Creadora de la plataforma de pensamiento crítico Radio África, su trabajo recorre la memoria colonial, las genealogías y las formas de imaginación y resistencia de la negritud.
Tania Safura Adam Mogne es investigadora, escritora y curadora. Nacida en Maputo en 1979 y residente en Barcelona desde hace décadas, se reivindica como mujer negra africana en un contexto que con frecuencia intenta nombrarla como afrodescendiente. Fundadora de la plataforma de pensamiento crítico Radio África, su trabajo recorre la memoria colonial, las genealogías y las formas de imaginación y resistencia de la negritud. A través de la curaduría, la investigación, la escritura y la radio, cuestiona cómo se narran, archivan y representan las experiencias negras en España y en Europa.

En la actualidad dirige Archivos Negros, lidera España Negra y coordina el Grupo de Estudios Negros Ibéricos. Su pieza Orogenia Panafricana forma parte de la exposición “Proyectar un planeta negro. El arte y la cultura de Panáfrica”, que puede verse en el MACBA hasta abril de 2026.
Siempre
he pensado que la concepción y la percepción del tiempo en África son
muy diferentes a las de Europa. No sé si tienes la misma impresión de
Maputo, la ciudad en la que naciste, sobre si allí el tiempo es veloz o
no.
La percepción del tiempo de quien vive fuera y vuelve a su
lugar de origen cambia: todo se vuelve frenético, como si el tiempo se
encogiera porque tienes que hacer el máximo de cosas posibles, ir a
visitar a este, hacer lo otro, ir a no sé qué lugar… Vives en un tiempo
paralelo, en tu propia locura, entre visitas a los vivos y a los
muertos. Porque yo siempre voy también a visitar a mis muertos, incluso a
aquellos que no conocí.
Siendo niña, te mudaste con tu familia
a Lisboa y luego a Madrid. ¿Cómo fue ese salto entre Maputo y Lisboa, y
entre Lisboa y Madrid?
El salto a Lisboa fue orgánico debido a
la conexión colonial: la misma lengua, vínculos familiares y musicales.
Era la metrópolis; ese lugar europeo donde hacía frío, pero que
conservaba algo que resonaba y la posibilidad de estar juntas. Viví en
Lisboa desde los seis hasta los diez años; sin embargo, cuando vuelvo,
me sigo sintiendo como en casa.
Al mudarme a España, noté enseguida lo distinta que era de Portugal. Para empezar, la gente gritaba mucho, como si estuviese todo el tiempo enfadada. Ahora, sin embargo, me ocurre lo contrario: cuando voy a países como Portugal o Brasil, siento que soy brusca con mis palabras. El español de España es un idioma que impone, mucho más rápido y con un tono más agresivo que el portugués, que resulta más suave y posee formas de acercamiento y de pensamiento más tranquilas y reflexivas
También me llamó la atención el vacío en torno a la negritud. En Portugal había más conexión con África y se veían muchas más personas negras por las calles. Había vida africana.
¿Llegaste a Madrid a principios de los años 90, más o menos?
En
el 89, mi familia se mudó a Madrid por el trabajo de mi padre en la
compañía aérea, y vivimos en un barrio cerca del aeropuerto de clase
media y muy blanco. Para mí, venir a España fue un trauma, aunque con el
tiempo me fui adaptando. Gracias al trabajo de mi padre, siempre había
gente invitada, conocidos o no, y el hogar se convirtió en el lugar de
conexión con esa africanidad que apenas se encontraba en la calle. En
casa escuchábamos música, comíamos, hablábamos de la gente que dejamos
allá y estábamos en contacto con Maputo y con Lisboa. Era, realmente,
otro mundo.
Pero esa ausencia de lo negro en Madrid, ¿la notaste en ese momento o es algo que has ido reflexionando a posteriori?
No,
claro que lo notas, porque ya tienes la edad en la que te das cuenta de
las cosas. Me reía con mi madre y siempre le decía que nos íbamos a
tener que casar con un blanco, porque no había hombres negros. Era un
pensamiento que iba más allá: “¡Aquí no hay nadie como nosotras!”. Me
generaba una gran incomodidad.
