del cambio, las tareas del renovado y actualizado partido se centran en la concentración de fuerzas para garantizar la permanencia del proyecto político del delirante prócer presidente de la república, el autoproclamado Aureliano Buendía.

Para ello, ahora se disponen a decretar el fin de la lucha armada, a fin que con el descrédito y la negación, se cree el escenario para aupar la política de sometimiento incondicional ante el gobierno nacional. Bajo esta lógica de acusación y señalamiento, la solución política consiste en firmar una paz light a cuenta que se aprovechen los beneficios de la piedad de la actual Paz Total y con ello, se despejen todas las conflictividades que obstaculizan el éxito de esta.

Curiosamente, la otrora política antimilitarista de los comunistas es abandonada y ahora reclama el ejercicio militar del establecimiento, como modo de aplacamiento y sometimiento de la actividad insurgente. La negación de la forma de lucha armada sirve de pretexto para refinar la narrativa de la desideologización insurgente y la despolitización subversiva de las guerrillas revolucionarias, para darle forma y contenido a la contrainsurgencia ideológica que está operando desde la Casa de Nariño, con el fin de encuadrar una idea de enemigo de bajo perfil sin el cual negociar, sino someter y acribillar. La solución política de esta manera pasa de un vuelco humanitarista y pacifista, al guerrerismo estatal justificado por la despolitización del oponente.

La operación ideológica de la actualizada línea, consiste en modificar la esencia histórica de la “línea comunista”, vaciarla de contenido y acomodarla a la novedosa estrategia del acoplamiento democrático, del salto institucional y el copamiento representativo. La estrategia se centra en ideologizar una idea de transformación social sin necesidad de revolución, al menos en su esencia radical, violenta y directa contra el poder, sino de construir proceso gradualista de pasos escalonados desde adentro del aparato estatal para hacerse a este. Ya no se trata de penetrar el poder para romperlo desde adentro, sino de cohabitarlo, permanecer, cuidarlo, custodiarlo e incluso defenderlo, así ello implique abandonar los principios.

El giro de conversión pasa por la reducción de las formas de lucha para encuadrarlas alrededor de la táctica electoral que, al final, termina constituyéndose en la estrategia central para lograr el ascenso gradualista al poder representativo y burocrático del aparato estatal. Ya no se trata de destruir el aparato estatal capitalista, ahora todo consiste en yacer en él.

Todo el tema de la unidad de unidades, ahora llamada la “unidad grande”, para tratar de darle un tibio y pobre matiz de originalidad y autenticidad política que no tiene nada de eso, lo que hace es conjurar una decisión más allá de la formalidad legal a la que se renuncia: disolver la identidad revolucionaria, abriendo las puertas del todo vale y todo sirve en la necesidad de sobrevivir en la contienda electoral. Cualquiera ahora es aliado y se reconoce como amigo, no hay límites de distinción en el oportunismo electoral, todos caben en el posibilismo y en el mercado de avales de candaditos y listas. La línea electoral y democratera se tomó por fin el partido y terminó liquidando lo poco respetable que le quedaba a su historia centenaria: la reafirmación de su praxis revolucionaria y socialista.

El buen comunismo del siglo XXI

Bastaron cien años para que el proyecto retornará y repitiera la dualidad de su génesis: la tensión ideológica y política entre socialistas revolucionarios y liberales. Hace un siglo, la tensión se resolvió con la decisión de lucha de los socialistas, los cuales fueron los que finalmente, fundaron el Partido Comunista de Colombia, el 17 de julio de 1930. Hoy después de fundado el partido, su destino retorna al liberalismo, dirigido por una corriente burocrática y acomodada que logró podar las resistencias teóricas, intelectuales y de masas que representaban la línea comunista dentro de su debate interno.

Tras el marchitamiento de la línea revolucionaria, hoy vemos como se inaugura un tipo de “buen comunismo del siglo XXI”, cuya conducta y orientación corresponde también al modo en que los partidos comunistas de América Latina, en especial del cono sur, han ido acoplándose a la conquista democrática del gobierno y el parlamento, dejando tras de sí todo su carácter e identidad de lucha y convirtiéndose a la nueva ola progresista.

El buen comunismo del siglo XXI, aún no se sabe donde inició, pero si se puede anotar que tuvo su mayor ascenso con el caso de la situación política Chilena, al llegar al gobierno Boric con el apoyo y concurso de los comunistas. Este caso particular ha servido como referencia de ejemplo de la eficacia política e ideológica de como la moderación como conducta y estrategia son más efectivas que la conflictividad y el enfrentamiento directo en los escenarios de lucha estatal y social, pública y privada.

El buen comunismo del siglo XXI es ante todo, una estrategia ideológica que consiste en destruir toda forma de resistencia anti sistémica dentro de los sectores revolucionarios aún existentes. Su objetivo está centrado en ser funcional al sistema, para ello su acción se caracteriza en despolitizar todo tipo de insurgencia social, desacreditar las vanguardias teóricas e intelectuales de los sectores revolucionarios, reducir las formas de lucha a las dinámicas de acción permitidas por el establecimiento, censurar levantamientos, modos de resistencias y prácticas de subversión que disputen el poder político y económico dominante.

Bajo esta dirección ideológica y política, el buen comunismo del siglo XXI se ha aliado servilmente y a cambio de migajas representativas en el gobierno con los sectores de la derecha y con el progresismo liberal y hasta neoliberal encubierto, para reafirmar su conversión a la nueva unidad de la coexistencia pacífica del establecimiento.

El pecado original de luchar contra el capital ha sido expiado, de comunismo poco queda, al menos en esa versión derrotada y claudicante de estructuras partidarias que solo existen por suerte de la sobrevivencia oportunista con las que el poder dominante les mantiene para garantizar su funcionalidad como delatores y traidores de los revolucionarios.

Afortunadamente, aún quedan reservas de lucha, comunistas, revolucionarios en diferentes sectores que siguen resistiendo y que con coherencia han decidido conservarse para un nuevo momento protagónico para reagrupar las fuerzas existentes y darle vida a un movimiento renovado en forma, modos y contenidos para defender la vigencia del proyecto, en una etapa de confrontaciones más decidida que está por venir.

El pecado original sigue intacto: no hay dios, ni ley que destruya la posibilidad de tomar el control terrenal por lo que nos pertenece. Un nuevo Armagedon está surgiendo y ya no habrá tiempo para arrepentimientos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.