Recomiendo:
1

Chile, la difícil neutralidad

Cómo al país lo integran al sistema militar de EE UU y la OTAN desde la opacidad

Fuentes: Rebelión [Imagen, Pixabay]

Mientras Chile se acerca a la OTAN por la puerta logística, mantiene una profunda dependencia con Israel en tecnología militar crítica.

«Los gobernantes son esclavos de la historia. La historia, es decir, la actividad inconsciente de la humanidad, aprovecha cada instante de la vida de los reyes como un instrumento para sus fines.» (Tolstoi, Guerra y Paz)

Mientras el gobierno habla de no alinearse, Chile profundiza su cooperación con Estados Unidos, la OTAN e Israel. La realidad nos habla de ejercicios navales, hasta la dependencia imprudente de tecnología israelí, probada con el pueblo palestino en Gaza. El país está siendo integrado a un sistema de seguridad occidental en tiempos de crisis global. ¿Habrá espacio para ser neutrales o estamos condenados a la colonialidad?

El avance silencioso

En julio de este año, el gobierno chileno firmó un acuerdo técnico con Alemania que, aunque pasó inadvertido para muchos, marcó una señal: nuestro país está a un paso de acceder al Nivel 2 del Sistema OTAN de Catalogación (SOC), el mismo sistema logístico que usan los 32 miembros de la Alianza Atlántica. Sin ser un tratado de defensa, ni una alianza militar, es un paso más de una estrategia reservada: integrar a Chile a la matriz de seguridad globalista, liderada por Estados Unidos y la OTAN.

El proceso como se comprende, no tuvo su inicio en 2025. Sus orígenes se remontan por lo menos al año 2006, cuando Chile ingresó al SOC como «País No OTAN Nivel 1». Desde entonces, ha avanzado —sin tregua, ni pausa—  en acuerdos con EE UU, Dinamarca, Italia, Reino Unido; participando en el ejercicio naval RIMPAC 2024; y reuniones de alto nivel con el Comando Marítimo Aliado de la OTAN (MARCOM) en Londres.

Todo lo anterior, se ha implementado bajo un discurso de «cooperación técnica», «modernización» y «neutralidad». Pero la realidad operativa nos cuenta otra historia: Chile ya no es un observador externo, sino un socio funcional del sistema de defensa occidental, globalista de matriz anglófona.

El código de acceso: la logística

El SOC no es un sistema militar en sí, sino un lenguaje logístico global: un código internacional (NSN) que identifica cada tornillo, repuesto o uniforme usado por ejércitos aliados. Hoy, 65 países lo usan, entre miembros de la OTAN y socios como Chile, Colombia o Japón.

Subir al Nivel 2 significa que Chile podrá catalogar sus propios productos y ofrecerlos en el mercado logístico global. Empresas como FAMAE, ENAER o ASMAR podrían vender repuestos a ejércitos de la OTAN. Es un salto industrial, con oportunidades de producción, sin embargo, trae consigo una pesada carga geopolítica.

«Es como si te dieran acceso al sistema operativo de la defensa occidental», dice un exoficial de logística de la Armada. «No te conviertes en miembro, pero hablas el mismo idioma«.

¿Cuál es el idioma de la OTAN en estos días? Una respuesta se puede encontrar en la Federación Rusa y su operación militar desatada contra  la intervención occidental en Ucrania, cuyo objetivo era disponer de un espacio privilegiado para amenazar la existencia del país euroasiático. El ataque a las plantas nucleares en Irán, a sus científicos, su gobierno, su población civil, su infraestructura crítica, nos puede dar luces del idioma de la OTAN —y para vergüenza de occidente— el vocablo genocidio, cobra un significado dantesco en Gaza.

Una dependencia perversa

Mientras Chile se acerca a la OTAN por la puerta logística, mantiene una profunda dependencia con Israel en tecnología militar crítica.

La Fuerza Aérea opera drones Hermes 900 de Elbit Systems, con una arquitectura cerrada: sin el soporte israelí, no pueden volar. El Ejército usa misiles Spike LR de Rafael y fusiles Galil ACE fabricados bajo licencia, pero que dependen de repuestos exclusivos de Israel. La Armada tiene radares y sistemas de vigilancia de IAI y Elta.

Y pese al anuncio del presidente Boric en 2025 de «terminar la dependencia con la industria israelí», los contratos siguen activos. No hay cronograma público en busca de sustitución. Romperlos no es fácil: implicaría inoperabilidad, multas y años de reconversión.

«Estamos en una trampa tecnológica», admite un experto en defensa bajo condición de anonimato. «No podemos dejar de usar estos sistemas de un día para otro. La dependencia no es comercial, es estructural».

Los tentáculos de EE UU y la OTAN en Nuestra América

Este acercamiento no es casual. Responde a una estrategia regional del Comando Sur de EE UU, que busca contener la influencia de China y Rusia en Nuestra América.

Desde 2017, el USSOUTHCOM promueve una «cooperación profunda» con países del Pacífico: Chile, Colombia y Perú. El objetivo: que exporten «buenas prácticas de seguridad» a Asia, como parte de la estrategia de disuasión integrada contra China.

