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A propósito de Rosa

Fuentes: Rebelión

No puedo evitar empezar con un texto que escribió Manuel Sacristán (1925-1985) en su influyente Antología (no sólo en España, también en México y otros países hermanos) de uno de los grandes marxistas-comunistas del siglo XX, de Antonio Gramsci (¿todos los espejos están rotos?). Está dedicado a Rosa Luxemburg. Paco Fernández Buey solía hacer referencia […]

No puedo evitar empezar con un texto que escribió Manuel Sacristán (1925-1985) en su influyente Antología (no sólo en España, también en México y otros países hermanos) de uno de los grandes marxistas-comunistas del siglo XX, de Antonio Gramsci (¿todos los espejos están rotos?). Está dedicado a Rosa Luxemburg. Paco Fernández Buey solía hacer referencia a ese paso.

Es una nota a pie de página, la 26. Sacristán narra en ella los asesinatos de Rosa y Karl (¿por Karl Marx?):

Los dirigentes comunistas alemanes Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht ambos (sobre todo Rosa) destacados también como teóricos, fueron asesinados en Berlín la noche del 15 al 16 de enero de 1919. Estaban detenidos en el Estado Mayor de la División de tiradores de caballería de la Guardia, en el hotel Edén, de Berlín. Pretextando su traslado a la cárcel de instrucción de Berlin-Moabit, fueron muertos a tiros y culatazos por los oficiales y soldados de la División capitán Horst von Pflugk-Hartung (jefe del destacamento que trasladaba a Liebknecht), teniente Rudolf Liepmann, teniente Kurt Vogel (del destacamento que trasladaba a Rosa Luxemburg), húsar Otto Runge (que confesó haber derribado a culatazos a ambos detenidos), sin duda con la participación de otros varios que no fueron procesados. El capitán Waldemar Pabst, del que partió la orden de trasladar a Rosa Luxemburg, no fue siquiera acusado. El asesinato de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht fue el primer crimen político de la Alemania de Weimar. Los asesinos fueron condenados: Liepmann a seis semanas de arresto domiciliario, Vogel a dos años y cuatro meses de prisión y expulsión del ejército, Runge a dos años de prisión, dos semanas de detención y expulsión del ejército. Los demás, incluidos el capitán von Pflugk-Hartung y otros oficiales que, según los testigos, habían disparado contra las víctimas, fueron absueltos. El gobierno era socialdemócrata.»

 

John Berger nos ha obsequiado, recientemente, con un regalo, «Un regalo para Rosa» es su título. Algunos pasos de un artículo que hubiera encantado al autor de Leyendo a Gramsci [1]:

«¡Rosa!, te conozco desde que era niño. Y ahora soy dos veces mayor de lo que eras tú en enero de 1919, cuando te apalearon a muerte, pocos meses después de que tú y Karl Liebknecht fundasteis lo que habría de ser el Partido Comunista de Alemania. Con frecuencia surges de alguna página que leo -y algunas veces surges de la página que intento escribir-, me saludas con la cabeza y una sonrisa, y nos reunimos. No hay página, ni celda alguna de las prisiones donde en repetidas ocasiones te pusieron, que pueda contenerte. Quiero enviarte algo. Antes de que me fuera obsequiado, este objeto estaba en el pueblo de Zamosc, al sureste de Polonia. Es el pueblo donde tú naciste, y donde tu padre fue comerciante maderero. Pero el vínculo contigo no es tan simple».

El objeto, prosigue JB, «perteneció a una amiga polaca llamada Janine. Ella vivía sola, no en la elegante plaza central donde tú habitaste durante los dos primeros años de tu vida, sino en una casita corriente en las afueras del pueblo. La casa de Janine y su diminuto jardín estaban llenos de plantas en macetas. Había macetas incluso en el suelo de su dormitorio. Y cuando tenía visitas, no había nada que le gustara más que señalar, con sus dedos de vieja trabajadora, la particularidad de cada una de sus plantas. Le hacían compañía. Janine hacía chistes, y contaba chismes, con ellas».

