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Lo que hay que pensar del sufragio universal

Fuentes: Rebelión

¿Quién pudiese pensar que el insigne escritor no estuviese ofreciéndonos un cuadro muy realista –ni siquiera impresionista…– del próximo parlamento chileno, para no hablar del próximo führer?

Los historiadores conocen el largo y pedregoso camino que hubo que recorrer para llegar a nuestra inigualable modernidad contemporánea, en la que el sufragio universal aparece como el nec-plus-ultra de la organización democrática de la sociedad.

En fin, esa es la pomada que nos venden. La realidad histórica muestra que quienes se aventuraron en tan azaroso derrotero lo hicieron convencidos de la necesidad de limitar y coartar en el huevo las posibilidades que le abría cada concesión a las clases populares y a los esclavos, úsease a los pringaos.

En la antigua Atenas de Solón –fundadora de la democracia– la ciudadanía era el resultado de un privilegio económico: sólo los ciudadanos poseían la tierra. Privilegio que se explica por la historia de la democracia ateniense: heredera de un pasado aristocrático, el régimen consideraba la agricultura como el único trabajo digno de un ciudadano, y valorizaba la vida de rentista (siglo VI A de C).
El muy democrático Solón, a partir de esa casta de hombres libres definió cuatro clases censitarias. Según la cantidad de medidas de trigo, vino y aceite que poseía cada ciudadano, pertenecía a una de las cuatro clases siguientes:

  • los pentacosiomedimnos, que poseían más de 500 medimnas de cereales;
  • los hippeis, caballeros, más de 300 medimnas;
  • los zeugitas, agricultores, más de 200 medimnas;
  • los thetas, menos de 200 medimnas.

Nota: una medimna = 52 litros.

¿Te sorprendería saber que las más altas magistraturas eran accesible sólo a las clases más altas? Las reformas constitucionales de Solón, que le ganaron la reputación de padre de la democracia, establecieron un régimen un pelín diferente de la plutocracia, con cuatro grupos socio-económicos:

  • los aristócratas, o Eupatridas, o sea los propietarios más ricos;
  • los gémoroi, agricultores, propietarios de tierras;
  • la clase popular, que vivía de su salario o del comercio; y
  • los esclavos, considerados como bienes y no como hombres libres.

Dicho sea de paso, las mujeres también eran considerados bienes y eternamente menores, así como los metecos (equivalente de nuestros inmigrados) excluidos de la comunidad política.

Dicho de otro modo, la democracia nació sudando exclusiones por todos sus poros, práctica que se extiende hasta nuestros días a pesar de lo que digan los expertos, los conversos y los plutócratas de siempre.

Le regla fue casi siempre la de no ocultar la discriminación, que siempre fue legal, es decir consagrada en la Constitución y las leyes.

Allá por el mes de agosto de 1881, nuestro muy admirado Émile Zola –el mismo que más tarde osó escribir el célebre Yo acuso, dirigido al presidente Félix Faure para defender a Dreyfus (1898)–, publicó una controvertida nota en el diario parisino Le Figaro, mira ver:

“El sufragio igualitario, que llaman universal, es la aplicación al poder legislativo del principio comunista: la ley absoluta del número. Parece pues imposible que un hombre de orden encuentre buena y equitable esta organización del sufragio.
(…)
Creemos pues poder afirmar que no es pactando con el sufragio universal que lo domaremos. Según nosotros, hay que despreciarlo, y mostrarlo en toda su perversidad; hay que abandonarlo y hacerlo odioso a todo lo que es honesto.
(…)
Para tener más informaciones sobre este plan de acción, puede Ud. dirigirse al Señor conde Yvert, secretario de la Sociedad de propietarios cristianos, bajo el patronato de san Michel y san Rémi, 37, rue de l’Université, en París.

(Émile Zola. Nota sobre el sufragio universal. Le Figaro, agosto 1881. Biblioteca Nacional de Francia. Gallica París.)

La fértil provincia y señalada se decidió a otorgarle el derecho a voto a las mujeres en el año de gracia de 1934… sólo para las elecciones municipales. Las féminas tuvieron que esperar hasta 1952 para participar en las elecciones presidenciales en que resultó elegido un (ex) dictador Carlos Ibáñez del Campo.

Permítaseme la oportunidad para señalar que –según se ve y/o se ha visto– el buen juicio político no viene inserto en los cromosomas, ni tampoco en la profundidad y el volumen del bolsillo.

Ocasión en la que conviene enfatizar que el apego, la fidelidad, la querencia y la inclinación a tales o cuales puntos de vista tampoco. Cuestión orientación y derrotero políticos, las veletas constituyen parte importante del patrimonio comportamental de una gran variedad de magistrados. Así como los antojos, la bulimia, la codicia y la rapacidad. La segunda condena de un tal Nicolas Sarkozy es una prueba de lo que afirmo.

