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Entrevista con Tomás Moulian, precandidato presidencial del PODEMOS

A Lagos, todos le van a preguntar: ¿qué pasó con el crecimiento con equidad?

Fuentes: Las Ultimas Noticias

En 1997, el sociólogo Tomás Moulian irrumpió en la fiesta de la transición chilena con un libro profundamente cuestionador, «Chile, anatomía de un mito», ensayo que no sólo se encaramó de modo inaudito entre los libros más vendidos del país, sino que también puso a temblar las endebles tramoyas que apuntalaban la bonanza económica de […]

En 1997, el sociólogo Tomás Moulian irrumpió en la fiesta de la transición chilena con un libro profundamente cuestionador, «Chile, anatomía de un mito», ensayo que no sólo se encaramó de modo inaudito entre los libros más vendidos del país, sino que también puso a temblar las endebles tramoyas que apuntalaban la bonanza económica de los jaguares de Latinoamérica. Con los años, él mismo se ha convertido en una especie de mito: con su frondosa barba blanca y sus crespas canas al descuido, su figura se impone categórica en el panorama de la política nacional, donde él tiene bien ganado su puesto titular como el intelectual de la izquierda extraparlamentaria y el crítico sin concesiones de un modelo que, paradójicamente, fue construido por viejos amigos suyos y ex compañeros del Mapu. Académico de vasta trayectoria, ensayista de pluma filuda y, actualmente, rector de la Universidad Arcis, Moulian es -a sus 64 años- un hombre más bien tímido, austero y sencillo que se siente a sus anchas en las grandes sistematizaciones sociohistóricas. Mientras habla parece olvidarse de la existencia de su cuerpo y permanece atrincherado tras su seriedad barbada, aunque de vez en cuando no puede evitar una sonrisa. Asimismo, le resulta imposible mentir o acomodar sus ideas al qué dirán, porque prefiere expresar sus ideas a sangre de pato, sin asomo de remilgos, y pésele a quien le pese. A pesar de que hace dos meses fue proclamado por el Partido Comunista como precandidato presidencial del conglomerado Poder Democrático y Social (Podemos), Moulian no tiene empachos a la hora de criticar a la ex Unión Soviética y al propio partido de la hoz y el martillo, y es enfático al señalar que él no pretende ser un factor desequilibrante en las próximas elecciones, sino que sólo busca representar, mediante su candidatura, una invitación al debate.

-Dígalo de una vez: ¿quiere ser Presidente, sí o no?

-Claro que no, pero no hay ningún peligro de que lo sea. Sé que no tengo ninguna posibilidad. No soy tonto. Yo soy sólo precandidato, espero que aparezca alguien mejor que yo, para ser su generalísimo. Y espero que a Michelle Bachelet le vaya bien y que Joaquín Lavín no crezca demasiado, para que hagamos una campaña de ideas sin asustar a la tan sacrosanta Concertación.

-En una entrevista para «The Clinic», usted hablaba de cómo le cambió la vida la experiencia de tener que echar gente o bajar sueldos.

-Para mí fue una experiencia muy dura tener que meterme en la gestión de una empresa, porque la universidad hoy, por desgracia, es una empresa. Intentamos sacarla adelante tratando de respetar a los trabajadores. Para mí fue muy duro verme enfrentado a una forma de gobierno, que es el gobierno de la universidad. Yo soy alérgico al gobierno. Yo siempre he creído que lo mejor que puede hacer la izquierda es no gobernar. La izquierda les debe dar la tarea de gobernar a quienes les gusta hacer eso.

-¿Y la toma del poder y el Estado socialista?

-Yo soy un anarco-comunista. Estoy convencido de que el socialismo no tiene nada que ver con el Estado.

-¿O sea que usted es un liberal?

-No exactamente. A mí me carga la idolatría hacia el Estado que tiene la cultura de izquierda. Yo creo que el Estado está siempre condenado a estar en manos de los grupos dominantes. Lo único que puede cambiar las cosas es que haya organizaciones sociales fuertes que obliguen al Estado a cambiar.

-Es anarco-comunista, ¿y qué más?

-Laico absoluto.

-Pero fue católico.

-Tuve tres años de fiebre católica. Mi padre no era creyente, mi madre sí. De niño no recuerdo haber creído, pero en la universidad me dio la fiebre de la fe. Esa fe desapareció hace aproximadamente cuarenta años. Hace muchos años hice con Norbert Lechner un pacto de laicidad total.

-¿En qué consiste ese pacto?

-En que en nuestro entierro no vamos a permitir ni un solo cura presente ni ninguna imagen religiosa. En mi entierro, no quiero ni misas ni bendiciones. Sólo quiero que toquen la música que me gusta: cualquier concierto de Mozart o la Quinta Sinfonía de Beethoven.

-¿Alguna canción popular?

-Bueno, «La Internacional».

-¿Algún bolero, alguna cumbia, algún rock and roll?

-No, sólo «La Internacional» y una estrofa del himno de la Católica, porque soy hincha cruzado desde niño.

-Ésa sí que es contradicción. ¿Qué le gusta de la Católica al precandidato comunista?

-No voy al fútbol. Soy de la Católica por mi padre. Mi padre era un vasco que llegó a Chile por la guerra civil española y que era racista como todos los vascos. No podía ser del Colo Colo porque había muchos indios. Nunca lo dijo así, porque era gentil, pero creo que eso es lo que pensaba. Tampoco podía ser de la Unión Española, porque los de la Unión Española eran franquistas. Así que era de la Católica.