Aunque no habla polaco, comenta JB, el país europeo donde se siento más como en casa es Polonia. «Comparto con los polacos algo de su orden de prioridades. A la mayoría de ellos no les intriga el poder, porque han sobrevivido a toda la mierda del poder que se pueda concebir. Son expertos en darle la vuelta a los obstáculos. No paran de inventar tácticas para ir pasando. Respetan los secretos. Tienen recuerdos duraderos. Hacen sopa de acedera con acedera silvestre (Rumex acetosa. Conocida como agrella, vinagreira o romaza). Quieren ser alegres».

Rosa, recuerda Berger, dice algo semejante en una de sus cartas desde la prisión. «Ser un ser humano, decías, es la cuestión principal, por encima de todo. Y eso significa ser firmes y claros y alegres; sí, alegres, pese a todo y a cualquier cosa, porque chillar es asunto de los débiles. Ser seres humanos significa que, si es necesario, con alegría aventes tu vida entera a la gigantesca balanza del destino, y al mismo tiempo te regocijes en la brillantez de cada día y en la belleza de cada nube».

En Polonia, recientemente, se ha desarrollado un oficio nuevo. «Todo aquel que lo practica es conocido como stacz que significa ocupar el sitio. Uno paga a algún hombre o mujer para que haga alguna larga cola y le retoma su sitio cuando ya está casi al final. Son colas para la comida, para los utensilios de cocina, para algún tipo de licencia, para algún sello gubernamental en un documento, para conseguir azúcar o botas de hule». Se «inventan muchas tácticas para ir tirando». A principios de la década de 1970, recuerda JB, «mi amiga Janine decidió tomar un tren a Moscú, como varios de sus vecinos lo habían hecho. No fue una decisión fácil. Apenas uno o dos años antes, en 1970, se había producido la masacre de Dansk y otros puertos marinos: cientos de trabajadores de los astilleros habían ido a huelga y la policía y los soldados polacos les acribillaron a tiros por órdenes de Moscú».

Rosa lo anticipó. En su comentario sobre la Revolución bolchevique de 1918: «tú anticipaste los peligros implícitos en el modo bolchevique de responder a todo razonamiento. «Una libertad sólo para los miembros del gobierno, sólo para los miembros del partido -aunque éstos sean bastante numerosos- no es, para nada, libertad. La libertad es siempre la libertad de los que piensan diferente. De esta característica esencial de la libertad política depende todo lo que es aleccionador, pleno y purificante, y no de algún fanático concepto de la justicia. Si la ‘libertad’ se vuelve un privilegio especial, sus efectos se desvanecen».

Janine, nos explica JB, tomó el tren a Moscú para comprar oro. «El oro valía allá una tercera parte de su costo en Polonia. Al dejar atrás la estación Bielorusski, finalmente encontró los callejones donde los joyeros autorizados tenían anillos para vender. Siempre había una larga fila de otras mujeres extranjeras que esperaban comprar. En razón de la ley y el orden cada una de estas mujeres llevaba un número pintado en la palma de la mano, que indicaba su lugar en la cola. Un policía era quien dibujaba los números. Cuando por fin Janine llegó hasta el mostrador preparó sus rublos y compró tres anillos de oro. De camino a la estación, le atrapó la mirada el objeto que quiero enviarte, Rosa. Le costó apenas 50 kopek. Lo compró en el vuelo del momento, porque le hizo ilusión. Éste podría conversar con sus plantas metidas en macetas».

Tuvo que esperar mucho tiempo en la estación para tomar el tren de regreso. «Como lo supiste en tu época, estas estaciones rusas se convirtieron en campamentos para los pasajeros que esperaban largo tiempo. Janine se puso uno de sus anillos en el cuarto dedo de la mano izquierda, y los otros dos se los escondió en sus partes íntimas. Cuando llegó el tren y ella subió, un soldado le ofreció un asiento en un rincón. Suspiró con alivio -podría dormir un poco-. No tuvo problemas en la frontera». En Zamosc, Janine vendió los anillos por el doble de la suma que había pagado por ellos. «aun así eran considerablemente más baratos que los que se pudieran comprar en una tienda polaca. Después de deducir el billete del tren, Janine había logrado una ganancia inesperada». El objeto que JB quiere enviar a Rosa, lo colocó Janine «en el quicio de la ventana de su cocina». El objeto tiene algo de enciclopédico. Diderot lo explicó así, en 1750, en la enciclopedia que justo acababa de ayudar a concretar: «El objetivo de una enciclopedia es ensamblar todo el conocimiento esparcido por la superficie de la Tierra, con el fin de mostrar el sistema general a la gente que vendrá después de nosotros, de tal modo que los esfuerzos de los siglos pasados no sean inútiles para los siglos venideros, para que nuestros descendientes se vuelvan más letrados, puedan ser más virtuosos y más felices…»

