Pero vamos al grano: mi problema con el concepto “neoliberalismo” es similar al que tengo con los de “imperialismo” y “fascismo”: no es que no sirvan para designar ciertos fenómenos y aspectos de la realidad respecto a los cuales hay que posicionarse estratégicamente, pero cuando la izquierda se obsesiona con ser antiimperialista y/o antifascista, olvida nombrar (y combatir) al capitalismo mismo. Deja de pensar en términos de Crítica de la Economía Política (lucha de clases, subsunción formal y real, alienación y plusvalía relativa), para “defender la democracia” (liberal o iliberal según el caso) y realizar una serie de consideraciones “geopolíticas” para justificar su “campismo”, por lo general apoyando los BRICS y viendo en Putín y Jinpíng una nueva encarnación de Lenín.
En torno a La opción por la guerra civil. Otra historia del neoliberalismo, por Pierre Dardot, Christian Laval, Haud Guéguen y Pierre Sauvetre (Lom Ediciones y Tinta Limon, 2024) y Violencia política-sexual y terrorismo de Estado en la dictadura civil-militar en Chile. La genealogía oscura del neoliberalismo, por Jocelyn Maldonado Garay (Lom Ediciones, 2023).
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Maurizio Lazzarato, un italiano exiliado en Francia desde fines de los setenta, ha insistido en señalar que si bien desde hace unas cuantas décadas todos hablamos de neoliberalismo, no es muy usual concentrarse en lo que -siguiendo a Walter Benjamin- podríamos llamar la “violencia fundadora” del neoliberalismo, que se impone en Chile por la fuerza de aviones, tanques y centros de tortura y exterminio. Luego del inicio espectacular y terrorífico de la contrarrevolución mundial de 1973, el llamado neoliberalismo terminó por imponerse en el resto del mundo, aunque no siempre utilizando la violencia represiva más directa. Según él, en esas transformaciones de la contrarrevolución mundial está la base de los nuevos fascismos molares y moleculares (o si se quiere, macro y micropolíticos) que estamos viendo aparecer por doquier.
El problema -señala- es que la influencia arrasadora de cierto foucaultianismo posmodernista ha preferido enfocarse en la gubernamentalidad neoliberal, o sea, en su aspecto “productivo”, y nos acostumbró a no poner el foco en estas violencias, lo cual sería un “punto débil” del pensamiento del 68: “La tradición de análisis que domina hoy, iniciada por Michel Foucault, ignora por completo la genealogía oscura, sucia y violenta del neoliberalismo, donde los torturadores militares se codean con los delincuentes de la teoría económica” (El capital odia a todo el mundo. Fascismo o revolución, Eterna Cadencia, 2020, pág. 20). Conozco a varios foucaultianitos que están muy enojados con Maurizio por estos dichos.
Pero vamos al grano: mi problema con el concepto “neoliberalismo” es similar al que tengo con los de “imperialismo” y “fascismo”: no es que no sirvan para designar ciertos fenómenos y aspectos de la realidad respecto a los cuales hay que posicionarse estratégicamente, pero cuando la izquierda se obsesiona con ser antiimperialista y/o antifascista, olvida nombrar (y combatir) al capitalismo mismo. Deja de pensar en términos de Crítica de la Economía Política (lucha de clases, subsunción formal y real, alienación y plusvalía relativa), para “defender la democracia” (liberal o iliberal según el caso) y realizar una serie de consideraciones “geopolíticas” para justificar su “campismo”, por lo general apoyando los BRICS y viendo en Putín y Jinpíng una nueva encarnación de Lenín.
De hecho, nunca me ha quedado claro si cuando la izquierda actual habla de neoliberalismo está designando una fase del capitalismo o una forma o modelo de desarrollo capitalista, que podría dejar de existir sin que por ella se haya acabado el capitalismo mismo, adoptando -por ejemplo- otros modelos alternativos como -para los izquierdistas tipo ATTAC/Foro Social Mundial y sus herederos- un regreso (imposible) al “Estado de Bienestar” keynesiano; o -para los izquierdistas soberanistas y neoestalinistas- el capitalismo de estado con bandera roja de China, o el burocrático/mafioso y a la vez “tradicionalista” de Rusia.
Durante la revuelta social del 2019 el concepto de neoliberalismo estaba en el centro de las demandas. Concentraba todos los malestares, y el horizonte de cambio de gran parte de la gente de izquierda era el de su superación (por vía de la redacción participativa de un nuevo texto constitucional). “El neoliberalismo nace y muere en Chile”, decían, antes de correr a votar apruebo y hacer campaña por Boric contra el “fascismo neoliberal” representado por José Antonio Kast.
Unos días antes del famoso Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución suscrito por Piñera, Boric y casi todos los partidos -menos el comunista y el republicano, pues alguien tenía que simular por derecha y por izquierda que eran formaciones “radicales”-, un columnista en CIPER se encargaba de explicar que el neoliberalismo es al mismo tiempo: 1) una respuesta a la pregunta por el momento actual del capitalismo post 1973, 2) una forma específica de gobierno de los problemas sociales que tiene por modelo al mercado, 3) una red de producción de conocimiento y 4) una particular forma de vida cotidiana (José Ossandón, “¡Abajo el Neoliberalismo! Pero ¿qué es el neoliberalismo?”, Ciper, 8 de noviembre de 2019). Como se puede ver, no hay alusión alguna a la violencia terrorista propia de la imposición a sangre y fuego del neoliberalismo en Chile, y las maneras en que dicha violencia no ha dejado de reproducirse y transformarse en medio siglo de contrarrevolución permanente.
Dos años después, el filósofo Rodrigo Castro refutaba esta popular creencia afirmando que “es cierto que Chile cumplió un rol importante en su desarrollo desde el punto de vista experimental, pero sus fuentes hay que buscarlas en otro lugar. Sobre este asunto existe un amplio debate en las ciencias sociales. Las fuentes serían la doctrina neoliberal elaborada en el primer mundo desde mucho antes (Hayek, Mises, etc.) y la respuesta a la “crisis cultural” del 68, y Chile sólo tendría “el dudoso mérito de haber sido el ‘país cobaya’ del neoliberalismo mundial” (Rodrigo Castro, “El neoliberalismo no nace ni muere en Chile”, revista Disenso, 2 de noviembre de 2021).
Dos libros bastante recientes que tengo en mis manos se refieren a ambos temas: la violencia con que se aplicó el experimento en Chile, y los antecedentes más profundos del proyecto anticolectivista de largo plazo que representa desde sus inicios el neoliberalismo.
El primero es La opción por la guerra civil, subtitulado “Otra historia del neoliberalismo”, obra de los franceses Christian Laval y Pierre Sauvetre (sociólogos), Pierre Dardot y Haud Guéguen (filósofo/a). El libro, que abunda en referencias a Chile, fue publicado en francés en Montreal en el año 2021 (o sea, antes de la derrota de la Nueva Constitución en septiembre del 2022, sobre la cual los autores depositan no pocas esperanzas a lo largo de su análisis). El 2024 se publicó en español por LOM en Chile y Tinta Limón en Argentina.
Había leído algunas críticas a Dardot/Laval, como la que hace el ya referido Lazzarato: “La diferencia entre mi análisis del neoliberalismo y los de Michel Foucault, Luc Boltanski y Eve Chiapello o de Pierre Dardot y Christian Laval es radical: estos autores borran los orígenes fascistas del neoliberalismo, la ‘revolución mundial’ de los años sesenta -que está lejos de limitarse al 68 francés-, pero también la contrarrevolución neoliberal, el marco ideológico de la revancha del capital” (op. cit., pág. 25).
“La opción por la guerra civil” sirve en cierta medida para contrarrestar o ponderar esas críticas, puesto que lo que se analiza es, por un lado, los antecedentes del pensamiento neoliberal, cuyas primas manifestaciones se podrían fechar en los años treinta del siglo pasado, cuando precursores como Hayek y Mises se dedicaron a diseñar un plan de larguísimo plazo para derrotar de antemano y de manera permanente al adversario colectivista y/o socialista. Pero en ese empeño, los autores también demuestran contundentemente que los neoliberales de ayer y de hoy nunca despreciaron el recurso a la violencia pública y privada, ni a las coyunturales pero decisivas alianzas con el fascismo cuando de poner orden en la casa se trataba.
