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La enésima traición socialdemócrata

Fuentes: Rebelión

Y aquí estamos. Tan parecidamente al desastre europeo de hoy, con el fascismo resurgente, la pobreza que crece y la democracia como papel p’al culo.

Yo era aún un pebete, un escuincle, un cauro chico… sin embargo ya sabía del “renegado Kautsky”, un político y teórico marxista, alemán-austríaco nacido en Praga.

Durante sus años de estudiante entró en contacto con Karl Marx y Friedrich Engels. Fue un guardián riguroso de la doctrina, y luego un importante dirigente de la social-democracia alemana. En 1900, por iniciativa suya, el Congreso de París de la Internacional Obrera condenó la participación socialista en gobiernos burgueses. Como puede verse, no hay peor astilla…

En 1920 se unió al SPD (Sozialdemokratische Partei Deutschlands). Y en el Congreso de Heidelberg (1925) comenzó a fundar las bases de un socialismo reformista. Le reprochó a Lenin haber intentado una revolución proletaria en un país sub-desarrollado. Acusó al poder bolchevique de ser una dictadura (¿te suena?).

Lenin, en su libro La Revolución proletaria y el renegado Kautsky, y Trotsky en su obra Terrorismo y comunismo, lo vistieron para la eternidad poniendo en evidencia su traición: Kautsky retomó las teorías mencheviques que él mismo había condenado en 1905. De ahí en adelante, el socialismo democrático se hizo responsable de una larga serie de vueltas de carnero y sumisiones al poder del capitalismo más degenerado de la Historia.

Su fracaso ha sido patente. Lo dice la derecha europea. “¡Gracias, pero vete al diablo!”
Un editorial del diario parisino Le Figaro, firmado por Yves Thréard, es el epitafio para el gobierno de Emmanuel Macron, engendro del socialista François Hollande. Macron fue mercader en el Banco Rothschild desde donde lo sacaron para prolongar la agonía social-demócrata gala. En otro intento de borrar la lucha de clases.

Yves Thréard escribe:

La experiencia del «al mismo tiempo», «de derecha y de izquierda» mostró los límites de lo que quiso ser una teoría del venid y vamos todos con flores a María… A fuerza de buscar su centro de gravedad no resolvió nada, o bien hizo las cosas a medias. A menos que el macronismo sea eso: la audacia de crear el desorden. Una vez más… ¿suena conocido?

Mi reencuentro con la tierra que me vio nacer ha sido de dulce y de agraz: uno disfruta del contacto con un pueblo amable, duros en el trabajo, y sufridores, de fríos mortales, hambres y calores (La Araucana. Alonso de Ercilla y Zuñiga).

En los caminos ví a los forçats de la route, a los condenados de por vida a recorrer cientos de miles de km. llevando productos de un sitio a otro, atravesando llanuras, montañas, desiertos, valles y peladeros, durmiendo al borde de la ruta, preocupados de “respetar y cuidar la señalización que puede salvar tu vida”.

A los ágiles de Vialidad (donde mi padre fue obrero) controlando e inspeccionando lo que hay de caminos en los cuales cuesta saber qué pagas cuando pagas peajes. Y a los jóvenes – hombres y mujeres – que mantienen los escasos puntos de recarga de combustible, siempre con una sonrisa en los labios y una frase amable para saludar y despedirse.

A los colegas del caminero Mendoza. Ese que cantaba Tito Fernández:

Lo trajeron desde el Norte ¡caramba! por unos pesos,
A radicarse en el sure ¡caramba! tranquilo y tieso

Le pasaron una pala ¡caramba! la cosa fea,
Y lo echaron al camino ¡caramba! a hacerle pelea

A la mujer que traía ¡caramba! la condenaron,
A la cocina vacía ¡caramba! que otras dejaron

A la altura’e Quitratúe, en el kilómetro siete,
Ya se había acostumbrao a meterle, duro, el ñeque,
A aguantar el aguacero, a chapotear en el barro,
A comer tortilla añeja y a tomar la choca en tarro.

La mujer echaba guata, preñá de un hijo pampino,
Y el hombre echaba los bofes, como güey, en el camino.

Esos camineros que arrancan pedruzcos en las laderas, para ensanchar la ruta, tragando polvo seis días a la semana, y mean y cagan en letrinas plásticas, colmo de la modernidad.

A cientos y miles de dueñas de casa –a lo largo de los caminos– que venden pan amasado, sopaipillas, empanadas de horno, paltas, queso de cabra, verduras, algunas frutas, mierda en bolsas plásticas en plan fast food, lo que caiga… en un afán generalizado por sobrevivir.

Sobrevivir, palabra pronunciada por un anciano cuya pensión no llega a mediados de mes y que hace de taxi esclavizado por Uber y/o Cabify: el anciano pone el vehículo, el combustible, el seguro, las largas horas de trabajo… para enriquecer a los corsarios que se benefician de la insuficiencia de transporte público. Digo “corsarios” porque tienen patente de corso. De otro modo diría “piratas”. Es un fenómeno mundial: hay robos que exigen autorización oficial… como los asesores financieros que eximen de impuestos a las multinacionales y al riquerío.

