Quienes hoy callan por miedo o por conveniencia, mañana repetirán que siempre estuvieron contra el genocidio. Justo cuándo decirlo no sirva para nada, excepto, otra vez, para sus intereses personales.
Señor presidente de Uruguay, Yamandú Orsi Martínez,
Señora vicepresidenta Ana Carolina Cosse,
Señor canciller Mario Israel Lubetkin,
Señora ministra de Defensa Sandra Lazo,
Señoras y señores de La Embajada de Dios:
Quiero pensar que los derechos humanos, cuando no son una excusa para invadir algún país o para ejercer el poder hegemónico de algún imperio, no tienen ideología partidaria. No obstante, y en base a la dramática historia en Uruguay y en América Latina, creo que es oportuno dirigirme a algunos de ustedes como hombres y mujeres de izquierda que, en su mayoría, solía significar un compromiso, no sólo con las ideas sino con los valores humanistas, aquellos valores que la derecha neoliberal de ayer negaba con disimulo y que hoy su hijo no reconocido, el fascismo, desprecia con orgullo: los valores de igualdad, de justicia social, de solidaridad, de tolerancia a las ideas diferentes y de intolerancia a la moral racista, sexista, clasista e imperialista de los esclavistas de turno.
En Uruguay, en particular los hombres y mujeres de izquierda que resistieron la dictadura hicieron de los derechos humanos una bandera innegociable, al punto de ser acusados y despreciados por esto mismo.
Ahora, ¿cuál es la diferencia entre apoyar la dictadura militar en Uruguay y apoyar el genocidio en Palestina? Ambas fueron y son brutalidades imperialistas, pero la segunda es mil veces mayor en muertos, masacrados, amputados, traumatizados, torturados, hambreaos y desaparecidos. La segunda, aparte de ideológica, es profundamente racista y varias veces más antigua.
Canciller Lubetkin: para desestimar una resolución del Frente Amplio, referida al genocidio en Gaza, usted ha resumido el pensamiento y los valores de este nuevo Gobierno de izquierda travestida, que cada día abandona más sus ideales en nombre de un pragmatismo que, como siempre, sirve a los ideales de los poderosos: “Una cosa es la fuerza política, otra cosa es el gobierno; nosotros estamos gestionando el gobierno”.
¿No le dio un poquito de vergüenza tanta arrogancia para alguien que ni es del FA ni fue electo por el pueblo? A mí me recordó a Nixon cuando decidió remover a Allende porque los chilenos habían votado “de forma irresponsable”. La misma arrogancia y desprecio que explica el resto de la tragedia de los palestinos y de muchos otros pueblos sin poderosas agencias secretas.
Interrogada sobre la decisión de Uruguay (de su Gobierno) de comprar armamento de Israel, la ministra Sandra Lazo respondió, con obviedad: “Le vamos a comprar (armamento) a los que generen mejores precios y calidad. Uruguay no tienen enemigos”. Palabras y filosofía de la neutralidad ante la barbarie, escondidas detrás del pragmatismo pro-business que era la regla en los años 30 para justificar los negocios con Hitler y, más recientemente, con los regímenes fascistas de Pinochet, de Videla y de decenas de otros dictadores mercenarios del viejo genocida imperialismo global. Lo cual, en el caso de una integrante del ex grupo guerrillero y marxista del MPP como usted, no deja de ser una paradoja múltiple.
Hasta ayer nos quedaba una esperanza, pero la vicepresidente Cosse, reconocida por una claridad intelectual que no abunda en los gobiernos de turno, la terminó por rematar, cuando se negó a condenar el genocidio en Gaza, tomando silencios, titubeos y adjetivos del presidente Orsi, reciclando “tremendo” en “tragedia” para no decir nada, para no hacer nada, para no señalar a nada ni a nadie: “creo en la autodeterminación de los pueblos… el pueblo israelí deberá encontrar su camino, como todos los pueblos del mundo, y yo eso lo voy a respetar a rajatabla”.