El caso de Chile como “la primera contrarrevolución neoliberal” está en el centro de su análisis desde el primer capítulo. En esto, los autores también se alejan de los análisis más conocidos, inspirados en Foucault, pues al igual que Lazzarato consideran que “esta genealogía ocultó la violencia abierta mediante la cual el neoliberalismo, en determinadas circunstancias, es llevado a imponerse” (p. 27).
El libro dedica bastante de su esfuerzo a dilucidar los mecanismos jurídicos y políticos con que opera el neoliberalismo, como los distintos usos del “estado de excepción”, o la necesidad que tienen de capturar un Estado fuerte desde el cual puedan desregular ciertos sectores de la economía: un objetivo que no pueden lograr desde fuera del poder estatal, y que a mi juicio revela la falacia del discurso seudo-anarquista de liberal-libertarios y anarcocapitalistas, que pretenden erigirse en enemigos del Estado mientras ejercen el terrorismo político y económico, ajustando el tamaño y la forma del aparato estatal para maximizar los beneficios del capital en desmedro de poblaciones cada vez más proletarizadas pero con cada vez menos conciencia de clase que, paradójicamente -o no tanto-, tienden a identificarse con líderes populistas de derecha como Bolsonaro, Milei o Trump, que actúan como canales de expresión de un resentimiento que se descarga contra migrantes, progres, antifascistas, feministas e islamistas.
El hecho de que las nuevas derechas y los nuevos fascismos estén logrando estos objetivos, haciendo gala de una demagogia que les permite presentarse a sí mismos como defensores del pueblo y la nación en contra del “globalismo liberal”, es un fenómeno que no puede ser explicado sin tener en cuenta la complicidad de la izquierda. Los autores lo manifiestan claramente cuando dicen que “el ascenso del neoliberalismo nacionalista de la derecha radical no habría podido captar el resentimiento de las clases populares sin esta participación activa de la ‘izquierda’ en la ofensiva neoliberal” (p. 17). Es algo que todos sabemos, pero que el “progresismo” en sus diversas y renovadas versiones prefiere olvidar.
El segundo libro que quiero referir es Violencia política-sexual y terrorismo de Estado en la dictadura civil-militar en Chile. La genealogía oscura del neoliberalismo, de Jocelyn Maldonado Garay, editado por LOM en el 2024. En su especificidad, este libro viene a complementar lo señalado en La opción por la guerra civil y otros análisis recientes como el del Jorge Pávez Ojeda en Imbunches de la dictadura. El fundamento sádico de la dominación neoliberal (Metales Pesados, 2023).
Los casos de aplicación de tormentos que hemos referido en el período dictatorial permiten entender una dimensión específica del terrorismo de Estado impuesto como “violencia fundadora” del neoliberalismo en Chile. Esta dimensión es lo que Jocelyn Maldonado Garay en un libro reciente ha definido como “violencia política sexual” (V.P.S.), a la que define como un tipo de violencia sexual que merece una especificidad: “es el tipo de violencia sexual que asume la forma de un cuerpo político institucionalizado formal o informalmente” (p. 65). Esta institucionalidad puede ir desde los Estados, a través de su fuerza policial, a organizaciones supranacionales “en nombre de la paz”, organizaciones paraestatales (desde guerrillas a narcotráfico) e incluso grupos revolucionarios o subversivos.
La práctica de la VPS se utiliza “como manera de imponer un orden y un control político sobre un cuerpo individual y social”. Su ejercicio “tiene primordialmente una finalidad instrumental-racional”; opera como “una forma específica de violencia contra los cuerpos, una tecnología del dominio y el disciplinamiento sexo-corporal-social, en la que operan técnicas y mecanismos de poder enraizados en el sistema sexo-género imperante a través del ejercicio de la violencia sexual, con la función individual de feminizar el cuerpo flagelado y la función social de estructurar un orden social, sexual, en función de la ‘Ley del Padre’ […]. Un orden social que va asociado a formas específicas de la explotación/trabajo (productivo/reproductivo)” (p. 66). Por tanto, hay un vínculo directo entre la VPS y la sociedad capitalista/patriarcal.
