Fue hace 21 años, en esta misma ciudad de Barranquilla (Atlántico) que acaeció el secuestro, desaparición, tortura y asesinato del profesor universitario Jorge Adolfo Freytter.
Ante todo saludo a todos y todas los y las asistentes a este acto de instalación del memorial conmemorativo «¡Solo soy un profesor, Jorge Adolfo Freytter Romero!», darle un saludo muy especial a Mónica Florián Restrepo y a todos familiares y amigos aquí presentes; a la directora general del Centro Nacional de Memoria Histórica (Ana María Trujillo) y al Secretario de Gestión Social de la Alcaldía de Barranquilla (Santiago Vásquez).
Estamos aquí para evocar la memoria de nuestro colega Jorge Adolfo Freytter Romero a quien en el día de hoy queremos recordar como el profesor y luchador social que fue en vida y que los verdugos de la palabra pretendieron silenciar con su secuestro, tortura y alevoso crimen. Evocamos la memoria de quienes ya no están presentes físicamente aunque su pensamiento y acción sigue palpitando y nos sigan acompañando, sembrando semillas de futuro y esperanza. La memoria -nos lo recuerda la sabiduría de los pueblos ancestrales- es “una poderosa vacuna contra la muerte y alimento indispensable para la vida. Por eso, quien cuida y guarda la memoria, guarda y cuida la vida; y quien no tiene memoria está muerto”(subcomandante Marcos).
Fue hace 21 años, en esta misma ciudad de Barranquilla (Atlántico) que acaeció el secuestro, desaparición, tortura y asesinato del profesor universitario Jorge Adolfo Freytter. Esta fue la respuesta que dio el Estado Colombiano a las denuncias que el docente y también sindicalista había hecho sobre actos de corrupción en la Universidad del Atlántico, y el criminal tratamiento que brindó a quien desde las aulas universitarias y la plaza pública -esgrimiendo como únicas armas la escritura y la oratoria- abogaba por la defensa de la educación pública, los derechos laborales de los trabajadores y los intereses de los pensionados.
Los asesinos no se conformaron con su ejecución, previo a ella actuaron con saña sobre su humanidad causándole innumerables vejámenes. Actos deliberados y coordinados que colocaron en evidencia la existencia de una sofisticada red criminal, la cual a través de la tecnología del miedo buscó no sólo causar un mayor dolor a su familia sino esparcir el terror al conjunto de la sociedad, con el claro conocimiento que los daños causados por la tortura serían comunicados de la víctima al conjunto sociedad, haciendo de ella un mecanismo para controlar, disciplinar y desarticular el tejido social e implantar un mensaje de miedo dirigido a quienes se atreven a pensar diferente.
Prueba de lo anterior es que en aquel aciago año agentes estatales en connivencia con las organizaciones paramilitares y sectores de las élites políticas regionales segaron la vida de varios docentes que como el profesor Jorge Freytter estaban convencidos que desde una academia crítica y un sindicalismo militante era posible aportar a la construcción de una sociedad más justa y equitativa. Para empezar, en la misma universidad del Atlántico fueron asesinados los docentes Demetrio Castro, Lisandro Vargas, Joaquín Barrios Polo y César Daniel Rivera Riveros. A estos repudiables crímenes se sumaron los de otros docentes como Iván Velasco Vélez profesor de la Universidad del Valle; Miguel Angel Vargas Zapata y Luis José Mendoza Manjarrés de la Universidad Popular del Cesar; Julio Alberto Otero Muñoz de la Universidad del Magdalena; Angel Iván Villamizar de la Universidad Libre de Cúcuta; Horacio Aguiar Jaramillo y Guillermo Ángel Portocarreño de la Universidad de Antioquia.
No sólo fueron docentes. Ese mismo año numerosos estudiantes fueron blanco también del terrorismo estatal; jóvenes que soñaban con una patria mejor como Humberto Contreras Serena, Jairo del Carmen Puello Polo y Omar José Caro Guevara de la Universidad del Atlántico; José Gregorio López Lennis del Instituto universitario de la Paz; Sandra Patricia Filos Arteaga, estudiante de biología de la Universidad de Córdoba y víctima de desaparición forzada; Carlos Alberto Zuluaga de la Universidad del Tolima; Luis Alejandro Pérez Fernández y Jhon Fredy Poveda de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC); Tania Leonor correa estudiante de medicina de la fundación Universitaria de Boyacá; David Santiago Jaramillo y Juan Manuel Jiménez estos últimos asesinados en el campus de la Universidad de Antioquia; así como Carlos Giovanny Blanco cursante de medicina en la Universidad Nacional de Bogotá asesinado por el Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) cuando protestaba contra la intervención militar de los Estados Unidos en Afganistán.
