En forma pronta los voceros del ala más reaccionaria del capital han salido muy inflados a regodearse por la tibieza con la que discurrió el paro nacional. El giro de la situación es tal, que Petro reculó públicamente al señalar que no era su convocante, tras promoverlo, entre líneas, como llamado a huelga general. Y puede que entre algunas compañeros y compañeras de las organizaciones proletarias y populares exista cierta desazón, en cuanto no afloraron con toda la fuerza esperada las potencialidades que cargaba la situación.
Por esa razón es importante dedicar un poco de tiempo a la construcción de un balance que nos ayude a ubicar, con la mejor precisión posible, el desenvolvimiento de las contradicciones y de sus fuerzas, siempre en la necesidad de ajustar nuestras capacidades de cara al futuro inmediato.
Lo primero que hay que resaltar es que los eventos que marcan el trimestre entre marzo y mayo constatan la permanencia de la crisis estructural del país y su tendencia a profundizarse. En ella, la burguesía –con sus gremios y partidos- se vio forzada a tomar decisiones extraordinarias y a veces erráticas. Con ese proceder espolearon y radicalizaron las posiciones y, en consecuencia, abrieron oportunidades concretas para que las fuerzas proletario-populares se decidieran a avanzar.
Es así que, en ese corto periodo de tiempo se avanzó colectivamente en la construcción de conciencia de clase, del carácter de la crisis, como de la postura reaccionaria de la burguesía. En función de eso, se ha posicionado en los discursos, hasta tornarse “moneda corriente”, la necesidad de construir las asambleas populares como espacio de organización y decisión social. Junto a ello, también se logró insistir en la necesidad de una ruta alternativa, que vincula la propuesta de las Asambleas Populares y Asamblea Nacional Popular-ANP con la salida proletario-popular a la crisis.
Sin embargo, sobreviene la pregunta del por qué no se pudo avanzar más. Frente a ella, aquí planteamos algunas posibles respuestas, bajo la consideración de que en esta coyuntura participaron tres fuerzas: la fracción del orden -que une a derecha y ultraderecha-, la del reformismo tibio -que sigue de rastras al viejo poder- y la fracción proletaria y popular.
En lo fundamental creemos que la dificultad se coloca a nuestro interior, pues es nuestra propia debilidad político-organizativa la que nos impide avanzar más, cuando la burguesía golpea las condiciones de vida de todo el pueblo y además se mofa en forma descarada de sus atropellos.
Sin embargo, también hay que considerar que tanto la fracción del orden como la del reformismo tibio movieron sus fuerzas en la misma dirección estratégica, es decir, hacia la institucionalidad establecida, muy a pesar de sus choques políticos.
El ala del orden corrió pronta a hacer control de daños tras sus evidentes abusos, al negar la muy recortada reforma laboral y cerrarle la puerta a la Consulta Popular. Ofreció como caramelo y contentillo una burla de reforma laboral de corte conservador, hecha para no molestar al capital. Al proceder de esa manera logró vender -con sus empresas de propaganda- la idea de que está dispuesta a ceder, pero sobre todo posicionar que su armazón institucional de poder puede y debe ser utilizado correctamente para lograr la “conciliación”.
El gobierno movió, y mueve, sus fuerzas hacia el mismo cauce, pues tibio y timorato sólo ha querido presionar a los partidos y fracciones de la burguesía sobre las reformas, pero siempre bajo un cálculo electoral y en pleno despliegue de su estrategia de conciliación dentro de las desgastadas instituciones burguesas y bajo la lógica del capital. Por eso mismo, mientras de boca se hablaba de la huelga, en la práctica nada hacían para radicalizarla y menos ampliarla, pues un nuevo estallido social también podría barrer políticamente con lo que queda de prestigio del actual gobierno. Pareciera que en esa dirección calibraron su orientación del paro las dirigencias (de las centrales obreras, de los partidos y movimiento sociales que hacen parte del reformismo conformista) al promover un paro de estilo cívico, del típico septimazo y por los andenes, esto es, adaptado a los formalismos de quejarse, pero sin molestar el almuerzo de los patrones.
Luego si bien hay una disputa abierta entre la corriente del orden con la del reformismo tibio, ésta se limita y dirige, en este momento, a ganar posiciones frente a la carrera por los votos en dirección a la farsa electoral. Pero las dos convergen en la defensa y uso del viejo orden, muy a pesar de lo derruidas que estén sus instituciones y lo mucho que con ellas se golpee al proletariado y demás sectores populares. Por eso, las urgentes reivindicaciones de las mayorías del país son reducidas a meros instrumentos y tratadas en forma utilitaria según renten al caudal electoral, pozo en el que ha caído la reforma laboral y el llamado a Consulta.