Al mismo tiempo, percibías mucha curiosidad por parte de los demás, éramos gente a la que observar y de quien hablar. Para mí, siempre ha sido incómodo ocupar ese lugar.
Me has hablado antes de los sabores de
casa y de la música. Eres una gran melómana, hasta el punto de haber
escrito muchos artículos sobre el tema y el libro: Voces negras.
Una historia oral de las músicas populares africanas. ¿Cómo empieza tu
vinculación con la música negra y a qué lugares te transportan las
canciones y los sonidos negros?
La música es, ante todo,
intimidad. No soy una persona demasiado sociable; me gusta estar en mi
propio mundo escuchando mis canciones. Así que escuchar música es como
estar con ese amigo o amiga que siempre está presente y te permite
viajar según cómo te sientas en cada momento. También es un espacio de
comunión. Cuando estoy en casa, con la familia, es comunión, es baile,
es estar juntas. En mi adolescencia, esa comunión comenzó a darse fuera
de casa; me encantaba ir a las discotecas. Me lo pasaba muy bien. Era la
típica que se subía al podio a bailar, no para mostrarse, sino porque
disfrutaba.
Sin embargo, en esos momentos empezó la desconexión sonora, porque no se escuchaba música africana. Así que comencé a conectar con otros sonidos, como el house o el techno occidental, hasta que llegó un momento en que ese sonido se volvió ajeno y perdió todo el sentido para mí. Años más tarde, ya en Barcelona, sentí la necesidad de retomar los sonidos africanos y lo fui haciendo a través de Radio África. Al investigar los contextos musicales del continente, descubrí una serie de sonidos con los que conectaba de manera intensa y profunda.
¿Qué te proponías al escribir este libro y qué supuso personalmente para ti el proceso de investigación y escritura?
La
investigación fue muy compleja y avanzó lentamente, primero porque
África es musicalmente inabarcable y la mayor parte de la literatura
musical está en inglés y en francés. Me topé con una erudición musical
que me abrumó. Luego, estaba el hecho de que quería compartir mi viaje
personal desde el momento en que dejo las músicas blancas y empiezo a
adentrarme en el mundo negro. Compartir esa exploración era importante,
ya que fue un desborde en todas sus dimensiones. Por eso es un libro
visual y sonoro, que invita a experimentar la música no solo desde la
lectura, sino también a través de las listas musicales accesibles
mediante los códigos QR que comparto en el libro, para que quien lo lea
tenga esa sensación.
Una vez que conseguí encontrar el rumbo, la estructura, que varía entre el ensayo y la conversación, sentí la necesidad de revisar los sonidos que me han conformado en esos lugares que siempre han formado parte de mi vida: Maputo, Ressano García, Tete y Lisboa. Escribir ese texto me supuso mucha sanación. Lloré muchísimo al aceptar que esos silencios sonoros no hicieron más que alienarnos.
Acepté que esas músicas eran ortopédicas en este entorno y pensé que no eran importantes; algo que nos ocurre a muchísimas personas negras. No valoramos lo que tenemos porque este sistema-mundo ha creado esa distorsión llamada racismo cultural, que alimenta lo que Fanon denominó sociogenia: cómo el racismo y el colonialismo moldea nuestra psique desde lo social, hasta hacernos creer que lo que somos no importa. Encontrarme de nuevo con ese pasado despreciado y recuperarlo a través de la escritura me sentó muy bien.
Eres
una gran investigadora sobre lo negro. ¿En qué momento te das cuenta de
que quieres revertir esa ausencia de lo negro, de la que me has
hablado, en la sociedad española y cuál es el primer proyecto que
desarrollas?
No tengo claro en qué momento exacto, supongo que fue al crear Radio África.
Sonidos urbanos, en 2012, un podcast en el que viajaba a diferentes
ciudades y, a través de distintos grupos, compartía lo que estaba
ocurriendo en las ciudades africanas. A partir de ahí, empecé a conectar
con todo un universo de programas y revistas de la música africana. Fue
un momento de eclosión muy interesante, y me lo pasé muy bien. Aprendí
muchísimo. Dedicaba horas y horas a escuchar, a investigar, a leer.
