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Guggenheim Urdaibai: juego de trileros

Fuentes: Rebelión

Si hay un arte que domina con maestría cierta élite política, no es precisamente la pintura o la escultura, sino el arte del engaño. Como trileros experimentados en las calles de cualquier gran ciudad, juegan con la percepción de la ciudadanía, moviendo hábilmente los vasos de la supuesta participación democrática hasta que, cuando queremos señalar dónde está la bolita—es decir, la verdadera decisión—descubrimos que nunca estuvo ahí.

Así está sucediendo en Urdaibai, donde el proyecto del nuevo Guggenheim avanza sin que la opinión ciudadana importe más que un espectáculo bien coreografiado. Nos venden espacios de “escucha activa”, reuniones públicas cuidadosamente gestionadas, y discursos vacíos de contenido sobre un supuesto desarrollo económico adobado con raciones de un hipotético respeto a la Naturaleza, algo que, para empezar, choca de lleno con el monocultivo forestal intenso del pino y el eucalipto y el ansia institucional de turistificación masiva de la comarca.

Una prueba de todo esto se puede resumir en la contestación que dio el propio lehendakari Pradales el pasado día 18 de junio, con ocasión del programa especial que realizó ETB al cumplirse un año de la toma de posesión de su cargo, ante esta pregunta que le hacía una chica invitada al mismo: “¿No cree que la opinión del pueblo y la Ley de Costas, entre otras, deberían sobreponerse a los intereses económicos de grandes empresas y no debería también nuestro entorno natural ser protegido por nuestro Gobierno?”.

Comienza el espectáculo. Hay que mover los cubiletes. Responde el lehendakari: “Voy a decir algo muy contundente para empezar: la protección y la defensa del medio ambiente para el Gobierno Vasco y para mí son innegociables. Urdaibai es una comarca que tiene muchas necesidades y retos: problemas de abastecimiento de agua en verano, problemas de saneamiento, acuíferos contaminados, problemas de suelo industrial, y hay un problema fundamental que preocupa a muchas personas no solo allí sino en todo Euskadi, que es el acceso a la vivienda sobre todo a la gente joven, hay una empresa cooperativa industria de la que depende gran parte de la riqueza que se genera en la comarca, y creo que lo primero que tenemos que hacer es mirar a las necesidades que tiene toda la comarca y en ese sentido estamos trabajando en hacer un plan de revitalización comarcal. Y está la propia incidencia que tiene el turismo, que no es de ahora, que es histórica, porque Laida, Laga, Mundaka, Bermeo, Gernika… atraen muchísima gente, especialmente en verano”.

¿Alguien ha visto donde ha colocado la bola el lehendakari? ¿Ha contestado a la pregunta planteada? ¿Ha explicado que su partido lleva más de cuatro décadas gobernando la comarca, el herrialde y el propio Gobierno Vasco y que todo lo que ha citado (problemas de abastecimiento de agua, acuíferos contaminados, suelo industrial, vivienda, y un largo etc.) es responsabilidad exclusivamente suya? ¿Ha razonado algo entre las diferencias abismales en cuanto a protección que ha de tener el conjunto de la Reserva de la Biosfera (que son 22.000 hectáreas), de las que se refieren al estuario (sólo unas 1.000 hectáreas) mucho más vulnerables y que es dónde se quiere construir el citado Museo, saltándose todas las figuras de protección internacional con que cuenta?

Pero hay que seguir con los cubiletes. Continua el lehendakari: “Dicho esto, el proyecto del Guggenheim Urdaibai es un proyecto que está encima de la mesa y lo que hemos hecho desde el Gobierno Vasco y la Diputación Foral es activar un proceso de escucha para conocer la opinión de la comarca, del pueblo. Yo creo que Busturialdea tendrá treinta y tantos mil habitantes, no tendrá muchos más (¡suenan las alarmas, porque su población supera los cuarenta y cinco mil!) y vamos a hacer un proceso de escucha con mil agentes, personas de la comarca, para saber qué opinan respecto al proyecto, qué conocen, qué les parece bien y qué les parece mal, qué información tienen y qué propuestas hacen. Creo que tenemos que esperar a conocer lo que sale de ese proceso antes de tomar una decisión definitiva. Porque eso es escucharle al pueblo y desde luego yo no pretendo gobernar sin escucharle a la ciudadanía vasca. Es muy importante gobernar escuchando a la ciudadanía vasca. Y es lo que estamos intentando hacer”.

¿Cómo? ¿Qué información tienen? ¿Será, quizá, la de El Correo, órgano oficial del Gobierno Vasco y de la DFB? ¿Desde cuando escucha el Gobierno Vasco a la ciudadanía? ¿Saber su opinión, sobre qué, sobre un proyecto que aún, casi cinco años después de haber sido anunciado, no se ha presentado oficialmente? ¿Han abierto algún otro proceso de “escucha activa” para pulsar la opinión de la ciudadanía ante temas tan controvertidos como son la subfluvial de Getxo, la Variante de Las Carreras…?