Junto a estas tendencias, es posible que también hayan actuado otros elementos asociados a la percepción de la gente y que pudieron haberla inhibido a movilizarse con contundencia. Uno de ellos es el desgaste al que ha sido sometido el mecanismo de protesta de calle, y frente al cual puede sentirse cansancio en tanto afecta la cotidianidad de los mismos trabajadores, sin que por ella se logren resultados palpables. El otro es la distancia entre las discusiones y disputas políticas respecto a la misma cotidianidad de las y los trabajadores, en especial del proletariado sobrante para el capital, distancia que puede reconocerse en la forma ajena, fría y hasta cotidiana con el que buena parte de la población asumió el día del paro, lo que indica que su llamado no logró calar y romper su habitual forma de vida.
De ser así, es evidente que la red de medios alternativos de comunicación no logra atravesar ciertos límites, no logra trascender hacia las mayorías populares. Y aquí no hay que olvidar que la internet y las llamadas redes sociales son medios producidos y dirigidos por el capital. Brota entonces la necesidad de conectar las redes de comunicación alternativa, tanto a su interior, como con redes de grupos especializados en una agitación de calle dirigida a romper la paralizante cotidianidad en que discurre la vida de la mayoría popular.
Así vemos que el resultado mismo del paro es un indicador real de la fuerza que aún tiene el conjunto de instituciones burguesas sobre las mayorías proletarias y populares. Pesó más la urgencia de sostener el puesto de trabajo, de salir a conseguir lo del día, la inmediatez de resolver la necesidad vital. Y sobre eso cabalgó todo el entramado de propaganda burgués, que no sólo publicita la actual situación como el paraíso, sino por sobre todo que sus instituciones son el mejor y único lugar para orientar al país. Fue así que con ella caló el llamado a la disciplina, al orden, al canturreado trabajar y trabajar como vía para una vida mejor.
Es allí donde es necesario recordar que las Asambleas Populares son también un punto de llegada, como lo habrán de ser de salida hacia una ANP. Las Asambleas Populares son más viables y sostenibles en las áreas donde se ha trabajado para producir un sustrato organizativo, donde se ha desarrollado una labor permanente por constituir las organizaciones de los sectores sociales y con ellas se generan liderazgos y propuestas colectivas verdaderamente plegadas al “pueblo”. Por eso las coyunturas -como las de estos tres meses, y más la del llamado a paro- sólo hacen más viables las Asambleas Populares, en cuanto lo extraordinario de sus situaciones demanda abrir la puerta de los procesos organizativos a fin de vincular al proletariado disperso y sumiso en el marco de su cotidianidad.
Aun con todo esto, hay que destacar que, si bien el paro no logró que reventaran en toda su dimensión las contracciones contenidas en la coyuntura, sí que permitió que la fracción más avanzada y decidida se expresara en forma autónoma en diversos puntos del país, lo cual es una “novedad”. Y es una “novedad” en cuanto se evidencia que hay una fracción no desdeñable que entiende y asume en la práctica la necesidad de una ruta alternativa respecto de la que plantean tanto la fracción del orden, como la del reformismo tibio. Esa fracción, que aún se presenta como “molecular”, ha avanzado bastante, pero también tiene mucho por aprender y superar.
Por ejemplo, y sólo por destacar, se encuentra la necesidad de darle sostenibilidad y permanencia a las Asambleas Populares existentes, pensar y crear un espacio de encuentro y articulación nacional que les permita ampliar su experiencia, fuerza y capacidad de representación en las centrales obreras y en espacios más amplios como la Cumbre Social y Política, siempre en dirección a forjar un programa transformador para el país que las vaya juntado y permita la producción de los “hilos” con los cuales se tejerá el proyecto alternativo.
Y entre los retos inmediatos que enfrenta, uno es que el momento está atravesado por la disputa electoral entre la fracción del orden y la del reformismo tibio. Como apreciamos, las elecciones, y por lo tanto la institucionalidad burguesa, aún tienen la capacidad para envolver y controlar la gran mayoría de fuerzas en el país. En medio de ella las disputas personales y fraccionales reverdecen y pululan, cumpliendo su tarea de fragmentar y utilizar la población en medio de enfrentamientos que en el fondo le perjudican.
Pero aún con ello, en esa disputa también se redefine el ejercicio del poder del gobierno, situación en la cual asoma la posibilidad de que en las próximas votaciones regresen las formas más autoritarias, debido a la incapacidad de ejecución que ha caracterizado al actual gobierno. Y desafortunadamente esa tendencia se presenta ahora envalentonada, pues a la larga ha sabido contrarrestar los tibios intentos de reforma social y mostrar que, aún en medio de la crisis, pueden maniobrar para sostener y reproducir su desgarrado tinglado de poder. Es en este álgido, contradictorio y complejo entramado donde es necesario realizar balances colectivos a fin de afinar las acciones venideras.
Edgar Fernández, Centro de Pensamiento y Crítica Praxis
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