En los Montes de María, departamento de Bolívar, hace 20 años se cometió la peor masacre de las muchas que han perpetrado en Colombia los grupos paramilitares.
En El Salado, durante tres días de febrero de 2000, los paramilitares se dedicaron a arrancar orejas con cuchillos, a ahorcar a las mujeres, a matar con martillos, disparos, puñales, y a degollar a sus víctimas a ritmo de gaitas y tambores.
La verdad de lo que ocurrió en El Salado lleva 20 años escondida. Ni en los estrados ni en las calles del corregimiento que las víctimas rescataron de la maleza logran encontrar las respuestas para entender por qué la muerte se ensañó con sus familiares.
Una delegación asturiana visitó en 2001 El Salado, desolado y desierto tras la masacre… y un sobreviviente de esta enorme matanza, Lucho Torres, estuvo acogido a protección temporal en Asturias.
La masacre de El Salado es una de las más atroces de la guerra de exterminio en Colombia. Fue perpetrada entre el 16 y el 21 de febrero de 2000 por 450 paramilitares, que apoyados por helicópteros dieron muerte a 79 personas en estado de total indefensión.
Tras la masacre se produjo el éxodo de toda la población, 7.000 habitantes, convirtiendo a El Salado en un pueblo fantasma.
21 meses después… allí estaba Pachakuti y lo reportaba:
«2 de noviembre día de los muertos…, ¿por eso se escogió la fecha? No, aunque tal efeméride fuese comentada por el cura católico que ofició la misa de retorno, como un acto de acompañamiento en el que también participaron representantes de la Alcaldía, de la Personería, de la Procuradoría, de la ONG de DDHH ANDAS, así como periodistas del departamento…
¿Y qué vimos al llegar? Un pueblo fantasma, inundado por la manigua, desaparecidas por la vegetación sus calles, sus plazas, sus buenas casas, en los 21 meses de ausencia forzada de la población.
La historia: ha de tenerse en cuenta que estamos hablando de todo un corregimiento, el de Villa el Remedio, es decir, una entidad semimunicipal grande, que es más conocida por El Salado en alusión a sus aguas. Un pueblo rico, altamente productivo, de tabaco y frutales, de gente laboriosa y social.
Este pueblo sufrió un primer desplazamiento en 1997, y en aquella ocasión los paramilitares «sólo» les mataron a cinco personas.
A los pocos meses los pobladores negociaron con las autoridades el Retorno protegido y pactado para que esas tierras, modos de vida, recursos y comunidad no se perdieran. Y regresaron y reiniciaron sus vidas rotas por el desplazamiento.
El gobierno, sin embargo, no cumplió. Pero la protección del gobierno como que se hizo invisible: el 18 de febrero de 1999 llegaron de nuevo los paramilitares y estuvieron tres días enteros cometiendo masacres increíbles.
Mantuvieron a una niña de 6 años atada al centro de la plaza sin beber ni comer en medio del sol inclemente… hasta que murió. Asesinaron y descuartizaron a 79 personas (a 48 de las cuales al tercer día, para aliviar el hedor, las enterraron a escasa profundidad en cinco fosas en medio del pueblo).
Celebraron con licor y bailes sus hazañas mientras mantenían recluidos y horrorizados al resto de la población. Saquearon las tiendas, robaron los víveres, destrozaron el instituto de bachillerato, la casa de cultura, el preescolar… ¿Y los militares…?, … el gobierno seguía sin hacerse presente.
Finalmente, obligaron a huir al resto.
¿Alguien puede creerse que tales bestialidades pueden hacerse durante tanto tiempo, con tal alevosía, complacencia y tranquilidad, sin que exista complicidad absoluta del ejército colombiano, que tiene sus bases a 5 minutos de helicóptero y a una hora de camión del Carmen de Bolivar? ¿La protección negociada con las autoridades no significó en realidad una mayor indefensión ante la barbarie paramilitar?
Nuevo éxodo.- Y, naturalmente, que los sobrevivientes no tuvieron más remedio que desplazarse nuevamente girando errantes durante otros 21 meses, atreviéndose algunos a realizar denuncias del caso, y optando otros por la invisibilidad y el silencio, aterrorizados porque los papeles oficiales hasta el momento sólo provocan más muertes, más señalamientos para sus familias.