Además de los contextos bélicos en que se produce o utiliza la VPS (desde la entrada del Ejército Rojo en Berlín en abril de 1945 al genocidio en Ruanda en 1994), los Estados pueden asumirla como parte de sus métodos represivos contra la sociedad civil o el enemigo interno «como técnica de disuasión y amedrentamiento, como pedagogía del terror y patriarcal”, ya sea en la modalidad de “alta intensidad” que asume durante las dictaduras, o con una “intensidad relativa” en períodos de relativa paz social, contra manifestantes, activistas, minorías y disidencias sexuales, etc.
En la dictadura chilena, Maldonado destaca que se asumió esta estrategia “en el marco del terrorismo de Estado en contra de jóvenes, hombres y mujeres que manifestaron públicamente su decisión política a través de la participación activa en las diversas organizaciones sociales que apoyaron al gobierno de la Unidad Popular”. Estas torturas y agresiones sexuales “fueron perpetradas por agentes de los diferentes aparatos de inteligencia: Ejército, Marina, Fuerza Aérea, Carabineros de Chile y Policía de Investigaciones”, y habría que agregar a los “elementos civiles” (por lo general militantes nacionalistas y de extrema derecha) que participaron y colaboraron con la DINA, la CNI y la SIFA, además de “civiles involucrados, como médicos, exmiembros de Patria y Libertad, las familias Matte, Kast y otras que trabajaron con los militares, avalando las violencias del régimen” (p. 71).
La VPS aplicada por la dictadura, justificada por el discurso de la “guerra contra el marxismo”, fue de alta intensidad en lo cualitativo y cuantitativo, “debido a la masividad con que se incurrió en la utilización de estas técnicas, así como también por los componentes físicos y espaciales donde fue utilizada” (centros de exterminio y tortura) y “por los componentes tecnológicos y técnicos que fueron empleados en estos lugares”.
Maldonado identifica algunas de las formas concretas que asumió la VPS luego del golpe de Estado:
- Agresión verbal con contenido sexual.
- Amenazas de violación de su persona o de familiares suyos.
- Coacción para desnudarse con fines de excitación sexual del agente.
- Simulacro de violación.
- Obligación de presenciar u oír la tortura sexual de otros detenidos o de familiares.
- Obligación de ser fotografiadas en posiciones obscenas.
- Tocamientos.
- Introducción de objetos en el ano o la vagina.
- Violación en todas sus variantes (penetración oral, vaginal, anal).
- Violaciones reiteradas, colectivas o sodomíticas.
- Forzamiento a desarrollar actividades sexuales con otro detenido o un familiar.
- Introducción de ratas, arañas u otros insectos en la boca, el ano o la vagina.
- Violaciones con perros raza bóxer adiestrados para este tipo de tortura.
- Agresiones a los genitales.
La autora nos recuerda que estas experiencias y técnicas fueron silenciadas por décadas del discurso público, y recién salieron a la luz con los Informes Rettig y Valech. Durante la revuelta del 2019, la masividad y sistematicidad de las violaciones de derechos humanos que produjo la intervención militar y policial en contra de quienes participaban en las manifestaciones nos recordó de nuevo y a plena luz del día que toda la realidad social en que habitamos reposa sobre esta inmensa acumulación de violencia institucional y sexual. La impunidad pactada y garantizada a sus perpetradores desde el famoso pacto del 15 de noviembre del 2019 fue profundizada con la agenda securitaria del gobierno de Boric, surgido de una “victoria pírrica del antifascismo” en las elecciones del 2021 -al decir de Jorge Pávez Ojeda-.
Ambos libros nos ayudan a dimensionar el enorme continuum represivo cuyos contornos delinean la totalidad de la experiencia de la vida atrapada en el orden capitalista de la era neoliberal, al que el gobierno progresista ha incorporado herramientas tan letales y viciosas como la Ley Naín-Retamal (21.560, de 2023) y la Nueva Ley Antiterrorista (21.732, de 2025).
Pues si ya en 1920 el joven Lukács nos decía que “la condición de una franca actitud revolucionaria frente al Derecho y el Estado consiste en descubrir, bajo la máscara del orden jurídico, el aparato de coacción brutal al servicio de la opresión capitalista”, en las actuales condiciones el derecho aparece como una verdadera “máquina de guerra neoliberal”, una herramienta decisiva del partido del orden en la actual “guerra civil global”.