-Es hijo de republicano español. ¿Eso lo marcó hacia la izquierda?

-Pero a mi padre la República le daba lo mismo, sólo le importaba el nacionalismo vasco. En política chilena era democratacristiano, pero en política española era de la ETA.

-¿Y heredó usted ese gusto por la ETA?

-A mí todo eso me parece una barbaridad tremenda. Después de la Guerra Fría estamos peor. En la Guerra Fría había una cierta racionalidad de los actores mundiales. La Unión Soviética, y de esto nos damos cuenta ahora, no era un país socialista, sino un factor de contención y occidentalización de unos territorios donde antes andaban en camellos.

-¿En su casa había libros?

-Mi padre era un autodidacto, pero sabía leer. Compraba libros de aventuras, Salgari, Dumas. Uno de sus grandes dolores fue no poder leer ni una sola línea de un libro en vasco que yo le traje de Europa.

-¿Y cómo se volvió usted de izquierda?

-Bueno, con los amigos, leyendo a Althusser. Después llegué a París el mismo día que empezó mayo del 68. Eso cambió el siglo veinte y me cambió también a mí.

-Usted era parte del Mapu, un grupo de poder muy unido, cuyos militantes se protegían entre sí. ¿Cómo fue escindirse de ese grupo?

-La verdad es que el primer precandidato presidencial del Mapu soy yo. No se resalta suficiente que el Partido Comunista haya elegido como precandidato a un hombre que no es comunista y que ha manifestado públicamente su discrepancia con los comunistas.

-¿Pero cómo es su relación actual con José Joaquín Brunner, con Enrique Correa, con Eugenio Tironi?

-Con Brunner tenemos una eterna polémica a través de las páginas de «El Mostrador», pero me parece un hombre honesto y con sentido del humor. Mucho menos reaccionario que los del grupo Expansiva, por ejemplo. A Correa siempre le he destacado su lealtad con Honecker y con los cubanos que lo refugiaron. Eso me lo hace altamente respetable.

-¿Cuál es su opinión acerca del Presidente Lagos?

-A Lagos nadie le va a ganar en kilómetros de carretera construidos, pero todos le van a preguntar: ¿qué pasó con el crecimiento con equidad? Yo lo único que le pido es que no diga que es socialista.

-¿Pero quién es socialista ahora?

-Yo al menos creo que la política es una forma muy lenta de modelar un tronco. Una forma constante de perfeccionamiento democrático. Pienso que una sociedad como la chilena, que oprime a los que luchan por cambiarla, no es democrática. Es una democracia más o menos no más, una democracia a medias.

-¿Qué opina de Pinochet?

-Nosotros nos equivocamos mucho en despreciarlo. Llamamos a su régimen fascista, cuando no era fascista, porque el fascismo es nacionalista, cierra sus fronteras, y Pinochet las abrió. Ahora está viendo su muerte como héroe, cosa que me alegra mucho.

-¿Cómo ve el fenómeno de la farándula?

-Es un error mirar esto desde la altura de la cultura de élite. Yo no veo televisión, pero tampoco leo mucho el diario. No tengo tiempo ni me interesa demasiado. Pero no hago de no mirar televisión una religión ni un programa de vida. A mí la farándula no me molesta en sí. En esta sociedad tan agitada la gente tiene que divertirse. Lo que no me gusta es cuando la farándula entra en la política.

-¿Toda la polémica sobre la pedofilia en política no es una forma de farandulización de la política?

-Mira, siempre me negué a celebrar que Jovino Novoa fuese acusado de ser un perverso. No es así como tenemos que ganarle. En cuanto a Jorge Lavandero, no veo que con él se esté actuando con el mismo cuidado que con Novoa.

-¿Cómo se le ocurrió dejarse la barba y peinarse como Marx?

-Quizás con Marx tenemos en común que nos cuesta ir a la peluquería. Pero me parezco mucho más al Viejo Pascuero que a Marx. En diciembre aumenta brutalmente mi popularidad. Yo le he dicho al Partido Comunista que me disfrace de Viejo Pascuero: sacaría mucho más votos.

-¿Dónde veranea?

-No veraneo, me quedo en mi casa. No me gusta salir de la ciudad ni de mi barrio, el Centro Poniente. Mi único lujo es viajar a España de vez en cuando, para ver a mis hijas que viven allá, pero con el recorte de sueldos que tuvimos que hacer en la universidad no creo que pueda ir por ahora.

-Uno siente que la izquierda chilena tiene una nostalgia por un Chile del pasado, un Chile que quizás nunca existió.

-A mí no me parece que la nostalgia, gran virtud tanguera, tenga que ser necesariamente mala. Pero yo no tengo nostalgia, yo sé que la Unidad Popular no se repite. No tengo nostalgia, pero me niego a creer que el Chile de hoy sea el reino de Dios en la Tierra. Yo creo que a esta sociedad le falta conflicto. Es un país que no se hace cargo de su desintegración social. Los pobladores que resistían a la dictadura ahora trafican pasta base. Algún día, hasta los empresarios se van a dar cuenta de que la lucha de clases era mejor que el alcoholismo y el tráfico de drogas en las poblaciones.