Las herramientas utilizadas no fueron más que cuchillos, cucharas, tenedores y alambres, que emplearon para excavar el túnel, con la escasa iluminación que les proporcionaban algunas bombillas de bajo consumo.
«La fuga más grande de la historia de Chile». Así es considerada la llamada «Operación Éxito», un operativo organizado por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) que en enero de 1990, dos meses antes que Pinochet abandonara La Moneda, logró el escape de 49 presos políticos, entre ellos, siete de los rodriguistas que participaron del frustrado tiranicidio en el Cajón del Maipo.
En enero de 1990, dos años después del triunfo del «No» en el plebiscito del 88, cuando la población esperaba el 11 de marzo para la salida formal de Pinochet, luego de 17 años de una sanguinaria dictadura militar-empresarial, y poniendo sus esperanzas en que el país cambiaría con la eterna transición de la Concertación que finalmente se dedicó a administrar el legado neoliberal pinochetista, se difundió la noticia de la fuga de 49 presos políticos de una cárcel pública de Santiago a través de un túnel de 60 metros que remeció e incomodó a la clase política que preparaba el cambio de mando, mientras cobró la admiración de la mayoría de la comunidad.
La genial obra de ingeniería que permitió el escape fue un túnel que atravesó desde la cárcel a la calle. Fue edificado por más de 18 meses por 24 militantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), del Partido Comunista y de las Juventudes Comunistas.
A mediados de 1988, mientras la izquierda liberal (Partido Socialista y PPD) junto a la Democracia Cristiana se concentró en la transición pactada «por arriba y a puerta cerrada» con la dictadura y Estados Unidos, un grupo de presos comunistas y del FPMR decidieron fugarse del recinto carcelario en que cumplían condena, mediante un túnel realizado en condiciones del todo adversas que exigió sobrehumano ingenio y esfuerzo.
«Como no teníamos madera para apuntalar el túnel, optamos por el sistema de bóveda, como hacían los compañeros vietnamitas, pues nos ofrecía mayores garantías ante los derrumbes», explica el militante rodriguista Rafael Pascual, detenido en 1986 por la internación de armas para ser empuñadas por el pueblo antifascista en Carrizal Bajo, y uno de los artífices de la fuga, de acuerdo a un artículo publicado por rebelion.org. Por su parte, Jorge Martín, caído en las mismas circunstancias señala que «el túnel era pequeñísimo: tenía cincuenta centímetros de ancho y otros tantos de alto y en algunas partes sólo cuarenta. Sólo cabíamos estirados, era muy claustrofóbico. De hecho, Rafa, otros más y yo tuvimos problemas dentro del túnel y tuvimos que salir…»
Las herramientas utilizadas no fueron más que cuchillos, cucharas, tenedores y alambres, que emplearon para excavar el túnel, con la escasa iluminación que les proporcionaban algunas bombillas de bajo consumo. Martín recuerda que «Los motores que teníamos para pulir la artesanía los empleábamos para ventilar el túnel a través de una tubería que construimos con los envases de bebidas que nos dieron nuestros familiares. Además, empleamos unos walkman para hacer un sistema de comunicaciones en el túnel…»
«Sin duda alguna, el principal obstáculo que tuvieron que salvar para no despertar jamás las sospechas de los gendarmes de la prisión fue el ocultamiento de las cincuenta toneladas de tierra que arrancaron del subsuelo de Santiago. ‘Pusimos la tierra en el entretecho de nuestra galería, que tenía una longitud de setenta metros’, detalla Rafael Pascual. Para esta tarea se inspiraron en la conocida película La gran evasión y construyeron un carrito similar al que emplearon aquellos detenidos aliados para sacar la tierra a través de unos rieles construidos con maderas. Durante 18 meses, día y noche, en turnos de dos horas como máximo aquellas 24 personas fueron capaces de culminar su proyecto de fuga» consigna el citado artículo.
Ante la necesidad de proteger su intento de fuga, crearon también un auténtico lenguaje para la evasión con palabras como «pera» (el túnel), «maleta» (bolsa de plástico llena de tierra -entre ocho y diez kilos-), «lavado» (transporte de la tierra desde la boca del túnel hasta el entretecho), «comida» (trabajo dentro del túnel), «limón» (aire bombeado).
A las siete y media de la tarde del 29 de enero de 1990 los 24 presos políticos entraron en el túnel. Según Pascual, «a partir de la diez de la noche empezamos a salir al exterior uno a uno cada dos minutos e hicimos el contacto con la gente que nos esperaba fuera. Junto al muro que nos hacía invisibles para los gendarmes de la cárcel nos despojamos de las ropas que llevábamos encima de las que íbamos a emplear en el exterior y fuimos subiendo al autobús que nos esperaba. La operación fue un éxito porque a la medianoche ya estábamos todos en casas de seguridad y los gendarmes no descubrieron el túnel hasta las tres de la mañana».
Meses después tanto Rafael Pascual como Jorge Martín llegaron de manera clandestina a Madrid, ambos hijos de exiliados republicanos tenían también la nacionalidad española. Durante su estancia en la cárcel sus familiares se preocuparon de tramitarles la nacionalidad española.
Vale señalar que la suerte de los que en esta nota ofrecen testimonio de la fuga, no fue la misma que la de muchos otros. Algunos fueron detenidos al día siguiente de la fuga, otros debieron lanzarse al caudal del río Mapocho hasta llegar a casas de seguridad en la periferia de Santiago. Y no sólo escaparon prisioneros políticos ligados al Partido Comunista, sino que también se agregaron a última hora presos de otras militancias políticas antidictatoriales.