Recomiendo:
4

El supremacismo estadounidense

Fuentes: Rebelión

Las relaciones internacionales, más o menos multilaterales de esta última etapa de más de tres décadas de globalización neoliberal y dominio estadounidense, han sido relativamente estables… pero declinantes para EE.UU. Europa, incluido el Reino Unido, apenas ha mantenido su estatus de gran potencia económico-comercial, pero con grandes desigualdades socioeconómicas, retos medioambientales y de integración social y étnico-cultural y fuertes brechas sociopolíticas y de liderazgo, estando las izquierdas debilitadas. Al mismo tiempo, se ha producido un creciente desafío económico-político chino (y de otros países). Así, para retomar la primacía estadounidense, su poder establecido se lanza a forzar la dependencia europea y frenar la insubordinación de los BRICS.

El rasgo autoritario adicional de Trump es la brusquedad de su método: la exhibición de su poderío, con su franqueza de ‘América primero’. No hay florituras argumentales universalistas, ni concesiones discursivas a la necesidad de legitimidad de las élites nacionales subordinadas respecto de sus ciudadanías. El poder se impone, y el discurso también… aunque no convenza a la mayoría de la ciudadanía. Es el culmen del cinismo y el nihilismo moral, la destrucción de la democracia y la ética cívica. Incluso para Maquiavelo era necesario una mínima legitimación para el poder soberano; ahora se fía al control mediático totalitario y antipluralista y a la segregación social y étnico-nacional.

Ante esas tendencias declinantes para el poder oligárquico estadounidense, resurge su supremacismo, solo dispuesto a delegarlo parcialmente, con amenazas, a sus súbditos leales, o sea, a ciertas élites europeas colaboracionistas sometidas a chantaje y en conflicto con la supuesta representatividad respecto de sus respectivos pueblos. Pero, los nacionalismos ultras, o los grandes soberanismos oligárquicos europeos, con su dependencia y subordinación al dictamen imperial, reducen su propia legitimidad discursiva ante sus sociedades.

La contrapartida para garantizar una mínima aceptación ciudadana, con un control y manipulación de los aparatos culturales y mediáticos, son los supuestos beneficios económicos y políticos para sus oligarquías y estratos privilegiados, a costa de la segregación de las mayorías sociales y la fragmentación insolidaria de las ventajas relativas entre segmentos populares. Y ello no es sostenible a medio plazo.

Europa, desde la segunda Guerra mundial, siempre ha estado dependiente del dominio geoestratégico y militar estadounidense. Aunque, en términos económicos y comerciales, no tanto tecnológicos, medido en PIB, ha conseguido una posición similar a la de EE.UU. y de China. Era el llamado poder blando de la UE, basado en el intercambio económico y comercial cooperativo, acompañado con una referencia a su modelo democrático y social, así como por el reequilibrio de unas relaciones multilaterales amparadas por el derecho internacional y el derecho humanitario, con un papel secundario de la fuerza militar, que quedaba al amparo de la OTAN. Se trataba del consenso europeo, liberal-conservador y socialdemócrata, embellecido en el discurso socioliberal de un potencia democrática-pacífica compensadora en el conflictivo concurso mundial.

Ese ideal, teñido a veces de nostalgia de superpotencia neocolonial, se ha venido abajo. Europa dimite incluso de su pretensión de superpotencia autónoma y específicamente de referencia política, todavía más con un derrumbamiento estrepitoso de su legitimidad moral ante el genocidio en Palestina. Queda atada a los intereses geopolíticos y militares de EE.UU., al amparo de su primacía internacional y su prepotencia autoritaria; así es vista por gran parte de sus poblaciones y, especialmente, por las del Sur Global.

El mayor atisbo de autonomía estratégica, por parte del eje francoalemán y la gran movilización pacifista de las sociedades europeas, se produjo, precisamente, hace un cuarto de siglo frente a la invasión y la guerra de Irak por parte estadounidense, y la colaboración de los gobiernos, británico, de Blair, y español, de Aznar. Estaba en primer plano el control geoestratégico de todo el Oriente Próximo y sus fuentes de materias primas energéticas, como eslabón relevante para el control de todo el arco de la crisis árabe-musulmana, de Marruecos hasta Indonesia, pasando por Irán y Afganistán. Y ese núcleo europeo, con gran apoyo de la ciudadanía española, señalaba su disconformidad estratégica y ética con esa opción militarista al margen del derecho internacional.

Estas décadas han servido a los Gobiernos de EE.UU. para intentar su reversión, el disciplinamiento europeo -incluidas las veleidades francesas- y la consolidación de su hegemonismo en esa parte del mundo. Al final, el gobierno israelí y el estadounidense han retomado, con la complicidad ahora de toda la Europa institucional, salvo los matices del presiente Sánchez, ese objetivo imperial estadounidense-occidental. Ese plan otanista pretende frenar a China (y Rusia), incluida su Ruta de la Seda como vínculo comercial con Europa, y complementa el intento de control estadounidense -con sus aliados subordinados europeos y del Asia Pacífico- del resto del Sur Global -África, América Latina, Sur de Asia-, pendiente de su estrategia neocolonial y la contención de los BRICS.

La Europa liberal progresista se derrumba. Se ha hundido el proyecto y el discurso de la Europa social y democrática, como polo autónomo y pacífico de referencia mundial, basado en el derecho internacional, la cooperación y las reglas multilaterales pactadas. La rendición económica y estratégica ante el reaccionarismo imperialista estadounidense ha quebrado su legitimidad social, con el broche de su complicidad ante el genocidio de Palestina. La presión autoritaria y regresiva está en marcha.

El ultra conservadurismo pugna y se alía con el nuevo neoliberalismo supremacista y neo imperialista, en un nuevo nihilismo moral. Pero no ofrece perspectivas consistentes para resolver los problemas de la humanidad y legitimarse ante sus poblaciones. El poder duro, coactivo y militar, no es sostenible a medio plazo, menos ante las exigencias perentorias de grandes sectores del Sur Global. Es la tragedia de las élites europeas (y estadounidenses), que no pueden consolidar su poder estratégico, en esta fase histórica, y están condenadas al fracaso, no sin provocar, quizá, fuertes sufrimientos humanos.

Se produce la descomposición de la ideología de centroderecha liberal, más o menos posibilista respecto del poder establecido, que gira hacia el autoritarismo postdemocrático e iliberal, aun con el refuerzo de elementos liberales y/o neoliberales autoritarios, conservadores y reaccionarios.

No todo está perdido para una perspectiva de progreso. Queda una base social y una cultura democrática, pacífica y solidaria en la ciudadanía europea, así como los intereses de las mayorías populares y los proyectos y fuerzas sociopolíticas progresistas.

Antonio Antón. Sociólogo y politólogo

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.