El Retorno.- En 21 meses el camino se ha deteriorado con las lluvias. De los nueve camperos de la caravana llenos de gente hasta los topes a cada rato se atasca uno y hay que bajarse y sacarlo de las zanjas. El natural alegre de los costeños se va alterando en este viaje tan peculiar y las bromas de los conductores y ayudantes no logran la complicidad habitual de la mayoría. Finalmente en un recodo del camino aparece un cartel tapado por los arbustos «bienvenidos al corregimiento de Villa El Remedio».
A un costado señalan el cementerio, pero no se ve porque la maleza lo ha superado. En otro recodo una señora señala el lugar donde asesinaron y rajaron el vientre de su hijo. Y en el lugar donde está el pueblo propiamente hay que desbrozar a machete caminitos para llegar a cada casa, destruidas las más, con pintadas e insultos paramilitares, vacías… un viejito recoge de la que fue su vivienda una muñequita, único superviviente…
¿Por qué vuelven…?
Habitualmente el desplazamiento forzoso de poblaciones en Colombia no se resuelve con retornos, simplemente porque no hay condiciones.
A la Alcaldía desde luego que le interesa «deshacerse» de tanta población desplazada que no tiene medios para atender…, pero ¿se dan condiciones especiales para el retorno al Salado? Parece que no todas o casi ninguna.
El ACNUR no se ha hecho presente aunque ha ofrecido algunas baratijas. El gobernador del departamento no envió a nadie. La única «protección» internacional (de forma casual) es la de Pachakuti.
La Red de Solidaridad Social, que es una instancia del gobierno, no ha llegado, pero en cambio Redepaz regaló una cruz de madera para la iglesia…
Entonces… la decisión de Retorno Digno es arriesgada y es fruto también de la desesperación de la comunidad, que no sabe para dónde tirar y no quiere tampoco perder definitivamente sus tierras y su pueblo…
¿Qué hacer? En esta nota de campaña tratamos de hacer un señalamiento de responsabilidades pasadas y de lo que pueda ocurrir: están todavía en investigación los hechos ocurridos, ¿en investigación?, ¿acaso no están ahí mismo las fosas comunes, los testimonios de los sobrevivientes, los cientos de denuncias de diversas organizaciones?
En realidad, ¿cuál autoridad militar es a la que le corresponde responder por estos crímenes?, porque ese es el único miedo. De lo que ocurra en El Salado, antes y ahora, es responsable el gobierno colombiano.
De que prosperen o no las reivindicaciones, las denuncias de los pobladores, a razón de las leyes colombianas, es responsable el gobierno colombiano. De que se restituyan los recursos, el centro de salud, el colegio, la casa de cultura, etcétera, es responsable el gobierno colombiano, el gobernador de Bolívar, la Alcaldía de El Carmen…
(Puede ser anecdótico, pero de forma similar a cómo los mafiosos de Estados Unidos nunca eran procesados por sus crímenes, pero sí por sus impagos fiscales, en este caso tal vez las autoridades judiciales debieran iniciar proceso a los militares responsables, por el destrozo de «bien público», el instituto de bachillerato, los equipamientos deportivos y culturales, el centro de salud, que el propio estado colombiano ha contribuido a preparar…).
¿Que qué cosa es el paramilitarismo en Colombia?
Pues es la misma barbarie de El Salado repetida mil veces, siempre, siempre para que las tierras y riquezas de los campesinos pasen a manos de los terratenientes.
Con el consentimiento, la complicidad, la cobertura, el apoyo decidido del ejército colombiano, que burla todas las leyes nacionales e internacionales y destruye la nación a marchas agigantadas.
Y el desplazamiento, ¿qué cosa es?
Bajo ese nombre tan «suave» se esconde una tragedia masiva, que en Colombia siempre-siempre tiene raíces en el enriquecimiento de unos pocos, a costa de la vida de cientos de miles.
El desplazado es un personaje que es llevado a niveles de degradación social por quienes provocan bestialmente el desplazamiento y por las autoridades que no cumplen la Constitución y las leyes, y ocultan los padecimientos de tres millones de personas.
Veinte años después de la masacre que lo hizo tan tristemente famoso, El Salado sigue siendo un pueblo fantasma. Solo 1.200 habitantes regresaron para repoblarlo -o resucitarlo-, pero ahora, en febrero de 2020, nadie camina por la calle principal y las puertas están cerradas de par en par. No hay música.
