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Recomendación y definición

A propósito de «Historias desde la cadena de montaje»

Fuentes: Rebelión

El lenguaje excesivamente masculino, no sólo el usado en el ámbito y en las historias que se explican, le restan algo -o mucho- de valor en algunos momentos. Tal vez. De acuerdo incluso. Pero más allá de ello, del hecho de que la descripción está centrada en la cadena de montaje de la General Motors […]

El lenguaje excesivamente masculino, no sólo el usado en el ámbito y en las historias que se explican, le restan algo -o mucho- de valor en algunos momentos. Tal vez. De acuerdo incluso.

Pero más allá de ello, del hecho de que la descripción está centrada en la cadena de montaje de la General Motors desde mediados de los setenta hasta, aproximadamente mediados de los ochenta, y de que las referencias culturales y musicales remiten a la cultura norteamericana de aquellos años, no siempre conocidas por nosotros, Historia desde la cadena de montaje [1] de Ben Hamper es un libo absolutamente recomendable. Una historia obrera industrial narrada en una introducción, nueve capítulos y un breve epílogo. Michael Moore, amigo del autor, con el que se relaciona en varios momentos a lo largo de una historia con bastante nudos en común [2], escribió el prólogo. La edición original es de 1998.

Entre muchos otros motivos, hay uno que merece destacarse. El siguiente: entre las páginas de Rivethead: Tales from the Assembly line pueden leerse excelentes definiciones de ese monstruo al que solemos llamar «capitalismo». Doy luego un ejemplo. Antes, para entrar en calor, déjenme ilustrar con otras que están también a la altura de las circunstancias. Son de Manuel Sacristán [3] que, por supuesto, no conoció a Ben Hamper pero no es improbable que se hubieran entendido bastante bien desde perspectivas ciertamente distintas.

Una nota a pie de página de las OME, de las obras de Marx y Engels de Grijalbo, de El Capital en este caso, es más bien académica:

[…] recuerdo que una noche nos metieron una vieja en cadena de remache. La idea era totalmente ridícula se mirase por donde se mirase, aunque se trataba tan solo de un ejemplo más de la absurda estrategia de GM [General Motors] seguía a la hora de evaluar las capacidades y limitaciones de sus trabajadores. Hablando en plata: nuestra área no era de ningún modo el lugar adecuado para una señora de esa edad. Las pistolas pesaban como un muerto y tenían una mala leche importante. Lo más razonable habría sido colocar a la vieja arriba, en la línea de corte o en la terminación.

En su segundo día de trabajo en un puesto lleno de complicaciones, la mujer se golpeó la cabeza con una remachadora y se cayó de bruces al suelo, inconsciente. Permaneció ahí espatarrada, debajo del lento pasar de los coches como si fuera una desgatada muñeca de trapo, hasta que alguien corrió a pulsar el botón de stop y la línea de detuvo.

¡Oh, oh! Alerta roja. Si por algún motivo querías que se presentaran en tu área un montón de jefazos, nada funcionaba mejor que apretar ese sagrado botón de parada. Salían escopeteados de debajo de las vigas como halcones que persiguen a su presa. En menos de treinta segundos todas las corbatas de un radio de 300 metros se habían personado, demandando explicaciones, graznando en los walkie-talkies, jadeando y resoplando como si el universo mismo se les hubiera atragantad en la tráquea.

¡Qué alarde de compasión tan patético! Mientras la pobre mujer continuaba derrumbada bajo el transportador de bastidores, lo único que todos esos capullos histéricos querían saber era: ¿QUIÉN DEMONIOS HA DETENIDO LA LÍNEA? El encargado general, un nazi integral a quien llamábamos el Pingüino, llegó hasta el botón de parada, lo desactivó y, tras un par de sacudidas, la línea volvió a ponerse en marcha

-¡Por el amor de Dios! – grité- ¿Y qué hay de la vieja?

-No te preocupes -contestó algún pez gordo-, la sacaremos de ahí enseguida. Vosotros, volved al trabajo y mantened esta línea funcionando.

Mientras tanto, la señora mayor estaba volviendo en sí. Con la ayuda de varios supervisores, la levantaron y la sentaron en su banco. Ella comenzó a llorar, en parte a causa del miedo y en parte debido a la humillación. ¡Dios mío!, seguro que era la abuela de alguien. Era espantoso. Visualicé a mi propia abuela desplomada en ese suelo pringoso de planchas de madera. A continuación pensé en todos los carteles y tazas que repetían que la seguridad era lo primero y otras mentiras por el estilo.

Pero, sobre todo, concluye Hamper, pensé en lo mucho que odiaba a «esos impasibles cabrones de camisas inmaculadas». Una mujer mayor había estado a punto de morir aplastada: «a ellos solo les importaba su valiosa cuota de producción.»

¿No es esa la esencia de la denominada «civilización» capitalista? ¿Civilización? Chomsky también lo ha visto así: «en el cálculo moral del capitalismo de hoy, un mayor bono mañana vale más que el destino de nuestros nietos». Y ha añadido:

¿Cuáles son las perspectivas de sobrevivencia, entonces? No son brillantes. Pero los logros de quienes se han esforzado durante siglos por lograr mayor libertad y justicia dejan un legado que es posible retomar y llevar adelante… y debe ser así, y pronto, si hemos de sostener las esperanzas de una supervivencia decente. Y ninguna otra cosa puede decirnos con mayor elocuencia qué clase de criaturas somos.

Notas:

[1] Capitán Swing, 2014, traducción de Lucía Barahona. Prólogo de Michael Moore

[2] Antes de trasladarse a San Francisco para dirigir MJ, Moore, hijo y nieto de trabajadores de la GM, pasó su última noche en Flint observando y trabajando (sin permiso por supuesto) en la cadena de montaje de la GM.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.