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A 50 años de la muerte de Luciano Cruz

Fuentes: Rebelion

50 años han transitado desde la muerte del dirigente más carismático de la nueva izquierda revolucionaria sesentera chilena: Luciano Cruz Aguayo. Y su nombre ensancha la lista de los que podemos denominar las y los “revolucionarios olvidados” de nuestra tierra.

La fecha exacta de la desaparición física de Luciano fue el 14 de agosto de 1971. Medio siglo después, el joven historiador Pedro Lovera Parmo vino a ajusticiar su olvido, dedicando un libro a reconstruir las apasionantes revueltas de su vida.

Con honor prologamos la obra que tienen en sus manos: Luciano Cruz Aguayo. Como una ola de fuerza y luz /1. Esperamos que este ejercicio introductorio no se inscriba en la vacía y decorativa función del prologuista que, constreñida por las viejas reglas de estructuración de los libros, termina siendo saltable por las y los lectores. Tampoco, puedo ocultar la amistad que me une a este autor, lo que me lleva a invertir inexorablemente un añejo refrán popular: “que lo valiente nos quite lo cortés”, pues, estamos convencidos que en el arte dialógico encontramos el espesor del pensamiento crítico.

Los cubanos decían en su tono picaresco que si el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR chileno) hubiese tenido la misma cantidad de balas que la torre de papel –documentos oficiales– que amontonó en su corta trayectoria orgánica hasta 1973, el trágico proceso chileno habría terminado de forma muy distinta. No hay duda de que las y los miristas eran buenos para escribir. Soterradamente, en la actualidad una crítica similar recae en la literatura que versa sobre esta organización, apuntando al amplio caudal de publicaciones de distinto tipo que hacen alusión a la historia del MIR, llevando a “saturar” esta temática como campo de investigación.

La historiografía chilena (su ala de izquierda) es la punta de lanza de este cuestionamiento, que, creemos, se direcciona más sobre la frondosidad que profundidad sobre el oficio investigativo de la trayectoria del MIR. No es menester nuestro en esta ocasión darle continuidad a este debate, sino sólo enunciarlo para preguntarnos: ¿Por qué seguir escribiendo entre los márgenes miristas?

            Las representaciones sobre Luciano mantienen una contradictoria dualidad. Por un lado, como ya lo dijimos se suma al cerro de las y los revolucionarios olvidados, tanto así, que esta es la primera biografía en su nombre; fortaleciéndose a su vez esta idea con el argumento que las singularidades están de moda entre las y los historiadores. Por el otro, al interior de los pequeños grupos que se auto reivindican en la tradición mirista lo han situado en la categoría de leyenda, siendo posible esto a través de la trasmisión intergeneracional de la cultura revolucionaria chilena, donde los viejos militantes han contribuido a trazar este épico imaginario. Entre esta paradoja, olvido y mito, es más que suficiente para responder a la interrogante del porqué escriturar una biografía sobre Luciano. Sin embargo, creemos que el libro de Pedro entrega otros elementos de justificación histórica, de gran relevancia, con los cuales pretendemos dialogar a continuación.

Pierre Bourdieu dirá que el objeto de lo que llamará una “sociología de la creación intelectual” lo encontraremos en la duplicidad “autor-obra” situado en el sistema de relaciones sociales donde se construyó el proyecto creador ¿Cuál es la relación de Pedro con su biografiado? ¿Cómo la biografía de Luciano se vio afectada por el contexto de su creación? Las ideas de Bourdieu nos permiten aproximarnos a estas interrogantes desde la perspectiva del develamiento de la estructura del campo intelectual de creación del texto, no así, desde una mirada de largo aliento que conjugue los tiempos históricos tan presentes en el libro que nos ofrece Pedro sobre la vida de Luciano.

Para subsanar lo anterior, sin perder de vista las coordenadas bourdianas, nos apoyaremos en la propuesta del reconocido historiador de los conceptos, Reinhart Koselleck, quien dinamiza el tiempo en función de dos categorías históricas: “campo de experiencia” y “horizonte de expectativas”. Entre un pasado y futuro, entendida la experiencia como un “pasado presente” y la expectativa como un “futuro hecho presente”. En el espacio entrecruzado, el presente, creemos que Pedro construyó la biografía que nos convoca con nítida conciencia dialéctica entre el recuerdo y la esperanza, motivado a su vez por los ribetes de su propia trayectoria político-académica.

En consecuencia, en la combinación de tres tiempos históricos, presente, pasado y futuro, que proponemos reconocer como saltos relampagueantes benjaminianos, es que buscaremos las fortalezas del libro Luciano Cruz Aguayo. Como una ola de fuerza y luz.

Pedro nació en enero de 1990. Por aquellos días medio centenar de presos políticos se fugaron por un túnel de la Cárcel Pública de Santiago. Dos meses antes había caído el Muro de Berlín y justo dos meses después en Chile el tirano en un solemne acto “democrático” le entregó la banda presidencial –no así el poder– al primer presidente de la era de la Concertación.

¡Qué días más claroscuros!

Desde el norte se anunciaba el fin de la Historia, la hegemonía del pensamiento único, la derrota de los socialismos reales, la debacle de las utopías, la victoria irreversible del capitalismo, entre tantas otras cosas que afectaban al mundo de las y los humildes. Si bien con el pasar del tiempo se fue matizando esta condena impuesta por los vencedores, la dialéctica pasado-futuro se cercenó, dirá el historiador de las ideas Enzo Traverso.

En Chile se abría una era más oscura que clara a la que todos llamaron “transición”. Los años de intensa lucha contra la dictadura encabezada por Pinochet raudamente se esfumó con la misma prisa que la nueva clase política, dividida en dos opciones neoliberales, se acomodó en los privilegios que conceden las esferas del poder. Los que aún pensaban en la palabra revolución, fueron acusados de anacrónicos y, quien se atreviera a volverla una acción, fue tipificado sin medias tintas como terrorista. Y así, una nueva legitimidad “democrática” surgió a la luz del “consenso” que el sociólogo Tomás Moulian caracterizó como la etapa superior del olvido.

Pedro creció frente a la imagen del basural televisivo de los 90, dispositivo de hegemonía cultural por excelencia en este nuevo tiempo, que cumplía entre otros un rol desmovilizador, aletargador de las masas y, sobre todo, de la inherente rebeldía juvenil. A pesar de este catastrófico escenario para las ideas de la emancipación, con instinto gramsciano, cuando terminó su etapa escolar decidió estudiar Historia a la son de militar en una organización política. Allí lo pilló la coyuntura del 2011, días de intensa lucha en la recuperación de la educación usurpada por el mercado. Las contiendas del pasado fueron alimentando su quehacer militante y, viceversa, sus inquietudes políticas lo llevaron a reforzar su compromiso con la historiografía. Es así como se convirtió en historiador con una tesis dedicada a la historia del MIR chileno.

De los principales históricos dirigentes del MIR, todos con cualidades extraordinarias: la pedagogía revolucionaria de Bautista von Schouwen, la disciplina militante de Edgardo Enríquez, la reflexión crítica de Nelson Gutiérrez o la articulación de todos ellos bajo el liderazgo de Miguel Enríquez; Pedro, eclipsó particularmente con la figura de Luciano ¿Por qué? De seguro que en un primer momento (de militante estudiantil) encontrará en él la audacia y rebeldía necesaria para luchar contra un modelo que parecía no agrietarse con nada. Además, el espíritu de Luciano, de radicalidad como forma de vida, es de un atractivo singular para todos quienes se inician en largo camino de la transformación social. Posteriormente existirán otros elementos, consagrados en esta biografía, que irán fortificando la conexión entre ambos. Creemos que lo que ocurrió entre Luciano y Pedro fue “un secreto compromiso de encuentro”, diría Walter Benjamin, “entre las generaciones pasadas y la nuestra”.

Las movilizaciones de la última década en Chile por el derecho a la educación, la recuperación de los recursos naturales, el fin de las pensiones de miserias, las demandas feministas, etcétera, han interrumpido el tiempo vacío y homogéneo de la era transicional, donde el sentido oficial y también el común hablaba de una eterna “normalidad” del modelo chileno que, a pesar de estar sustentado bajo las perversas leyes de la injusticia social, parecía inalterable, invencible y, por tanto, cegador de utopías; menos aún, si los sueños caminantes tenían vinculación con las experiencias de procesos pasados en nombre de la castigada revolución.

Aquí yace el primer gran mérito de la biografía de Luciano: esta fue construida a contrapelo de la distopia dominante, sin perder Pedro el “horizonte de expectativas”, que no es otra cosa que pensar desde el presente como el pasado puede jugar un rol en la configuración del futuro que, en este caso, nos habla de la subversión del orden hegemónico. Cuantas veces le dijeron a Pedro y a todos aquellos historiadores comprometidos con la transformación social que la vorágine del progreso había vuelto las temáticas “revolucionarias” acontecimientos extemporáneamente estériles.

Bajo este mérito, Pedro (re)construye la breve e intensa travesía de Luciano, amparándose en el arte biográfico que Françoise Dosse lo definirá como un género impuro que oscila entre la rigurosidad historiográfica y la calidad novelística. Por una parte, en esta biografía nunca se pierde la vocación del buen historiador, que no se refleja meramente en la sólida justificación de veracidad de los postulados basados en muchas fuentes inéditas que sostienen pasajes de este libro, sino que en la capacidad interpretativa de este ejercicio respecto de pensar una vida ajena bajo los márgenes de las vicisitudes del álgido contexto histórico sesentero; entonces, estamos frente a lo que se ha denominado como una “biografía histórica”. Por la otra, en desmedro de la tan esquemática escrituración de la “ciencia oficial” y, en beneficio del lector, la buena pluma de Pedro se hace notar, la que creemos adquirió a través de su adicción por las biografías –quien lo conoce sabe que en su mochila siempre carga con varios libros del género en cuestión–.

Pedro nos sumerge en la vida de Luciano, pero en carne y hueso. Podríamos asemejar el oficio de Pedro al de los weupifes, historiadores del pueblo Mapuche, quienes se preparaban durante años para trasmitir no sólo las grandes hazañas de los guerreros de Arauco, sino la sensibilidad del ser hombres y mujeres de la tierra. Gabriel Salazar dirá que el weupife equivale a la figura del “historiador orgánico”. Cuando el MIR chileno explotó en mil pedazos hasta desaparecer, Pedro aún no nacía, no obstante, creemos que su propia experiencia militante en una generación muy distante lo llevó a develar el “tejido humano” del proyecto revolucionario de las y los miristas, cuestión, que termina siendo expresada en cada rincón de esta biografía, lo que lleva a las y los lectores a embriagarse con una historia de lucha cargada de palabra viva.

Con lo dicho hasta aquí, podría deducirse que la relación biógrafo-biografiado, Pedro Lovera y Luciano, tendría a expresarse en forma de hagiografía. Todos quienes hemos escrito una biografía –no desde la sacrosanta “objetividad”– sabemos lo difícil que es sortear los escollos que nos impone la interpretación apologética. A Pedro no lo podemos excusar del todo de esta problemática, sin embargo, creemos que una de las singularidades de su propio protagonista histórico le permitió zigzaguear en el campo revolucionario sesentero desde una óptica superadora de la visión totalizante del héroe ¿Cuál es la cualidad de Luciano que permite pensarlo no sólo desde una dimensión unipersonal?

Luciano mantuvo una vinculación con el movimiento de masas distinta a la de sus compañeros de conducción partidaria. Si bien cada uno del resto de los dirigentes del MIR abogaban por la liberación del pueblo, la relación con este podríamos decir estaba mediada por una fibra elitista, es decir, los de arriba liberando a los de abajo ¡No basta sólo con proclamar la autoemancipación de los oprimidos! Tal cualidad de Luciano además no se puede reducir a su rol de principal orador de masas del partido, sino que a su particular personalidad y amor por los pobres del campo y la ciudad que lo llevó a compenetrarse con las luchas del pueblo como un hermano más. De ello se desprende que en su funeral miles de obreros y campesinos cruzaran la distancia del largo Chile con el nudo en la garganta para despedirse de su compañero. Cada uno de ellos tenía una historia que contar de Juan Carlos –nombre de guerra de Luciano– y, algunas de ellas, se deslizan en esta biografía escrita por Pedro.

En este hilo conductor, al calor del protagonismo popular, transita la biografía de Luciano. Hace un par de meses la idea de “pueblo”, “revolución”, “acción directa”, etcétera, parecía en Chile un sospechoso recuerdo difuso de melancólicos de izquierdas. Añejo, por decir poco. Ni los proyectos que se autoproclamaban de ruptura ponían su acento en el empoderamiento de las y los de abajo, al contrario, con sus certificaciones universitarias bajo el brazo se presentaban con el repetido guion de comedia de “salvadores supremos” y, sin tapujos, una vez más despreciaban la construcción de una alternativa política desde el pulso de las y los oprimidos.

La madrugada del 18 de octubre de 2019 desde una azotea del departamento de un amigo ubicada en el corazón de Santiago, con Pedro conversamos largo sobre su libro de Luciano y el arte biográfico en general. Un tema recurrente de esa noche fue si efectivamente los trabajos que realizamos desde la recuperación de la memoria histórica –particularmente sobre violencia revolucionaria– son un aporte a los debates estratégicos del rearme de un proyecto emancipador para el Chile de hoy. Así se fue la noche hasta que casi nos pilla el Sol.