Dos décadas no han sido suficientes para que El Salado intente levantarse, apenas intente, porque por más que sus habitantes organizaran limpiezas en el retorno, nunca iban a solucionar las carencias en los servicios públicos. Se sienten abandonados, olvidados por un Estado que les falló y les sigue fallando.
Les falló el Estado, que permitió que los jefes paramilitares del Bloque Norte, Salvatore Mancuso, Rodrigo Tovar Pupo («Jorge 40») y John Henao («H2») se confabularan para enviar a sus mercenarios para acuchillar, estrangular o acribillar a balazos a 76 personas durante cinco días, sin que nadie interviniera.
En estos 20 años las amenazas de muerte han ido y venido y en El Salado no es tan fácil desestimarlas, vengan de donde vengan, precisamente por la historia de sangre que se ha escrito en el pueblo: a nadie se le olvida que el 23 de diciembre de 1999 un helicóptero dejó caer panfletos donde les informaban que disfrutaran de esas fiestas, porque serían las últimas.
Veinte años han sido insuficientes para olvidar que después de esos panfletos lo que sobrevino fue una barbarie que rebasa los límites de la imaginación.
A 20 años de la masacre en El Salado el recuerdo del horror sigue vivo entre los sobrevivientes.
Los saladeños presentían que algo terrible iba a ocurrir. En los últimos meses había señales de muerte por todos lados. Pero una década atrás nadie habría imaginado este terrible desenlace. El Salado era un corregimiento de Carmen de Bolívar, ubicado a 18 kilómetros de la cabecera municipal, por una trocha que con frecuencia se convertía en lodazal. Aun así, era una tierra promisoria, con 5.000 habitantes urbanos y otro tanto en las veredas, que soñaba crecer un poco más para alcanzar la anhelada categoría de municipio, lo que significaría más inversión pública. El Salado, además, se había convertido en una especie de oasis agrario, rodeado de arroyos y cerros verdes, en medio de una geografía adusta y desértica y de la inmensa pobreza de los Montes de María, que atraviesan Bolívar y Sucre.
Tenía un centro médico envidiable, con enfermera, odontólogo y hasta ambulancia; varias escuelas y un colegio donde los muchachos estudiaban hasta noveno grado; dos concejales y hasta estación de Policía. Todos tenían su pedazo de tierra, en promedio de 40 hectáreas, donde se cultivaba tabaco en grandes cantidades, maíz, ñame y yuca.
Los hombres sembraban, recogían y secaban el tabaco, mientras las mujeres, contratadas por dos grandes empresas -Espinoza y Tayrona-, lo seleccionaban, prensaban y empacaban, lo que le dio una incipiente cultura fabril al pueblo.
La noche del 15 de febrero los paramilitares salieron de San Onofre en dos camiones por la carretera principal que conduce a Cartagena, y en la madrugada se encontraron cerca de Carmen de Bolívar con otros dos grupos de paramilitares, todos estrictamente uniformados, con armas automáticas, granadas de fragmentación en las cananas y munición de sobra en las charreteras.
Uno de los grupos venía de Magdalena, enviado por «Jorge 40», y estaba bajo órdenes de un paramilitar llamado «Amaury». El otro grupo de paramilitares venía de Córdoba, al mando de 5-7. El jefe de toda la operación era un antioqueño conocido como «H2» o John Henao, cuñado de Castaño, cuya principal misión, una vez ingresaran a El Salado, era recoger todo el ganado que encontraran, atravesar el río Magdalena y dejarlo, seguramente, en las sabanas de ese departamento.
Los camiones fueron abandonados en las carreteras grandes.
El recorrido hasta El Salado, según el plan trazado, se haría a pie por los caminos veredales. De esa manera irían recogiendo el ganado y matando a quienes encontraran a su paso. La orden era entrar sin piedad y hacer una tenaza sobre el pueblo. En cuestión de pocas horas, el grupo de paramilitares que iba bajo órdenes de «Juancho Dique» y «Cadena» había matado a 19 campesinos, casi todos ahorcados con sogas, o degollados con cuchillos, para que el ruido de los fusiles no alertara a los vecinos. «Cadena» se ubicó en una finca conocida como La 18, y allí instaló una especie de hospital de campaña y de abastecimiento de armas y víveres que le traerían por helicóptero Mancuso y «Jorge 40».
