Su ruta de salida de la crisis y su programa político en conjunto muestran una apuesta clara del neofascismo por el neoliberalismo, lo cual les desmarca del coqueteo con aspectos sociales que tuvieron inicialmente los fascismos del siglo XX.
Como denunciaban Albert Camus y Thomas Mann, en una declaración de 1947, el fascismo es una forma de política empleada por los demagogos cuyo único móvil es la ejecución y ampliación de su poder, para lo cual explotarán el resentimiento, señalarán chivos expiatorios, incitarán al odio, esconderán un vacío intelectual debajo de eslóganes e insultos estridentes, y convertirán el oportunismo político en una forma de arte con su populismo de soflamas simples y mantras repetitivos. Vemos que el neofascismo actual integra estas características, pero le añade algunas que son nuevas y otras que son propias del momento actual en el que vivimos.
El neofascismo recoge elementos sustanciales de la tradición clásica del fascismo: la propiedad privada y los valores tradicionales de la nación; la apelación a un pasado mítico (sea el imperio colonial «conquistado» y perdido o la dictadura franquista como tiempo de estabilidad y prosperidad en la España nacionalcatólica); la búsqueda de chivos expiatorios a quienes atribuirles todos los males y contra quienes centrar todos los rencores para lograr la confrontación antagónica de un nosotros contra un ellos; el combate contra la supuesta islamización de Europa; la bandera del orden público, el control social, la autoridad y la disciplina (sea con la insistencia en la prisión permanente revisable o el apoyo de las leyes mordaza).
Pero junto a estos ejes clásicos del fascismo (patria, bandera, imperio, orden…), el neofascismo suma actualmente su lucha contra la globalización y la recuperación del ultranacionalismo (clamando por mecanismos proteccionistas frente a las “imposiciones” de organismos internacionales); su “batalla cultural” contra el marxismo y el comunismo ahora mutados, según ellos, en lo que denominan la «ideología de género» y el feminismo «supremacista» (denunciando las leyes contra la violencia de género); asume las teorías de la conspiración[1] y utiliza los bulos y las fake news (sea la financiación venezolana e iraní a Podemos o la invasión musulmana); recurre al victimismo homoidentitario (alegando que los taurinos y cazadores son oprimidos por el «totalitarismo animalista», que los hombres están atemorizados por las leyes de igualdad o los católicos marginados por el laicismo); se manifiesta contra la «dictadura de lo políticamente correcto» (provocando en aspectos que eran hasta hace poco impensables); e incluso defiende la homofobia y el ecofascismo, pero especialmente el modelo neoliberal.
Pero, sobre todo, lo que le hace radicalmente diferente al fascismo clásico es que integra la ideología neoliberal (Pavón, 2020). Hacen alegatos exaltados en los que defienden ser los adalides de la «libertad» individual y el emprendimiento (de los empresarios) frente al igualitarismo y la organización colectiva (exhibiendo su antisindicalismo, antimovimientos sociales y toda forma de organización que reivindica la justicia social, algo que consideran un “invento de la izquierda que promueve la cultura de la envidia”). Conjugan así un programa económico radicalmente neoliberal con el más rancio neoconservadurismo social.
Su ruta de salida de la crisis y su programa político en conjunto muestran una apuesta clara del neofascismo por el neoliberalismo, lo cual les desmarca del coqueteo con aspectos sociales que tuvieron inicialmente los fascismos del siglo XX. Esta ultraderecha ha conformado variadas coaliciones políticas entre el poder financiero, el gran capital, intelectuales neoconservadores, “libertarianos” y anarcocapitalistas y medios de comunicación financiados por ellos, con lo cual ha logrado que sus propuestas se difundan a nivel global y en distintos escenarios.
«Los estragos causados por el neoliberalismo (desigualdad, empobrecimiento, intemperie, miedo, resentimiento, desconfianza en la democracia) han preparado el terreno para que emerja un nuevo fascismo que, lejos de combatir al neoliberalismo causante, se ofrece a él para llevar su hegemonía aún más lejos» (Guamán et al., 2019, p. 7). El neoliberalismo y el neofascismo constituyen, así, dos expresiones indisociables entre sí de una misma configuración actual del sistema capitalista.