Después, Radio África pasó a ser un magazine. Incluso me aventuré con una marca de complementos, de alpargatas y bolsos, de african print: Safura. Era un homenaje a mi abuela paterna, a la que no conocí y que, al mismo tiempo, encarnaba la hibridación que: una mujer africana con múltiples conexiones ancestrales con Asia y que, ahora mismo, vive en Europa y tiene hijos catalanes.
Una idea muy novedosa por entonces.
Novedosa
y, a la vez, naïf, porque también era estética. En un momento dado, esa
esteticidad se agotó, exigiendo dar paso a procesos de transformación
real. Creo que los individuos no vivimos al margen de las tendencias
globales y aquel fue un momento muy particular porque los discursos de
pensamiento crítico estaban a la orden del día. Era un momento caótico,
pero muy interesante, en el que descubrí a Achille Mbembe y su libro
seminal Crítica de la razón negra, así como Cartografías de la diáspora: identidades en cuestión,
de Avtar Brah, o la obra, importantísima para mí, de Stuart Hall; a
quien conocí a través de un obituario por su muerte en el periódico,
cuya foto aún conservo. A ellos se suman tantos otros autores que, a
partir de ese momento, me hicieron cuestionarme a mí misma y todo lo que
había creado hasta entonces.
¿Cuestionarte en qué sentido?
Radio
África siempre tuvo una intencionalidad dentro del ámbito cultural,
pero su incidencia era limitada. Carecía de verdadera profundidad
política. Por eso decidí detener el proyecto y reflexionar sobre qué era
exactamente, qué aportaba y cómo dialogaba con todo ese nuevo universo.
Con el tiempo, he comprobado que ese diálogo ha sido muy complejo.
Ahora se encuentra en otro momento y en otro lugar que, de algún modo,
resultan más pragmáticos.
Te he escuchado en alguna ocasión
reflexionar sobre cómo el antirracismo ha copado el discurso negro, se
ha mercantilizado y, en cierta medida, ha sido fagocitado por el sistema
como la parte discordante pero biensonante del mismo.
Hay algo
que comparten ambos momentos, el de 2012 y el actual, que es la
confusión. Digamos que la emancipación negra siempre es un proceso
atravesado por los intereses blancos y del capital. Sin embargo, creo
que es nuestra responsabilidad aportar pensamiento, ideas y diálogo. Y
eso es justamente lo que echo de menos ahora.
Al leer a muchos pensadores negros, me doy cuenta de que ellos también han vivido y siguen viviendo toda la complejidad de cualquier proceso de emancipación de una comunidad negra, pues siempre existen pugnas ideológicas e injerencias y eso es algo que debemos aceptar. Esa confusión es inherente a este sistema y surge por varias razones: nos percibimos como homogéneos; ciertos actores que se postulan como representantes sin serlo; las instituciones fagocitan…
Cuando los movimientos empiezan a flirtear con la institución y determinadas personas se incorporan a sus filas, arrastran a las demás y las ideas e intenciones se pervierten. Una de las consecuencias más evidentes es la mercantilización y apropiación de las luchas por parte de algunos autores. Es decir: “yo puedo vender la comunidad”. Pero la comunidad no está en venta, porque no existe; es ficticia. En todo caso, existen comunidades, personas, heterogeneidad, ideologías y distintas formas de comprender la complejidad de la negritud.
A veces tengo la sensación de que algunos de los actores de los que hablas están construyendo, o no sé si deconstruyendo, una negritud para la blanquitud.
Está claro que sí. Soy una persona que colabora
con las instituciones y que lleva muchos años haciéndolo desde una
situación de privilegio, y creo que ganado. Hace tiempo que trabajo en
un marco muy concreto, el cultural, que es muy distinto del marco
activista.
Lo que está ocurriendo es que ciertos discursos activistas, poco profundos, están penetrando en las instituciones culturales y generando un marco de desconcierto. La cultura y el arte son espacios de experimentación donde no existen enunciados absolutos, lo cual choca directamente con las lógicas del activismo. Pero la institución extractiviza y no vela por la calidad de los contenidos ni de las propuestas, no se compromete en los procesos de educación o desarrollo intelectual. Es decir, solo busca resultados, sin asumir la responsabilidad que implicaría una verdadera transformación intelectual, ética o educativa.