Orgía de sangre
Mientras «Dique», el «Tigre», el «Gallo» y el resto de los paramilitares se regodeaban en la humillación y el castigo a la gente, el comandante de la operación, «H2», consumaba la tarea principal que se le había encargado. Tenía casi mil cabezas de ganado recogidas y empezó la marcha con ellas, guiado por el administrador de la finca Las Yeguas, de donde habían sido robadas las reses de la «Gata».
Al caer la noche en la cancha yacían 18 cadáveres. El sol inflamó los cuerpos muy pronto y los cerdos, atraídos por la sangre, empezaron a devorarlos. Cuando los paramilitares dieron la orden de irse a dormir a las casas, muchos encontraron a sus familiares muertos en las calles o en los mismos ranchos. El número de víctimas ese día, sólo en la parte urbana de El Salado, ascendía a 38. Y en los alrededores ya llegaba a 28.
Esa noche nadie durmió, nadie comió, nadie bebió. Y nadie habló. El silencio solo fue interrumpido por las cigarras, el viento que levantaba los techos y las voces de los paramilitares que patrullaron toda la noche. Lejos se oían de vez en cuando disparos y risas.
Al amanecer los paramilitares seguían allí. Parecía que la pesadilla nunca acabaría. Parecía que se hubiesen quedado para siempre. Entonces, mordiendo el polvo, la gente sacó mesas para poner sus muertos, abrieron la iglesia y arrumaron allí los cadáveres para salvarlos de los animales y del sol. Empezaron a cavar fosas en silencio, mientras los paras saquearon las tiendas y empezaron a beber y a bailar. Pasadas las 4 de la tarde se escucharon unos disparos al aire. Era la señal de la retirada. Empezaron a salir, borrachos, advirtiéndoles a los sobrevivientes que deberían irse y no regresar jamás.
A las 5 la gente pudo por fin llorar a sus muertos. Se abrazaban unos a los otros, gritando, revolcándose en el suelo de tristeza. Maldiciendo y pidiendo castigo. Los perros, que habían estado callados todo el tiempo, empezaron a aullar desesperados.
El desplazamiento empezó de inmediato. Atrás dejaban un pueblo herido de muerte.
País corrupto
Una hora después de que los paramilitares abandonaron el pueblo llegó la Infantería de Marina.
Ya eran las 6 de la tarde del sábado 19 de febrero. La incursión había empezado el martes. El miércoles ya el Hospital del Carmen de Bolívar estaba atendiendo a los que habían huido por los montes. Todo el mundo sabía que estaban matando a la gente de El Salado. Menos las autoridades.
El 23 de febrero, cinco días después de la masacre, cuando ya todo el gobierno estaba en el ojo del huracán por la increíble negligencia con la que había actuado, la Armada reportó la captura de 11 paramilitares. Efectivamente se trataba del grupo que llevaba el ganado rumbo al Magdalena y que encabezaba el cuñado de Castaño, «H2». Un año después, «H2» se fugó de la cárcel Modelo, por la puerta principal y, desde entonces vivía al lado de Castaño, junto a quien fue asesinado en 2004.
No sobra decir que la justicia nunca encontró pruebas para vincular con la masacre a nadie que tuviera rango militar o poder político.
Curiosamente, un mes después de la masacre, en marzo del año 2000, en un consejo de seguridad las autoridades locales reportan que la zona ha recobrado la calma. Y que había buenas noticias. Inversionistas estaban viendo en la región un gran potencial para sembrar palma de aceite.
Hoy el presidente de la Comisión de la Verdad, Francisco De Roux, agradeció la fortaleza y la convicción de paz de las víctimas de la masacre de El Salado, y dijo que al conmemorarse 20 años de este horrendo hecho, hombres, mujeres y jóvenes sobrevivientes han alzado su voz para decir que «Colombia no puede continuar esta realidad intolerable nunca más».
«Ustedes han participado en actos de reconciliación y perdón y están mostrando al país justamente el protagonismo de las víctimas, que es la fuerza moral más grande».
«Gracias por lo que están haciendo, gracias por la verdad de ustedes, que nos ayuda a comprender lo que nos pasó y ayuda a rescatarnos como seres humanos».
Fuente: https://www.prensarural.org/spip/spip.php?article25104