Lo que está ocurriendo hoy no puede analizarse sin recordar nuestra historia.
Un libreto viejo con actores nuevos
Estados Unidos no ha inventado nada nuevo para Chile: simplemente ha desempolvado su manual histórico de intervención política en América Latina. Y en esta elección presidencial, el patrón vuelve a repetirse con una claridad insultante.
Durante los últimos meses, una serie de señales diplomáticas, declaraciones públicas y visitas de figuras políticas estadounidenses han configurado un escenario difícil de ignorar. No estamos ante hechos aislados: estamos ante una operación política de manual, similar a las ya constatadas por informes del Senado estadounidense (Comité Church), documentos desclasificados de la CIA y las prácticas que marcaron los años setenta.
La llegada del nuevo embajador norteamericano a Santiago, apenas días antes de la primera vuelta presidencial, encendió las alertas. Con menos de dos semanas en el país, el diplomático ya estaba opinando sobre la administración del presidente Gabriel Boric y —con sorprendente soltura— insinuando cuál sería el gobierno más conveniente para Washington: “Ciertamente habrá un Gobierno con el que será más fácil trabajar”, declaró y añadió que “Hay gobiernos que están ideológicamente en línea con nosotros”.
Un embajador opinando públicamente sobre la política interna de un país anfitrión no es diplomacia: es presión. Y la presión no quedó ahí. El embajador reprochó públicamente que el Presidente Boric no respondiera los llamados del secretario de Estado Marco Rubio, dejando entrever una molestia impropia de un representante diplomático. Ese tono no es accidental, es parte del mensaje.
Congresistas de Florida: advertencias importadas
La intervención también vino desde el mismo corredor político que históricamente ha usado a América Latina como bandera electoral interna en Estados Unidos: Florida. Tras el triunfo de Jeannette Jara en las primarias, la congresista María Elvira Salazar advirtió “¡Cuidado Chile! La izquierda ha cruzado la línea al nominar a Jeannette Jara, una comunista radical…”.
¿Desde cuándo un parlamentario extranjero puede dar instrucciones públicas sobre un proceso electoral chileno?, ¿desde cuándo Chile debe aceptar advertencias diseñadas para consumo interno de la política estadounidense? Estas declaraciones no expresan preocupación por la democracia chilena. Son parte de una narrativa anticomunista heredada de la Guerra Fría, utilizada para justificar las más crueles intervenciones políticas en la región.
La visita de Mike Pence: un mensaje directo al próximo presidente
Y en medio de la campaña presidencial, llegó de visita a Chile el ex vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, figura central del trumpismo y del conservadurismo religioso norteamericano. Su visita no fue casual, coincidió con el tramo final de la campaña electoral y se desarrolló en un seminario organizado por grupos ligados a la derecha empresarial chilena.
En entrevistas concedidas exclusivamente a El Mercurio, Pence envió un mensaje inequívoco al futuro presidente de Chile “Contesten el teléfono. El Presidente de Estados Unidos tomará la llamada… y podrán avanzar desde ahí”.
La frase no solo suena autoritaria; recuerda los tiempos en que Washington instruía directamente a los gobiernos latinoamericanos sobre cómo alinearse con su política exterior.
La memoria histórica
Lo que está ocurriendo hoy no puede analizarse sin recordar nuestra historia.
En 1970, la administración Nixon ordenó impedir a toda costa la llegada de Salvador Allende al poder. Documentos desclasificados muestran financiamiento directo a partidos opositores, campañas de desinformación, bloqueo económico y contactos secretos con militares golpistas.
En 1973, la CIA operó activamente para desestabilizar al gobierno de la Unidad Popular. Agustín Edwards Eastman —propietario de El Mercurio— fue parte de esas operaciones, según múltiples informes oficiales estadounidenses.
La estrategia siempre fue la misma:
- Manipular la opinión pública,
- Financiar actores locales afines,
- Alinear al empresariado y a los medios,
- Enviar operadores políticos disfrazados de diplomáticos,
- Influir en el desenlace político.
Las similitudes con la situación actual son imposibles de ignorar.
La pregunta es obvia: ¿por qué Estados Unidos interviene hoy?
Existen varios factores que convergen: Competencia geopolítica con China, especialmente por el litio, cobre y puertos; interés en gobiernos alineados con su agenda de seguridad, en el contexto de tensiones globales, temor de un viraje progresista en Chile, que consolide un eje político distinto al promovido por Washington y la necesidad de reafirmar su influencia en la región, debilitada en los últimos años. La conclusión es simple: Estados Unidos vuelve a actuar porque considera que Chile es estratégico y porque aún hay sectores locales dispuestos a amplificar su narrativa.
Es fundamental que los sectores más progresistas de nuestro país, los movimientos políticos y sociales y los chilenos y chilenas que no quieren que la historia se repita, estén alertas y denuncien con fuerza estos intentos de manipular nuestro destino. En estos últimos tres meses hemos visto, intervenciones diplomáticas abiertas, declaraciones inapropiadas de congresistas estadounidenses, visitas de figuras de derecha norteamericana, presiones y amenazas directas al gobierno en ejercicio… A medio siglo del golpe de Estado de 1973, Washington intenta nuevamente influir en el futuro político chileno.
Por eso es necesario afirmarlo con claridad:
Chile no necesita tutores.
Chile no necesita advertencias desde Florida.
Chile no necesita operadores extranjeros.
Estas elecciones son nuestras y la decidirá el pueblo chileno, no la Casa Blanca.
Fuentes: