Hace dos años, el jueves 21 de noviembre de 2019, comenzó a expresarse lo que ha sido un proceso de despertar en Colombia, un proceso en defensa de la vida, de la vida digna y en paz con justicia social; en contradicción con el mal gobierno de muerte, que ha dado continuidad a la estrategia contrainsurgente sustentada en el terrorismo de Estado y el paramilitarismo, persiguiendo de diversas formas a todas y cualquier expresión de oposición política y social; que ha incumplido el Acuerdo de Paz con las antiguas FARC-EP, y que también ha profundizado las políticas neoliberales, desmontando y mercantilizando derechos sociales y favoreciendo prioritariamente los intereses del capital financiero transnacional.
El 21 de noviembre de 2019, fue el inicio de lo que “estalló” en el Paro Nacional del 2021, después de un año de intensificación de las contradicciones en el contexto de Pandemia y ante las respuestas cada vez más nefastas de ese mal gobierno uribista, representante principalmente de los intereses de sectores terratenientes, corruptos y mafiosos de las clases dominantes.
En estas manifestaciones la gran protagonista fue la juventud, la juventud de la clase trabajadora, una juventud que en su mayoría no tiene perspectivas de estudio ni de empleo digno. Y ante las legítimas exigencias, reivindicaciones y demandas que se movilizaban, la respuesta fue una brutal represión, develando una vez más el carácter reaccionario del Estado colombiano, que sigue actuando con instrumentos legales e ilegales en la persecución a les manifestantes, incluso después del paro.
Esa juventud, abrazada y acompañada por muy diversos sectores sociales, está asumiendo su protagonismo más allá del paro, y tendrá un papel fundamental en las elecciones venideras de 2022 (y también de 2023), pero sobre todo será necesario que contribuyan a crear nuevas formas y contenidos en la lucha política y en la construcción de una nueva Colombia en que se pueda vivir dignamente y en paz con justicia social, lo cual exige superar los límites de la participación electoral dentro de las podrida institucionalidad seudo-democrática en ese país.
Este 21 de noviembre de 2021, además de conmemorar dos años de ese despertar que comenzó en Colombia, también nos encontramos en un momento muy importante de disputa electoral en Chile y Venezuela. Que esperemos logren expresar en las urnas una vocación de democratización y de poder popular, lo que sería muy importante para los procesos emancipatorios en la región.
Venezuela, a pesar de todo, resiste en un proceso que inició hace más de 20 años, bajo la dirección del Comandante Hugo Chávez, y que nos brindó una nueva oportunidad de asumir la lucha por un socialismo bolivariano. Chile ha sido un ejemplo, desde los pingüinos hace ya más de 10 años, posteriormente el movimiento estudiantil que desnudó las graves consecuencias de una política neoliberal en la educación superior y que sirvió como impulso en las luchas estudiantiles en países como Colombia y Puerto Rico, y más recientemente el movimiento que inició en 2018, también con un protagonismo de la juventud de la clase trabajadora, y que hasta ahora llegó a abrir el camino de una nueva constituyente, para por fin comenzar a superar el legado de la dictadura empresarial-militar.
Por eso, las experiencias de Chile tienen sus raíces en un proceso de hace más de 50 años. El proyecto de la Unidad Popular, que de alguna manera vuelve a ponerse en la agenda para la memoria, pero también para los debates contemporáneos, y no sólo para Chile. Por eso quiero compartir un ensayo que escribí el año pasado, sobre la vigencia de ese proyecto para toda NuestrAmérica.
La pretensión no es más que contribuir con algunas reflexiones y provocaciones para seguir pensando, organizándonos y forjando los caminos para enfrentar la barbarie impuesta por las clases dominantes en Colombia, Chile, y toda NuestrAmérica.
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