Lo cierto es que si Émile Zola manifestó su radical desaprobación con relación al sufragio universal, las razones tuvieron que ver mayormente con la inercia plutocrática, y/o aristocrática, con el peligro que se cierne sobre el poder de las elites amenazadas por el vulgo, los plebeyos, los hijos de nada y de nadie, los productores, los pringaos para que me entiendas, que osan aspirar a llevar velas en este entierro.

Es olvidar que el poder político moderno nació como una excrecencia de la acumulación de riquezas y de la invención de las monedas: lo que te conté a propósito de la Grecia antigua es contemporáneo de la aparición del dinero en Lydia en el siglo VI A de C.

Zola, sin embargo, anda a saber por qué, experimentó una evolución inversa a la de los venales progresistas que un día descubrieron con admiración el brillo del oro. De ahí que pocos años más tarde, más precisamente con ocasión de las elecciones legislativas de 1893, se rajase con otra nota titulada Lo que hay que pensar del sufragio universal, que conoció y aún conoce una cierta notoriedad.

Allí, el buen Émile, que tanto gustaba pasearse con Cézanne en la campiña del midi francés así como en los bosques de la región parisina, escribió sobre las elecciones:

Estamos en plena temporada electoral, y la gran comedia moderna vuelve a empezar. Molière —ayer u hoy— estudiaría los apetitos o la estupidez de los hombres. Es un furor universal, una exhibición de todas las mediocridades, la bestia humana desatada con sus vanidades y sus miserias. En el siglo XX, el resultado podía ser soberbio, pero a estas alturas, la cocina es menos apetitosa…

Zola, que murió accidentalmente… no conoció el siglo XX, y aún menos el siglo XXI en el que pataleamos penosamente, razón por la cual se le perdona su conjetura acerca de lo soberbia que sería la política en lo que para él fueron siglos venideros. Lo que sorprende, no obstante, son sus vaticinios:

La abstención fue una vez más quién ganó las últimas elecciones. Es cada vez más importante. Tal parece que los electores se dan cuenta de que, sea cual sea el partido que gane, tendrá que seguir pagando más y las cosas no cambian. Ciertos hombres están demasiado ávidos de un puesto a los ojos de quienes viven cada día peor con sus salarios bloqueados desde hace lustros mientras los precios no cesan de aumentar y que los privilegios de los políticos a menudo son exagerados…

Ya en su época Émile Zola se cachondeaba del sistema…

He aquí lo que hay que establecer claramente: el sufragio universal aún no tiene nada de científico, es todo empírico. Con la masa considerable de nuestros electores iletrados, con el tráfico vergonzante sobre lo obsceno y la estupidez, no se puede saber lo que saldrá del escrutinio…
Los candidatos que merecen ser elegidos se ven reducidos a descender a las mismas maniobras deshonestas que los candidatos que no tienen ninguna buena razón para serlo. En una palabra, el principio majestuoso de la soberanía del pueblo desaparece, no le queda sino la cocina mugrienta de un grupo de tipos que se sirven del sufragio universal para repartirse el país, como si usaran un cuchillo para descuartizar un pollo…

A 132 años de distancia, Zola sigue haciendo labor de periodista, sin tapujos…

Visto que la política se transformó en una carrera, el refugio natural de las ambiciones enfermas de hombrecillos que fracasaron en otros sitios, es natural que nos abrumen de política… ¿Es el combate por la vida? ¿Qué harían si, de la noche a la mañana, el país que aburren les suprimiera la teta? Abogados sin talento, novelistas de tercer orden, transeúntes desconocidos en una vereda banal. ¡Adelante pues la política! ¡La policía en todas partes, la política siempre! Mientras más turbia es el agua, más abundante es la pesca…

¿Quién pudiese pensar que Émile Zola no describía el Chile de hoy?

¿Quién pudiese pensar que el insigne escritor no estuviese ofreciéndonos un cuadro muy realista –ni siquiera impresionista…– del próximo parlamento, para no hablar del próximo führer?

¡Ah ! ¡La odio esta política! ¡La odio por el bullicio vacío con el que nos ensordece, y por los enanos que nos impone! ¡Ya veréis, pase lo que pase, qué pobre parlamento nos dará… muñecos de un día, ilustres desconocidos que recaen en la nada, idiotas ambiciosos que vienen a jugar al más fuerte y se contentan de un hueso a roer, cerebros enfermos soñando con vengar sus continuos fracasos, todos los apetitos sueltos y todas las estupideces en libertad!
Cuando un hombre simplemente razonable pasa y mira esa agitación que fermenta, se detiene, estupefacto y entristecido…

Hollywood hubiese puesto otro título: Regreso al futuro.