Dicho esto, creo que la negritud no necesita estar sentada en un mismo lugar, bajo la idea de colectivo o comunidad, para poder dialogar. Cuando leo a Du Bois, estoy conversando con él porque existe una genealogía del pensamiento; es decir, puedo dialogar con personas sin estar necesariamente en el mismo espacio o tiempo. Por eso hablo de desconcierto. Actualmente se libra una pugna de poder egocéntrica porque la estructura no se ensancha y porque la institución busca representar la “otredad”. Vamos camino de ser una sociedad altamente segregada.
Y, por último, el papel de la academia es nefasto. Ahí donde se debería generar conocimiento, nos encontramos con muchos académicos blancos que entran en todas las cuestiones negras, no para comprenderlas y aportar lucidez, porque en el fondo no les interesa, sino para capitalizarlas simbólica e institucionalmente. Son un grupo de personas que lo único que buscan es…
Taxonomizar la negritud: hacer clasificaciones, colocar a cada quien en su cajoncito y ya está…
Absolutamente.
Y eso no está aportando pensamiento. Es decir, buscan ampliar su propia
autoridad, consolidar su prestigio y aprovechar un campo de estudio que
ahora es rentable, sin asumir la responsabilidad ética que exige pensar
desde y con las comunidades negras. También hay que reconocer a quienes
sí lo hacen y trabajan con rigor y compromiso. Aun así, lo que
finalmente obtenemos es un sistema epistemológico completamente
descompensado.
Finalmente, creo que es importante que entendamos la responsabilidad que tenemos cada una de nosotras y no depositemos nuestras acciones en un líder máximo. Eso pertenece al pasado. Afortunadamente, es un modelo que no ha funcionado y nunca funcionará, entre otras cosas porque es un modelo profundamente machista.
¿Crees
que ahora mismo hay un exceso de lo estético, lo performativo, el
Instagram y las redes, más que de pensamiento, reflexión e ideas de base
bien elaboradas?
Sin
lugar a duda, existe una banalidad inherente al momento que vivimos: una
performatividad estética, más simbólica que política, centrada en la
visibilidad en redes sociales, campañas o imágenes, más que en cambios
estructurales reales. Lo que hoy predomina es una victimización
acompañada de una necesidad constante de atraer la mirada blanca para
obtener recursos, lo que un amigo llama “la industria del antirracismo”.
¿Es malo? No lo sé todavía, pero no puede ser el único espacio
disponible.
Por otro lado, el exceso de demandas identitarias está arrastrando el pensamiento hacia un lugar poco interesante, caduco e insostenible, como las políticas identitarias. La negritud en España es plural, no se puede pretender que seamos iguales porque hay múltiples experiencias y realidades.
Con todo, echo en falta un espacio para reflexionar sobre estas cuestiones, extraño un debate intelectual sólido que ahora mismo no se está dando. Esto no implica que no existan iniciativas valiosas, al contrario, están empezando a surgir y merecen apoyo, tiempo y cuidado.
En la conversación de Radio Web MACBA mencionas precisamente
ese aspecto, el exceso del relato identitario doloroso y victimista.
Decías que hay que emanciparse de todo eso para ir un poco más allá.
No
me traigas ideas de EE. UU. a través de Angela Davis, por mencionar
solo a una, y las plasmes aquí sin más, eso no tiene sentido. No
cuestiono su importancia, al contrario, sino la necesidad de situar sus
teorías. Aunque existan puntos en común, la realidad en España es muy
diferente a la de Estados Unidos. Para poder traducir esas ideas y
teorías, es indispensable comprender cómo es este país y cómo se ha
relacionado históricamente con la negritud. Solo desde ahí es posible
enunciar algo sostenido. Y te aseguro que hay muchos hilos de los que
tirar.
Somos sujetos oprimidos y esa opresión es real, pero las formas de intersección son múltiples. Y si la enunciación consiste únicamente en afirmar que la sociedad española es racista o en decir que te molesta que te toquen el pelo, y esa enunciación genera superventas, lo que se fomenta es una industria del antirracismo paupérrima a nivel intelectual y social, además de muy poco creativa. No niego que haya trabajos valiosos, que los hay, pero quedan eclipsados por dinámicas más superficiales a las que el sistema premia.