Atendiendo al llamado de los y las convocantes a este espacio quisiera aprovechar la oportunidad que nos brinda este acto simbólico para reiterar algunas ideas en torno al conflicto en las universidades.
Y lo primero que quisiera subrayar en esta presentación- es que en Colombia la persecución contra el pensamiento crítico en las universidades no constituye un hecho aislado, sino que hace parte de una política sistemática de silenciamiento y exterminio de diferentes expresiones de pensamiento crítico en la sociedad, que ha afectado no solamente a la comunidad académica sino, también, a líderes/as políticos y sociales, así como a diferentes sectores de la oposición. Con lo anterior queremos hacer explícito la existencia en Colombia de una política estatal que busca garantizar el orden social vigente recurriendo a prácticas sociales genocidas. El asesinato de más de 1300 líderes sociales, y de más de 300 ex combatientes de las FARC, desde la firma del acuerdo de paz, es una cifra que da cuenta por sí sola de estas repudiables prácticas estatales.
En segundo lugar quisiera señalar que la persecución al pensamiento crítico en las universidades ha tenido expresiones diversas, que van desde la promoción y aplicación de procedimientos disciplinarios por parte de las directivas universitarias conducentes a la sanción y en muchos casos destitución de miembros de la comunidad universitaria; hasta la infiltración de los organismos de inteligencia al campus universitario y la fabricación de montajes judiciales, sin dejar de recurrir a la tortura, la eliminación física y la desaparición de profesores, estudiantes y trabajadores críticos.
El crimen de Jorge Freytter encarna dolorosamente estas oprobiosas prácticas: Su larga trayectoria docente e investigativa enmarcada en el ejercicio del pensamiento crítico, aunada a una vida entregada a la defensa de los intereses de la universidad pública, primero como líder estudiantil y después como abogado, sindicalista e integrante de la Asociación de Jubilados de la Universidad del Atlántico, hizo de él una persona incómoda para el Establishment, que bajo los lineamientos de la doctrina contrainsurgente de la “Seguridad Nacional” fue categorizado como un “enemigo interno” al que había que aniquilar. Una práctica que ha tenido continuidad en la última década como lo ilustra dramáticamente el caso del sociólogo y profesor Alfredo Correa de Andreis, acusado falsamente de ser un importante ideólogo de las FARC, y asesinado en septiembre del 2004, poco después de recuperar su libertad.
Estos hechos criminales que se suman a los acaecidos en un amplio marco temporal que se extiende por varias décadas, más allá de las circunstancias particulares en que ocurrieron fueron producto de un plan orquestado por organismos paramilitares, que con el amparo, estímulo y protección del Estado colombiano, y en articulación con narcotraficantes y grupos políticos locales y nacionales, actuaron de manera sistemática sobre las universidades para desterrar cualquier rastro de oposición profesoral, estudiantil o sindical, copar sus espacios académico-administrativos, manejar los presupuestos a su antojo e imponer un pensamiento único y hegemónico.
Pese a la contundencia de estos hechos, representantes del Estado e incluso sectores de la misma Academia, han construido una narrativa oficial donde se presentan estos crímenes como el resultado de “fuerzas oscuras” que pretenden desestabilizar la democracia. Así, en una versión cercana a lo que en Argentina se denominó la “teoría de los dos demonios”, se ha pretendido defender la existencia en Colombia de dos bandos enfrentados, uno y otro igual de violentos y con una misma responsabilidad ante la sociedad cuyo papel ha sido relegado al de simple espectadora para luego ser declarada “víctima”.