¿Y el derecho a la autodeterminación del colonizado, de la víctima de apartheid, de las decenas de miles de niños masacrados, de las ejecuciones por diversión, de la hambruna diseñada sin disimulo y cada vez con menos excusas?
¿De verdad esta izquierda se siente mejor del lado del supremacismo y de los bombardeos imperialistas?
¿Por qué siempre les tiembla la conciencia cuando se les pregunta algo sobre Israel y respiran aliviados cuando los periodistas vuelven a sus áreas de seguridad, como la pobreza infantil y la corrupción ajena?
¿Qué diferencia a esta “izquierda” latinoamericana de los amables progresistas pro-genocidio y pro-imperialistas de los Barack Obama y de las Kamala Harris?
Cuando trabajaba en Mozambique en compañía de algunos europeos, o de viaje por Alemania, siempre me llamaba la atención que nunca nadie había tenido un padre o un abuelo nazi. En el caso de la dictadura uruguaya, fuimos duros en nuestras críticas contra los colaboracionistas e implacables con quienes participaron en torturas y desapariciones. No así con aquellos que debieron guardar silencio porque sus vidas y la de sus hijos dependía de ello.
No es el caso hoy. Quienes hoy callan por miedo o por conveniencia, mañana repetirán que siempre estuvieron contra el genocidio. Justo cuándo decirlo no sirva para nada, excepto, otra vez, para sus intereses personales.
La debilidad moral en este caso es infinitamente peor. Al menos que los políticos, los empresarios y los empleados negacionistas entiendan que sus puestos o sus beneficios dependen de su silencio cómplice. Al menos que sea simple cobardía autoinfligida. Alguna razón habrá que no sean sólo excusas clásicas de genocidas nazis como “ellos son ratas y debemos exterminarlos” y “tenemos derecho a defendernos”. O de pro genocidas más recientes, repitiendo con desfachatez moral en la televisión abierta de Uruguay que “en Gaza no hay inocentes”, o que “Dios nos dio derechos especiales hace tres mil años” y toda esa dialéctica criminal que los pobres de espíritu que no pertenecen al club veneran en los templos, temerosos de un infierno que no existe, según el mismo creador del Universo.
Los uruguayos, los charrúas europeos como Tabaré (el Guillermo Tell de la Suiza de América), que con alguna razón nos enorgullecemos de la civilidad democrática de sus habitantes, también le hemos dado a América latina, y desde la izquierda, mandaderos como el Secretario de la OEA, Luis Almagro. Ahora confirmamos esa nueva tradición de lo que Malcolm X llamaba “el negro de la casa”, es decir, el esclavo, celoso guardián de sus amos.
Señores electos y no electos (pero elegidos) del Gobierno:
Aunque este Gobierno logre ser el más exitoso de la Historia, ni todo el cloro del mundo podrá quitarle la vergonzosa mancha de su posición cómplice ante el genocidio en Palestina.
Les quedará estampado
en la indeleble memoria
de todos los anales
de la historia.
Claro, todos podemos equivocarnos mil veces con ideas complejas, pero no es necesario ser un genio para tener principios morales claros. La neutralidad es el principal rasgo de los cobardes. Una cobardía doble cuando se la quiere justificar con tartamudeos dialécticos.
Llámense un minuto a silencio y reflexionen sobre qué dirían los mejores uruguayos que dio la historia, desde José Artigas hasta Eduardo Galeano, por mencionar solo dos. La lista de los peores, hoy en los basurales de la historia, es más larga, pero no recomiendo tomarla como referencia y mucho menos continuar ampliándola.
Cómo nos juzgará la historia es demasiado obvio, pero irrelevante en este momento. Quienes todavía creen que Dios creó el Universo y la Humanidad y luego se dedicó a instigar a un pueblo a exterminar a otros discreparán, pero con fanáticos no hay razonamiento posible.
Lo que importa ahora es actuar en base a los principios morales más básicos, despreciando el miedo a las listas negras y a los menos negocios. Si algo es solo conveniente a nuestros intereses personales y sectarios, seguramente no es moral.
¿Podemos, los humanos de aquí abajo, esperar una reacción de su parte, aunque sea too little, too late?
Jorg majfud
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