Hay una enorme falta de trabajo y cuando no existe una producción sólida, ni investigación, ni genealogía del pensamiento, el terreno queda abierto para que se repitan fórmulas ajenas y se capitalicen discursos sin cuestionamiento.
También
está la cuestión de la negritud desde un punto de vista mercantil.
Parece que algunos libros incorporan la palabra “negro” no como
reivindicación política, sino para volver a captar la atención de la
blanquitud y disparar las ventas.
Absolutamente. Ahora mismo es
tendencia y vende. Todo el mundo quiere tener un amigo o trabajar con
alguien negro, pero a mí lo que me asusta es qué va a pasar cuando
dejemos de estar de moda.
Hemos hablado antes de los hiperliderazgos. ¿Por qué crees que son tan peligrosos?
Hay
muchos liderazgos, sobre todo masculinos, que me remiten a la figura
del pastor, del mesías: una figura profundamente religiosa. En un libro
sobre la historia de la música de Jamaica se explica cómo, durante los
procesos de emancipación de la esclavitud, se produjo una fragmentación
ideológica y surgieron distintas formas de entender la cultura negra.
Fue entonces cuando empezaron a aparecer pastores y líderes, algunos de
los cuales se convirtieron en figuras musicales de enorme influencia.
Tengo la sensación de que algo similar está ocurriendo ahora. Aquí, sin embargo, asistimos a la formación de una pequeña capillita con su propio pastor, su propio líder. Si no formas parte de ella, generas desconfianza y se convierte en un “conmigo o contra mí”. Ese líder no vela por la negritud, sino por la gente de su capillita, a la que eleva a autoridad principal, mientras el resto observamos con cierta incredulidad sus malas praxis… Es un despropósito absoluto.
Háblame
un poco del proyecto Archivos Negros, que te ha llevado mucho tiempo de
investigación, de recolección, de búsqueda y compra de material. ¿Cómo
surge la idea y qué fases ha conllevado algo tan complejo y con una
metodología que comprende tantas disciplinas diversas?
En el texto “Constituir un archivo”, del catálogo de la exposición de Manifesta 15, Archivos Negros: fragmentos de una metrópoli anticolonial,
explico muy bien ese proceso. Al escribirlo, comprendí que el proyecto
había comenzado incluso antes del nacimiento de mis hijos, cuando
comencé a trabajar temas de migración y cultura, en los inicios del
Espai Avinyó de Barcelona, alrededor de 2010.
De manera más consciente, todo arranca en 2021, tras una visita a la Biblioteca Chimurenga en el Pompidou de París. Allí tomé plena consciencia de las enormes carencias en la narración de la existencia negra en España. Lo que había era la voz de unas pocas personas de Guinea Ecuatorial, algún que otro intelectual, escritor o escritora africana, pero, sobre todo, muchos académicos blancos estudiando África desde lugares que, sinceramente, no aportan mucho. Pocos interpelan al pensamiento radical negro o incorporan la experiencia negra a ese análisis. Para esos académicos, nosotras somos objetos de estudio, no sujetos de nuestra propia historia.
A partir de esa gran ausencia empecé a configurar la investigación España Negra: viaje hacia la negritud en el espacio-tiempo. Desde entonces hemos creado el Archivos Negros y Grupo de Estudios Negros Ibéricos, a través de diferentes colaboraciones con el Reina Sofía, el CCCB, el IVAM, ARTIUM, ENAR, el MACBA, la Bienal Manifesta o La Casa Encendida.
Por otro lado, durante la investigación hablé con mucha gente, lo que me permitió pisar el terreno y observar la realidad en distintos territorios, con sus matices, sus dificultades, sus logros y éxitos, pero también su sufrimiento. Una realidad bien enrevesada, pero ajena a esa cierta élite negra que tiende a banalizar, simplificar o reducir la negritud, convirtiéndola en un discurso superficial, identitario o instrumental, lejos de las complejidades que atraviesan a las personas negras. Algunos se atribuyen el derecho de hablar en nombre de todos, cuando en realidad solo articulan su propia experiencia o sus propios intereses. Estas tensiones no invalidan la riqueza de la comunidad negra en España, que es diversa, creativa y llena de pensamiento aún por articular.