Es, el regalo, «una caja de cartón delgado, del tamaño de una cuartilla antigua [de las conocidas como cuartos. Su medida es de 23×30 centímetros]. Impreso en su tapa está un grabado a color del pájaro conocido en Europa central como papamoscas collarino, y debajo hay dos palabras en cirílico, en ruso: pájaros cantores». Abramos la tapa. «Dentro hay tres hileras de cajas de cerillas, seis cajas por hilera. Y cada caja tiene un etiqueta con el grabado en colores de un pájaro cantor diferente. Dieciocho cantores diferentes. Y debajo de cada grabado, en letra muy pequeña, está el nombre del pajarito en ruso. Tú que escribiste furiosamente en ruso, polaco y alemán habrías podido leerlos. Yo no puedo. Tengo que adivinar a partir de mi vaga memoria de cuando he observado pájaros alguna vez. Es extraña la satisfacción de identificar un pájaro vivo mientras vuela o desaparece tras unos setos, ¿no crees? Implica una momentánea y peculiar intimidad, como si en ese momento de reconocimiento uno se dirigiera al pájaro -pese al estruendo o las confusiones de otros incontables eventos- por su particular apodo: ¡aguzanieves!, ¡aguzanieves!»

De los 18 pájaros en las etiquetas, JB reconoce tal vez cinco. «Las cajas están llenas de cerillas con cabeza verde. Sesenta en cada caja. Lo mismo que los segundos en un minuto y los minutos en una hora. Cada una es una llama potencial. La clase proletaria moderna, escribiste, no desarrolla su lucha de acuerdo con el plan establecido en algún libro o teoría: la actual lucha de los trabajadores es parte de la historia, es parte del progreso social. Y es en el centro de la historia, en el centro del progreso, en medio de la lucha, donde aprendemos cómo debemos luchar».

En el interior de la tapa de la caja de cartón, prosigue JB, «hay una breve nota explicativa -era la URSS de la década de los 70- dirigida a los coleccionistas de cajas de cerillas (a los filumenistas, como se les conoce)». La nota, que no está nada mal, brinda una información: «en términos de evolución los pájaros preceden a los mamíferos. En el mundo actual existe un estimado de 5 mil especies de pájaros. En la Unión Soviética hay 400 especies de pájaros cantores. Por lo general son los pájaros machos los que cantan. Los pájaros cantores han desarrollado cuerdas vocales en el fondo de sus gargantas, por lo común anidan en los arbustos, en los árboles o en el suelo, y son de gran ayuda para la agricultura cerealícola porque comen y, por ende, eliminan hordas de insectos. Recientemente han sido identificadas tres nuevas especies de gorriones cantores en áreas remotas de la Unión Soviética. Janine guardaba su caja en el quicio de la ventana de la cocina. Le daba placer, y en el invierno le recordaba el canto de los pájaros».

Cuando te encarcelaron por oponerte con vehemencia a la Primera Guerra Mundial, recuerda JB, «escuchabas a un carbonero, un herrerillo azul que siempre se quedaba cerca de tu ventana. «Venía con los otros a ser alimentado, y diligente cantaba su graciosa cancioncita: tsii-tsii-bey. Sonaba como la broma traviesa de un niño y siempre me hacía reír y yo le contestaba con la misma llamada. Luego el pájaro se desvaneció entre los demás, a principios de este mes, sin duda para hacer nido en otra parte. No vi ni escuché nada durante semanas. Pero ayer sus bien conocidas notas vinieron de repente del otro lado del muro que separa nuestro patio de otra sección de la prisión; había alterado su canto considerablemente porque ahora cantaba tres veces seguidas en rápida sucesión: tsii-tsii-bey, tsii-tsii-bey, tsii-tsii-bey, y luego se quedaba callado. Y eso se me metió al corazón, porque era tanto lo que me transmitía en este apresurado canto desde la distancia -toda la historia de la vida de los pájaros». Tras varias semanas, Janine decidió poner la caja en la alacena debajo de la escalera. «Pensó que aquella alacena sería una suerte de refugio, lo más cercano a una bodega, y en ella guardó lo que ella llamaba su reserva. La reserva consistía en una lata de sal, una lata de azúcar para cocinar, una lata más grande de harina, un paquete de kasha (sémola o gachas de trigo sarraceno, cebada, centeno o trigo) y cerillas. La mayoría de las amas de casa polacas mantenían una reserva como medio de supervivencia mínima para el día en que, repentinamente, las tiendas ya no tuvieran nada en sus estantes, debido a alguna crisis nacional».