Tomando distancia frente a esta tesis quisiera señalar que hoy, como antes, tenemos suficientes elementos de prueba para afirmar que en estos crímenes han participado agentes del Estado Colombiano, ya sean del ejército, la policía o los organismos de inteligencia, en estrecha connivencia con integrantes de organizaciones paramilitares; complicidad que cuenta con una larga data en Colombia. En ese sentido, Los asesinatos del profesor Jorge Freytter Romero y el sociólogo Alfredo Correa de Andreis no fueron el resultado de la perversa actuación de agentes estatales que se extralimitaron en sus funciones o el resultado de una confrontación entre “actores armados” que disputaron el control del campus universitario. En el primer caso quedó establecido que agentes estatales del Grupo de Acción Unificada por la Libertad Personal (GAULA) de la Policía Nacional y el Ejército Nacional de la ciudad de Barranquilla en contubernio con grupos paramilitares. Mientras que en el asesinato del profesor Alfredo Correa Las pesquisas judiciales llevaron a concluir que se trató de un montaje judicial orquestado desde el extinto Departamento Administrativo de Seguridad, DAS (organismo de inteligencia dependiente del ejecutivo) que actúo en estrecha conexión con miembros del Bloque Norte de las Autodefensas.
Tuvieron que pasar 19 años para que el Estado reconociera su responsabilidad en este crimen de lesa humanidad del profesor Jorge freytter. Y Esto fue posible gracias al esfuerzo y trabajo mancomunado de abogados y abogadas, organizaciones nacionales e internacionales, y también del País Vasco. Cabe destacar, en particular, la persistente labor de la familia del profesor y su comprometida demanda de justicia que les ha significado, amenazas, intimidaciones y el camino de un exilio forzado, con todos los costos que ello supone en términos personales, afectivos, materiales y emocionales, pero que ha permitido avanzar en los procesos verdad, justicia y reparación. Sabemos que todavía falta un camino por recorrer en términos de esclarecer por qué se cometió este crimen, quiénes lo ordenaron y quiénes se lucraron del mismo. Búsqueda en la cual siguen empeñados sus familiares.
Dolorosamente cuando reflexionamos sobre la situación actual de Colombia, nos damos cuenta lo poco que ha cambiado esta realidad, pese a que hace más de cinco años que se firmó un acuerdo de paz “para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera” cuya apuesta fundamental fue “poner fin de una vez y para siempre a los ciclos históricos de violencia y sentar las bases de la paz”. A contrapelo de este propósito, el número de líderes y lideresas sociales asesinadas se incrementa día a día, así como el exterminio sistemático de los ex combatientes de las FARC; mientras las masacres indiscriminadas, los montajes judiciales y el asesinato de niños y jóvenes a manos de agentes policiales continúan como expresión de las prácticas sociales genocidas del Estado Colombiano. Tenemos la esperanza que este nuevo gobierno marque una ruta diferente la muerte y el exilio y se haga realidad el propósito de hacer de Colombia Potencia Mundial de la Vida. Pero también nos asiste la convicción que esto no se logrará sobre la base de la impunidad, el ocultamiento de la verdad y la consagración del olvido.
Cierto es que el asesinato del profesor Freytter nos privó de un gran maestro y humanista, y que su ausencia es aún más significativa en un país como Colombia donde un amplio sector de la academia -por miedo o por comodidad- se ha refugiado en la torre de marfil de un pensamiento acrítico, que se inclina servilmente ante el discurso oficial, y elude sus compromisos ético-políticos escudándose en una pretendida neutralidad valorativa. Pero también es verdad que su ejemplo de dignidad nos reafirma en la convicción de seguir ejerciendo el pensamiento crítico, de persistir en sus mismos ideales y, sobre todo, en la convicción que una vida no se destruye ni con la amenaza, ni con la tortura, ni con la muerte física. Es desde esta superioridad moral que hacemos nuestro el mensaje esperanzador que se condensa en esta acto de instalación del monumento conmemorativo, sólo soy un profesor
Colega y compañero Jorge Freytter
Estás aquí nuevamente con nosotros porque nunca te has marchado, tu legado es ahora acción, es vida ejemplar. Sabemos que todavía múltiples familiares siguen esperando honrar a sus muertos y otros la recuperación de sus hijos, nietos, padres, hermanos o sobrinos desaparecidos. Pero debemos deicrte que las dolorosas huellas que ha dejado el terrorismo de Estado en Colombia no apagará la lucha continua y permanente de quienes por décadas hemos defendido y seguiremos defendiendo del pensamiento crítico. Por eso quisiera concluir estas palabras compartiéndote estas prosas del poeta Mario Benedetti: «El día o la noche en que el olvido estalle, salte en pedazos o crepite los recuerdos atroces y los de maravilla quebrarán los barrotes de fuego, arrastrarán por fin la verdad por el mundo y esa verdad será que no hay olvido. El olvido está lleno de memoria».
Miguel Ángel Beltrán Villegas: Profesor Asociado, Universidad Nacional de Colombia; expreso político.
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