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A los cuarenta años de la creación del Ejército de Liberación Nacional

Fuentes: Insurrección

Hace 40 años, el 4 de julio de 1964, dieciséis compañeros enguerrillados, armados de esperanzas y rebeldía, de convicción y profundo amor por el pueblo, hicieron la primera marcha en las montañas del departamento de Santander, dando inicio con ésta al ELN , a su lucha por la liberación y contra las viejas estructuras del […]

Hace 40 años, el 4 de julio de 1964, dieciséis compañeros enguerrillados, armados de esperanzas y rebeldía, de convicción y profundo amor por el pueblo, hicieron la primera marcha en las montañas del departamento de Santander, dando inicio con ésta al ELN , a su lucha por la liberación y contra las viejas estructuras del poder oligárquico que mantienen la dependencia y el atraso, la opresión y la exclusión política, la miseria y la injusticia social.

Eran tiempos de angustias y represión criminal, como hoy, pero también de sueños posibles, optimismo, con el norte claro y con una solidaridad internacional real. Era otro momento histórico, de triunfos moralizadores, de legitimidad y apoyo a las luchas de liberación, en todo el mundo.

En ese entonces, Colombia estaba saliendo de la horrible noche de la violencia fratricida de la década del cincuenta y de la dictadura militar, donde cerca de 300 mil colombianos, campesinos en su mayoría, murieron y otros miles fueron desarraigados de sus tierras por nuevos raponeros del campo.

La oligarquía se iniciaba en un proceso de industrialización aprovechando la fuerza de trabajo barata que aportaba el torrente de desplazados, y los últimos métodos para incrementar la plusvalía, haciendo producir más a los obreros por el mismo salario. Intensificaba la exclusión política valiéndose del pacto de alternatividad entre los partidos tradicionales, llamado «Frente Nacional»; abría de par en par las puertas y ventanas a la injerencia de los gobiernos de Estados Unidos en nuestros asuntos internos, bajo el pretexto de atajar la mancha comunista y evitar una nueva Cuba en el continente; entregaba el manejo de la economía y la soberanía de la nación al FMI, en las primeras «cartas de intención», firmadas en ese entonces.

El peso y los efectos de las nuevas políticas recayeron, como siempre, en la espalda de las grandes mayorías del país: el incremento de la opresión política, la persecución al pensamiento y las ideas contrarias al Frente Nacional, la intensificación de la explotación a los trabajadores en general, la represión que se tornó más violenta, fundamentada en la defensa de la democracia y la civilización cristiana contra el comunismo totalitario.

Las masas respondieron combativamente inspiradas en paradigmas a nivel mundial que estimulaban los sueños y atizaban la esperanza en una sociedad más justa. En esa década del sesenta fue intensa la agitación política, de respuestas directas, hubo rupturas y explosiones sociales en todo el país.

Los obreros defendieron los derechos laborales y políticos, enfrentaron con valentía las medidas represivas impuestas por el gobierno en huelgas combativas bañadas, en ocasiones, con sangre de jóvenes petroleros, cementeros y trabajadores de la construcción, bancarios, estatales y maestros, de azucareros, palmeros, textileros, alimentarios y muchos más.

Las luchas represadas de los campesinos, de los indígenas y las comunidades negras surgieron en todo el país. Bajo el lema de «la tierra para el que la trabaja», derribaron cercas, recuperaron la tierra ancestral y ocuparon latifundios de los terratenientes.

Sacerdotes y monjas vinculados al trabajo de pastoral social, rompieron el «voto» de obediencia debida a la jerarquía eclesiástica y, en franca rebeldía, se sumaron a las comunidades cristianas involucradas en el torrente de las luchas sociales.

Los estudiantes lucharon por el bienestar estudiantil, el fortalecimiento de la universidad pública y la vinculación de ésta a los problemas del país. Lideraron la denuncia de la penetración imperialista, la exclusión política y la represión criminal del Estado, se solidarizaron y en la primera línea apoyaron las luchas de los obreros, los campesinos, indígenas, negros y pobladores de las barriadas pobres.

Eran los años de los guerrilleros vencedores de la Sierra Maestra, del triunfo de la revolución cubana y de la declaración de Fidel marcando el rumbo y el carácter socialista de la revolución.

Eran tiempos de las batallas heroicas por la liberación nacional en Vietnam y en países africanos, del surgimiento de los movimientos insurgentes en una decena de países en el continente americano y de la consolidación de las revoluciones socialistas y la ampliación de este campo, casi a la mitad del mundo.

En este contexto histórico nace el ELN, liderado por algunos compañeros que viajaron a Cuba, conocieron el proceso, se impactaron con la obra majestuosa de la revolución y recibieron el apoyo solidario del pueblo cubano.

Regresaron con el propósito de dar inicio a la lucha armada revolucionaria. Entraron en relación con líderes de los sectores sociales combativos y radicalizados que andaban, igualmente, en la búsqueda de salidas a la crisis del país y de alternativas no reformistas. Algunos que se consideraron interpretados en los planteamientos del ELN, se vincularon, unos a las filas guerrilleras y otros a las tareas políticas y de apoyo logístico.

Entre ellos se destacó el sacerdote Camilo Torres Restrepo, líder del movimiento Frente Unido y varios líderes estudiantiles, campesinos y sindicales.