Una crisis así, recuerda finalmente el autor de Puerca tierra, «llegó en 1980. De nuevo comenzó en Dansk, donde los trabajadores fueron a la huelga en protesta contra el alza en el precio de los alimentos, y su acción hizo nacer el movimiento nacional conocido como Solidarnosc [Solidaridad] que derrocó al gobierno. La clase proletaria moderna, escribiste, no desarrolla su lucha de acuerdo con el plan establecido en algún libro o teoría: la actual lucha de los trabajadores es parte de la historia, es parte del progreso social. Y es en el centro de la historia, en el centro del progreso, en medio de la lucha, donde aprendemos cómo debemos luchar».

Janine murió en 2010. Su hijo Witek encontró la caja en la alacena debajo de las escaleras. La trajo a París, «donde ha estado trabajando como plomero y albañil. Un día me la trajo y me la dio. Somos viejos amigos. Nuestra amistad comenzó jugando a cartas juntos, de tarde en tarde. Jugábamos un juego ruso y polaco conocido como Imbecile. En él gana el jugador que pierda primero todas sus cartas. Witek adivinó que la caja me dejaría pensativo». Uno de los pájaros de la segunda fila de cajas de cerillos, JB lo reconoció como un pardillo, «por su pico rosado y sus dos estrías blancas en la cola. ¡Tsuuiit. Tsuuiit! A veces varios de ellos lo cantan a coro desde las copas de los arbustos. «El que más ha logrado restaurarme a la razón es un amiguito cuya imagen les mando en un sobre. Este camarada que sostiene su pico, con gallardía, con su frente en alto y ojos de saberlo todo es llamado Hippolais hippolais que en lenguaje cotidiano es el zarcero común».

Rosa está presa en Poznan en 1917 y continúa su carta diciendo: «Este pájaro es un bicho raro. No canta una sola canción o una sola melodía como los demás pájaros, sino que es un orador público por la gracia de Dios, y se echa para adelante para hacer sus discursos en el jardín y lo hace con voz muy fuerte y llena de emoción dramática, brincándose las transiciones, buscando pasajes hasta llegar al arrebato. Parece plantearnos cuestiones imposibles, y luego se apresura y se responde solo, con sinsentidos, haciendo las aseveraciones más audaces, refutando acalorado opiniones que nadie ha expresado, para salir volando por entre esas puertas abiertas de par en par y de repente exclama triunfal: ‘¿no te lo dije, no te lo dije?’ Y de inmediato les advierte a todos, lo quieran escuchar o no: ‘¡te lo dije, te lo dije!’ (Tiene el sagaz hábito de repetir cada uno de sus agudas observaciones dos veces.)». La caja del zarcero, Rosa, está llena de cerillas.

Las masas, decías en 1900, es la nota final de JB, «en realidad son su propio líder, creando dialécticamente sus propios procedimientos de desarrollo. ¿Cómo te puedo enviar esta colección de cerillas? Pues los matones que te asesinaron tiraron tu cuerpo mutilado a un canal en Berlín. Lo encontraron en el agua estancada tres meses después. Algunos dudaron de que fuera tu cadáver. Puedo enviártela escribiendo estas páginas en estos oscuros tiempos. Yo fui, yo soy, yo seré, dijiste. Vives en tu ejemplo para nosotros, Rosa. Y aquí está, te la estoy enviando a tu ejemplo».

Hasta aquí Berger. Magnífico, como siempre. Jorge Riechmann estaría de acuerdo. Con seguridad.

Maciek Wisniewski , periodista polaco, ha escrito en La Jornada una carta de respuesta. «Rosa, Polonia y los polacos» es su título [2].