A estas alturas de la conversación, ya nadie sabe de qué se está hablando y, mucho menos aún, si hay alguna bola dentro de uno de los tres cubiletes. Pero todavía queda margen para la sorpresa cuando el lehendakari, en otro gran gesto de despiste dirigido a distraer a los espectadores, pregunta: “Alguien se cree que una marca del prestigio de la Fundación Guggenheim puede jugarse la reputación que tiene la marca y hacer algo que vaya en contra del medio ambiente en una Reserva de la Biosfera. A mi me parece que no, y nosotros tampoco lo vamos a hacer. Por tanto, vamos a ver qué lo que sale de ese proceso de escucha, que lo están haciendo además dos universidades, UPV-EHU junto con la Universidad de Columbia, no lo está haciendo el Gobierno y, por lo tanto, vamos a ver qué sale y vamos a tomar la decisión”.

Con la audiencia perdida y enmarañada en un bosque de tecnicismos cultivados en el invernadero institucional, el lehendakari prosigue como si no se oyera el crujido de las ramas bajo sus propios argumentos. La prestidigitación retórica ya no busca convencer, sino simplemente agotar. Es el viejo arte de hablar mucho y decir poco, lacado con el barniz académico de dos universidades que —con suerte— llegarán a alguna conclusión antes de que el Guggenheim levante su cuarta planta en mitad de la marisma.

Ya no se trata de saber qué piensa el pueblo, sino de simular que se le escucha mientras los planos se trazan en otra sala, lejos del eco de las mareas en Urdaibai. La gente no asiste al debate: asiste al truco. El mago sonríe, agita las manos, señala a la Universidad de Columbia y a la UPV-EHU, con la complicidad de Agirre Lehendakari Center… y aunque no hay aplausos, solo queda una niebla espesa, tan espesa como el silencio administrativo que acompaña al proyecto.

Eso sí, la presentadora, ajena a los trucos que utiliza el poder, al final, pregunta inocente: “¿Y se respetará la decisión?” Entonces, con una sonrisa más diplomática que sincera, el lehendakari cierra el número con una frase digna del mejor prestidigitador de verbos: “Hay que ver lo que sale en ese proceso de escucha”. Como si el pueblo fuera una bola que rebota dentro de un cubilete, esperando que el mago decida si mostrarla… o volver a esconderla bajo la mesa del “consenso”.

El problema de todo esto no es solo la imposición de un proyecto polémico; es la manera en que se ha vaciado de significado el concepto de participación democrática. En una Reserva de la Biosfera que debiera ser protegida, la lucha ahora no es solo por el paisaje, sino por el respeto a una ciudadanía que, una vez más, se encuentra atrapada en un juego de manos donde siempre pierde.

Porque, no nos engañemos, el nuevo Guggenheim en Urdaibai no es un proyecto nacido del consenso ciudadano, ni de un plan acordado con los sectores culturales ni del respeto a un entorno protegido. Es un capricho disfrazado de progreso, una obra impuesta bajo el manto de la cultura, pero financiada con dinero público y decidida en despachos cerrados donde la opinión popular solo sirve de decoración.

La otra gran estrategia de este proyecto ha sido el lavado de imagen mediático. No se trata solo de imponer un museo, sino de venderlo como si fuera el último milagro económico y cultural. Para ello, se han desplegado campañas mediáticas, informes sesgados y estudios que convierten una reserva natural en un terreno ideal para la expansión artística, como si el Guggenheim fuera una especie de deidad que transforma cualquier enclave en oro.

Aquí la cuestión no es estar en contra del arte, ni en contra de la cultura. Se trata de preguntarnos si realmente es necesario sacrificar un espacio protegido para levantar un edificio que, más allá de sus aspiraciones culturales, responde a intereses políticos y económicos de unos pocos.

Porque hay alternativas. Porque hay formas de fomentar el arte sin necesidad de arrasar con el patrimonio natural. Pero claro, esas opciones no generan titulares grandilocuentes ni permiten a ciertos dirigentes cortar cintas rojas en inauguraciones espectaculares.

El truco del trilero sigue funcionando. Los vasos se siguen moviendo ante nuestros ojos. Y mientras seguimos intentando encontrar la bolita de la participación real, el proyecto avanza inexorablemente, financiado con dinero público, decidido en despachos cerrados y ejecutado sin importar lo que realmente quiera la gente.

Bienvenidos al espectáculo. ¿Alguien más quiere se la quiere jugar con estos trileros?

Txema García, periodista y escritor

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.