En este contexto, Chile es visto como un puente entre el Pacífico Sur y el “Indo-Pacífico”, nótese, en esta narrativa un cambio que no es sólo conceptual, porque involucra un contenido geopolítico que busca contrarrestar la influencia de China y su ruta de la seda, como comprenderán detrás de ese diseño estratégico se encuentra una mirada de entender las rutas comerciales como un objetivo militar, sobre todo en puntos críticos como el estrecho de Malaca, el Mar de China Meridional y el Golfo de Adén, donde la población yemení en este tiempo ha cobrado vital importancia. Por esos lugares transita más del 60% del comercio del mundo y eso Estados Unidos lo tiene muy presente: de ahí la necesidad de levantar a la India.  En apariencia y bajo los parámetros ya expuestos, no existiría la necesidad —hasta el momento — de bases militares instaladas en nuestro suelo. Bastaría para los lobistas de la OTAN en suelo patrio, con ejercicios, entrenamiento y estandarización logística.

Téngase presente que, el tema de la ausencia de una base militar extranjera en nuestro suelo se encuentra en tela de juicio desde la denuncia de organizaciones de Derechos Humanos por el uso del Fuerte Aguayo, ubicado en la ciudad de Concón (1) como espacio de entrenamiento de fuerzas policiales y militares chilenas y de la región, siguiendo las doctrinas basadas en el “enemigo interno” y sus tácticas de contrainsurgencia diseñadas desde el Pentágono.

Para desgracia de los cultores del Indo-Pacífico, la política de guerra arancelaria en versión western italiano, implementada por EE UU con los países del BRICS ha logrado lo que parecía difícil, acercar a India y China vía la Federación Rusa. De ahí que la llamada entre el Primer Ministro de la India Narendra  Modi y el Presidente Putin, incluida la visita del asesor de seguridad de la India Ajit Doval a Moscú, ponga los pelos de punta a los funcionarios de Bruselas y Washington —y por extensión, a sus sucursales ubicadas en Chile—. Las definición de la India, en la línea de  defender su soberanía (2) debiera ser un llamado de atención para la élite económica, política y militar chilena, para no ser arrastrada por corrientes de la historia que en estricto rigor, han ido perdiendo impulso. Lo expuesto tiene un límite, la capacidad narrativa y de manipulación mediática que el sistema mundo globalista sostiene con mucha fuerza ―y que en Chile traspasa los límites razonables―. De ahí que la cita de Tolstoi, en su versión corregida para el siglo XXI, sería que las élites gobernantes son esclavas de las narrativas diseñadas para su autoafirmación, en consecuencia, arrastran a sus pueblos a desastres de proporciones incalculables, sólo comprensibles por su ausencia de empatía y capacidad de reconocer sus errores y corregirlos a tiempo.

En este océano revuelto, se ha escuchado a los gobiernos chilenos insistir en su neutralidad, no obstante, estuvimos presentes en RIMPAC 2024 (3) —donde participó Israel como invitado especial-. Comprenderán que esa señal, como otras en el transcurso del tiempo, indican que Chile está en el mismo barco que Occidente. O sea, transitamos en la misma órbita del Estado colonizador sionista de Israel.

¿Neutralidad o doble moral?

La encrucijada es notoria. Por un lado, el gobierno critica a Israel por su política en Gaza y promueve un embargo de armas. Por otro lado, sus Fuerzas Armadas operan con tecnologías desarrolladas y probadas en esos mismos escenarios de ocupación con población civil.

Por una parte, se habla de no alineamiento. Mientras en la opacidad, se profundizan vínculos con la OTAN y se reciben visitas de la jefa del Comando Sur de EE UU.

«El Estado es más que el gobierno», escribe el filósofo Gabriel Rivas. «Y el Estado chileno tiene una política de defensa que trasciende los gobiernos de turno».

¿Hacia dónde va Chile?

Chile no será miembro de la OTAN. Por ahora. Puede que en un futuro cercano tampoco si se toman en consideración con seriedad “los signos de los tiempos”. Ahora bien, la ceguera impuesta por el mundo unipolar continúa. Bajo esa premisa, lo curioso es que se siga repitiendo que somos un país neutral, mientras participamos en sus sistemas, usamos sus estándares y dependemos de los aliados de la OTAN. Todo ese constructo mañoso, toda esa opacidad y silencio, para no tener que explicar con los detalles necesarios al pueblo de Chile, las consecuencias de esta cercanía con los artífices de las guerras más monstruosas desatadas en las primeras décadas del siglo XXI. Nuestro destino en este orden de cosas, debiera ser definido en un plebiscito, donde nuestras y nuestros jóvenes, abuelas, abuelos, madres y padres, elles, deben tener el sagrado derecho de definir dónde desean ubicarse en estos tiempos revueltos. En sus manos, no en la oficina de algún almirante, general, empresario, senador o presidente de algún partido político, son ellos los que deben definir entre la difícil neutralidad o el compromiso con alguno de los bloques que emerjan a partir de la crisis en curso. Lo otro, es continuar en la senda del cinismo con destino impreciso, bajo el lema que ha caracterizado a la élite surgida desde la dictadura que con un realismo a medias “no quiere perder pan ni pedazo”.

Mientras tanto no tengamos una definición democrática del tema, el desafío para nuestro país al desatarse los bloques en conflicto, es recuperar nuestra soberanía tecnológica, diversificando proveedores y sometiendo la política de defensa a un debate público. Resulta inconcebible que esta temática no se encuentre en la discusión presidencial. Guste o no, las condiciones de la neutralidad se trabajan, se construyen, abriendo posibilidades para una futura autonomía. La otra alternativa, es la dependencia, la sumisión de colonia, cuyo último destino es la servidumbre en su papel de “carne de cañón”. Como nos lo recuerda Tolstoi, usando a Kutúzov como personaje en su inigualable Guerra y Paz «La guerra no es un juego de cortesía, sino el arte más vil de todos.»

*El autor es escritor y analista político

Referencias:

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.