Sus palabras iniciales: » ¡John!, una vez ya nos escribimos. Te preguntaba algo sobre uno de tus textos. Contestaste rápido y abiertamente. Yo andaba fuera de mi Polonia natal; tú en tu Francia adoptiva. Nos escribimos en inglés, aunque podíamos tener más opciones. Pero tú -como mismo dices- no hablas polaco (aunque te gusta el idioma); y yo -como yo digo- no me animaría con mi francés (que nunca me ha gustado lo suficiente). Ahora quisiera escribirte nuevamente: esta vez en castellano y no directamente. Confío sin embargo que esta carta encontrará su camino «.

Habla del texto de Berger, «bello, alegre, humano- pero ya no preguntando, sino respondiendo. O más bien: queriendo acompañarte en tus reflexiones sobre Rosa Luxemburgo (1871-1919), la gran teórica y revolucionaria ¿polaca?, ¿judía?, ¿alemana? (…de eso más adelante)». Aunque, señala MW, «siento que pensar en Rosa significa traspasar todas las fronteras (políticas, conceptuales, geográficas) siempre acabo pensando también -parece que nos pasa lo mismo- en Polonia y en los polacos».

Escribes, recuerda MW, que «a la mayoría de nosotros no nos intriga el poder, porque hemos sobrevivido a toda mierda del poder». Sí, comenta MW, «pero a la vez somos una nación ultraconservadora sumamente propicia a manipulaciones, fobias y operaciones de «falsa conciencia» inducidas desde el poder, la Iglesia y «centros de mando» (ayer Moscú, hoy Washington). Ya lo dijo la escritora Maria Dabrowska (1889-1965): «Los polacos, la nación más reaccionaria del mundo»». Somos «expertos en darle la vuelta a los obstáculos». «Sí. Pero a la vez somos campeones en meternos en cul de sacs políticos y sociales, una misteriosa dialéctica que tal vez sólo un acto del psicoanálisis colectivo explicaría. Evoca Berger las huelgas de los 70 y su supresión por el régimen «obrero» (algo que Rosa veía venir); evocas Solidarnosc [Solidaridad]. «Pues sí. Sólo nosotros éramos capaces de crear un movimiento social con base sindical tan amplio y diverso; pero también sólo nosotros éramos capaces de desperdiciar su potencial y someternos a la «terapia del choque» neoliberal con la voluntad del perro de Pávlov (tú mismo -siguiendo a Naomi Klein- escribías de esta perversidad: « Borrar el pasado» , La Jornada, 15/6/07).

Escribe Berger que en el dizque «socialismo» «inventábamos tácticas para irla llevando»; evocas las amas de casa -como Janina- y sus esfuerzos para lidiar con escasez y colas. «Pero lo que ayer fue «sobrevivencia heroica frente al sistema absurdo», hoy es solo «cosa de pobres». Como la sopa de acedera silvestre que menciona Berger. «Te entristecería como éste truco milenario para llenar ollas y estómagos fue «secuestrado» por la ideología de laissez-faire. El otro día un prominente miembro del partido gobernante (Plataforma Cívica, PO) cuestionando la cifra de 800 mil niños desnutridos en Polonia dijo que si tienen hambre que se vayan a recoger acedera y frutas silvestres cómo él hacía de chico (Gazeta Wyborcza, 6/3/13). ¡Qué esperen nada del Estado! Éste político se llama Stefan Niesiolowski y en los 70 quería volar un monumento de Lenin, por lo que acabó en la cárcel. Por casualidad vive en frente de la casa de mis abuelos».

Tampoco hay monumentos de Lenin. «Puro Juan Pablo II y Józef Pilsudski (1867-1935) «el padre de la independencia» a cuyo partido «socialista» (PPS) Rosa (y su SDKPiL) le reprochaban anteponer los intereses «nacionales» a los del proletariado («social-patriotismo»). Curioso. Fue Pilsudski quién dijo: «Polacy: naród wspanialy, tylko ludzie kurwy» («Los polacos: la nación, maravillosa, solo la gente, putas», no me lo estoy inventando.»

MW quisiera «proponer otra fórmula que igual -recordando a Witek y Janina- te gustaría, John: «Los polacos: la gente maravillosa, solo la nación, una mierda». Le gustaría a la misma Rosa. Se reiría. Le incomodaba «ser polaca» y tenía claro que su lucha era la de clases, por la revolución, el internacionalismo, no por la independencia. Esto no le ganó mucha simpatía en Polonia ni ayer ni hoy». Por eso siempre dispuestos y decididos a reivindicar la pertenencia de los famosos a «nuestra tribu» -Copérnico, Chopin, etcétera- a la «Rosa apátrida» se la «cedimos» generosamente a los alemanes (y así, como «alemana», por lo general funciona).