El viernes 18 de octubre todo cambió. Si bien todo partió por una nueva alza en el precio del transporte público, el grito de “no son 30 pesos, son 30 años” se multiplicó y se convirtió en sentido común en cada esquina, mientras las barricadas iluminaban un futuro que era allí y ahora. Tomando palabras de Gramsci se sentía “el pulso de la actividad de la ciudad futura que los de mi parte están construyendo”. El sentimiento de rabia encadenado al jolgorio, mezcla digna de toda revolución, no tardó en expandirse por todo el territorio plurinacional. Una tras otra se fue degollando a las estatuas del poder, como si el pueblo chileno hubiese leído la afirmación de Hobsbawm que dice “en época de revolución, nada tiene más fuerza que la caída de los símbolos”. Con la misma prisa la represión no tardó en aparecer, torturando, matando y disparando a mansalva a los ojos del despertar de un pueblo.

“Aquí nace y muere el neoliberalismo”, apareció escrito en las calles, como si la experiencia de la criminal imposición de un sistema y la expectativa de su pronta desaparición se fundieran en un presente de lucha como sinónimo de otro rayado que decía “el futuro es hoy”. Los tiempos se condensan al calor de la dignidad. La historia es nuestra, se está rescribiendo.

Patricio Manns en su canción dedicada a Luciano dice que “vuelve armado de agua y viento, a velar los sueños vuestros, a encender los sueños muertos”. La memoria estalló, y ha relumbrado como nunca en estos días de revueltas ¿Cómo vuelve realmente Luciano a medio siglo de su partida? “Vuelve en hueso”, insistiría Manns, y con toda razón, pues serán sus propias virtudes revolucionarias las que hoy se encandecen en la mirada de una nueva generación que vuelve a creer en el pueblo, en su destino, en el derecho a luchar hasta que la dignidad se haga costumbre. Miguel Enríquez cuando dijo en el funeral de Luciano: “Su vida fue un ejemplo para nosotros y lo será para generaciones venideras. Luciano será ejemplo para miles de jóvenes del pueblo que no quieren vivir de rodillas en la miseria. Su muerte habrá de ser un impulso para la lucha que se avecina”.

A riego de parecer romántico, pero de ese “romanticismo anticapitalista” que profesaba el joven Lukács, de ruptura radical con el orden establecido y de manifestación jolgoriosa de comunidad, como no pensar en el Luciano que nos presenta Pedro en su libro, por ejemplo, en las dinámicas rebeldes de autoorganización del pueblo en la alborotada Plaza de la Dignidad. Luciano enfrentándose y escapándose una y otra vez de las fuerzas represivas en el barrio universitario de Concepción, como lo hacen hoy los jóvenes de la primera línea envestidos de las leyes históricas de la autodefensa de masas, para que a sus espaldas se garantice el derecho del pueblo a movilizarse. Luciano cabalgando en medio de los bosques de Arauco en busca de un doctor que atendiera a un campesino que se encontraba grave, nos lleva a los brigadistas de primeros auxilios que con una mano sostienen un escudo y con la otra curan a los heridos de la feroz represión. Luciano sonriendo después de una expropiación bancaria, abrazando a sus compañeros en medio de una acción de propaganda, enunciando con un poema el porvenir, mimetizándose en la sombra de un pueblo, termina siendo el mismo ímpetu que acompaña el despertar de Chile.

Esta vieja-nueva subjetividad de un pueblo en lucha, recreación de la solidaridad, no es monopolio de la Plaza de la Dignidad, sino que se ha replicado en cada rincón olvidado del país, de cordillera a mar, como esa gran corrida de cerco que un día quiso construir Luciano. Conocer la vida de Luciano, dialogar con su historia que nos concede Pedro Lovera, no es un viaje al pasado, sino más bien un atajo al futuro que es hoy.

1/ El siguiente artículo corresponde al prólogo del libro Luciano Cruz Aguayo. Como una ola de fuerza y luz del historiador chileno Pedro Lovera Parmo, publicado recientemente por la Editorial Pehuén, el Grupo de Pensamiento Crítico y Memoria Histórica (GPM) y la Revista La Estaca. Respecto de la versión original de este prólogo denominada “A encender los sueños muertos” para esta publicación se realizaron modificaciones mínimas. El libro se puede obtener escribiendo al siguiente correo: [email protected].