El ELN surgió con cuatro elementos que constituyen su columna vertebral y han ido desarrollándose en el proceso de maduración política: la fidelidad a los intereses de clase; el amor, respeto y confianza en el pueblo; la lucha directa y la defensa de la soberanía nacional.

En estos cuarenta años hemos vivido momentos de auge, satisfacciones y avances revolucionarios. Pero también dificultades, nostalgias y reveses; de errores y desaciertos que hemos cuestionado en reflexiones colectivas, y enfrentado con la fuerza de la convicción que un mundo mejor es posible, y hay que luchar por hacer que sea.

Frente a los nuevos desafíos y retos que impone la realidad de hoy hemos ido revisando verdades que considerábamos acabadas, más aún, cuando estamos en la época de la contrarrevolución mundial, del dominio del unipolarismo soberbio y del monopolio de las trasnacionales y del «raponazo» a los derechos de los pueblos conquistados durante luchas centenarias, del derrumbe de paradigmas y del debilitamiento de las ideas que fundamentaron e inspiraron las luchas de los siglos XIX y XX.

En Latinoamérica y el Caribe, que es tratado como su patio trasero, el imperio mira con más celo y aprieta con fuerza sus garras apoyado en las oligarquías lacayas; no admite que se desarrollen otras alternativas que estén por fuera de sus parámetros e intereses.

Cuba es la excepción que sigue siendo el ejemplo, la luz de la esperanza en el camino de la liberación de los pueblos. Es la voz digna y altiva, junto a la Venezuela bolivariana enfrentan los planes del imperio y da aliento a los pueblos que ya no aguantan más y se levantan en rebeldía, en las explosiones sociales que recorren el continente.

A las alternativas políticas y los movimientos sociales que emergen en el resto de países del continente, el imperio intenta asfixiarlos políticamente calificándolos de terroristas y pone su poderío contra ellos, advirtiendo que no permitirá nuevos focos contrarios a sus planes y que se inscriban en la utopía.

La insurgencia colombiana ocupa un puesto en su agenda destructora. La situación del país, vista en el contexto de los planes del imperio, es la más difícil del continente, después de Cuba y Venezuela. El conflicto social y político tiende a complicarse y profundizarse más.

Los factores políticos, económicos y sociales que hicieron irrumpir la insurgencia en la década del sesenta se han agravado en estas cuatro décadas: el desarrollo de la guerra sucia contra los líderes sociales y la población civil, el incremento de los niveles de miseria derivados del capitalismo salvaje, los efectos criminales del narcotráfico y los intentos por implantar una dictadura civil de ultraderecha, liderada por el Presidente Uribe Vélez.

Pero lo más peligroso y trascendental es la injerencia abierta del gobierno de los Estados Unidos en el conflicto interno y el involucramiento del Estado colombiano en los planes agresivos del imperio contra los pueblos de Suramérica y, en especial, contra el gobierno bolivariano de Venezuela. El Plan Colombia o Iniciativa Andina fundamentado en la lucha contra el narcotráfico e impedir la expansión de la guerrilla colombiana, es el pretexto de los planes imperiales para el Sur del Continente.

El ELN, como en 1964, está convencido que la revolución es posible, que para el desarrollo del país es necesario producir grandes transformaciones políticas y socioeconómicas que redunden en el bienestar de las mayorías. La paz es el producto de la justicia social.

Para confrontar exitosamente los grandes retos, es necesario resolver dos problemas en lo inmediato: uno, vincular las masas a la lucha por el nuevo país, generando procesos donde éstas comprendan la realidad y sean protagónicas en las luchas y transformaciones sociales, favoreciendo espacios de participación democrática. Y el otro, sobrepasar las dificultades entre los revolucionarios, construyendo niveles básicos de unidad en torno a elementos comunes.

El ELN está en la búsqueda de alternativas y respuestas a las aspiraciones inmediatas de los colombianos, afectados por la violencia reaccionaria y la las injusticias sociales. Por eso le da realce a la bandera de la paz, entendida como proceso de construcción y generación de movimiento social en torno a los cambios que requiere el país y la solución política al conflicto interno.

De ahí que rechace, por desacertadas, las interpretaciones del conflicto interno que simplifican y limitan éste a la expresión armada, pues desnaturalizan el contenido político y lo reducen al problema de un grupo levantado en armas, por fuera de la sociedad.

En las condiciones actuales una salida al conflicto interno solo es posible si los colombianos asumimos la paz como compromiso y vía de solución a los grandes problemas del país.

Desde esta visión es que el ELN le apuesta a construir puentes y acercamientos con posibles aliados en el país, en torno a puntos mínimos que abran caminos de paz, reduzcan el sufrimiento innecesario de la guerra y mejoren el bienestar de las masas; que enfrenten la implantación de la dictadura civil y los planes del imperio desde una posición patriótica.

Desde esa misma óptica es que el ELN considera importante la participación de la comunidad internacional como facilitadora, con una posición independiente y respetuosa de las partes.

En síntesis, los retos de los revolucionarios con el pueblo colombiano y el futuro del país son muy grandes y cada vez mayores. Para salir adelante requerimos la solidaridad internacional, de manera especial de los pueblos de Latinoamérica y del Caribe, pues una derrota de la insurgencia colombiana es un triunfo de los planes del imperio para en el Continente.

Unámonos los pueblos y salvémonos entre todos, de la aplanadora imperial.