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Una teoría de la desocialización y el sadomasoquismo político

Fuentes: Rebelión - Imagen: Unidas somos más fuertes: venezolanas y brasileñas hacen grafitis en un muro de Boa Vista, Roraima. © ACNUR/Reynesson Damasceno

Según diferentes estudios, la autoestima de los niños ha crecido de forma acelerada a partir de los años 80. En 1998 (Crítica de la pasión pura) escribíamos que los padres estaban obsesionados con hacerle creer a sus hijos que son Newton, Picasso o Marilyn Monroe y que, en la base de todo, estaba el miedo al fracaso en una civilización hiper competitiva. Las publicaciones de autoayuda también se habían multiplicado, lo cual solo había autoayudado a sus autores a vender muchos libros.

Cada vez más, el foco está puesto en la idea de que la felicidad llega con el éxito individual (“tú puedes”, “antes que nada, ámate a ti mismo”) y éste procede de la competencia. Es decir, tanto las ideas del éxito como de la autoestima se basan en el fracaso y la humillación de casi todo el resto, por lo que no es casualidad que los pueblos voten a líderes narcisistas que los representan.

¿Cómo llegamos hasta aquí? Durante la mayor parte de la historia, la propiedad privada se limitó a aquellos bienes de uso personal, como podía serlo una casa o las herramientas del herrero. La sola existencia milenaria del comercio indica una forma de propiedad que era reconocida por el que intercambiaba una ceda de China por un ámbar con una hormiga dentro, una planta anticonceptiva de silfio (origen del corazón) por un afrodisíaco, una cabra por diez shekels de Sumeria o un esclavo por mil denarios en el Imperio Romano. Pero la propiedad privada era muy restringida y, en algunos casos, inexistente. Cuando existía, no se aplicaba a tierras lejanas ni a cualquier cosa abstracta, como lo fue a partir del siglo XVII la compra de un centésimo de una empresa que explotaba los recursos del otro lado del mundo.

En la Edad Media europea, la propiedad privada ya existía de forma extensiva, pero era un privilegio restringido a la clase noble. Los campesinos, artesanos, sirvientes y milicianos eventuales no tenían nada: ni tierras, ni apellidos. Con todo, tenían más derechos que los esclavos de grilletes (y derechos que muchos esclavos asalariados de hoy no tienen) a ocupar las tierras del señor. No podían ser desalojados, no por altruismo ajeno, sino porque los siervos eran más importantes que la tierra que trabajaban.

La creación de dinero como forma de interacción social y el surgimiento de la burguesía democratizó (la posibilidad de) el acceso a la propiedad privada, tanto de tierras como de capitales. También desconectó a los siervos de una tierra que nunca fue de ellos. La popularización del dinero independizó a los individuos de la tierra y de su clase social. En este caso, la posibilidad de ascender de clase social produjo un poderoso impacto en la imaginación del individuo, mucho más que en la realidad.

Pronto, los nobles medievales se reorganizaron hasta convertirse en los liberales que luchaban contra toda centralización del poder (las monarquías, los Estados socialistas) que limitaba su propio poder de comprar y vender cosas y seres humanos. Es decir, los nobles-liberales lucharon contra la pérdida de control social producida por la pérdida del monopolio de la propiedad privada. En Francia se opusieron a las monarquías. En Inglaterra se asociaron a la monarquía. Los Estados modernos que, en teoría, habían surgido para proteger a los ciudadanos comunes del abuso de los poderosos, fue inmediatamente secuestrado por estos poderosos que monopolizaron los capitales, las finanzas y las inversiones, pero no podían monopolizar la violencia policial y militar (como sí lo habían hecho en la Edad Media) y decidieron comprarla. Como (casi) siempre, la sobreproducción llevó a una concentración del poder y de la violencia por parte de una minoría que tomó diferentes formas: minorías producto de la intersección de condiciones particulares como la etnia (el tótem), el sexo y la clase social.

Una de las novedades que introdujo el capitalismo fue el valor de cambio independiente al valor de uso. Éste fue un nuevo paso hacia la abstracción a través de la disociación-dislocación de la realidad. La economía se separó de la producción y luego las finanzas se separaron de la economía, hasta llegar al extremo de las monedas virtuales y de la “creación de capitales” de la nada―es decir, de la substracción de valor ajeno de una forma tan simbólica como la de un arzobispo medieval construía una lujosa catedral o de un faraón se consideraba hijo de algún dios y convencía a miles de obreros para mover millones de rocas de varias toneladas cada una para construir una cosa tan abstracta como una pirámide para proteger algo tan irrelevante como su propia tumba.

Ahora, observemos que si en la Edad Media europea la propiedad privada estaba concentrada en una elite noble; si el capitalismo destruyó la concentración basada exclusivamente en la herencia de clase, casi al mismo tiempo comenzó a reproducir el orden anterior bajo nuevos conceptos y con las nuevas tecnologías. Cuando la propiedad privada se universaliza, irónicamente las nuevas minorías usan el nuevo sistema para incrementar la concentración de poder. En el México de la segunda mitad del siglo XIX, la privatización de tierras comunales terminó con el despojo del 80 por ciento de los campesinos, ya que, si la tierra se puede adquirir con dinero, también se puede perder por dinero. Lo mismo ocurrió en las reservas indígenas en Estados Unidos durante el mismo período. Lo mismo ocurrió cuando se liquidó el sistema de esclavitud de grilletes y los esclavos liberados se convirtieron en esclavos asalariados. La misma suerte corrieron los blancos pobres. Británicos y estadounidenses lo dijeron de forma explícita: la nueva forma de mantener a los negros en un sistema de esclavitud es inocularle el deseo por cosas que no necesitan. (ver La frontera salvaje o “Consumismo, otra herencia del sistema esclavista”)

Volvamos al factor psicológico. La clave no está solo en el deseo sino en el miedo. Esta incertidumbre del mañana basado en la posesión de una propiedad privada creó un nuevo individuo que desesperadamente comenzó a buscar su propia acumulación, por miserable que fuese, para su sobrevivencia y la de su familia. Ansiedad y fanatismo que le produjo tanto dolor como placer. La acumulación a cualquier costo se convirtió en una práctica sadomasoquista de la cual el individuo ya no pudo volver.

Si observamos otras experiencias, como el de los nativos americanos (socialmente más avanzados que los europeos antes de su destrucción), podemos ver que el centro de la vida social del individuo estaba en la sociedad misma. Incluso sus sueños y deseos podían ser materia política. La introducción del dogma de la propiedad privada y de la sobrevivencia basada en la acumulación individual (“la avaricia de uno es la prosperidad de todos”) operó una desocialización del individuo. Sus relaciones sociales pasaron a depender o a administrarse por el filtro del interés propio en la acumulación. Incluso el menos avaro de cualquier sociedad fue obligado a esta práctica caníbal.

Los individuos se desocializaron y, al desocializarse, se deshumanizaron. 

JM. Resumen de un capítulo del próximo libro a publicarse en 2025

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.