Se equivocó Rosa en la «cuestión nacional», se pregunta MW. «Quizás exageró, pero yo digo que el meollo de su argumento no tiene falla: el capitalismo es un sistema global y el nacionalismo -at the end of the day- un mecanismo de división y distracción. Basta ver a Polonia: después de que Solidarnosc degeneró en una reacción nacionalista y religiosa, el «cato-patriotismo» se volvió la principal herramienta para manejar los desastrosos efectos de la «terapia del choque». Rosa no quería ser «solo polaca» y tampoco «solo judía» o «solo mujer». Ignoraba a los socialistas de Bund que querían que se sumara a la causa judía y se distanciaba de las feministas para no acabar relegada a la «cuestión femenina». Curioso. Solo ver a una mujer en la bici le daba risa».

Siendo objeto de ataques xenófobos y misóginos (sobre todo en el seno de la SPD), recuerda MW, «se negaba a ser «víctima»: quería liberarse de todo el «peso identitario» y ser lo que era: teórica y revolucionaria. No sé tú John, pero yo en tiempos del identitarismo compulsivo encuentro éste su «anti-identitarismo» muy refrescante».

Berger se siente cómodo con los polacos y en Polonia «como en casa». I wish I could say the same . «Pues, la vida… Supongo que tú también por algo has dejado tu Inglaterra. Hubo tiempos en que me incomodaba mucho «mi ser polaco» , hasta que empecé a pensar en esto vía Fanon: «no hay camino a lo universal que no pase por lo particular» (Los condenados de la tierra, 1961, p. 247).»

Pero llega el paso final y MW escribe:

«Aun así, I tell you John, los únicos «polacos» con quienes me siento cómodo últimamente y en su compañía como en casa son… los catalanes (así les dicen los madrileños que no entienden su idioma). Un sentimiento -creo- verdaderamente internacionalista; y -como no- profundamente luxemburgista».

¿Catalanes, polacos, internacionalismo, como en casa? ¿Los madrileños de ahora dicen ahora que los catalanes de ahora son polacos de ahora porque ahora dicen que no entienden el idioma de esos catalanes polacos? ¿Quiénes, cuántos, dónde? ¿Qué madrileños de ahora conoce MW que digan ahora que los catalanes de ahora hablamos o somos polacos? ¿No será más bien al revés en algunos casos, no digo ni pienso en todos por supuesto? ¿Que algunos catalanes de ahora dicen que los madrileños -no algunos madrileños- de ahora dicen ahora que los catalanes de ahora son, somos polacos de ahora porque ahora dicen que no entienden nuestro idioma y, en cambio, seguramente, no es el caso que la mayoría de los madrileños de ahora digan sandeces, memeces, estupideces, de hace tres o cuatro décadas penetradas por el franquismo, es decir, por el fascismo español, de la A a la Z?

¿Pero no se trataba de criticar todos los tópicos, de ir a la raíz de las cosas? ¿Por qué entonces conservar un topicazo como una casa grande, como las de Millet y Pujol por ejemplo?

Por cierto, ¿cabe seguir llamando a un programa de humor, nacionalista-independentista, Polònia? ¿Por qué? ¿Dónde está la gracia del nombre y de la simbología estalinista-militarista que se usa? ¿Qué se quiere apuntar, qué se nos quiere decir? ¿Que España es un país «genética», militarmente autoritario en todos los casos, y que no hay cambios, que, antes y ahora, los catalanes éramos y somos polacos, extranjeros, gentes que no tienen nada que ver con ellos?

Me da que Rosa no vería ese programa ni reiría con ese humor cada vez más estúpido y tan servil en muchas ocasiones. Al poder, al de casa por supuesto. Su ejemplo invertido.

Notas:

[1] La Jornada   (México). Tomo el escrito de http://www.mientrastanto.org/boletin-134/de-otras-fuentes/un-regalo-para-rosa

[2] http://www.jornada.unam.mx/2015/03/27/opinion/024a2pol

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