Los que viven a resguardo de la rabia y el dolor, los que desde la atalaya de una supuesta razón siempre deslizan algún argumento para culpar a las víctimas y justificar a los victimarios; los que siguen reivindicando que Israel es Occidente, como si eso fuese algo de lo que enorgullecerse, o que es la única democracia de Oriente Próximo, como si eso le restase gravedad a estar cometiendo el peor crimen del que es capaz el ser humano, el genocidio; los tibios, los que se presentan como portavoces de la mesura, los que siguen pidiendo a los palestinos que condenen a Hamás para concederles el derecho a existir, ellos son también los colaboradores necesarios que allanan el camino a Netanyahu y sus aliados, Trump y Von der Leyen, para avanzar en el exterminio y la ocupación. Portavoces de la moderación estéril, balbucean cuando personas realmente influyentes se manifiestan, sin titubeos, a favor de la decencia y asumiendo los costes de posicionarse contra el poder y en el lado correcto de la Historia.
Eso es lo que les ha ocurrido a muchos con la escritora superventas Sally Rooney, que ha anunciado que destinará los ingresos que percibe por derechos de autora a la red Acción Palestina, catalogada como terrorista por el gobierno británico. En julio, el Ejecutivo de Starmer la incluyó en el listado que recoge a Estado Islámico o Al Qaeda –entre otras organizaciones con decenas de miles de muertos a sus espaldas–, después de que dos de sus activistas dañasen dos aviones de guerra –arrojándoles pintura roja y golpeándolos con una barra metálica– en la base militar de Brize Norton, donde según ha publicado la web Desclassifed, repostan aviones espía que han sobrevolado la Franja de Gaza para enviarle información al Ejército israelí.
Más de 15.000 personas se manifestaron en Londres contra esta decisión que, según Amnistía Internacional, supone una grave amenaza contra la libertad de expresión. La respuesta fue detener a más de 500 personas –muchas de ellas, mayores de 50 años– por portar pancartas contra el genocidio y a favor de Acción Palestina. Ante estas graves violaciones del derecho internacional de los derechos humanos, la escritora Sally Rooney no sólo ha declarado que financiará a esta organización considerada ahora terrorista, sino que ha lanzado un órdago a Downing Street: si la persiguen a ella, también tendrán que hacerlo, por ejemplo, con la cadena más importante de librerías de Reino Unido, WH Smith, por vender sus novelas, y, sobre todo, con la BBC porque estaría financiando el terrorismo con los royalties que le paga por la serie basada en su libro Gente normal.
Acciones como la de Sally Rooney no son solo fundamentales para la denuncia del genocidio de Gaza, sino también para frenar la criminalización de la defensa de los derechos humanos y la supresión de los derechos a la libertad de expresión, a la protesta pacífica y a la manifestación. Países como Estados Unidos, Alemania, Francia y Reino Unido están apuntalando la aspiración israelí de que se asimile el antisionismo con el antisemitismo y que, por tanto, se persiga cualquier crítica a Israel. Algo que organizaciones afines como Movimiento contra la Intolerancia consiguió colar en un protocolo contra los discursos de odio en España. Algo absurdo e ilegal, puesto que mientras el antisemitismo comprende el odio o la discriminación de las personas judías –lo que debe penarse y lo está–, las críticas a cualquier Estado forman parte del derecho a la libertad de expresión y de pensamiento.
Hay millones de personas judías antisionistas. Muchos de los estudiantes que lideraron las protestas en las universidades estadounidenses contra el genocidio son judíos. Cada vez hay más colectivos judíos dedicados a desvincular el judaísmo de Israel. Pensadoras judías como Naomi Klein recuerdan cada vez que pueden que el proyecto antisemita por antonomasia es, precisamente, Israel, que fue impulsado por Europa y Estados Unidos para vaciar su territorio de judíos y enviarlos lo más lejos posible.
La criminalización de la decencia
El pueblo palestino se ha convertido en la causa que mejor concita y ejemplifica el movimiento internacional de los derechos humanos frente a la ola reaccionaria que intenta imponer la política de la fuerza, el miedo y la crueldad. De ahí, la campaña de odio, tan bien orquestada, que sufre Francesca Albanese, la relatora especial de la ONU para los Territorios Palestinos ocupados: la consideran peligrosa porque ha conseguido evidenciar las ilegalidades que entraña la ocupación israelí, las complicidades entre Estados y empresas que se lucran del genocidio, pero, sobre todo, porque se ha convertido en un referente de la dignidad, de la humanidad y, sobre todo, del valor crucial del derecho internacional frente a la impunidad de los poderosos.
Pero
la relatora no tendría que soportar todo ese peso si fuesen miles,
decenas de miles, las Francesca Albanese. Como no debería ser noticia Sally
Rooney por hacer lo ético, lo respetable, lo que deberían hacer todas
las Sally Rooney del mundo si no quieren convertirse en cómplices de la
indecencia. Como lo han hecho Susan Sarandon, Javier Bardem y tantos otros. Muchos menos de los que deberían.
En Gaza se dirime el futuro de la humanidad: si seremos capaces de restablecer unas normas éticas de convivencia o si seremos dominados por la barbarie y la ley del más fuerte. Quienes intentan pasar desapercibidos en este momento crucial de la historia deben saber que nunca fueron tan visibles, que no hay silencio más atronador que el que se esconde detrás del llanto de un niño por el hambre, por el asesinato de sus padres y madres, por su propia muerte.
No debería ser noticia que Sally Rooney financie la desobediencia civil ante la injusticia, sino que la mayoría de los intelectuales, artistas, académicos y personalidades con micrófonos a su alcance no asuman su responsabilidad pública y alcen la voz tras 23 meses de genocidio televisado, de 62.000 muertos —20.000 de ellos niños y niñas— y una hambruna milimétricamente planificada.
Fuente: https://www.lamarea.com/2025/08/20/sally-rooney-palestine-action/