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A la Tercera, la vencida

Fuentes: Rebelión

Aunque suene cursi, sobre todo por repetido con cara de circunstancia, coincidamos en que el hombre es el único animal que tropieza dos veces -y más- con la misma piedra. Tanto, que algunos olvidaron el holocausto conocido como Primera Guerra Mundial, con sus 37 millones de víctimas, y la secuela de penurias, hambre, epidemias, afrontada […]

Aunque suene cursi, sobre todo por repetido con cara de circunstancia, coincidamos en que el hombre es el único animal que tropieza dos veces -y más- con la misma piedra. Tanto, que algunos olvidaron el holocausto conocido como Primera Guerra Mundial, con sus 37 millones de víctimas, y la secuela de penurias, hambre, epidemias, afrontada por los países que ofrecieron sacrificio a Marte, el olímpico de eterna sed de sangre.

No en balde Stefan Zweig escribió en su agridulce autobiografía póstuma: Hubimos de «darle la razón a Freud, cuando en nuestra cultura, en nuestra civilización, solo veía un barniz delgado que las destructivas fuerzas impulsoras del mundo subterráneo podían atravesar en cualquier instante».

Así concluyeron muchos de quienes, finalizada la gran conflagración iniciática, no osaban prever el bis. «Una recaída bárbara, como una guerra entre los pueblos de Europa, era cosa en que se creía tan poco como en las brujas y los aparecidos. Nuestros padres estaban firmemente poseídos por la confianza en la fuerza unificadora indefectible de la tolerancia y la reconciliación. Creían con sinceridad que los límites y las divergencias entre las naciones y las confesiones se confundirían paulatinamente en lo humano y común y que con ello la humanidad entera obtendría la paz y la seguridad, bienes supremos».

Luego, se sabe, advino otra explayada oleada de muerte: la Segunda Guerra Mundial. Y con ella, se conmovió en los cimientos la idea de progreso moral, de avance social, que encontró un reducto en ciertas concepciones racionalistas, herederas de la Ilustración. Hasta el arribo de un amago contrario trasuntado en la ideología neoliberal, pródiga en delirios sobre el capitalismo como hegeliana cima del devenir. ¿Recuerdan a Fukuyama?

¿A qué todo esto? Digamos que para apuntar que el nietzscheano «eterno retorno» no debe de ser tan descabellado en toda la línea, como alguna vez juzgamos. Reparemos, si no, en llamadas de alerta tal la de Evelio Díaz Lezcano, Profesor Titular de la Universidad de La Habana, entrevistado por la colega Dalia González Delgado (Granma): «Las élites ávidas de poder y riquezas que llevaron al mundo a la I GM son las que han llevado a otras guerras después y las que en este momento pueden llevar al mundo a conflictos locales y a otros de mayor envergadura. Es una situación que está presente todavía. Creo que hasta podría ocurrir una guerra local donde se llegue a emplear el arma atómica. Pienso que es posible. Existe el temor de que ocurra en el Oriente Medio con Israel. Sería una guerra muy localizada, aunque con destrucciones inmensas para la región. Pero una guerra mundial, una guerra total, sería impensable, sería un suicidio colectivo».

Impensable no por improbable, insistamos, sino porque la plétora de artilugios de destrucción la convierten en la salida errada por antonomasia. Ahora, lo que ocurre en la actualidad semeja un déjà vu, esa a ratos insoportable sensación de estar viviendo algo ya vivido. En tanto los más en el planeta no atinan a distinguir más allá de la extenuante jornada de trabajo, en el mejor de los casos, o de la incesante búsqueda, incluso plañidera, del sustento -casi siempre ayunando-, los hay obnubilados por el consumo. Hechos estos de material exclusivamente hedonista, no se percatan de que los banquetes, las bacanales, la vista obcecada en el imantado ombligo propio -el individualismo, el egocentrismo como divisas- resultan nuncios de los estertores de que ninguna potencia ha escapado.

Ni la orgullosa Unión, por supuesto. Lo proclaman observadores como Chris Hedges, Premio Pulitzer de Periodismo: «Los últimos días de imperio son carnavales de locura. Estamos en medio del nuestro, cayendo hacia adelante mientras nuestros líderes invitan a la destrucción económica y ambiental. Sumeria y Roma cayeron así, como también los imperios otomano y austro-húngaro. Hombres y mujeres de mediocridad asombrosa encabezaban las monarquías de Europa y Rusia en vísperas de la Primera Guerra Mundial. Y Estados Unidos ahora, en su propio declive, ha ofrecido su elenco de débiles, tontos y retrasados para guiarlo a la destrucción…».

Y como esos valetudinarios empeñados en reafirmarse con el acoso de ninfas -incluso nínfulas, en pecado nefando-, Washington intenta darse a respetar, no precisamente con lances eróticos, en Siria, el Líbano, Yemen, Irán, Somalia, Sudán, Ucrania… Con Operaciones Especiales en 134 naciones, el 70 por ciento de las existentes, según testifica un reputado investigador. El objetivo último: debilitar a Rusia, harto pertrechada en lo militar, y a China, el más exitoso rival económico…

¿No será esta vez el Tío Sam el encargado de refrendar a Freud desatando el pandemonio? Nunca lo sabríamos, porque a la Tercera iría la vencida. Sí, no habría nadie que volviera a tropezar con la misma piedra.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.