En definitiva, el neofascismo actual es profundamente neoliberal: su bandera también es la del Estado mínimo excepto, por supuesto, en el control a cargo de los cuerpos y fuerzas de seguridad y en el refuerzo de lo militar. Rechazan cualquier regulación estatal para paliar algunos de los efectos más destructivos del capitalismo, calificándola como comunismo, socialismo o populismo de izquierdas. Consideran cualquier empresa pública como «chiringuito» (excepto las que dan ocupación y remuneración a sus cargos), oponiéndose vehementemente a los impuestos progresivos, al control de los grandes oligopolios o a poner tasas a la libre circulación del capital. Repudian la propiedad pública en las áreas de educación, salud, servicios sociales, transporte, infraestructura, deporte y cultura, y abogan por convertirlas en negocio, argumentando que así habrá «más opciones en libertad».
El neofascismo no cuestiona los paraísos fiscales ni a quienes hacen negocios sin pagar los impuestos que corresponden. Apuestan por las rebajas en los impuestos al capital y las privatizaciones en los sectores estratégicos, porque aplauden el «libre mercado». Denuncian de forma disparatada como «castrochavistas» a dirigentes como Joe Biden, Pedro Sánchez o Alberto Fernández porque no son suficientemente neoliberales. Acusan de «terrorista» a quien sugiere que las grandes fortunas paguen un 1 % para salir de la crisis con un reparto más justo y, por supuesto, llaman a combatir al «comunismo internacional» y a luchar contra cualquier propuesta que suponga un reparto justo de los recursos y los bienes, pues como ya vimos la justicia social es un invento de los resentidos de la izquierda. Es como si el capitalismo fuera lo único sagrado para ellos. De hecho, ninguno de los grandes movimientos neofascistas de la actualidad mantiene posiciones que cuestionen el capitalismo. El discurso neoliberal ha acabado siendo visto por el neofascismo como condición natural y normal de la futura sociedad (Ramos, 2021).
Por eso, como argumentaban Walter Benjamin o Bertolt Brecht, no se puede abordar el fascismo sin plantearse el capitalismo. Su superación definitiva pasa por la superación del sistema capitalista. Mientras exista el capitalismo, el fascismo nunca se irá definitivamente.
De hecho, el neofascismo no tiene nada de antisistema, sino que constituye el plan B autoritario del sistema. Cuando los poderes económicos ven la posibilidad real de que se implementen políticas de impuestos progresivos, que se regule el mercado, que se renacionalicen empresas estratégicas, se apliquen reformas agrarias o se puedan establecer medidas efectivas para una distribución real de la renta, amenazando sus tradicionales posiciones de poder y privilegio, bajan el telón de la ficción democrática asumida formalmente y resurge el fascismo, y olvidan, incluso, los consensos democráticos mínimos.
«el neofascismo no tiene nada de antisistema, sino que constituye el plan B autoritario del sistema»
En el tablero de la geopolítica, el neofascismo cumple una función clave: la de ocultar las raíces reales de la injusticia social y las crisis para, de esta forma, neutralizar la posibilidad de que se cuestione la responsabilidad de las élites económicas y financieras. Lo que hace la extrema derecha es sembrar la discordia entre los perdedores del modelo neoliberal, fomentando, por una parte, el orgullo de sentirse superior y, por otra, canalizando la ira popular hacia los colectivos más vulnerables. El neofascismo incita al odio y la ira, no contra los causantes de la desigualdad, sino contra los que la sufren. Así, mientras se alimenta la guerra entre pobres, quienes controlan el poder siguen repartiéndose el pastel y la fractura social se acrecienta.
Otra de las características que diferencian el neofascismo actual del fascismo clásico es que puede convivir, al menos por el momento, con las instituciones representativas del modelo liberal y con las instituciones jurídicas del Estado de Derecho. Eso sí, vaciadas de contenido y parasitadas dejándolas en la esfera puramente formal. La política de exterminio del régimen sionista israelí contra el pueblo palestino convive con las órdenes de detención de su presidente y su exministro de defensa por la Corte Penal Internacional y con la declaración del Comité de Derechos Humanos de la ONU calificando de genocidio la ofensiva de Israel en Gaza. Las 35.000 personas muertas y desaparecidas en el Mediterráneo en los últimos 25 años —fuentes independientes hablan del doble— y el cementerio clandestino de personas migrantes en el desierto del Sáhara de dimensiones incalculables convive con la ley de extranjería española y el sistema Frontex para las actividades de control fronterizo en las fronteras exteriores de la UE. Estos no son hechos aislados, sino que responden a una lógica global que se configura como un nuevo espacio neofascista, que destaca por su institucionalidad y su construcción escalonada y cada vez más articulada y organizada, donde la impunidad de los hechos convive con una legalidad institucional desbordada por las atrocidades provocadas por el neofascismo sin que apenas tengan consecuencias.