¿Qué importancia crees
que tienes sacar del olvido todas esas memorias del sufrimiento, pero no
sólo, también de la lucha, del pensamiento, de la otredad e intentar
reagruparlas, con toda la complejidad que eso tiene, en un archivo
negro? ¿Cuál es la importancia de que exista ese archivo?
No
busco rescatar del olvido únicamente las memorias del sufrimiento, pero
están ahí, como también lo están las agencias y otras múltiples memorias
que, si no se preservan, condenan a cada generación a empezar de cero. Y
eso es profundamente desgastador. Es importante que cada cual comience a
cuidar sus memorias, a guardar sus álbumes personales, a
digitalizarlos, a crear espacios donde compartirlos, porque si no lo
hacemos nosotras, nadie lo hará.
En una sociedad tan plural como la española, deben existir mecanismos y protocolos para salvaguardar las memorias de todas, no solo de algunas. En eso consiste precisamente el derecho a la memoria. Por esta razón reivindico la necesidad de múltiples archivos negros y de la incorporación de las existencias negras en los archivos oficiales de manera digna, no únicamente desde la violencia, como ha ocurrido hasta ahora.
En ese sentido, el
proyecto de Archivos Negros es pionero en España y lo seguirá siendo.
Pronto surgirán otros, y cada uno atenderá a un campo específico. El
archivo que estoy construyendo no tiene por qué responder a todas las
necesidades de las comunidades negras. Ese, en todo caso, sería un
proyecto a desarrollar por una institución, y tengo mis dudas de que
deba ser necesariamente una institución blanca.
Detrás de Archivos Negros hay un enorme trabajo y una gran intensidad. Aunque todo avanza lentamente y contamos apenas con recursos, seguimos adelante con cuidado, apostando por crear algo completamente novedoso y necesario para la experiencia negra en este territorio. Es muy fácil adjudicarse ese trabajo sin mencionar su origen. Lamentablemente, esto ya está ocurriendo y todo indica que continuará. Confío en que a medida que más proyectos negros se consoliden, será más difícil marginarlos o apropiarse de ellos.
Hablando de esta idea del plagio, ¿cómo se
siente, a nivel personal y profesional, que después de un esfuerzo
pionero de investigación, que exige conocimientos múltiples y
procedentes de distintos ámbitos, se silencie el papel pionero que
desempeñaste y ese trabajo que realizaste? Es decir, ¿cómo se viven esa
suplantación y ese plagio?
Siento frustración. Pero también
entiendo que el plagio no es algo que me ocurra solo a mí, sino que
responde a una tendencia a no trabajar y a buscar réditos inmediatos. En
el caso que nos ocupa, se traduce en “vender la comunidad”. Lo que más
me molesta es que, en algunos ámbitos, sobre todo académicos, artísticos
o culturales, esta cultura de apropiación del trabajo ajeno se tolere
con demasiada frecuencia. Un sistema que no protege la autoría ni
reconoce el trabajo pionero abre la puerta a estas prácticas.
No sólo no la protege, sino que a veces la acepta, y fomenta ese plagio comprando proyectos.
Sí,
efectivamente: hay instituciones públicas que, aun sabiendo que existen
esas prácticas, no solo no las sancionan, sino que las alientan y las
premian. Esta situación está generando una profunda incomodidad y
desigualdades.
La paradoja es que quienes afirman trabajar para la comunidad no aportan nada a su desarrollo ni a su pensamiento; lo único que generan es un espacio de esterilidad que empobrece a las comunidades negras, muy alentadas, además, por las dinámicas de este sistema tan segregacionista. Lo verdaderamente grave es que esta deriva está siendo impulsada por algunas instituciones que reproducen dinámicas históricas y que han logrado pervertir los movimientos y desactivar su potencial crítico.
En este contexto de apartheid cultural, el plagio se convierte en un síntoma más de un sistema que recompensa la apropiación y castiga el trabajo riguroso, impidiendo que el conocimiento circule de forma digna y transformadora.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/en-el-margen/tania-safura-negritud-necesita-pensamiento-visibilidad