A esos boteros de San Antonio – el puerto de la niñez de mi padre obrero –, orgullosos de la importancia adquirida por su tráfico marítimo, incómodos con la presencia de un par de botes de la Armada (nuestros enemigos “que sólo saben sacar partes y llegan siempre después del accidente”), que te pasean por unas lucas para mostrarte las instalaciones, las grúas, sobre todo la primera de ellas, a vapor, llegada de Francia, de Lyon para ser más preciso, hace ya siglos y declarada monumento nacional (cada cual tiene los monumentos que puede), que hacen gala de conocimientos y experiencia (nací aquí, le hice a todo, conozco el puerto…)… siempre en el empeño de sobrevivir.

O los pescadores de la caleta de Quintay que viven, – como otras tantas caletas incrustadas en el flanco que afronta el Pacífico –, del “recurso” que la industria pesquera de los grandes capitales aún no extermina.

Cuando no extermina derechamente a los pescadores…

Desde luego estuve, pasé por Santiago, que me dejó la impresión de una Kolkata en devenir. Calcuta, la primera ciudad India que conocí hace 40 años, además de Hyderabad, Mumbai y New Delhi. Y sus veredas llenas de comercios ambulantes y dudosas fritangas, atiborradas de mercancías variopintas y llamados a consumir, a consumir, a consumir.

Me aventuré en la Plaza de Armas (me llamaron imprudente), caminé por las calles del centro de Santiago, irreconocibles, ruidosas, saturadas, en las que numerosos chinchineros hacen resonar sus bombos y sus platillos en una zarabanda de aires de cueca, acompañados siempre de un niño que aprende el oficio. Eso es muy lindo en mi tierra: la educación.

Cruzando calles en las que algún adolescente aprovecha un semáforo para hacer malabares con balones de fútbol (o pelotitas) esperando a cambio algún dinero de los automovilistas. Eso es muy lindo en mis pagos: el estímulo al deporte en la juventud.

Buscando hacer obra patriótica yo le había contado a Ольга Валентиновна el chascarro de la Creación, así, con mayúscula: cuando el Pulento terminó de crear todo, incluso aquello, el Cosmos, las galaxias, las estrellas y los planetas, y pulía cuidadosamente la Tierra… se dio cuenta de que le había sobrado una jartá de vainas: valles, cumbres, lagos, bosques, llanuras, cascadas, nieves eternas, desiertos, canales, vientos recios y tibias tardes asoleadas de invierno.

No sabiendo qué hacer, o tal vez un pelín mosqueado, no encontró nada mejor que deshacerse de ellas arrojándolas en un estrecho flanco de lo que sería América del Sur. “Eso es Chile”, le dije, a Ольга Валентиновна, adivinando en sus ojos una cierta incredulidad, para no decir una incredulidad cierta.

En todo caso yo me lo creí ese cuento, y guardé para siempre la sensación de que el país seguía en su estado primitivo, como cuando el Todopoderoso, en un gesto de Supremo Cabreo, lanzó sin mirar lo que Sobraba y le sacaba de Quicio.

Cuando veo aquello en lo que transformaron la fértil provincia y señalada (La Araucana), me da algo. Lo curioso es que – tal vez copiándole a la admirada Europa – quienes le pusieron más empeño en emporcar lo creado por Dios, en vender el país a pedazos, fueron… los social-demócratas. Por eso me acordé de Kautsky.

No he tenido hasta ahora ninguna mala experiencia con la delincuencia de la que tanto me previnieron. Sólo he encontrado amabilidad, respeto, simpatía. Pero soy consciente del terrible drama de la inmigración, de las hordas de bárbaros llegados a practicar el pillaje, la corrupción, el envilecimiento y la deshonestidad.

Vinieron a mi memoria nombres conocidos, que de toda evidencia no son originarios de Curacautín, ni tuvieron ancestros diaguitas, ni quechuas, ni mapuches, ni patagones… y yo qué sé… Alessandri, Frei, Pinochet, Leigh, Aylwin, Bachelet, Kast, Matthei, Kaiser, Mulet, Winter, Luksic, Matte, Solari, Ponce Lerou, Paulmann, Angelini… Ja wohl! Heil!

Los últimos dos – Ja wohl! y Heil! – no son candidatos ni fueron personalidades. Apenas un modo banal de saludarse y decirse Nun, dann ist ja alles gut! En ciertos círculos inmigrantes las tradiciones no mueren, sobre todo después de aprenderse el Mein Kampf de memoria.

Por alguna razón, en las diferentes corrientes migratorias vinieron franceses vichystas, alemanes nazis, italianos fascistas, ingleses imperialistas, belgas colonialistas, en suma lo que botó la ola de descendientes de masacradores, criminales, saqueadores de continentes enteros.

No todos ellos, desde luego, pero basta con ver la distribución del producto, es decir la concentración de la riqueza en pocas manos, para darse cuenta de que ni la libertad, ni la igualdad ni la fraternidad fueron sus motivaciones para venir a tocarnos los huevos.

La social-democracia, el socialismo democrático, los venales, los oportunistas, que tan ansiosos estaban de reconocimiento y elevación entraron en resonancia.

Y aquí estamos. Tan parecidamente al desastre europeo de hoy, con el fascismo resurgente, la pobreza que crece y la democracia como papel p’al culo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.