También hay que considerar otra de las características nuevas del actual neofascismo. Es su organización y coordinación a nivel global configurando lo que se ha denominado una Internacional Reaccionaria o Neofascista (Jarquín-Ramírez & Díez-Gutiérrez, 2024). La ultraderecha ya no es solo una serie de partidos aislados que no tienen casi ningún peso en la Unión Europea o en Latinoamérica o Estados Unidos, sino que va creciendo. En Europa, como hemos visto, tiene el 25% del electorado y está llegando cada vez más a gobiernos. No perdamos de vista que, desde 2021, además de Hungría y Polonia, ha llegado en estos últimos años a los gobiernos de República Checa, a Italia, a Suecia, donde está apoyando externamente al Gobierno; a Finlandia, los Países Bajos y Croacia. En Francia, gracias a su abstención el gobierno se mantiene en pie. En Estados Unidos ha vuelto Trump. En Argentina, Milei gobierna y aplica su “motosierra” a todo lo que sea público y progresista. Y todos ellos se reúnen periódicamente para apoyarse y poner en común sus líneas estratégicas y de acción política.
La Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) es un encuentro periódico organizado por la American Conservative Union (ACU) desde el año 1974. Con el paso del tiempo y un evidente proceso de internacionalización, se ha convertido paulatinamente en un punto de encuentro de la nueva derecha, la vieja derecha, la alt-right y la ultraderecha actual a nivel global. Es un evento que reúne a líderes del mundo ligados a este pensamiento, a cientos de organizaciones, miles de activistas y a millones de espectadores a través de los medios. Ha jugado históricamente un papel clave para articular la confluencia de políticos, intelectuales públicos, estrategas, y activistas con el fin de construir relaciones y mezclar agendas diversas. La CPAC actualmente se ha constituido en un espacio global de encuentro y en un foro prácticamente obligatorio de las distintas expresiones de ultraderecha global. La lista de invitados a su edición 2022 en Ciudad de México reunió a José Antonio Kast, excandidato a la presidencia de Chile; Eduardo Bolsonaro, hijo del expresidente de Brasil Jahir Bolsonaro; Santiago Abascal, líder de VOX en España; Ted Cruz, ultraconservador senador republicado por Texas, en Estados Unidos; Steve Bannon, conocido estratega político de la ultraderecha estadounidense y Javier Milei, actual presidente de Argentina.
Al igual que a mediados de 2024 se llevaron a cabo en Madrid dos eventos cruciales por parte del neofascismo. El primer acontecimiento, “Madrid Europa Viva 24”, organizado por VOX y los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR) reunió a políticos mundiales de la extrema derecha: el presidente argentino, Javier Milei; el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán; el ex primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki; y la presidenta del Gobierno italiano Giorgia Meloni, entre otros. El segundo fue el encuentro regional del think tank Atlas Network llamado “Europe Liberty Forum 2024”, organizado por la Fundación para el Avance de la Libertad (Fundalib), un think tank de Madrid asociado a Atlas Network. La coincidencia de ambos eventos son un síntoma de la creciente organización de la extrema derecha a nivel político-electoral tanto en Europa como a nivel mundial en una Internacional Reaccionaria o Neofascista (Jarquín-Ramírez & Díez-Gutiérrez, 2024).
Nota
[1] Por ejemplo, la teoría conspirativa del gran reemplazo, según la cual unas élites mundialistas estarían desde hace años trabajando para sustituir a la población europea con migrantes provenientes sobre todo de África y Asia, generalmente de origen musulmán. Nadie en un medio de comunicación generalista o en un parlamento se atrevía a decirla hace un tiempo, porque era algo inaceptable. Ahora la escuchamos a menudo, y no solo en la boca de líderes de extrema derecha. La normalización de la extrema derecha también viene de dar la batalla cultural, especialmente en las redes sociales, y es evidente en los resultados que tenemos ahora.
Enrique Javier Díez Gutiérrez es catedrático de la Universidad de León y autor de Pedagogía Antifascista (Octaedro, 2022) y Guerra cognitiva y cultural. Claves para combatir el auge del neofascismo (La Vorágine, 2025).
Fuente: https://mundoobrero.es/2025/07/02/caracteristicas-del-neofascismo/
Artículo relacionado (primera parte de este artículo): https://rebelion.org/el-auge-del-neofascismo-a-nivel-mundial/