A la mayoría de los españoles se les caía la baba con Franco -al igual que ocurrió en China con Mao- pero como la memoria es «vergonzosa» tratamos de convencernos que desde hace medio siglo (incluso algo más) un alto porcentaje de ciudadanos vino al mundo en hogares progresistas, laicos y republicanos, donde los abuelos […]
A la mayoría de los españoles se les caía la baba con Franco -al igual que ocurrió en China con Mao- pero como la memoria es «vergonzosa» tratamos de convencernos que desde hace medio siglo (incluso algo más) un alto porcentaje de ciudadanos vino al mundo en hogares progresistas, laicos y republicanos, donde los abuelos nos leían El Capital y nos hablaban con tristeza de los vencidos que acabaron en el exilio o el paredón.
La lucha cainista entre «La Cruz y El Diablo Rojo», que se alargó con «La Cruzada» de la División Azul que mandó Franco a Rusia para matar «comunistas». La guerra fría que se vivía en la calle entre «Los Nadies» (obreros y campesinos) y los lacayos de la burguesía y la aristocracia clerical, con sus coronas de espinas y metal. El enfrentamiento entre los defensores de los valores imperiales (esos que forjaron los Reyes Católicos) y la izquierda, se sigue librando, rozando lo esperpéntico, en El Valle de los Caídos.
La Guerra Civil dejó unos 500.000 muertos y 400.000 exiliados, entre estos últimos gran parte de la intelectualidad progresista, lo que ahondó el empobrecimiento cultural de España. Ha pasado mucho tiempo desde que los cuervos eliminaron los restos de «los derrotados» y, la limpieza fue tan científica, que el cielo vuelve a estar limpio con el tañer de las campanas, los cantos gregorianos y los secretos de las sotanas.
Muerto el perro se acabó la rabia. Nuestro país sigue siendo, como deseaba el generalísimo, «la reserva espiritual del Occidente». El lugar más asombroso del mundo para «hacer turismo religioso» y llorar, con ataque epiléptico incluido, ante imágenes de vírgenes, santos, Cristos crucificados y San Lorenzos quemados en parrillas al rojo vivo. Nuestras fiestas sacras nos hacen únicos. Si hubiera un Premio Noble al lagrimeo místico hubiéramos superado con creces al Real Madrid en Copas de Europa.
Con el desarrollismo (1959-1973) los españoles y las españolas empiezan a cubrir, tras un largo periodo de hambrunas y racionamiento, «sus necesidades básicas»: comida, ropa, techo etc., y en gran número de hogares, franquistas, falangistas, católicos, etc., los cachorros entran en «la edad del pavo», lo que conlleva «la rebelión» contra todo tipo de poder, tanto político y eclesiástico como policial y militar.
Como explica el historiador de formación marxista Raimundo Cuesta (1) (Premio Nacional a la Innovación Educativa) los hijos e hijas de padres de derechas «giran a la izquierda» (proceso que se convierte en un fenómeno masivo) y la sociedad empieza a absorber otro «humus». Se van abriendo los ojos y nos damos cuenta de que vivimos en un hoyo profundo y oscuro. Las ventanas se abren y vemos con envidia y con un complejo de culpa e inferioridad, cómo viven los franceses, ingleses, etc. Ya no es posible tragar el rollo de los mayores. Queremos lo que hay más allá de los Pirineos. «Los hombres se parecen más a su tiempo que a sus progenitores», dice un proverbio árabe.
Franco gobierna con puño de hierro, cual padre severo, pero «cariñoso y protector», encerrado con sus sicarios en El Pardo. El dictador cuenta con legiones de curas, fans, guerrilleros, bandas, agrupaciones, dispuestos a dar hasta la última gota de sangre para que el tirano goce de los honores de Carlomagno. El machismo, tercermundista y vejatorio, no deja de repetir la sentencia «los hombres no lloran aunque tengan las tripas en la mano.» En las micro dictaduras de los hogares campan los correazos y las palizas.
El dictador permite el bikini en Benidorm, para no asustar a las extranjeras de altivos senos, y Manolo Escobar populariza en medio mundo ¡Y Viva España! Luego llegan los fusilamientos de «Al Alba» y el hipocorístico Paco va encogiendo como una oruga para facilitar su embalsamamiento.
Suena como nunca la palabra «Libertad». Lo prohibido «es el principal objeto del deseo». Ya en la década de los sesenta los melenudos fueron una amenaza contra el sistema, mil veces más peligrosa que Podemos. Llamaban a la revolución, a matar «a los padres» en el sentido freudiano, a pelear por un mundo sin fronteras ni religiones, se quería llevar la imaginación al poder, se decía «haz el amor no la guerra», proliferaron los objetores de conciencia y, empezaron a desmoronarse los pilares del panteón fascista.
El franquismo envejeció. Fue necesaria una transición para salvar a «un cuerpo social moribundo» (pero con gran poder todavía) y, en nuestras primeras elecciones democráticas gana Adolfo Suárez, (que sirvió a Franco como jefe de las Juventudes del Movimiento Nacional) que lo mejor que tenía eran sus modales: ni gritaba, ni insultaba ni echaba sapos por la boca. A pesar de sus errores fue elegante con el verbo. Como Federer en la pista de tenis. Con el Bulldog de Alfonso Guerra, «la nobleza», «la clase», «la educación», desaparecieron del Congreso. Ahora se berrea en «la postverdad».
En los ochenta vendrían los socialistas que, -tras traicionar sus principios fundacionales, como el laicismo republicano y su promesa de sacarnos de la OTAN- empezaron a gobernar «contemporizando», es decir: en vez de poner en marcha políticas destinadas a lograr una distribución equitativa de la riqueza (la abismal desigualdad social y el maltrato a los oprimidos, fue el detonante de la Guerra Civil) optaron por comulgar con Bruselas y la Casa Blanca, más valía ser cola de león que cabeza de ratón. A la fiera se la respeta, al roedor se le engaña con queso, pero siempre muere en la trampa.
Y ahora regresamos al Valle de los Caídos, la pirámide que construyeron para la «sanguijuela» los condenados a trabajos forzados. Y llega el dilema: ¿Dónde trasladamos sus restos? ¿A la Catedral de la Almudena, donde la familia Franco tiene una cripta tipo Juego de tronos? ¿Al cementerio familiar? Lo mejor sería incinerar sus restos y repartirlos por todas las Iglesias de España. El clero, la nobleza, la corona, la derecha, la banca, la burguesía, los ricos y muchos caminantes blancos están en deuda con él.
Nota
-1- El historiador Raimundo Cuesta dice que «el franquismo practicó en los españoles una cirugía de cuerpos y almas».
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